Colette: liberación
En la apócrifa “The Wife”, un ganador del premio Nobel de literatura ha usado a su mujer para que escriba las novelas que la han dado fama y poder a él. En la sutil, pero franca, “Colette”, sucede lo mismo, pero es un caso verídico que refleja el estado civil y legal de la mujer en la Francia —particularmente, Paris— de fines del siglo XIX y principios del XX. “La Belle Époque”, que comenzó con el fin de la guerra franco-prusiana y duró hasta el comienzo de la primera guerra Mundial, estaba centrada, sin ninguna duda, en Paris. El arte, la literatura, la arquitectura (la entonces controvertible torre Eiffel), los inventos como el cine, surgían de un lugar que atraía el talento del resto del país y el extranjero. A esa capital acude una joven llamada Sidonie-Gabrielle Colette (Keira Knightley), luego que contrae matrimonio con el autor y editor Henry Gauthier-Villars (Dominic West), que usa el nombre Willy como nom de plume. No trae dote a su unión, de modo que está a la merced del hombre, que es más de diez años mayor que ella. Un libertino, jugador, bebedor y despilfarrador, tenía un grupo de escritores a quienes, básicamente, explotaba. Entre ellos estaba Marcel Schwob, quien eventualmente habría de influenciar con sus cuentos cortos a Borges y a Bolaño. De todos modos, los hábitos de Willy lo mantienen en una situación económica precaria. Se le ocurre que su mujer escriba unos libros en los que se relatan sus memorias y aventuras de cuando era una niña y principiaba la adolescencia. Los libros resultan ser una sensación, y su narradora, Claudine, se convierte en un modelo femenino para todas las mujeres jóvenes, primero de Paris y, según pasa el tiempo, del país.
A pesar de que muchos sospechan quién escribe los libros, Willy se lleva la gloria y la mayoría del dinero. Aunque quiere mucho a su esposa, Willy continúa sus conquistas y sus “libertades” con otras. Como muestra de su cariño, le regala una casa de campo a Colette, pero las mujeres no podían poseer propiedades en esa época en Francia, de modo que él lo controla todo. Lo que no puede controlar es a Colette. Esta desarrolla una serie de relaciones lésbicas que, para poder seguir haciendo lo suyo, él fomenta. De hecho, en una ocasión, comparten amante: una americana de Luisiana casada con un viejo multimillonario rico de petróleo.
La película es hermosa. El cinematógrafo Giles Nutgens, quien fotografió una de las mejores películas de 2016, “Hell or High Water”, le ha dado al filme una superficie visual que recuerda los cuadros de Gustave Caillebotte, no solo en su composición y colorido, sino en las actitudes y las poses de las personas que se mueven ante la cámara, y, en una escena en que unos trabajadores pulen los pisos de la casa de campo que Willy le ha regalado a Colette, casi duplica un cuadro realista de este impresionista “light” (me refiero a sus temas, no a su talento). Me refiero al espectacular “Les raboteurs de parquet”, que tanto he admirado en el Musée d’Orsay. Hay también toques de Édouard Manet y Fantin-Latour que, complementados como están con el vestuario de Andrea Flesch, nos remontan a las calles y los parques de Paris en la bella época. La magia de la puesta en escena es magnífica, ya que la cinta se filmó en Budapest.
La narrativa del filme es bastante tradicional, tal vez tratando de que contraste con las muchas escenas lésbicas, pero se cuida de no restarle a estas su impacto e inmediatez, ni al hecho incontrovertible de que fue una de las expresiones sexuales de la autora. A pesar del enfoque tradicional, el mensaje de la cinta —liberación personal—, su belleza y las actuaciones, hacen necesario verlo.
Keira Knightley parece haber nacido para representar heroínas de los siglos XVIII, XIX y principios del XX. No que no pueda hacer papeles de mujeres que viven en nuestra época, pero pocas actrices habitan esas fechas antiguas tan bien como ella. Hay algo en su rostro hermoso que inmediatamente que la vemos aceptamos que no es del momento que vivimos. Uno no se la imagina escuchando rap o reggaetón, sino bailando un vals o un minué, o montándose en un globo durante la exposición mundial de Paris en 1900, después de haber ido por los Champs Élysées en un carruaje acompañada de Sarah Bernhard y haber posando para Nadar. Su actuación en esta cinta es una de las mejores de su carrera e, intuimos, que aún quedan muchas por venir.
La revelación del filme es Dominc West como Willy. Este magnífico actor que contribuyó enormemente al éxito artístico de la serie de HBO “The Wire” (2002-2008) hace de su personaje un compendio de contradicciones: tierno y cruel, amoroso y odioso, ambicioso y autodestructivo, talentoso y pueril, que parcialmente explican por qué Colette se mantuvo a su lado por tanto tiempo. La actuación de West es, para mí, una de las mejores del año.
Muchos tal vez no conozcan a Colette como escritora, pero se le considera como la más grande escritora francesa de todos los tiempos. Su obra más conocida es “Gigi”, que tal vez puedan ver su versión musical fílmica en las redes. Lo más importante es que la autora abrió puertas para que a las mujeres se les respete por su talento y que, igualmente, se respete la orientación sexual de todos.