Darkest Hour: al borde del abismo

La película comienza en el Parlamento y las deliberaciones del primer ministro y sus consejeros más cercanos para dejar el país en manos del joven Lord Halifax (Stephen Dillane), secretario de lo exterior. Sabiamente y, a la larga, con mucha visión, este se declara “demasiado joven” (¡tenía 58 años!) para el puesto, un eufemismo que proclamaba su inexperiencia en asuntos de guerra. ¿Quién podría conducir a Inglaterra en esos momentos? Ningún otro que el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill (Gary Oldman). Esta estupenda película nos da muchos de los detalles de lo que ocurrió.
Hay que detenerse y respirar hondo. Pocas personas han recibido tanta atención fílmica como Churchill. Oldman tiene que ocupar zapatos que han calzado antes Albert Finney (“The Gathering Storm”, 2002), Brendan Gleeson (“Into the Storm”, 2009), Michael Gambon (“Churchill’s Secret”, 2016), y, en otra versión de la de Finney (1974), ¡Richard Burton! Recientemente, y por si acaso nos olivábamos de él, John Lithgow, aunque demasiado alto por mucho, fue un gran Churchill (en la serie de TV “The Crown”, 2017). Además, la historia ha sido contada, como les acabo de decir, varias veces. Sin embargo, el guionista Anthony McCarten le va añadiendo pequeñas anécdotas al filme que sacan la trama de 10 Downing Street (la residencia del Primer Ministro en Inglaterra) y del “War Room” y concentra en el duelo verbal e ideológico entre Churchill, Chamberlain y Halifax de cómo proceder con Hitler. Por añadidura, tras bastidores, los dos conservadores extremos conspiran contra Winston.
Me considero bastante conocedor de los acontecimientos de 1940 (y la Segunda Guerra) y, para mi sorpresa, llegó el momento en que el suspenso generado por cómo está contada la historia, me hizo dudar de lo que vendría. Me rendí ante la experiencia fílmica y no dejé que la historia patente me la arruinara. Les recuerdo que un filme basado en hechos verídicos no es un libro de historia y no tiene que ceñirse a detalles constatados, digamos por ejemplo, en el primer volumen de la historia de la segunda guerra mundial del propio Churchill, sino a detalles que contribuyen a la coherencia de la narrativa. No hablo de distorsión, sino de selección. Ya que el cine es arte y divertimiento la narrativa debe tener algo de ambos.
Más importante para comprender el impacto del arte de este filme es que Oldman agrandó los zapatos que heredó de sus antecesores: llegó el momento que olvidé el actor y me pareció estar siguiendo al original en todas sus excentricidades, exabruptos y genialidades. Sabiamente, el guión cita al gran hombre cuando es necesario e importante para el efecto que se necesita. De Halifax, el supremo pacifista, dice que es: “Una oveja en ropa de oveja”; y a sus espaldas lo llama Hollyfox. En un momento le dice: “¡Deja de estar interrumpiéndome cuando te estoy interrumpiendo a ti!”, que demuestra su ingenio.
Los encuentros de Winston con el Rey Jorge VI (Ben Mendelsohn) son estupendos y nos dan una idea de la presencia avasalladora que podía ser el máximo león del decadente imperio británico. Mendelsohn hace evidente el famoso tartamudeo del rey (recuerden “The King’s Speach”, 2010), que para entonces estaba bastante controlado, sin hacerlo obvio y muestra la sensibilidad real cuando rechaza una crítica sobre Halifax, por ser “su amigo”.
En una historia lateral referente a la nueva secretaria personal (Elizabeth Layton) del nuevo primer ministro, vemos a Churchill como el tirano que podía ser con los que le rodeaban. A corregir eso le ayudaba su mujer Clementine (Kirstin Scott Thomas) que era una de las pocas personas que lograba decirle la pura verdad sin tapujos. No vemos mucho de ella (ya hemos visto a esas dos gigantes—como actrices y literalmente— Vanessa Redgrave y Janet McTeer hacer de Clemmie), pero sus intervenciones nos recuerdan que el cliché de que detrás de Winston estaba ella, queda explícito.
Como todo gran hombre que hace cosas de gran importancia Winston tuvo sus debacles. Uno que lo marcó por mucho tiempo ocurrió en la primera guerra mundial. El desastre de Gallipoli en 1915, una operación también conocida como la Campaña de los Dardanelos, que él impulsó y que terminó en un desastre total con la pérdida de 250,000 tropas para cada bando en la guerra. Cuando entró a su puesto el 10 de mayo de 1940 otra debacle, potencialmente de igual magnitud, lo confrontó. La Batalla de Francia había sido un desastre y las tropas aliadas, mayormente británicas, estaban atrapadas en el pueblo costero de Dunquerque con la espalda al mar (hay que ver la espectacular “Dunkirk”, reseñada en estas páginas el 4 de agosto de 2017). De no poder ser rescatadas equivaldría a la aniquilación del ejército inglés. En un triunfo de economía narrativa, vemos cómo la orden de usar toda embarcación en el área de Dover y en las cercanías del Canal Inglés que tuvieran acceso al continente, le dio a Churchill y los ingleses un triunfo simbólico y patente. Cuando se pensaba que tal vez diez por ciento de las tropas podían ser rescatadas, la flotilla de más de 800 embarcaciones logró repatriar ¡más de 300,000 tropas! entre mayo 28 y junio 4, salvando así a Inglaterra y, con ayuda de Rusia y los EE.UU., eventualmente, al mundo de la bota nazi.
Oldman se luce en los famosos discursos que le dieron al Parlamento y al pueblo inglés la fortaleza de espíritu que los sostuvo inspirados durante los arduos años de la guerra y los bombardeos de Londres. De todos el mejor me pareció el que dio tres días después de su nombramiento en el que dijo que solo podía ofrecer “blood, toil, tears and sweat”. La genialidad en la construcción— la aliteración —con el sonido de las “t” no solo es retóricamente brillante, sino el orden de la lista es conmovedor. Fíjense cómo la “sangre” supera el sudor, y cómo este surge de las lágrimas del trabajo. La de Oldman es una actuación de esas que surgen como si el espíritu del personaje poseyera al intérprete, y propulsa el filme a niveles nuevos en la amplia filmografía del sujeto.
En conjunto este es un filme impresionante que nos deja, en estos días de líderes fatulos que afectan nuestras vidas a diario, con el recuerdo de lo que es verdadero liderazgo y sabiduría. No importa cuan pequeño un país, no se puede dar el lujo de la inexperiencia, la ignorancia, el pillaje, y el atrevimiento infantil como forma de gobierno. Tampoco puede dejar que lo invadan. Es una de las principales advertencias churchillianas.