Cueste lo que cueste: sobre «A toda costa»: narrativa puertorriqueña reciente
Malena Rodríguez Castro
Al recibir la invitación de Mara Pastor me pregunté cómo dar cuenta de ocho cuentos en tan breve tiempo, de tantas voces, registros, tramas, cuando la propia antologista –poeta, profesora, gestora cultural, activista y madre de Isla– proclama que en Puerto Rico se escribe a toda costa. Y, conste que quien antóloga fabula su propia trama en la disposición de los relatos, en el cuido, –en este caso–, exquisito de la edición. Entonces, ¿cómo relacionar esa comunidad orillera que cuenta aunque le cueste? Se me ocurrió una ruta desdibujada de emplazamientos y desplazamientos sintomática de un mapa que no es, con la anuencia de Tere Dávila, el País de las Maravillas (más bien de la madriguera donde anidan las ratas y no se distingue lo animal de lo humano). Tampoco son las realidades alternas futuristas de “La rusa’ de Rafa Acevedo y “El neuronúmero” de Pedro Cabiya. ¡Qué daríamos por un paseo en limosina en el cual adivinan nuestra bebida perfecta y se accede a una biblioteca con todos los libros y lenguas posibles aunque la administre un viejo criminal de guerra ruso cubanizado mientras una lluvia ácida cubre la ciudad! O ser engullidos por un neuronúmero inmune a la entropía del universo (me conformaría a la corrupción, el pillaje, el robo de los derechos, la infamia) aunque se amigue a un prófugo de la justicia y se asile en los confines de un universo no cartografiable. En our own litoral costero ya no se puede contar con asideros de identidad, lugar, tiempo, y sujetos. Tampoco con ficciones donde todo lo solido se desvanece en el aire o se licua en redes virales e intercambios anónimos. Bregamos y contamos (cito de Acevedo) “este sueño en el que parece que estamos juntos pero cada cual tiene su mundo particular”. Así son estos cuentos que transitan desde la crisis de la modernidad al apocalipsis, desde el sofá de escaparate al viaje sideral, desde ese otro Middle Passage que es el cruce antillano de inmigrantes ilegales a la isla prometida, de New Jersey a Paris, de Croacia a Alemania, de Hato Rey a la suburbia de White picket fences del Norte.
Tiempos suspendidos, paréntesis en otra vida posible, asoman en “Coma” de Janet Becerra y “Everything’s Fine” de Sofia Irene Cardona. Si somos en la lengua, ¿qué sucede cuando la misma cambia de piel, se muda de casa, entra en coma? Un día cualquiera, una adolescente cualquiera, transmuta en el trance que la conduce del croata al alemán, de una conciencia que ilumina su lugar en el mundo al regreso a la “despiadada” normalidad, a las “tardes inolvidables” y al “amor doméstico sin ambiciones”. Es ese vaho ominoso de la cotidianidad la que aterroriza a la narradora del cuento de Cardona, testigo en huida de un drama familiar cuya “historia de horror” sólo sucede en el frágil dominio del deseo. La narradora, pues, apenas alcanza emplazar el vacío: “No pasa nada” dejando en perplejo a un lector que se pregunta por las variables posibles de lo dicho. Paréntesis es también la breve estadía de Raquel en un Paris cuya tonalidad verde captura en el lienzo, pero que siempre le será ajeno a la flaneuse caribeña; un verde transfigurado en la luz memoriosa del trópico de “Paris, 1878” de Marta Aponte Alsina. Así, y Lost in Translation: “El sabor del mamey se parece al albaricoque, pero el de la quenepa no se parece nada más que al Paraíso. La quenepa tiene el tamaño justo para adornar sombreros.” Otro objeto condensa el relato de Cézanne Cardona: “Sofá”. De lo natal a la cripta, el sofá es testigo del amor filial, aún aquel que se quebranta en caídas y pérdidas. “El olor de mi padre no abandonó aquel sofá.” Insiste en la memoria costureada de la biografía del narrador. Se desplaza en nuevos afectos: precarios, portátiles; aquellos que se van adhiriendo al mueble, desgastado pero cargado de los sentidos que le imantan las mudanzas de tiempos, espacios y avatares y que se desplazan a sus nuevos usuarios: “No me importó su diente partido en diagonal”. Provisional como el Juan Candelario que aparecerá en los falsos documentos que le otorgarán ciudadania, Changó, que además titula el cuento de Yolanda Pizarro, es un nombre tan falso y tan cierto, tan trans como Fabián/ Fabiana, y como las transacciones que devienen gozo en el acarreo de cuerpos y pasiones entre dos islas. Cruzar el mar es también desdibujar fronteras, emplazar los cuerpos: “Un desdoblamiento, una usurpación quizás como pocos… o como muchos.”
