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Cierto ateísmo en defensa de lo religioso

Rafael AragundeRafael Aragunde Publicado: 3 de abril de 2021



El libro del filósofo británico Tim Crane en torno al significado de la fe religiosa, The Meaning of Belief[1], se escribe desde una perspectiva que no es la usual cuando un supuesto ateo aborda asuntos directa o indirectamente relacionados con temas de esta naturaleza. El director del Departamento de Filosofía de la Universidad Central de Europa (Central European University), fundada hace algunos años por George Soros, y ex profesor distinguido en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, se describe a sí mismo como un ateo pesimista y desde la desesperanza del que supone que jamás dará con un sentido trascendente en la realidad, pese a lo extraordinaria que esta pueda parecerle, expresa que habrá de reflexionar en torno al tema haciéndole justicia a aquellos con quienes tiene grandísimas diferencias. Ya entrado en el texto llamará aún más la atención que el libro se dirija a desarrollar cierta apología de lo religioso, no a demostrar sus debilidades. Para ello no solo tomará distancia del grupo de científicos británicos y estadounidenses que se conoce como los “nuevos ateos” (new atheists), sino que los someterá a una crítica minuciosa. Según se sabe, estos han adquirido gran fama desde hace algunas décadas en el mundo de habla inglesa, aunque apenas se traen a colación en el nuestro, de habla hispánica.

El nuevo ateísmo (new atheism) se ha distinguido por insistir, primero, en que en el estudio científico de la naturaleza se evidencia claramente la ausencia de sentido religioso y, en segundo lugar, por los planteamientos que han reiterado en torno a los problemas que causan las creencias religiosas en la convivencia entre seres humanos. Crane, quien ha trabajado sobre todo el tema de la mente humana, no atenderá el primero de estos asuntos, sino el segundo. Insistirá en que los nuevos ateos se equivocan al describir las creencias religiosas según lo hacen, como supuestamente perjudiciales para la humanidad.

Esto de conocerse como los nuevos ateos les viene porque, casi uno o dos siglos después, siguen la línea de pensamiento de una tradición inglesa sólida de ateísmo que, a veces tímidamente como en el caso de Charles Darwin, en otras ocasiones con voluntad de provocar, como en el caso de Bertrand Russell, ha estado presente en el discurso público de aquella sociedad. Darwin, Russell y en ocasiones incluyendo a Jeremy Bentham, serían los “viejos ateos”; los que ocupan sus puestos hoy son los nuevos. El más interesante de los viejos fue Russell, quien, como pacifista, fuera a sus noventa y pico de años un militante activo en contra de la intervención estadounidense en la Guerra de Vietnam. Fue también un prestigioso matemático y filósofo que siguió una línea de confrontación frente a lo que le parecía un cristianismo obscurantista. Entre sus múltiples escritos en torno a este tema son memorables Por qué no soy cristiano y un ensayo titulado “Ciencia y religión”. El tono polémico que caracterizó tanto a Bentham a principios del siglo XIX, como a este último en la primera mitad del XX, es lo que en específico los nuevos heredarán de los viejos ateos.

Entre los científicos y filósofos identificados por el autor como nuevos ateos están Richard Dawkins, biólogo evolucionista y etólogo británico, quizás el más conocido de ellos por su obra The God Delusion; el filósofo estadounidense Daniel Dennett, prestigioso estudioso de la mente y procesos cognitivos; A.C. Grayling, británico, autor de Against All Gods; Sam Harris, filósofo y neurocientífico estadounidense, autor de The End of Faith y The Moral Landscape; y el también estadounidense Christopher Hitchens, autor de God is Not Great. Según Crane, estos estudiosos coincidirán en su convencimiento de que lo religioso “no tiene nada de mucho valor: es irracional, sus doctrinas rayan en el sinsentido, y es la causa de muchos de los problemas más grandes del mundo”.

Para el autor la religión puede definirse como “un intento sistemático y práctico de los seres humanos de encontrar significado en el mundo y su propio lugar en este, en términos de su relación con algo trascendente”. Con el fin de sostener sus planteamientos traerá a colación a estudiosos prestigiosos del tema tales como el estadounidense William James y el francés Emile Durkheim. Con respecto a James, quien, según él, define la religión como “una creencia en cierto orden invisible y que el mayor bien consiste en ajustarnos armoniosamente a este”, planteará que tiene mucha razón al reconocer que los seres humanos poseemos un “impulso religioso”. Crane hará suyo este concepto definiéndolo como “la necesidad de vivir la vida en armonía con lo trascendente”, idea que irá cogida de la mano con lo que llama identificación, la dimensión social de la religión que también, como el impulso religioso, permanece en nosotros aún mucho después de haber dejado de ser religiosos.

