Ciencia para todos
A través de la historia, la ciencia ha sido aliada inseparable en una de las conquistas fundamentales de la humanidad: la generación de conocimiento para entender el mundo que nos rodea. El uso de este conocimiento por las ramas aplicadas de la ciencia, como la ingeniería y la medicina, ha dado paso a las innovaciones que han mejorado y continúan mejorando nuestra calidad de vida.
Algunos de los avances destacados del siglo XX incluyen: los antibióticos que hoy nos permiten sobrevivir infecciones que hace menos de 100 años nos mataban; la tecnología de propulsión a chorro que nos permite cruzar el Océano Atlántico en horas en vez de días; la Revolución Verde sin la cual morirían de hambre millones más de los que hoy mueren; el Internet y la computadora en cuya pantalla lee este artículo. Todos son ejemplos de cómo la innovación y la aplicación de los conocimientos científicos han cambiado fundamentalmente la manera en que vivimos.
Aunque muchos disfrutan del resultado de tales avances, desafortunadamente son relativamente pocos los que comprenden el proceso científico que los posibilita. Entender el impacto de las ciencias no sólo tiene repercusiones a nivel individual, sino también a nivel ambiental, político, social y económico. La toma de decisiones sobre cómo preservar nuestros ecosistemas o en qué áreas invertir dinero para estimular soluciones a los problemas sociales o económicos de un país, por mencionar un par de ejemplos, puede y debe ser informada por datos científicos. Esto es cierto hoy más que nunca durante la era de “Big Data”, provocada por el diluvio de datos que se recopilan y almacenan fácilmente gracias la tecnología digital. Por primera vez se están utilizando estrategias empíricas en áreas tan diversas como el trabajo policial (varias ciudades están usando bases de datos de crímenes para decidir a dónde enviar patrullas); los deportes (la sabermetría en el béisbol, hecha famosa por la película Moneyball, inspirada en la historia de los Atléticos de Oakland); y la medicina personalizada (usando la información del código genético de una persona para diseñar tratamientos médicos).
Teniendo en cuenta esta influencia abarcadora de las ciencias, la falta de una comunicación efectiva entre los científicos y el resto de la sociedad resulta peligrosa. Dos estudios recientes sobre la percepción pública de las ciencias, uno por el Pew Research Center en Estados Unidos y otro por la compañía Ipsos MORI en el Reino Unido, revelan que a pesar de que una gran mayoría del público percibe a las ciencias como algo muy positivo para la sociedad, muchos dicen sentirse desinformados sobre los avances científicos.
Más preocupante aún es la desinformación que se produce cuando no se le da la validez debida a los resultados científicos, como es el caso de la desconfianza pública sobre el rol de los humanos en el cambio climático o las declamaciones de que las vacunas causan autismo. El problema no es sólo la popularidad de estas creencias científicamente infundadas, — en el caso del cambio climático existe evidencia contundente de que los seres humanos hemos tenido un rol prominente en el reciente aumento de temperatura, mientras que en el caso de las vacunas y el autismo, no existe evidencia que apoye una relación de causa y efecto — sino las implicaciones sociales, ambientales, y de salud que las mismas acarrean. Por ejemplo, recientemente han habido aumentos en tres enfermedades infecciosas que habían sido prácticamente erradicadas en países desarrollados por la inmunidad de la población vacunada (lo que en inglés se conoce como herd immunity): la tos ferina, el sarampión y la papera. Este es un ejemplo concreto de cómo ignorar la evidencia científica y basar decisiones en razones ideológicas, religiosas o morales pueden tener resultados nefastos.
Las controversias en torno al cambio climático o las vacunas no se debe necesariamente a la evidencia científica que apoya o desmiente cada caso. En ocasiones la presentación de la información es manipulada para favorecer alguna ideología o creencia, la discusión es dominada por connotaciones políticas o morales, o la evidencia no es informada de manera precisa, clara o eficaz por los medios de comunicación. Independientemente de las razones (y del tema en cuestión), queda de parte de los científicos — los expertos — el tomar un rol más activo para contextualizar y hacer de la información más accesible al público general al que buscamos beneficiar con nuestro trabajo.
Por esto, Ciencia Puerto Rico y 80grados han colaborado para crear la sección «26.66 Grados», y de esta manera tener una conversación directa entre la comunidad científica y todo aquel que nos lee. Aquí el lector encontrará artículos sobre la trascendencia de las ciencias en nuestra vida cotidiana y la labor de los científicos puertorriqueños o de otras nacionalidades que trabajan en Puerto Rico, entre otros temas relacionados a las ciencias. Les invitamos a que nos dejen sus comentarios —el propósito es después de todo establecer un diálogo— y a aquellos que son científicos a que se animen a enviarnos sus contribuciones.
Mónica es candidata doctoral en neurociencias en la Escuela de Medicina de Harvard y forma parte de Ciencia Puerto Rico (twitter: @CienciaPR). Su correo electrónico es [email protected].
Rafael es profesor de bioestadística y medicina en Johns Hopkins University. Su correo electrónico es [email protected].