Cine de Terror
Los eventos aterradores y espeluznantes nos rodean constantemente. El terror es una de las experiencias más ubicuas y acosadoras en nuestro quehacer cotidiano. Este terror no tiene que manifestarse en nuestras vidas directamente pero tenemos que confrontarlo diariamente, por ejemplo, a través de los diferentes medios de comunicación que utilizamos. Todos hemos oído sobre Richie Pietri, el baloncelista que amartilló a muerte a su esposa y parte de su sentencia consistió en darle clínicas deportivas a adolescentes; leímos el relato aterrador del hombre gay que es asesinado en un motel a manos de un macharrán que se declara inocente de todo acto utilizando el ridículo argumento legal del “pánico homosexual”, y nos acordamos de las lluvias del mes de octubre de 1985 que causaron la muerte de por lo menos 129 personas en la comunidad de Mameyes en Ponce. Como nuestro mundo está poblado de tantas situaciones nefarias y horríficas, es algo extraño y paradójico justificar la admiración por el cine de terror. Frecuentemente me pregunto por qué me atrae tanto este género fílmico al cual le dedico un curso entero todos los años hace mucho más de media década. Increíblemente, todas las lecturas que he hecho me hacen entender aspectos diversos del cine de terror pero no me han contestado contundente o persuasivamente la pregunta anterior.
Muchos críticos y teóricos que se han dedicado a estudiar este género fílmico –Roger Ebert, Stephen King, Vivian Sobchack, Linda Williams y Robin Wood, para resaltar algunos nombres– parten de la premisa que el cine de terror es popular particularmente entre las generaciones más jóvenes de la sociedad: los niños (quienes no deberían estar viendo muchas de estas películas), los adolescentes y los veintipicones (sobre todo los que tienen edad para estar en la universidad). Según estos pensadores, disfrutar tanto de las representaciones violentas y grotescas que caracterizan la mayoría de estos filmes, así como de la manera en que los mismos exploran temas y situaciones consideradas controversiales y hasta tabú en nuestras sociedades constituye un acto de rebeldía simbólico (aunque sea de manera inconsciente) en contra de las generaciones más adultas –aún cuando la mayoría de las víctimas violentadas y descuartizadas en estos filmes sean jóvenes de su misma edad. Estudiosos como J. P. Telotte y Carol Clover han llegado a argumentar que el cine del terror –sobre todo el subgénero conocido como el slasher film el cual se identifica mayormente con la aparición del filme Halloween (Dir. John Carpenter, 1978) –esboza patrones de conducta y ritos de iniciación hacia la adultez, ya sea en relación a la responsabilidad ética que debemos asumir para con las personas que comparten nuestro mundo (Telotte) o a los comportamiento que debemos asumir para poder redefinir nuestras identidades de género más allá de lo que sociedades patriarcales han delineado tradicionalmente para sus miembros (Clover).
El concepto de “la pesadilla colectiva” sirve como la analogía más fructífera y sucinta que King, Wood, Charles Derry y Noël Carroll utilizan para aprehender el cine de terror. Como este género fílmico depende de concetops narrativos y representacionales típicos del cine tradicional, todos están de acuerdo que las películas tendrán una organización y (supuestamente) una lógica más coherente que cualquier pesadilla. Quisiera resaltar dos ideas relacionadas a la noción de la pesadilla (singular y colectiva). En primer lugar, Carroll enfatiza que para ser impactantes, las pesadillas –y, por extensión, el cine de terror– tienen que crear una tensión dinámica entre elementos atrayentes y elementos repulsivos. Si fuese solamente uno de estos dos extremos, sobre todo el de la repulsión, la pesadilla o la película no podría captar efectivamente la atención de sus espectadores. Así podemos entender por qué el cine de terror utiliza diferentes estrategias para estremecer y sobrecoger a su público, tanto física como mentalmente, ya sea por medio de elementos sugerentes o representaciones gráficas. En segundo lugar, la imagen de la pesadilla colectiva sirve para crear un vínculo entre el individuo y su entorno social/comunitario. Stephen King propone que este vínculo se puede entender por medio de los subtextos creados por el género fílmico del terror. De acuerdo con King, las películas más aterradoras son aquellas que están en diálogo tanto con los problemas socio-políticos de su momento:
La recesión económica de los 1970s en The Amityville Horror:
Las repercusiones de la liberación femenina y el feminismo en The Stepford Wives:
Los miedos “universales” (p.ej., la oscuridad, la muerte, el canibalismo, etc.) que, paradójicamente, forman parte entrañable del lugar más íntimo que poseemos, nuestra psique, Night of the Living Dead: http://www.hulu.com/watch/41065/night-of-the-living-dead
La relación entre lo personal/singular y lo comunitario/general que propone la concepción del cine de terror como pesadilla colectiva también puede pensarse en términos de ver una película en una sala de cine. Desde el siglo pasado, la experiencia cinematográfica se ha basado en proveer una soledad acompañada en la oscuridad. En términos muy tradicionales, ir al cine representaba estar solo con extraños en un contexto compartido donde la vivencia personal siempre estaba relacionada a la comunal. En el caso del cine de terror, esta soledad acompañada (aún cuando uno vaya con alguien más a la sala de cine) puede transformarse fantásticamente. Los gritos –o en muchos casos, las carcajadas– de las otras personas siempre le añaden un nivel de significación fenomenológica a la película que se está viendo. Cualquier filme se puede volver más espeluznante –o en ocasiones, soportable– gracias a la presencia y reacciones físicas y verbales de los otros espectadores. De esta forma, el cine de terror transforma la sala de cine en un acontecimiento donde lo que no es bien visto durante la proyección de otro tipo de películas –p. ej., hacer ruidos, comentar, retorcer el cuerpo– es aceptado y casi necesario para disfrutar de las películas de este género. Claro está, estoy proponiendo una situación utópica donde la película dicta pautas que el público sigue al pie de la letra y no la falta de educación y consideración que encontramos actualmente con el uso de celulares y hasta iPads durante la proyección de un filme; pero esa es otra historia.
