Con el permiso de los que tienen electricidad
Que hagan más los que más tienen, que asuman más quienes más pueden. Los que somos más privilegiados debemos tener un sentido ético en todas las faenas de nuestra vida. Pues bien, el momento que vivimos es uno crucial. No tener electricidad por tanto tiempo está desde ya cambiando nuestra vida y nuestras posibilidades de vida futura. Nuestra familia y nosotros mismos nos deterioramos en todas las áreas de nuestra vida. Así opera la estructura a gran escala y la falta de electricidad es solo ahora un medio burdo para darnos cuenta y hacerlo patente.
Ya hay una larga historia de que quienes menos pueden y tienen subsidian con sus sacrificios a los que más. La forma en que el gobierno ha manejado este servicio esencial acrecienta esto. No es lo mismo los estudiantes que a esta altura no tienen lugar con electricidad donde hospedarse y estudiar que quienes sí lo tienen, lo veo a diario, me da coraje, y eso los pone y los mantendrá siempre en desventaja, no importa cuan inteligentes, hábiles y cuantas destrezas tengan. No importa su talento, estarán y están en desventaja. Tampoco es lo mismo para nosotrxs lxs profesorxs el cómo sobrellevar la carga académica y lo que se espera de nosotrxs, llevarla estoicamente y con dignidad, pero en el agotamiento invisible, viendo a otros que tienen más hacer mínimos cuando una hace más con menos y se presume que todxs estamos en igualdad de circunstancias, y ni hablar de los empleados, por ejemplo. Hay que atar este esquema de la electricidad con una estructura de desigualdad que se va reproduciendo a sí misma.
La electricidad no es el único medidor, claro está, pero en esta situación es uno bien evidente si una mira que hay quienes tienen apoyo, ahorros, patrimonio y alternativas y quienes simplemente no la tienen por la estructura en que ya vivían y la que vienen arrastrando en sus vidas desde que nacieron. No hay luz para todxs, pues que los que no tienen ni tendrán, sean relevados sin castigo de parte de su carga sin consecuencias con las que tengan que cargar el resto de sus días. No puede ser que se sigan deteriorando, endeudando (aún más!!), hundiéndose más aún en las circunstancias de desventaja que ya le precedían a esta debacle.
Quizás un primer paso es atreverse a hablar, a decir lo que nos sucede en nuestros lugares, desde los círculos familiares y de amistades, hasta nuestros respectivos espacios laborales, universitarios, etc.
Preguntarle a quienes nos rodean cómo les va, cómo sobrellevan los días y hacer de eso un tema común a todxs y no solo a quien tiene «el problema». Sobre todo, dejar el estoicismo laboral que es muy complaciente para quienes permanecen inalterados, patronos y otros en esta debacle porque no tienen que lidiar con las necesidades reales que tienen empleados, estudiantes, profesores, colegas, trabajadores en todas las escenas laborales. Porque la premisa es que todo está normal y que cada cuál asuma su carga individualmente. Parece sencillo pero no lo es.
Hay que demostrar que no somos robots y que tenemos necesidades y angustias individuales y colectivas porque aunque los problemas nos los hagan ver individuales, son colectivos y nos conciernen e implican a todxs. No hay que sentir culpa ni verguenza en nuestros empleos por decir que todavía no tenemos luz y que se nos hace duro lidiar con la cotidianidad. Eso parece fácil pero es muy difícil porque hemos privatizado hasta nuestros dolores, angustias y necesidades en una catástrofe colectiva, asuntos que son políticos en el sentido del país o de nuestra comunidad, lo asumimos como propios y, como tal, si no logramos atenderlos se ve como un fracaso personal.
Pues NO. Hay que romper con ese silencio, y romperlo incomoda porque parece aguafiestas del lugar común celebratorio, el que todo lo aplaude, el de «aquí todo está bien» o «no pasa nada» o «nos levantamos rápido a producir», ¨»mira que laboriosos somos los boricuas», «mira que felices están los estudiantes», «mira que bueno que ya todo está corriendo normal, aplausos»…
Acaso sea ese el acto de mayor opresión en estos días. Hay que romperlo y ese es quizás el acto de mayor resistencia. Por ahí empezar. No autocensurarnos. No todos estamos llevando esto de igual manera, no todos lo pueden manejar con iguales recursos, ni con el mismo capital económico o capital social, y eso hay que plantearlo en todos sitios, aunque incomode. Qué hacer con esa realidad para convertirla en algo político, en acciones públicas y colectivas es lo que nos toca atender… entre tantas otras cosas.