Como quien se dice relájate y coopera
Leí para ponerme en otro lado, para irme a un más allá. Como necesidad. Nada nuevo, cierto, pero en el encierro eso cobró otro gusto, otra contundencia, otra seducción.
Leer para brincar la verja. ¿Adónde? A otro lado cualquiera con tal de pasear, evadirse, preservar el mínimo de bienestar mental requerido para (sobre)vivir la pandemia y la disciplina cuartelaria y el dogma higiénico y la cancelación del cuerpo a cuerpo y todos los extras que desbordan ese menú.
Leer para irse a un cierto carajo, buscando chamanes para capear las crisis que se agolpan y uno velando por las ventanas a ese cuco/virus que para mayor angustia ni se ve.
En algún momento me puse intransigente. No más noticias sobre los avances de la pandemia. No más números, ni alarmas, ni desastres gubernamentales ni torpezas. Cero tragedias, desolación, debacle. Me agobié del apocalipsis pandémico y de todos los que capitalizan y gozan con ello. Y seguí leyendo con el mejor criterio que pude en momentos como este que te pillan desprevenido.
Entre lo leído un libro de Adam Ford llamado El arte de vivir en la ciudad. Texto interesantísimo por lo simple y provocador. Un híbrido entre manual de uso citadino, libro de viajes, reflexión de vida urbana, apuntes para vivir bien en la ciudad, consejitos sobre plantas, sobre galerías de arte, para andar en las calles, para visitar museos y hasta de cómo criar gallinas pero siempre atento a lo que te rodea.
De Ford anoté algo puntilloso: No intentes hacer demasiado, date tiempo para enfrentarte a la experiencia con atención plena. Ahí está, zanjé convencido, el consejo que necesitaba para bregar en estas lides pandémicas. Date tiempo. Enfrenta la experiencia con atención. Y eso me propuse, enfrentarme a esta experiencia atentamente, deslizarme, como quien se dice relájate y coopera.