Conejos merodeando la ventana
Frente a un monitor
al que se le ha frisado la pantalla,
me miras mientras hablo,
escribes mientras te miro, a veces.
El mal día retratado en los teclados
impide desnudarse.
Algo se cierra con tanta geografía
entremedio.
Palabras caninas
adquieren matiz de apodos.
Los pezones se vuelven lámparas
en la oscuridad sin derechos.
No analices los sueños.
Ciberamémonos unos a otros.
Mirando al lente
para mirarte a los ojos.
Un fraude óptico
en la pantalla en la que escribo:
You’ve been placed on hold.
Please wait.
~
Una casa que aspira a contenernos
es una casa en la que sólo respiras.
El agua se rebela. No se calienta. Se desborda.
Despiertas y hay una montaña enorme que te contempla.
Despierto y hay conejos merodeando la ventana.
No hay conejos en tu montaña ni montañas en mi ventana.
Una casa no respira sola. Una relación es una cadena
de latidos, desvelos y trabajos atrasados.
Defender la escritura de ardillas que atormentan la noche,
construir una cabaña con cenizas de cigarro.
Una casa en espera de dos cuerpos para una vida
quiere ser una casa paciente pero el agua está fría,
los aviones no nos acercan,
las defensas se atraviesan como montañas
y aún no vemos al otro lado lo que seremos.
~
Tendrás un pez
que morirá de olvido.
Te dirá que la paciencia
es una nube de burbujas,
esperarnos como en un arrozal
que se seca,
sobreviviendo
con poquito oxígeno,
cada uno en su burbuja,
con la esperanza del monzón.
~
tu terca búsqueda de amor
«Velando mi sueño de madera»
–Aurea María Sotomayor
De la casa que ardía
hiciste una maqueta
para arder sobre un cuerpo.
¿Habitaremos
la pequeña red de cenizas
esculpidas en la memoria
de las casas que ya siempre
y nunca arderán? ¿Qué pez
velará nuestro sueño sin maderas?
~
Desempaqué un puñado de palabras
que dejamos olvidado en una libreta.
¿Seremos eso?
Un poema a dos manos escrito en un momento de papel y saliva.
Lo olvidamos y nos llega en el futuro.
Lo encontré en la libreta roja
llena de caminantes
con el auricular en una esquina de luz.
Mirar el Ajusco, como hacer la cama,
hasta que la montaña deje de moverse,
los cuerpos recuperen
el compás del musgo,
se esfume el olor
a fuego que viene del bosque.
Barquito de papel,
besos de náufrago,
infancia de mitocondria,
dragón que no se deja nacer,
cachorro de la medianoche en el rompeolas de playa Mosquito,
cuestionador de acertijos
en la superficie blanca de una ficha de dominó,
doble cero de la suerte,
que no ardan aún nuestros muelles.
~
Cuenca de los ojos, ala fiebre,
ave marina, mosquito de la destemplanza,
no vengas a mí, cáscara amarilla,
no me cantes canciones de amor que no puedo bailar.
Los gatos en la cama
se acomodan en la silueta de lo que no ves,
este pensar en si hay
que regenerar como rabo de lagartijo.
Los animales se acumulan.
Aquella vez, el pajarricidio,
esta vez, el gato Pez vomitó una lagartija llena de lombrices,
hay cuatro animales en esa oración y sólo es uno,
te saco del cuerpo, amor,
pero dudo cuando me dices
convalece en el jardín de yerbamala.
No iré. Ahí no se puede sanar.
No hay fuego ni volcanes
desde la ventana. No estás,
murciélago amado, para decirme
sana golondrina de la tarde,
no escribas palabras de náufrago,
mientras se hace otro incendio,
cuando hemos quemado hasta el Ajusco.
Nada quiere la fiebre de los que se desaman.
Hubo otro calor,
después de los relámpagos en la bahía,
te hizo expulsar con salpullido el amor,
fiebre que brota reptiles de luz indómita del cuerpo,
la suerte de no ser cuando se desova.
De niña tardé en pronunciar la palabra murciélago.