Cuatro amigos sorprenden en «Antes de que nos lleve la parca»
Con Antes que nos lleve la Parca, el periodista Pedro Marbán Balcarce ingresa a la literatura de ficción con esta, su primera novela, que acaba de publicar en Amazon para la lectura en Kindle y en otros formatos que ofrece la editorial online.
Natural de Argentina, donde trabajó en periódicos, radio y televisión, Marbán Balcarce está radicado en Puerto Rico desde 1982 y trabajó en Nueva York (Diario Noticias del Mundo-1989-1992), en Miami (co-escritor, junto a Osvaldo Boscacci, de la telenovela «De que Color es el Amor, 1995) diario Primera Hora (Sub-editor de Redacción 1997-2008) y Noticel (Editor, 2010-2013), entre otras posiciones en los medios.
En «Antes que nos lleve la Parca», cuenta el encuentro de cuatro amigos, un español, un argentino, un cubano y un puertorriqueño, en Estados Unidos, primero en Miami y luego en Nueva York, en el que deciden dar un vuelco a sus vidas de retirados. Con el fondo de España en la era franquista, Argentina durante la caída de Juan Domingo Perón, Cuba con la llegada de la Revolución y Puerto Rico vinculado a Vietnam, el autor une las andanzas de cuatro personajes queribles y sorprendentes.
«Es una novela con la que intento sacudir el ocio de cuatro buenos amigos, en una edad en la que se sienten apartados, marginados de casi todo y deciden que antes que la Parca (la muerte) venga a buscarlos, asestaran un buen golpe para vivir lo que les reste entre burbujas de champagne. Para llegar a esto, retrocedo en el tiempo, dibujo los orígenes de su amistad y descorro como telón de fondo, las épocas marcadas por la historia que les toco vivir en su juventud», sintetiza Marban Bacarce sobre su novela.
Como obsequio a nuestra lectoría, publicamos a continuación el primer capítulo de Antes que nos lleve la Parca:
A LA VEJEZ, LADRONES
-Ignoro aún cuando comencé a ser un delincuente, en que momento exacto, por qué circunstancia precisa. Delincuente en el sentido formal, jurídico, según el ordenamiento de una sociedad de ley y orden, suponiendo, claro está, que la ley y el orden abarcan al conjunto de una sociedad, a toda, absoluta, sin privilegios ni inmunidad de clase o casta. Pero la ingenuidad del don nadie, de esos que conforman la mayoría, la masa, el pueblo, cuando despierta puede tener la fuerza de un huracán, el impetu incontrolable de la ira, el destino final de la revancha sin destino. Una mañana el sujeto sin nombre descubre que el ordenamiento no es el mismo para todos. Que un poderoso se libra de la cárcel, aún habiendo delinquido, con sólo llamar por teléfono a un juez amigo. Que la corrupción tiene nombre y apellido en la línea intermedia, pero nunca aparecen en los diarios los grandes, los intocables. Y así va pasando la vida, ahora como testigo porque ya lo han corrido a uno del protagonismo.
Son detalles que a uno, viejo y apartado del mundo, le cambian el curso de los acontecimientos.
Y del respeto a la ley después de toda una vida.-
Manhattan, invierno de 2008
Algunos vecinos recordarían poco después que habían escuchado ruidos extraños, no habituales a esa hora de la noche, dentro del banco de la 72, en el West Side de Manhattan, sobre todo porque precisamente a esa hora de la noche no había ruidos extraños en el interior de un banco en Manhattan, una ciudad cuyas calles duermen temprano, sobre todo en invierno, y en las que el silencio cae a pico después de medianoche.
-Shhss, coño, Paco, no hagas tanto ruido- advirtió Pablito.
-Que se me ha caido la llave inglesa y ha pegado contra la caja fuerte principal, que hostias quiere que haga-
-Cállense los dos, chico, que hemos venido a robar y no a pendejear-
El acento sandunguero del cubano Camilo Casanova, “Milo” para los amigos y en los últimos tiempos también para alguna que otra policía internacional, fue lo suficientemente firme y convincente para que Paco y Pablito se callaran. Los tres, en silencio, se concentraron en Junito, que con artesanal oficio y una paciencia de lobo que espera a su presa, intentaba aujerear la enorme puerta de acero de la caja fuerte principal con un soplete tan viejo como los cuatro amigos que se habían infiltrado en el banco poco antes de que éste cerrara sus puertas en la tarde, y gracias a que Paco, que se había sumado un mes atrás – según lo planificado – a la compañia de mantenimiento, había demorado su tarea ese día hasta que se quedó solo en el interior del banco mientras afuera comenzaba a caer la nieve en los primeros minutos de la noche.
-Ese soplete es una mierda – dijo elegantemente Pablito.
-¿Dónde tú estabas cuando se lo robé a Cheo, el conserje del building de la 96, cabrón? – disparó Junito apartando las gafas especiales de su cara y secándose el sudor de la frente con la manga de la camisa – Uno mejor sale muy caro y entre los cuatro no juntamos quince dólares, ¿no?.
-Tenés razón, perdoná Junito – balbuceó el argentino Pablo Elías Sampietro, Pablito aún para los amigos gracias a un sentido del humor y a una jovialidad que le disimulaban sus 68 años.
-¿Cuánto crees que hay en esa bóveda? – preguntó Paco.
-Por lo menos 40 millones de dólares, según mi contacto. Están los depósitos de la semana pasada de los negocios y las compañías del área, más todos los depósitos en efectivo de los clientes habituales y las cajas particulares – apuntó serio el cubano Milo.
-Uff, 40 palos verdes, que vida nos vamos a dar, queridos. Ni paso por la pension a buscar los calzoncillos, me rajo como estoy…bueno, me compro un cepillo de dientes en la Broadway – resumió Pablito.
-A ver, Junito. Sigamos – apuró Milo.
El boricua Juan Acosta Alicea, Junito, se puso las gafas otra vez y justo en el momento en que encendió el soplete, se escuchó un fuerte ruido.
-Carajo, Paco, otra vez se te cayó la jodida llave inglesa…
-No, Pablo, que no se me ha caído nada….- contestó serio y contrariado Francisco “Paco” Barceló, el español que a los 72 años tenía una combinación de mal carácter y escepticismo bien ganado en la vida.
-Shss – Milo pedía silencio mientras otro ruido, más ahogado que el anterior volvió a confundirse con el sonido seco que despedían las llamas del soplete de Junito – Viene de arriba, del piso principal- agregó Milo bajando la voz casi a un inaudible susurro.
Los cuatro contuvieron la respiración y guardaron silencio. Paco tenía un leve temblor, Pablito transpiraba, Milo se frotaba las manos nerviosamente y Junito, que había apagado otra vez el soplete, movía los labios sin emitir palabras. Rezaba.
Hubo dos ruidos más, el segundo más fuerte, y luego el silencio también cubrió el piso principal del banco de la 72 West.
Los cuatro viejos amigos se buscaron los ojos sentados en la penumbra del subsuelo, junto a la caja fuerte principal que guardaba cuánto menos 40 millones de dólares, y se tomaron las manos con fuerza, con el mismo gesto con el que habían sellado el pacto decididos a abandonar cuatro vidas miserables a las que, a una edad en la que estaban definitivamente apartados de las
necesidades del mercado, tampoco el Seguro Social les procuraba una subsistencia digna.
Habían tomado una decisión difícil y ahí estaban, en el subsuelo del banco de la 72 West, casi llegando a la Broadway Ave. agudizando los oídos…bueno, no todos.
Paco se estaba quedando sordo.