Con respecto a Durkheim, cuyo acercamiento a lo religioso es evidentemente más sociológico que antropológico o psicológico, Crane coincide más plenamente. De acuerdo a éste, el sociólogo francés, contemporáneo de James, postula que nuestra sociedad humana es “profundamente religiosa, tanto en términos de los hábitos humanos y estructuras en las que se involucra y en términos de las huellas religiosas que ha dejado aun en las sociedades más seculares”.  Lo religioso está presente en nuestras comunidades, sobre todo, según el autor elaborará extensamente[2], en esa diferencia tan fundamental para el quehacer religioso que es la distinción entre lo sagrado y lo profano. Se trata de dimensiones cuya distancia es insalvable. Dejado atrás lo religioso según se vivió en una época, queda esto, pero de otra forma. Vive en nosotros como impulso religioso y como identificación, según lo señalamos en el párrafo anterior al referirnos a William James.

Llama la atención que ni al definir lo religioso, ni al presentar las aportaciones que hacen James y Durkheim al estudio de las religiones se traiga a colación al budismo, religión que podría describirse como atea. Evidentemente queda fuera de las reflexiones porque no hace referencia a la trascendencia que Crane considera imprescindible. Cierto es que en sus textos fundacionales y en lo poco que ha conservado la tradición budista sobre expresiones, escritos más formales y prácticas de la vida del Buda, no se encuentra ninguna mención de la trascendencia. Estamos llamados a liberarnos del sufrimiento que supone la existencia humana mediante una serie de principios que constituyen una práctica, no a través de un recurso a la trascendencia, según ocurre en las religiones de occidente que el autor, exclusiva y por lo tanto problemáticamente pues excluya a tantas otras, tiene en mente.

Según adelantáramos, en el texto se percibe muy claramente una defensa que podría describirse como poco tradicional de lo religioso, según lo ha definido el autor, y su supervivencia. No se da allí, bajo ninguna circunstancia, hostilidad alguna. Allí no hay denuncia amarga ni tan siquiera sosegada. El trato que le da a lo religioso nos recuerda el último texto del fenecido profesor Ronald Dworkin, publicado en el 2013 y titulado Religion Without God que cita Crane[3]. En aquel libro Dworkin escribe sobre el valor que ha tenido y tiene lo religioso al conducirnos a reconocer que los objetos que constituyen la realidad son importantes en sí y no necesitan de algún elemento externo, entiéndase una divinidad, para que se lo conceda. Sin embargo, mientras Crane se muestra de acuerdo en concederle valor a todo lo que nos rodea, según lo propone Dworkin, escribirá que por su cuenta, sin embargo, esto no puede ser descrito como una religión. Para ello necesitaría un vínculo con la trascendencia y Dworkin no postula ese vínculo en su propuesta. Como tampoco lo sugiere otro pensador inglés con el cual Crane también simpatiza parcialmente, Alain de Botton[4]. Este, según él, ha argumentado a favor de una religión para ateos (religion for atheists), en la cual propone valerse de algunas visiones del cristianismo. Pero esto no es suficiente. También en de Botton está ausente la trascendencia, imprescindible para Crane, cuando se habla de religión.

Entre los filósofos que Crane trae a colación el que más parece influir en él es el estadounidense, profesor de NYU, Thomas Nagel. Esto es así porque este se acerca al tema de la fe o la creencia religiosa por donde la discusión, según Crane, debe siempre comenzar, que es por conocer la perspectiva de aquel o aquella que participa de la práctica que se está estudiando, sobre todo si se le quiere convencer.

Crane cita a Nagel y lo que este dice sobre lo que describe como el “temperamento religioso” (religious temperament) que tenemos los seres humanos. Se trata de una aspiración “a vivir no meramente la vida de la criatura que se es, pero en algún sentido participar a través de ello en la vida del universo como un todo” (“aspiration ‘to live not merely the life of the creature one is, but in some sense to participate through it in the life of the universe as a whole’”. Mientras James descartó que hubiese en el ser humano una “actitud psicológica distintiva”, este es sin embargo el camino que tomará Nagel, según lo plantea Crane, al sugerir que el temperamento religioso es un conjunto de diferentes rasgos psicológicos (collection of different psychological traits). Este existe aún entre aquellos que quisieran creer, pero no pueden. De acuerdo a Crane, puede definirse como la “tendencia humana a ver el mundo impregnado de significado” (human tendency to see the world as suffused with meaning). Desde luego, es incompatible con el ateísmo, pero hay ateos que poseen muchos de los rasgos psicológicos asociados con él.