“Na, ña, ña…Yum,Yum” es el sonido inarticulado de aquello que late bajo la superficie, que compite con el de los otros, los humanos sin rostro del relato de Tere Dávila. Es el sonido animal que nos intimida y anuncia la barbarie: el peligro de ser engullidos. También es índice del que degusta, de aquel que mastica en alarde del sabor sostenido. Así se consumen estos relatos, cueste lo que cueste.
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Juan G. Gelpí
“Otro filo de la geografía”
No son pocos los aciertos que se encuentran en A toda costa: la excelente antología de narrativa puertorriqueña publicada en fecha reciente. Me hago eco de las observaciones lúdicas que hace la editora, la colega y amiga Mara Pastor, en el primer párrafo de su prólogo: en la expresión que da título al libro, la costa apunta tanto a un borde geográfico como a un costo o valor. Entiendo que se juegan en estos textos los nuevos valores de las representacionesa geográficas y espaciales en la literatura. Sin descartar lo que plantea Julio Ramos en 1992 en un lúcido ensayo sobre Luisa Capetillo—el hecho de que la antítesis mar/tierra es el tropo fundante de la literatura puertorriqueña—este planteamiento puede actualizarse a la luz de las transformaciones que se han producido tanto en la literatura y la cultura como en la sociedad de Puerto Rico. En época reciente, los espacios convertidos en literatura han proliferado y se articulan de otro modo más libre y hasta paradójico. Y en la medida en que se realiza una representación paradójica , en estos cuentos nos distanciamos de la búsqueda de las certezas o estabilidades del sentido que podían existir en la narrativa puertorriqueña anterior. Uno de los modos en que se puede abordar el tema del valor o la aportación de una antología de narrativa es precisamente adentrándose por ese filo de lo geográfico entendido en un sentido amplio: como escritura sobre el espacio y sobre las figuras y subjetividades ficcionales que lo recorren y habitan. En el segmento que me toca comentar, que va desde “Art Brut “de Carlos Fonseca hasta “Junito” de Luis Negrón, se advierte una amplia gama de representaciones de espacios y relaciones intersubjetivas innovadoras y arriesgadas. En estos cuentos, relatos y fregmentos de novelas hay unas cinco zonas de representación espacial. En este comentario parto de la premisa de Wolfgang Iser según la cual los procesos de ficcionalización son una forma de sobrepasar la realidad . Ese ejercicio de rebasar límites opera con gran acierto en estas narraciones.
Con gran libertad imaginativa, en “ Art Brut”, Carlos Fonseca articula un ejercicio de representación geográfica . Al carácter cambiante del protagonista—un estudioso puertorriqueño de la filosofía y anarquista que decide ingresar al ejército de Estados Unidos y más tarde se aísla en una zona rural del noroeste argentino–le corresponde la relación salvaje entre arte marginal , geografía y locura. El cuento se arma apartir de la lucidez de un loco y de los intentos de un fotógrafo puertorriqueño enviado desde Europa por captar el arte y el rostro de esa figura cambiante. Por otro lado, en el tercer capítulo de su novela histórico-mítica Historia de Yuqué, Eduardo Lalo narra la llegada de la humanidad a la historia de El Yunque a partir de otras fuentes: los mitos y la tradición oral, todo lo contrario de la agenda de las Crónicas de Indias, ese amplio inventario de hallazgos sometido al imperio español. Se produce en este capíitulo el encuentro de las fuerzas naturales cifradas en el Viento y la subjetividad humana, construida a partir de la coexistencia del fuego y las palabras.
