Conservadurismo: estabilidad y privilegios
Contemporáneamente los conservadores defienden la economía capitalista, pero en términos neoliberales (“libre” mercado). Previo a la reforma keynesiana-fordista de mediados de siglo veinte preferían que el capitalismo industrial se auto-regulara mediante el mercado. Durante el predominio de la regulación estatal keynesiana (1940-1980) el conservadurismo promovió un grado menor de intervención. A partir de la generalización de las crisis fiscales de los estados (década de 1980 en adelante) han propuesto desmontar las reformas keynesianas y regresar al “libre” mercado. Para ello se valieron del supply side economics: para el keynesianismo las crisis capitalistas resultan de demanda insuficiente, por lo que propone intervenir en la economía aumentando la demanda agregada mediante el incremento en el gasto público con elementos redistributivos; pero el neoliberalismo prefiere intervenir en el lado de la producción facilitando la actividad de las empresas reduciendo los costos de operación y eliminando la regulación económica que obstruye el “libre” mercado. Alrededor de 1980 los gobiernos de Margaret Tatcher y el estadounidense de Ronald Reagan fueron pioneros en este impulso al poder de las grandes corporaciones que redujo el grado de intervención económica del Estado. Esto incluyó: privatizar corporaciones públicas (disminuir el gasto gubernamental de un gobierno en quiebra y fomentar las empresas privadas); despedir empleados públicos (reducir el presupuesto gubernamental); sustituir las estructuras de impuestos progresivos por impuestos regresivos (eximir a las grandes corporaciones e implantar impuestos al consumo, los que afectan más a los pobres); eliminar leyes de protección laboral (ensanchar el poder de los patronos sobre sus empleados y aumentar las ganancias reduciendo los salarios); desregular el sector financiero (favorecer a los inversionistas); y eliminar aranceles (facilitar las operaciones del capital transnacional). Sintetizando, el conservadurismo contemporáneo asume el neoliberalismo económico, el regreso al “libre” mercado, a la libertad (poder) de los mercaderes, de los propietarios de las empresas.
Los conservadores miran con recelo a los ambientalistas. Dado que los reclamos de este movimiento tienen como consecuencia la regulación estatal del funcionamiento de las corporaciones, esta tendencia plantea que esto obstruye la actividad económica. También en la dimensión ecológica priorizan las ganancias de los empresarios.
¿Qué piensan los conservadores sobre las estructuras políticas? Ante el avance de las revoluciones burguesas, ser conservador transformó su significado de defender las monarquías absolutas a aceptar monarquías constitucionales y parlamentarias, versiones moderadas de participación democrática. En la medida en que las clases no propietarias y las mujeres fueron conquistando el derecho al voto, esta tendencia dejó de oponerse a la adquisición de ese derecho y aceptaron el sufragio universal como parte del orden institucional; su tarea pasó al plano de la persuasión. Su concepción de democracia incluye aspectos autoritarios, como un paradigma represivo de la justicia, la oposición a la legalización de drogas y el apoyo a la pena de muerte; la propensión de los conservadores a aumentar el gasto militar y policial es parte de este autoritarismo asumido con respecto a las estructuras jurídico-políticas.
La perspectiva conservadora de la moral es tradicionalista. No simpatizan con el feminismo, pues ven en la crítica al patriarcado y en la promoción de la equidad de género unas amenazas a la familia y a la tradición. El movimiento LGBT+, les parece altisonante: no aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo ni que las parejas del mismo sexo adopten hijos; tampoco las exigencias de respeto a la identidad de género de las personas trans; por el contrario, fomenta el heterosexismo. Usualmente las instituciones religiosas son fuertes propulsoras de este tipo de creencias, presentadas como “valores”; la oposición a esto se interpreta como inmoral y pecaminosa. El conservadurismo encuentra en el patriarcado un importante arsenal de ideas.
Durante las revoluciones democrático-burguesas (siglos 18 y 19) el ancient regime (economía feudal, Estado monárquico, unión iglesia-Estado, tradicionalismo moral…) era protegido por los viejos sectores dominantes (nobleza terrateniente, familia real, clero…); y muchos capitalistas esgrimían las propuestas liberales (“libre” mercado, libertades de expresión, de organización política y de religión…), que en ese momento eran revolucionarias. Pero, con los triunfos de las revoluciones burguesas, la clase capitalista se convirtió en la dominante y tendió a resguardar el nuevo orden dentro del cual gozaba de privilegios económicos y ostentaba el poder político. La intención capitalista de aumentar sus ganancias está en contradicción con ese conservadurismo: su deseo de acumulación exige desarrollar las fuerzas productivas (para explotar más intensamente a los trabajadores) y también diseñar nuevos objetos de consumo. Esas metamorfosis en el trabajo y el consumo suscitan nuevas subjetividades, frecuentemente incompatibles con las tradiciones. Dicho de otro modo, al cumplir su objetivo económico, la burguesía socava los fundamentos de su dominio.