Crane admite que hay diferencias entre su propia interpretación en torno a la fe o creencia religiosa y lo que Nagel sugiere cuando se vale del concepto de temperamento religioso. Lo que él llama “impulso religioso” (religious impulse) y que ya trajéramos a colación es “el contenido complejo de una creencia específica” (complex content of a specific belief). Este no es compatible con el ateísmo que sí puede ser asumido por personas, según ya adelantamos, que se caractericen por poseer rasgos psicológicos asociados al temperamento religioso nagueliano. Este impulso está presente en toda expresión religiosa, pero no se trata de algo que garantice su veracidad porque a final de cuentas, según Crane, en nuestra relación con Dios o lo trascendente los seres humanos experimentamos limitaciones epistemológicas. Está de acuerdo con el pensador también inglés John Gray cuando este afirma que “el sentido de misterio, la idea de que la naturaleza de las cosas es en última instancia incognoscible, es central al monoteísmo occidental”. Crane va más lejos y añade que es central a toda religión.

A final de cuentas, me atrevo a sugerir que la posición de Crane, como la de tantos otros estudiosos y no estudiosos de lo religioso, como la del mismo John Gray según Crane, es que lo religioso es irreductible en dos sentidos. Por un lado, no se puede explicar por qué se cree; y por el otro, aquello en que se cree tampoco puede ser explicado. Es con esta convicción de raigambre empírica que nuestro autor confronta a los nuevos ateos.

El argumento que permea la apología que hace Crane de los creyentes se fundamenta en lo que él entiende que es el desconocimiento que tienen los nuevos ateos sobre estos. No saben quiénes son y no conocen lo que sienten y piensan. Les atribuyen fallas, errores y tropiezos en los cuales los creyentes no se reconocen. En sus escritos se echan de menos reflexiones en torno a lo religioso y a quienes lo experimentan parecidas a las que llevan a cabo Crane y los estudiosos que éste cita en su libro. Según decíamos, habría que haber comenzado por allí, evaluando las experiencias de modo que se pudiera sostener un intercambio crítico de reflexiones, en el cual se pudiera aspirar a convencer al supuesto contrario. Pero los estudiosos que defienden lo religioso, según escribe Crane y ya señalábamos, no se ven reflejados en las críticas de las cuales son objetos y por lo tanto no responden. Y es que, según el autor nos lo quiere hacer ver, los nuevos ateos tienen una noción equivocada de la religión.

La crítica principal que los nuevos ateos le dirigen a los creyentes está relacionada con la supuesta violencia que ha caracterizado a las religiones a través de los tiempos y el sufrimiento e ignorancia que como resultado de creencias religiosas ha tenido que soportar la humanidad. Crane cita uno de los textos de Hitchens en el que este describe la religión como “violenta, irracional, intolerante, aliada al racismo, al tribalismo, y a la intolerancia, inmersa en la ignorancia y hostil a la investigación, llena de desprecio por las mujeres y coercitiva hacia los niños”.

Crane no cree que acusaciones tan apasionadas puedan sostenerse históricamente. Habría que separar lo que ha sido resultado de la fe de aquello que, confundiéndose con lo religioso, se ha dado por otros motivos. Crane mencionará el estalinismo soviético, el nacional socialismo alemán y el maoísmo chino como fenómenos masivos contemporáneos sin paralelos en la historia, que no respondían a “agendas sobrenaturales” (supernatural agencies). Ante la acusación de que en el transcurso de los tiempos las religiones sí fueron responsables de atrocidades análogas, se valdrá del planteamiento que esboza Durkheim al afirmar que “la sociedad humana y la religión crecieron juntas y por lo tanto culpar a la religión está íntimamente ligado a culpar la sociedad humana”. Crane sugerirá que se debe rechazar tanto que la peor violencia en la historia ha sido la religiosa, como el que no existe tal cosa como la violencia religiosa. De modo justo plantea que lo propio sería averiguar “lo que significa que la violencia sea religiosa y qué es lo que hay en la religión que le da parto a la violencia, frecuentemente de forma extrema”.

