Claudia Becerra nos invita a un nuevo viaje
Escribir sobre poesía siempre es tarea difícil y hasta arriesgada, especialmente si comentamos textos poéticos de nuestros días, especialmente esos que tienden a ser crípticos, hasta herméticos. Muchas veces para entrar en el mundo que propone y crea la poeta, dependemos de claves que nos ofrezca ella misma en sus poemas. Esto me ocurrió con la lectura de Versión del viaje (San Juan, Folium, 2018) de Claudia Becerra. Este, su primer poemario, es un breve texto que leí varias veces dejándome llevar por un extraño ritmo interno que permea sus poemas —raro porque estos no tienen patrones métricos ni rima fijos— y que atrae al lector o, al menos, a mí me atrajo desde la primera lectura. El libro también atrae porque sus poemas están compuestos por una red de imágenes —barco, mástil, isla, redes, orilla…— que se repiten y parece crear un gran patrón. ¿Qué quiere decirnos la poeta con estos tropos que, obviamente, fueron importantes para componer el libro?
Ya tras una segunda lectura del poemario creí haber dado con una posible clave para entenderlo; se trata de un poema que nos ofrece el arte poética de la autora, su visión de la poesía:
entonces empuño la huella contra el camino
ya sea en ofensiva o en contraataque
en retrospectiva o anticipando
un forcejeo con aquel enemigo invisible
—tal vez inventado—
sin causa o, incluso, sin cause,
como sucede en la escritura y sus orillas…
La poeta se enfrenta a lo desconocido—“aquel enemigo invisible”— o a un mundo que quizás solo existe porque ella lo ha construido, “tal vez inventado”. Se enfrenta, en verdad, a la clásica página en blanco de Mallarmé. Pero al así hacerlo parece tener un cierto grado de certeza en ese enfrentamiento ya que el blanco no es solo el color de la página vacía, de lo que aún no se ha escrito, sino es el objetivo, el punto al que se quiere llegar; es el blanco al que hay que apuntar y alcanzar no por un golpe de dados echados al azar, sino de la recta flecha de la escritura:
…el blanco es blanco de tiro que suele escurrirse
súbito, y uno tan solo
da con el poema como quien golpea
una puerta alta y sin manija,
sin saber ya hacia qué lado abre la mirilla…
A pesar de que el blanco (vacío) es el blanco (objetivo), la poeta se reconoce frente al misterio de la creación que es para ella, “…un llamado, / cada vez más ajeno, pero que igual se aguarda / con la certeza de una visita improbable”. Esa visita, ese llamado lejano y ajeno, esos golpes en una alta puerta sin manijas que, de tenerlas, usaríamos para controlar la entrada, todas esas imágenes definen para la poeta el proceso de creación y de la obra misma. A partir de esa clave que nos ofrece en el cuarto poema de la segunda parte del libro, comencé una vez más a leer el poemario completo que siempre mantenía para mí un atractivo tono de enigma y de juego. Y esa clave me ayudó a hallar otras de las muchas que existen en el poemario. Es que este se puede leer como una tabla de ajedrez poético que la autora le presenta al lector a quien invita a un partido que intenta llegar a “la certeza de una visita improbable”.
De momento, las piezas —no todas, sólo algunas, humildemente aclaro— empezaron a caer en lo que parecía ser su puesto en un gran plan creado por la autora. Como lector me sentía más seguro ahora porque, tras el descubrimiento de esa clave, la repetición de imágenes iba creando un patrón o un sistema propio, sistema o patrón que nunca llegamos a entender con certeza absoluta, pero que sirve para aclarar en cierta medida —solo en cierta medida— el sentido del texto como totalidad, como conjunto que crea un amplio cuadro.
Titubeo en mis afirmaciones porque estamos en un ámbito de probabilidades, ya que la posible certidumbre es sólo de “una visita improbable”. En la poética de Becerra está por un lado la certeza y por otro, la improbabilidad. El choque de estos opuestos podría producir una aporía o una suerte de empate entre el lector y la poeta. Pero por suerte, en este caso el encuentro de opuestos produce un hermoso poemario que atrae, entre otras razones, por el misterio y el llamado de lo improbable o de lo indescifrable.
El ejemplo de otros poetas —Becerra no oculta su nombre: Juan Ramón Jiménez, José Lezama Lima, Blanca Varela, Ida Vitale aparecen en los poemas o en los epígrafes del texto— le sirve de guías en este viaje poético que tiene una larga historia en la cultura occidental. Nos podríamos remontar a Homero y a su Ulises, pero solo me remontaré a Lezama y Juan Ramón. Así lo hago porque Becerra ha leído con detenimiento y de manera crítica el famoso “Coloquio con Juan Ramón Jiménez” (1937) donde el poeta cubano, entonces muy joven, dialogaba con el maestro español sobre el sentido de ser isla y sobre la esencia de la poesía. Becerra emplea esa discusión entre los dos titanes —y también aquí está presente Pedreira con su Insularismo, aunque a este no se le cite— para revisar ese gran tema que permea todo su poemario: ¿Qué es ser isla? ¿Cómo está relacionada la poesía con el carácter de lo insular?
