Crónica casual sobre la crónica rosa
Hay una compañera que hace eso todos los años y su hija, preadolescente, es conocida y muy famosa entre el gremio. Mientras la madre escribe y cuestiona los hechos que, desde su periódico, le mandaron a cubrir, la mocosa se mueve como un pez en el agua entre los compañeros de su madre. Conversa, pregunta, elucubra y reflexiona sobre las cosas que le importan, pero nunca interfiere en el trabajo de su progenitora.
Esta semana me tocó disfrutarla por un rato. No creo que exista algún periodista que diga menos que eso: la chiquilla es disfrutable. Lo primero que hizo en esta ocasión fue preguntarme si yo soy chileno de los buenos o los malos. Esto es casi un cuento interno, chilenos malos son los que vinieron, hace un par de años atrás, a “reescribir el periodismo puertorriqueño” y lo que hicieron fue orinar sobre las imprentas. Algunos hasta con algo de cola pinochetista, que negaban, pero se les notaba. Los buenos somos todos los demás. También me dijo si era de los de Alexis , los que perdimos el Mundial. Me gocé todos sus cuentos, pero le respondí con fuerza todas sus “puyas” y le tiré también varios dardos venenosos.
Entre mi sarcasmo, que la puso en aprietos, está lo que da pie a esta crónica. En lo que nosotros llamamos tiempo muerto (es decir, cuando los periodistas esperamos por algo que nos dé material para la historia que buscamos), una delgada joven con un micrófono y un amanuense con una cámara al hombro que la sigue, le preguntó a la niña si ella también quería ser periodista como su madre. La jovencita hizo un mohín con la nariz negando la posibilidad de seguir los pasos de su madre. “¡Qué bueno! Así no pasarás las cosas que pasamos nosotros”, le respondió quien la interrogaba. Yo, a esa altura, ya con un poco de sangre hirviendo, por cosas que ya entenderán más adelante, me acerqué al oído de la niña y le secreteé… “Dile que si decides ser periodista, nunca serás como ella, que solo se conforma con remover la basura”. La jovencita ahora me miró directamente abriendo mucho sus ojos y llevó uno de sus dedos a los labios, y con sonrisa cómplice, me dijo que callara y que no dijera eso.
Sucede que ese día cubríamos la historia policial de un joven matrimonio arrestado en Aguas Buenas al que le encontraron una hija de cinco años, desnutrida, raquítica, con sarna, un golpe en la cabeza, pesando solo veinte libras y midiendo menos que su hermanito de solo 10 meses de edad. Vi a la niña en fotos policiales y, la verdad, parecía una niña sacada de Biafra. Sus extremidades parecían palillos y sus costillas sobresalían de los costados de su abdomen. El asunto es que la niña tenía una hermana gemela, y su hermanita lucía normal en estatura y peso.
Allí me asomó la duda: ¿Había maltrato hacia una sola de las niñas o era un problema congénito que no era atendido por sus padres y profesionales de la salud? Se diera una cosa o la otra, había maltrato de todas maneras, pero cualitativamente diferente. Estas preguntas deben ser respondidas por los padres en un proceso judicial con fiscales, policías, Departamento de la Familia, abogados, médicos y profesionales de la salud y el tribunal y, nosotros, los periodistas, debemos escuchar las explicaciones de todos esos sectores y ordenarlas para que el gran público entienda el conflicto, cuáles son las soluciones y quiénes los responsables y en qué medida.
El detalle es que la joven madre, para su beneficio o maldición, es hermana de un expelotero de Grandes Ligas. Y no solo eso, ese pelotero está casado con una merenguera de relativo éxito, quizá no como cantante, sino por su vida y escándalos colaterales que la rodean. Por este detalle, un hecho que sería cubierto solo por la prensa tradicional, ahora tiene la cobertura de la prensa rosa que busca el exabrupto y el escándalo. Pero hasta ahí todavía no hay colisión ni problemas. Ese tipo de periodismo tiene un público y es justo que le entreguen su trabajo a sus seguidores, pero si lo hacemos juntos, periodismo tradicional y crónica rosa, la cosa se jode, por la técnica que usan “las panteras”.
En el caso que nos ocupa, la joven madre dejó establecido, desde el principio, que no hablaría, y no lo hizo. Pero estas tipas la seguían hasta el baño, escaleras arriba, escaleras abajo preguntando las mismas idioteces y con el bendito tuteo que tan feo les queda: “¿Maltratabas a la niña? ¿Por qué no le dabas de comer? ¿Tu esposo te obligaba?” Si ella no les hablaba, por orden de su abogada o porque no quería, es intrascendente, pero si dejó establecido que no hablaría, ¿para qué seguirla y preguntarle las mismas sandeces? Más aún, cuando su hermano habló con todo el mundo y respondió a todo lo que quisieran preguntar, aunque ahí tampoco está el problema central.
Sucede que en el periodismo televisivo, necesitamos visuales y siempre se trata de obtener varias, y variadas tomas, del o los protagonistas de la historia, para después poder editar el trabajo. Cuando están estas mujeres, no se puede porque salen en todas las tomas. Si se debe hablar con abogados y fiscales, la misma historia; no se salen del medio. Es decir, no es solo fundamento de la pericia para cuestionar cosas que hagan y expliquen la historia, también es un asunto de forma, como conseguir los visuales que acompañen esa explicación.
Aquel día, como otros —suerte que no son muchas—, dañaban todas las tomas, nos hacían el trabajo más difícil y malhumoraban a periodistas y fotoperiodistas, que no podíamos ir almacenando tomas, más o menos limpias, para luego terminar el reportaje. Ese día, hasta llegué al extremo ético de pedir disculpas a la familia por el hostigamiento innecesario y mortificante en el que incurre el periodismo rosita.
Alguna gente se preguntará dónde está la Asociación de Periodistas, la de fotoperiodistas, el Overseas Press Club. Lo mismo me pregunto yo, dónde están, y no para reprimir, sino para ordenar los trabajos. Que ellos puedan hacer lo suyo, nosotros, lo nuestro, y todos tranquilos. Si continuamos así, seguiremos colisionando hasta que pasemos a situaciones más complicadas que un mal rato. Por eso, si el Tribunal Supremo me lo preguntara, le contestaría que estoy a favor de las cámaras dentro de los tribunales para que todo el mundo pueda discernir cómo se administra la justicia en este y otros países, pero si no lo ordenamos entre nosotros —el periodismo tradicional y el periodismo rosa—, eso será un infierno y se convertirá en un permanente remover de la basura.