Otra zona de esta antología explora la articulación de personajes ambulantes o nómadas, figuras marcadas por distintos desplazamientos. El capítulo de la novela La troupe Samsonite de Francisco Font Acevedo se adentra en una carpa de un circo itinerante después que Gradva, la despótica directora, ha perdido su dentadura en un accidente y se sume en la oscuridad y el aislamiento. Se trata de un capítulo clave de la novela ya que a partir de esa pérdida el personaje de Gradva gana considerablemente en complejidad. En “Vestir santos”, Sergio Gutiérrez Negrón presenta una narración en primera persona de una mujer casada que decide crear su vida construyendo una soltería mediante huidas, mentiras y desplazamientos . Abandonar la casa matrimonial , al esposo y a dos hijos gemelos se convierte en un audaz ejercicio y viaje por el espinoso límite que se crea en el cuento entre la mentira y la ficción.
De igual modo, en varias narraciones se transparenta la paradoja como principio organizador de la representación de espacios urbanos y semirurales signados por la tensión y el conflicto. Rindiendo un posible homenaje velado a la narrativa de la vanguardia histórica que en América Latina tuvo muestras excelentes en la obra de Macedonio Fernández, María Luisa Bombal o Juan Emar, en “Bienvenidos a la historia de la espía”, José Liboy Erba entrega la historia de un exvendedor de calendarios y estéreos que produce una historia a partir de la nada narrativa, drenando el texto de los elementos convencionales de la anécdota y los detalles narrativos, en un presente de crisis económica y laboral. Jotace López, en «Geminis», aporta la historia contradictoria de la amistad de dos condiscípulos adolescentes que, luego de construir una pasión por los extraterrestes y plasmarla en una libreta que coincide con el título del cuento, desemboca en violencia y traición al integrarse uno de ellos al mundo del narcotráfico cuya única lealtad es el maridaje del dinero y el poder. De manera paradójica , la escuela se presenta aquí como el espacio de articulación de conductas de odio y de los pequeños fascismos que rigen en el narcotráfico. Igualmente paradójico es el personaje que narra “Junito” de Luis Negrón. Esta figura, cuya curiosidad por la bisexualidad se sugiere, le recomienda con insistencia al joven gay Junito que se traslade al exilio homosexual, a Estados Unidos. El futuro recorrido en guagua por la geografía urbana de Santurce que se anuncia en el monólogo narrativo se trabaja de manera paralela a la fluidez de las conductas sexuales y a la posibilidad de la emigración. La curiosidad que muestra esa voz narrativa por los homosexuales que ha visto en el Condado y en Showtime traslada a esta figura a un espacio de fluidez sexual muy sugerente.
Se encuentran en esta antología dos cuentos que se desarrollan en el espacio de la intimidad de las sociedades contemporánea. En ambos casos se advierte la soledad y el apartamiento de figuras contemporáneas. En “Tres” de Christian Ibarra , en un apartamento de la geografía urbana chilena , presenciamos el encuentro de dos primas y una vecina que han sobrevivido a la dictatura military que concluyó en 1990. El diálogo entre estas tres mujeres de la tercera edad , muy hábilmente construido a partir del habla chilena, coexiste con una voz narrativa ajena a la acción, pero cercana a la conciencia de los personajes. Este cuento puede leerse a manera de dramatización del poder de la intimidad como forma de solidaridad entre mujeres. “Soul to Code tm” de Pabsi Livmar nos ubica en la geografía de la intimidad y el aislamiento del ciberespacio contemporáneo. Protagoniza esta narración un programador de computadoras que exhibe el continuum que existe en nuestros días entre cuerpos y tecnologías. Se asiste aquí al fenómeno que ha estudiado detenidamente el pensador surcoreano Byung-Chul Han en su libro En el enjambre : el hecho de que el mundo marcado por las tecnologías digitales es un espacio de seres aislados y enjambrados. Este aislamiento, según Han, puede remitir a los sujetos neoliberales de la economía que no constituyen un nosotros capaz de acción común. Fer, el programador, se aísla de sus amistades y desarrolla una relación erotica y de poder con figuras virtuales que crea en la pantalla de su computadora. El cuento tiene como escenario externo el pueblo costeño de Peñuelas , tan marcado por los vestigios de la utopía industrial sesentista , pero también por las luchas comunitarias ambientalistas del presente.