Las reacciones físicas descritas anteriormente son parte de lo que hacen al cine de terror divertido y placentero. También sirven para justificar su inclusión en lo que Carol Clover y Linda Williams han definido como los body genres o “géneros del cuerpo,” que también incluyen la pornografía y el melodrama. Tenemos que tomar en cuenta que estas reacciones en el público están ligadas directamente al énfasis en las representaciones de cuerpos golpeados, agraviados, cortados y destrozados. Desafortunadamente, la mayoría de los cuerpos heridos, maltratados y descuartizados en estos filmes tienden a ser los de personajes femeninos. De esta forma, el horror se vincula directamente a la diferencia de género. Esto ha llevado a muchas investigadoras feministas como Clover, Williams y Shelly Stamp Lindsey a proponer que las diferencias de género constituyen el tema principal o el problema central en las películas de terror. Para Robin Wood, quien se posicionó como un crítico feminista desde el principio de los 1970s hasta su muerte en 2009, la noción del horror es mucho más amplia que la diferencia de género (aún cuando lo incluye). El horror siempre gira en torno a la manera en que las ideologías de la sociedad heteronormativa intentan reprimir los grupos sociales que amedrentan su poder, ya sea por sus diferencias en terminó de género, raza, etnia, clase, nacionalidad o preferencia sexual, entre muchos otros. Esto hace que la figura del monstruo esté ligada a las otredades que la sociedad dominante no quiere reconocer o aceptar pero con las cuales tiene que lidiar ya sea mediante su rechazo y, si es posible, su aniquilación o mediante su asimilación, la cual neutraliza sus diferencias e intenta convertirlos en réplicas de la heteronormatividad.
La parte más fascinante y escurridiza del cine de terror se relaciona con las transformaciones históricas que sufre lo que denominamos como horrífico y aterrador. Muchas cosas que asustaban o atemorizaban en décadas pasadas son risibles en el presente. Además, los desarrollos tecnológicos relacionados con los efectos especiales del cine –sobre todo los visuales– hacen que lo que anteriormente considerábamos representaciones “realistas” o verosímiles tanto del cuerpo como de la violencia que el mismo puede sufrir, ahora parezcan ridículas y caducas. De igual forma, estas formas contemporáneas de visualizar actos feroces, agresivos, sadistas y mortales pueden ser excesivamente gráficas, escabrosoas y nauseabundas, como lo evidencian las series de Saw [http://www.youtube.com/watch?v=b1lgXhFbXy4] y Hostel [http://www.youtube.com/watch?v=YKN_Toym8fA]. Aunque continúo yendo a ver cine de terror, lo hago de una manera mucho más selectiva. Reconozco la necesidad de este tipo de películas en nuestra cultura mediática, ya sea como entretenimiento, como una fuente fértil de las actitudes culturales hacia el sexo y el género (Clover), como una visión excitante a los contenidos prohibidos del Id, sobre todo del sexo y la violencia (Derry), o como una válvula de escape para las frustraciones y ansiedades de un sector particular de nuestra población. Prefiero ver películas que no vayan al extremo de la repugnancia (como diria Noël Carroll). Por lo tanto, no tengo planes de explorar mucho el torture porn [http://en.wikipedia.org/wiki/Torture_porn#Torture_porn] o cintas como The Human Centipede. Sí me interesa mucho ver La casa muda [http://lacasamuda.com/] y Juan de los muertos [http://www.juanofthedeadmovie.com/lang/es/] porque quisiera entender mejor las formas que el género de terror está tomando en América Latina en estos momentos.