Cupidx en la Cerra

Carolina Rodriguez Fuenmayor
En vez de caminar por las aceras oscuras, Cupidx transitaba por el medio de la calle angosta. Prefería este punto de vista porque así podía mirar las superficies de los edificios, llenas todas de dibujos y palabras y ventanas metálicas que le permitían ver pedazos de los seres humanos que ahí habitaban. Se movían dentro de sus espacios libremente, sin pensar en quién los pudiera estar viendo desde la calle. Una bonita canción que provenía de uno de los apartamentos le hizo detenerse unos momentos; sí, pensó Cupidx, hay besos fríos como la lluvia que enfrían cualquier pasión.
Pero siguió caminando, buscando alguna reunión de humanos que le permitiera distraer la mente un poco. Había pasado el día completo flechando indiscriminadamente en los alrededores de Machu Pichu, ligando turistas y locales, gobernantes y sirvientes, adolescentes que se pasarían meses enviando mensajes de texto casi ilegibles. Así que ahora Cupidx quería distraerse y tomarse una cerveza fría mientras observaba a un grupo transitorio de extraños, evitando alimentar la compulsión de trastornar sus vidas con el deseo.
Caminaba sin rumbo, disfrutando de la calle con sus estructuras y cables eléctricos y el olor dulce del aire nocturno del invierno tropical. Se detuvo frente a un mural que exponía unas casas de madera, un gallo, mas cables eléctricos y una luna sonriente. El dibujo era sencillo pero era evidente que quien lo realizó sentía orgullo por su trabajo. El fondo amarillo pálido y las sencillas y bonitas líneas negras lo declaraban. Cupidx sonrió y continuó caminando.
De repente, el sonido de gran cantidad de voces a la distancia le llamó la atención. Cupidx se dirigió hacia ellas, dejando la calle principal y caminando hacia su izquierda. En la esquina al final de la cuadra había una pequeña barra rodeada de gente con envases fríos en las manos. Casi toda la muchedumbre habitaba el medio de la calle también. Hablaban entre sí y se escuchaban risas intermitentes; una leve algarabía cubría el lugar.
Cupidx entró a la barra y se alegró de la compañía de personas que estaban de buen humor. El bartender le miró suavemente, instantáneamente un poco enamorado. Colocó una rodaja de limón en la corona de una botella de cerveza y se la ofreció a Cupidx, una sonrisa no tan inocente adornando sus labios. Cupidx le pagó con un sutil abrir y cerrar de sus ojos verdosos y regresó a la calle. No quería complicarle la noche demasiado al joven así que minimizó la interacción lo más posible, dejándolo ahí con su creciente pasión.
Mirar a Cupidx por algunos segundos es encariñarse. Intercambiar palabras con Cupidx es enamorarse. Sentir el roce de los dedos carnosos de Cupidx es delirar de pasión. Sus labios son rápidos a sonreír y su cabello acepta las caricias del viento con gran deleite. Así que en sus noches libres Cupidx prefiere perderse en una pequeña multitud y no causar muchos estragos en la humanidad. Mira a su alrededor, se toma su cerveza y observa el deseo desenvolverse entre los cuerpos sin su ayuda ni estimulación.
La esquina frente a la barra era el lugar perfecto para practicar esta actividad. Cupidx se paró en el cruce de las dos calles donde podía ver a todas las personas que acudían a la barra, la mayoría a buscar más tragos. Entraban con las manos vacías y salían con varios vasos o botellas que llevaban a sus amistades con el orgullo de haber hecho un favor. La suave música que provenía de la barra se perdía entre las conversaciones, chistes, anécdotas, mentiras y recuerdos que se intercambiaban. El sabor del limón había impregnado la cerveza y cada vez que Cupidx tomaba un sorbo del líquido frío recordaba todos los limones que había consumido durante todos sus siglos de existencia. La totalidad del universo se colapsaba en el sabor de aquel limón y Cupidx sintió gran felicidad en cada célula de su cuerpo, el cual bailaba gentilmente sobre el asfalto tibio bajo sus pies.
Aunque intentaba no mirar a ninguna persona muy detenidamente para no alterar demasiado su destino, una pareja que se encontraba cerca captó la atención de Cupidx. Eran dos hombres que se abrazaban contra un poste de madera en la acera frente al bar. El poste de madera estaba justo al lado de un poste de cemento, el cual sostenía el tendido eléctrico de la calle. El poste de madera parecía no tener ningún propósito mas allá de sostener el rótulo con el nombre de la calle: Calle Ernesto Cerra. Y claro está, ofrecer una superficie estable para que la pareja de amantes incipientes pudiera apoyar sus cuerpos vibrantes.
El abrazo era sincero y Cupidx notó que aunque el amor entre ambos era profundo esta era la primera vez que lo expresaban fisicamente. No se besaban ni escarban sus cuerpos con sus manos (esto lo harían más tarde al llegar al apartamento más cercano) pero el gran cariño que existía entre los dos era evidente. Lo habían cultivado durante muchos meses al conversar, reírse y caminar juntos por la ciudad. Ninguno de los dos pensó que estallaría esta pasión pero ahí estaba, aflorando en la calle frente a un bar, recostados ambos contra un poste de madera que había sobrevivido huracanes, terremotos y los vaivenes de una ciudad centenaria. Fortalecido, quizás, por muchos otros abrazos como este.
Cupidx tuvo que pensar si quizás, inadvertidamente, había desatado el deseo entre ellos. ¿Los habría tocado sin darse cuenta? ¿Tiró la servilleta sin percatarse y causó que chocara el uno contra el otro? ¿Estaban destinados a comenzar volcánicamente para luego terminar en lágrimas y desasosiego?
Pero no, no lo había hecho. Los sentimientos provenían de ellos mismos. Cupidx sencillamente había tenido la dicha de presenciar el momento perfecto en que por primera vez lo expresaban, descubriendo así que el otro correspondía el cariño tan dulce que brotaba de cada corazón. Y allí, sin miedo ni incertidumbre ni duda alguna, se abrazaban en la Calle Cerra en el comienzo de lo que sería uno de los grandes amores de sus vidas.
Cupidx terminó de tomar su cerveza y, luego de mirar al cielo por unos instantes, caminó lentamente una vez más hacia su carro. La conmoción en su interior era tanta que sabía que permanecer en aquel lugar demasiado tiempo contagiaría a las personas que le rodeaban con una combinación impredecible de deseo y lujuria. No quería apañar el resto de la noche de la feliz pareja que continuaba entrelazada, ahora intercambiando suaves besos en las mejillas sonrientes.
Aún así, fueron muchas las pasiones desatadas esa noche en la Calle Cerra, exactamente en el momento en que Cupidx subió la mirada luego de tragar el último sorbo de su cerveza. Aunque no habló con nadie, aunque no dejó volar ninguna flecha, el sencillo hecho de que la deidad del amor presenció el comienzo espontáneo de un amor verdadero repercutió por las calles de aquel bonito vecindario, aliviando los corazones rotos y desatando bailes donde antes se habían escuchado lamentos.