Hay que darle la bienvenida a estas dinámicas narraciones, sobre todo porque, en este país y en otro momento histórico, la geografía se entiendió, en parte, como limitación y aislamiento. En esta antología se presencia todo lo contrario.
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Jorge Lefevre Tavárez
La apuesta por el lenguaje
Quisiera comenzar con una obviedad. Toda presentación de libro es también una celebración, y me parece que, en particular, hay que tener en cuenta tres logros de la publicación de A toda costa. En primer lugar, el que se publique, precisamente, una muestra de la narrativa de los últimos años en Puerto Rico, hecho que, a pesar de su dificultad, debería repetirse cada cierto tiempo, para el bien de los lectores y de la crítica. En segunda lugar, el que lo publique una editorial mexicana, Elefanta Editorial, por lo que esperamos que se pueda continuar difundiendo la literatura puertorriqueña más allá de los espacios isleños y diaspóricos de costumbre. Y, por último, el que se publique este libro en un momento como este, en el que las instituciones culturales reciben los más despiadados golpe por parte del gobierno local y de la Junta de Control Fiscal, siempre por puro motivo ideológico. El ejemplo más vicioso es uno que afecta a muchos los que estamos aquí presente, y es el de los recortes presupuestarios hechos a la Universidad de Puerto Rico. Fuera de las instituciones culturales, además, se ha hecho todavía más difícil hacer cultura, por la tendencia hacia el empobrecimiento artístico y material de toda la vida social. Pero, a pesar de todo, se hace.
Para abrir estos apuntes, quisiera utilizar como pie forzado cierta interrogante que se hizo René Marqués hace ya medio siglo. Marqués, cuyo centenario se conmemora este año, editó quizás la antología de cuentos más importante y polémica de la historia puertorriqueña, por lo que contiene y lo que esconde: Cuentos puertorriqueños de hoy (1959). Aunque sea difícil no referirse a ella cada vez que se publica una antología de narrativa, al Marqués que pienso movilizar hoy no es el editor y antólogo, sino el ensayista que reflexiona precisamente sobre el arte de escribir. La pregunta que se hace y que busca responder en distintos ensayos, a lo largo de décadas, es la siguiente: ¿cuál es la función del escritor en el Puerto Rico actual? Sus conclusiones son, en general, conocidas, y más o menos se resumen en lo siguiente. El escritor, en su búsqueda por la verdad y la libertad, se mantiene al margen de la política. Desde este margen es que escribe, y al mantener una posición crítica frente a la sociedad y el gobierno, es capaz de hacer cumplir la función estética de la literatura a la vez que denuncia y revela con la esperanza del mejoramiento de la sociedad.
La interrogante tal y como se la planteó René ya no parece tener la pertinencia de antes. No parecen ser preocupaciones para los narradores del Puerto Rico de siglo XXI. Pero podemos transformar esta interrogante en una más pertinente para nosotros. En lugar de la interrogante original, vale la pena preguntarse, creo yo: ¿cuál es la función, ya no del escritor, sino de la escritura en el Puerto Rico actual? Esa es la pregunta que me hacía mientras me acercaba a la antología, en particular al último tercio, el que me toca presentar hoy.
