“Continuidad de los parques”
“Un diálogo anhelante corría por las páginas …”
–Julio CortázarW. P. A. 1939
Desentrañar las siglas
para enriquecer el archivo, puesto aquí
entre el agua y los árboles. Y nosotros
en medio, salvando los signos
y los baches con nuestro animal.Las piedras acogen las pisadas
se inscriben en el lodo y nos escuchan:
resbalones y pausas, acertijos,
mas todo lo que va en silencio
se disuelve en el agua que entra y sale
del animal.Qué fresca se siente esa agua
pasando sobre aquella piedra
organizada para ti;
la ocupaste con esplendor
y ya nunca será la misma piedra
a partir de aquel día.Ni tampoco aquel segundo puente
puesto entre el árbol blanco
y la corriente clara que pasaba.
Tan elocuente el vestigio que dejan
las palabras en el aire de la tarde.
Aquí resuena tu voz puesta sobre el mantel de piedra.
Algo de aire funámbulo e indeciso
en suspensión deliberada.En el ámbito del titubeo
el tiempo clamaba por más tiempo,
un temor menos temor
una vida más vida.
Yo tan solo escuchaba.
Mañana
“el tiempo es un árbol que no cesa de crecer.»
—Blanca VarelaAhora se mueven las ramas.
No se agitan en la banalidad del aire
ni crujen recién despojadas.
Entonces, ni siquiera sonaban
y el viento atravesábalas,
a aquellas astas chocando contra algo
más allá de ellas.Estas, sin embargo,
todavía ostentan la ceniza,
pero otro peso las agita.
No tienen hojas, pero las prometen.
Basta palparlas para sentir
las henchidas
fulgurantes
mañanas.
No se puede decir
Un pájaro pasó entre ambos,
entre el papel lijado
y la letra que se posa en el blancor.Nada puede leerse en esa fuga
del sentido.
Algunos signos sobreviven
algunos signos
impalpables
subjetivos
enardecidos por el ansia.Sustraerse del sentido
sustraerse del papel
la figura flota
segura no
más incierta que la nada
rezuma lo indecible
para quien
no quiere ver.
Más lejos que
más lejos
la aproximación
es un tanteo
de insensatez.
De líneas amarillas, mas invisibles
Las sucesivas desapariciones
el amorvulnerado como un ciervo,
como esos que pastan en medio de la ciudad
y se aparecen, livianos flotan sobre la yerba
masticando rumoroso hálito verde entre sus patas.
Subiendo del bosquecillo y la colina desde donde
se avista la ciudad, un precipicio abrupto pero místico
por donde no se ve cuando el sol cae.
Aparecen allí entre sombras devotas y olorosas.
Cuidan a sus ciervitos como en redondel,
y te miran te miran confiados y apacibles
se entregan plenamente a tu contemplación,
con esos ojos redondos que nadie puede resistir
a menos que en una carretera solitaria y nocturnal
los golpees y mueres.
Pretalamio
La blancura en las paredes es el espanto de los días.
El viento pasa y congrega el hedor,
las nubes sobrepuestas y un paisaje sin luna.
Los testigos del hecho son estatuas ciegas.
Esperan y observan. No saben que otros mueren
mientras viaja el rumor.Las hojas caen pesadas como plumas de bronce,
devienen adoquines. Nadie pasa bajo la sombra
de esos árboles ciegos que allí estuvieron.
Todos se sostienen sin abrazo
creyendo amar.La gota horada aquel rumor y el eco es su sacrificio.
Desangrado, nadie escucha ni ve.
Cacareo
«El espíritu de aquello
que matamos
nos acompaña siempre.»
–Ricardo Rojas AyralaI.
Existe en la memoria una profunda expiración
de animal, sin jadeo, como si súbita
un giro de muñeca imaginara
una flauta. El aleteo entre fúnebre y naranja
se agita en el esplendor último
buscando oxígeno.Los ojos tan solo sienten la suavidad del aleteo
en sus brazos, una caricia lenta,
un sobresalto exacto, el escalofrío
del tacto anunciando un sonido
que será eco para siempre.El sonido sobrevive aquel momento
aquella escena desde el rito profundo
acogiendo la intimidad de la promesa:
sílabas de sangre nunca presentidas
repletas de candor e inciertas
yéndose por la garganta del animal.II.
Pude haber sido ese animal
que cacareaba lento
como si todo nos aguardara
después de dar vueltas en el aire.
Recogí mi propia sangre
cayendo sobre piedra.
Derramada sigue recorriendo
el cauce de la memoria de su linfa
ahora inscrita en la piedra coagulada.
Las plumas semejaban un nido
de gracia donde se albergaban las eras
el hogar del calor esforzándose
en respirar desde las plumas
cuyo cáñamo vacío ya horadaba el aire.
El cacareo está allí, en el oído
del caracol y se arremolina como la marea
cuando vuelve y regresa mientras va.III.
Reunido el rito del fragor
con que se violenta un ritmo,
el silencio de aquella tarde
persigue el rastro de sangre
fresca coagulada sobre piedra.
No se sabe cuánto valga ese hilo
por el que corría la vida, aquella
incertidumbre por la que murió;
aquella promesa que se arrimaba al eco
como cualquiera cabra degollada.
Mientras se hacían las invocaciones
la recia voluntad no derramaba lágrimas
que estropearan el cumplimiento del deseo.
Sí el cacareo interrumpido penetró el oído
balando sin yerba fresca que lo sostuviera.
Y allí perdura.