El poema que me ofreció la segunda clave y que tiene, en una primera instancia, en una primera lectura, un tono no solo de prosa, sino hasta específicamente de ensayo, se titula apropiada y reveladoramente “Coloquio sobre el espíritu-isla”. El poema nos remite a un problema que preocupó mucho a Jiménez, especialmente en su último periodo: ¿por qué presentar el poema en forma de versos o renglones cuando no hay ni métrica ni rima fijas? ¿Qué diferencia hay entre un poema en prosa y uno en verso libre?
Repito que en la primera lectura “Coloquio sobre el espíritu-isla” suena a ensayo; para constatarlo solo hay que ver cómo comienza: “Hay que mirar al centro le dice Juan Ramón a / Lezama. Durante este coloquio es centro todo lo / que no tiene mar ni vislumbra una orilla.” ¿Por qué esa fractura de la prosa en versos, en renglones que a primera instancia parecen forzados y falsos? En muchos otros poemas se hace evidente este mismo problema o esta idéntica pregunta. Es que los versos de Becerra se llenan de encabalgamientos y de rupturas sintácticas. Pero este es un problema que hay que dejar al rescoldo. Lo que importa ahora es la temática de la recreación de la amistosa confrontación entre los dos poetas en su discusión sobre la esencia de lo poético y lo insular.
En esa recreación del famoso coloquio, Becerra se alía con el cubano: “…todos somos Lezama en esta / evocación”. Y más tarde esa identificación o alianza se refuerza: “Pero si fuera Lezama / Lima le diría a voz tan clara…” La identificación se refuerza pero a la vez se quiebra ya que la poeta se atreve a adoptar la voz del cubano y decir lo que este no le dijo al maestro:
…en una isla, vivir de la orilla
adentro, sería como juntar un amasijo de versos en
prosa continente y pleno acto siguiente, deshacer
hemistiquios.
Esta es la conclusión del poema y es importante porque hace claro que la posición de Becerra es muy ingeniosa, hasta brillante, ya que por un lado, apoya al poeta antillano, pero, a la vez, va más allá que él al presentar ideas que a este no se le ocurrieron. Pero Becerra aquí da otro paso más y explica su forma de trabajar, en este texto y en gran parte de su poesía: esta se puede relacionar con la prosa, hasta se puede basar en ella, pero se llega a la poesía porque la deshace, para así crear, paradójicamente, una nueva poesía. El proceso es ir de la prosa, a la poesía, para llegar a una nueva poesía. El poema que leemos a partir del coloquio entre los dos poetas, que parte de la prosa y tiene un tono ensayístico, se convierte en la página del poemario en poema, pero la poeta deshace los recursos poéticos que se han creado en el proceso: “juntar un amasijo de versos en / prosa continente y pleno acto siguiente, deshacer / hemistiquios”.
La explicación de estas dos claves que nos ofrece la poeta misma en sus versos y que me ayudaron a hacer una lectura del poemario sirven para plantear mi visión de Versión de viaje como una partida de ajedrez, como un deleitoso y productivo juego entre la poeta y sus lector. Pero hay otras, muchas otras maneras de leer estos poemas. Aunque sólo apunto a estas dos aperturas que descubrí al leer Versión del viaje, intuyo que hay otras; sé que las hay. Por ejemplo, el texto o parte del mismo se podría leer desde una perspectiva erótica ya que la poeta nos ofrece suficientes imágenes para sustentar tal lectura:
…Un vericueto por donde adentrar el dedo:
pálpalo. Tendrá algo de túnel intransitable, tal vez,
de regazo entre perdido y abierto…
…dueño del mástil,
no sabes a dónde enrumbar la risa ni en cuál
de tus parajes hacer anclaje.
Pero esa sería otra lectura que me llevaría por otros caminos y rompería con la unidad que intento darle a estas páginas que también y quizás de forma atrevida y hasta pretenciosa quiere tener un centro crítico que se pueda observar desde la orilla de la lectura de quien se acerque a ellas.
Mi lectura quiere servir de invitación para que otros lectores se acerquen a este poemario y jueguen al ajedrez poético con su autora. Ella invita. Pero también mi lectura quiere darle la bienvenida a una nueva poeta que comienza su viaje literario con un hermoso y brillante poemario. ¡Bienvenida sea!
Ya Baudelaire nos ofrecía una “invitación al viaje” y Becerra, con sabiduría y capacidad poéticas que parece de una escritora mucho mayor, sabe que todo viaje es una versión de este. Cortacianamente y a partir de la lectura de este excelente poemario digo, pues, que todos los viajes, el viaje.