Pero los capitalistas no son los únicos que adoptan el conservadurismo. Los pequeños burgueses y los campesinos viven en la fragilidad de poseer modestos medios de producción, por lo cual conservar lo existente (resguardar su propiedad privada) les atrae. Ante el arrinconamiento que le imponen las grandes corporaciones, necesitan la intervención Estatal; una mediación protectora de su privilegio de propietario y de las relaciones capitalistas que contienen la posición de gran empresario a la cual aspiran. Además, los medios de vida de pequeños burgueses y de campesinos frecuentemente son pequeñas empresas familiares: allí las relaciones socioeconómicas están enlazadas con relaciones patriarcales; por esto la tradición es fuerte en este grupo, y más aún entre campesinos por su distancia con respecto al cosmopolitanismo urbano. Pero el conservadurismo también penetra en los obreros, entre quienes recluta mediante la defensa de la moral tradicional; realiza esto en oposición a la moral modernista y liberal promocionada por las izquierdas, las que quedan perplejas ante el apoyo de muchos obreros a su opresor. Dado que la iglesia suele ser la institución social de participación cotidiana más significativa para las personas con poca educación formal, es predecible que parte de esta clase asuma el tradicionalismo moral de esa institución y vote por partidos conservadores. El lumpenproletariado también es fuente significativa de apoyo a estos partidos. Su pauperismo económico, su limitada educación formal, su fundamentalismo religioso y los altos niveles de violencia que viven (en su privación, en el crimen organizado, en la represión estatal…) los llevan a justificar el autoritarismo político, la distribución desigual de la riqueza y a adoptar un patriarcado muy duro.
Pero la burguesía, además de controlar los medios de producción, controla los medios de divulgación de ideas. Ya mencionamos a la iglesia como impulsor de moral tradicional; pero la familia, la prensa, las escuelas, el aparato publicitario, la industria musical también operan como lo que Louis Althusser llamó Aparatos Ideológicos de Estado (AIE): instituciones que, aún no siendo estatales, cumplen la función estatal de reproducir las relaciones sociales vigentes. Esta reproducción se realiza difundiendo “ideología”, representaciones cónsonas con la opresión. Esos AIE generan lo que Antonio Gramsci llamó “hegemonía”: la adopción de la visión de mundo de la clase dominante por parte de clases subalternas. En este proceso los intelectuales (educadores, periodistas, clérigos, artistas…) cumplen el rol crucial de diseñar, producir e implantar ideología burguesa, de la cual el conservadurismo es la tendencia principal. Una vez las revoluciones burguesas se han institucionalizado, los AIE cumplen la función de divulgar ideas reproductoras del orden social. Pero la sed de ganancias lleva a los capitalistas a crear nuevas mercancías, lo cual, sobre todo a partir del fordismo y su cultura de consumo, engendra sujetos cercanos a un hedonismo propio de un liberalismo cultural, típicamente discordante con el conservadurismo.
Es pertinente notar la relación entre el nivel de auge del conservadurismo y su contexto. El avance más reciente de esta perspectiva surgió en la década de los ochenta del siglo veinte. Las intensas luchas que caracterizaron la década de los setenta desembocaron en un triunfo de los poderosos y en la derrota de las izquierdas políticas y de los movimientos sociales de los sub-alternos. Desde entonces el tipo de ideas que examinamos han ganado terreno dentro de las dimensiones sociales que hemos expuesto.
El conservadurismo encuentra un reto en la contradicción que emerge de la jerarquía. Por un lado, los defensores del orden establecido (en última instancia los capitalistas) cuentan con los recursos económicos y estructuras confeccionadas para reproducir lo existente; y han usado esos factores para intensificar la opresión de la cual brota su privilegio. Pero esto generó una crisis: las medidas neoliberales reducen la demanda agregada, lo que profundizó la crisis económica y pauperizó a sectores de medio y bajo ingreso. El neoliberalismo engendra malestar e inestabilidad: incrementa la cantidad de sujetos que necesitan un cambio y la intensidad con la que lo desean. Ante las movilizaciones populares masivas surgidas de ese malestar, gobiernos conservadores como los de Puerto Rico (Rosselló, hijo), Estados Unidos (Trump) y Chile (Piñera) responden con represión, poniendo en entredicho la vocación democrática de este tipo de pensamiento.
Es importante distinguir el conservadurismo de otras tendencias cercanas. El fascismo intensifica las opresiones asumidas por el conservadurismo (o este es la moderación de aquél); además, los conservadores intentan respetar las formas (incluso la democracia que los fascistas la deploran) y sustentan un nacionalismo menos xenofóbico (elemento fundamental para los fascistas). La democracia cristiana y el conservadurismo coinciden en la moral tradicional; pero sostienen posturas distintas ante el capitalismo: la primera critica sus aspectos más brutales y propone asistencia social para los más pobres; el conservadurismo es neoliberal. El conservadurismo y el liberalismo clásico concuerdan en promover el capitalismo neoliberal, pero difieren en cuestiones morales: los conservadores son tradicionalistas y los liberales son modernistas. La imagen adjunta ayuda a entender las relaciones entre esta cosmovisión y otras tendencias políticas. Noten que el diagrama usa el término “Populismo” para designar el área de la democracia cristiana, que esa tendencia debe colocarse al centro (no a la izquierda), que el conservadurismo debe ubicarse a la derecha (no llegar al centro) y que incorporo bajo el término fascismo a las tres tendencias que están arriba del conservadurismo.
En resumen, el conservadurismo defiende lo establecido por la tradición (economía capitalista y cultura patriarcal), lo cual reproduce los privilegios de los poderosos. Pero este orden es inestable, pues se yergue sobre la opresión de las mayorías y su clase dominante no cesa de modificarlo.
Referencias
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