Acercamiento curioso si le echamos un vistazo rápido a estos textos. Dos cuentos sobre peleas (“K.O.” de Manolo Nuñez Negrón, “Nosotros, los muchachos” de Juanluís Ramos), un listado de suicidas y suicidios (“Jaulas” de Alexandra Pagán Vélez); una sátira a la mercantilización de la vida social (“Pequeña vitrina” de Vanessa Vilches Norat), dos textos de tono intimista (“Aurora, sin exilios” de Mayra Santos Febres, “Brisa caliente” de Ana Teresa Toro), un relato que juega con la perspectiva infantil y la reflexión poética (“La bondad y su demonio blanco” de Lina Nieves Avilés) y un fragmento de novela que vacila entre la distopía y la posible futura sociedad (“El año 2028” de Luis Othoniel Rosa).
¿Qué nos pueden decir estos cuentos sobre la función de la escritura hoy día? Quizá mi acercamiento arroje más luz sobre mí que sobre los propios textos, pero veo como un hilo conductor en estos textos la compasión. Si René proponía que, ante el progreso material de la sociedad, el escritor tendía al pesimismo, quizá, para nosotros, el empobrecimiento total de la vida social hace de la escritura un espacio creador y liberador que brinda esperanza. Para esto, el humor cobra importancia, pues transforma lo patético en querido. Se siente compasión por estos personajes que viven a la sombra de lo que pudieron haber sido, como la vida tragicómica del boxeador Viruta Sánchez que nos describe Manolo en “K.O”. A Viruta Sánchez le cogemos cariño más por la manera en que lo pinta el narrador que por sus acciones. Por eso, aunque el cuento termine con venganza justiciera, el tono predominante y la imagen que perdura es la de la consagración final entre Viruta Sánchez y su enemigo de vida, Merengue Salduondo. Así mismo, cómo no sentir cierta alegría cuando, en el cuento “Nosotros, los muchachos” de Juanluís Ramos, Collado y El Goldi se reconcilian luego de un triángulo amoroso a través de la única manera que les es posible: a puños, en la cancha de baloncesto después de la escuela. Incluso en “Jaulas”, de Alexandra Pagán, aquel texto narrado en primera persona y con una protagonista con una profunda tendencia hacia el suicidio, recuerdo más bien a aquel botánico inglés, parecido a Christopher Reeves, que murió por decisión propia en Australia y con el apoyo y la solidaridad de su familia y de la comunidad científica. Quizás así se debería leerse el final de la protagonista: no como el fin de una vida trágica, sino como el punto que concluye la vida de quien no puede más. (Ahora bien, no me pregunten, por favor, no me pregunten, por favor, dónde veo la compasión y la esperanza en el cuento de Vanessa Vilches, donde el tráfico de niños se convierte en parte ordinaria del mercado. En efecto, la compra de niños ya es tan legal, inocente y fashion que sirven de obsequios para la pareja en aquellas ocasiones especiales, siempre y cuando se consigan blancos, preferiblemente europeos o canadienses.)
El tiempo y el espacio no bastan para adentrarnos verdaderamente en estos textos. Apenas da para mencionarlos. Que sirvan estas palabras más como una invitación que una exégesis. Pero aparte de la temática de estos textos, de las distintas lecturas a las que se abren, quisiera volver, con René, no a lo escrito, sino a la propia actividad de la escritura. Terminemos haciendo referencia a la literatura puertorriqueña que se mantiene viva, o, en palabras de Manolo, a “esa biblioteca tropical que entre todos seguimos construyendo”. Como René, se escribe desde los márgenes, aunque ahora sean márgenes distintos. Cierro con palabras de Mara Pastor que encontramos en el prólogo de la antología y que bien resume el punto que hago y que celebro de estos escritores y de la continua puesta en práctica de su trabajo artístico. ¿Cuál es la función de la escritura? Mara parecería contestar: “Basta decir que nuestra apuesta es sin duda por el lenguaje”.
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*Palabras leídas en la presentación de A toda costa. Narrativa puertorriqueña reciente, el 14 de marzo de 2019 en la Librería Laberinto, Viejo San Juan.