La otra crítica que los nuevos ateos le dirigen a los creyentes tiene que ver con la ausencia de racionalidad que supuestamente caracteriza las religiones. Se trata desde luego de organizaciones inmensas que tienen un poder amplio y una capacidad para impactar la coexistencia de las múltiples culturas que pueblan el globo. Apenas en la segunda página del libro Crane ya informa que de los 7.1 billones de habitantes en el planeta tierra hace un par de años, 6 podían ser descritos como creyentes mientras 1.1 billón se describían a sí mismos como seculares, ateos, agnósticos o no religiosos.

Evidentemente, nos debe interesar a todos que las comunicaciones sean transparentes y las diferencias pueden zanjarse racionalmente en este y otros asuntos conflictivos. Ya Voltaire en la Ilustración, Karl Marx y Sigmund Freud posteriormente, habían llamado la atención sobre los peligros de la supuesta irracionalidad que caracteriza la fe, lo que Crane admite parcialmente pues sostiene que la fe no es necesariamente irracional (that religious belief is not necessarily irrational). De hecho, siguiendo al filósofo alemán Imanuel Kant sugiere que le parece que la moralidad, tan vinculada a la religión según este, tiene como base última la razón. Además, nos dice Crane, las ciencias tienen también misterios que se tienen que aceptar sin mayores explicaciones, aun cuando se caracterice por aspirar a minimizar estos asuntos. Contrario a la religión que, supuestamente, no busca minimizar el misterio.

Si se fuera a evaluar la importancia de la religión se tendría que tomar en consideración, según Crane, el “enorme valor positivo que tiene la religión en la vida de mucha gente”. No se puede perder de vista “el sentido de pertenencia a una cultura, y tener una historia; el sentido de lo inefable en el mundo; el sentido de que hay valor en algo que trasciende la satisfacción de los deseos que se puedan tener en algún momento”. Esto no es poca cosa, pero es lo que se pone en entredicho en los modos en que se conduce la crítica de los nuevos ateos a quienes poseen alguna fe religiosa. Sin ceder en su crítica a lo que cree que es la falta de entendimiento de los nuevos ateos, Crane reclama tolerancia de manera que ateos y creyentes puedan coexistir pacíficamente. No cree que ninguno pueda convencer o eliminar al otro, pero mientras tanto se debe trabajar en “alcanzar un entendimiento adecuado de las visiones del otro”.

Esto es más necesario que nunca, pues siguiendo a Samuel Huntington y los planteamientos que este hiciera sobre todo en su libro The Clash of Civilizations, casi al final de su escrito Crane sugiere que las grandes diferencias que aquejan el globo y que podrían ser el origen de eventos mundiales muy serios son la religión y las nacionalidades. Se trata de asuntos muy parecidos, asuntos que se heredan casi siempre por el lugar en el que se habita y para los cuales no estamos acostumbrados a someter explicaciones, argumentos, razones; son asuntos de fe, se podría decir. El día en que tuviéramos que atenderlos, como parece hacerse inminente cada vez más en estos principios del siglo XXI, nos convendría haber desarrollado ya un ambiente de deliberación en el que todo el que participara, independientemente de su mayor o menor fe, se supiera convocado a impulsar o defender su posición mediante argumentos que partieran del conocimiento de las posiciones de los otros y no de su desprecio. ¿No es esta la lección de tan interesante libro?

_________________

[1] Crane, Tim, The Meaning of Belief, Cambridge: Harvard University Press, 2017

[2] Ver capítulo 3.

[3] Dworkin, Ronald, Religion Without God, Cambridge: Harvard University, 2013

[4] Ver De Botton, Alain, Religion for Atheists: A Non-believer’s Guide to the Uses of Religion, New York: Vintage, 2013

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Rafael Aragunde
Autores

Rafael Aragunde

Por su libro El desconsuelo de la filosofía, Rafael Aragunde fue distinguido en el 2018 por el Instituto de Literatura Puertorriqueña con el Primer Premio de Literatura en la Categoría de Investigación y Crítica. Entre otras publicaciones a su haber están los siguientes libros: Sobre lo universitario y la Universidad de Puerto Rico, Hostos, ideólogo inofensivo, moralista problemático y La educación como salvación, ¿en tiempos de disolución? Fue Rector entre el 2002 y el 2005 de la UPR en Cayey y Secretario de Educación de Puerto Rico entre el 2005 y el 2008. Actualmente es profesor de filosofía en el Recinto Metro de la Universidad Interamericana de Puerto Rico.

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