De Cabaret a Babylon Berlin, pasando por Alexanderplatz
Como es el caso en Cabaret y la novela de Isherwood, en BB estamos en la república Weimar en 1929. Aún pesan sobre la población los problemas emocionales que indujo la Gran Guerra, mas los económicos se han resuelto temporalmente por los préstamos norteamericanos. El nazismo, que había sido prohibido, está nuevamente tratando de establecerse entre los que se han convencido de que los judíos y comunistas (siempre está el argumento especioso que Marx, como Trotsky, era ambas cosas) son responsables de los problemas del país, y que hay que hacer algo para corregir esa situación. En una de las escenas más cruentas de Cabaret, intercalada en uno de los números musicales, una ganga de nazis mata a golpes al maître del cabaret porque, anteriormente, expulsó de allí a uno de ellos. Esa mezcla de la frivolidad de lo que ocurre en el escenario con la violencia que está sucediendo, justo en las afueras inmediatas del club, se presenta también en BB. Por supuesto, esas situaciones no son ficción: eran rutinarias en el Berlín de la época.
El Moka Efti es un Valhala de hedonistas. Mientras afuera los crímenes son casi tan comunes como el lederhosen, allí se dan a la “buena vida”. Además, la frivolidad y la violencia la controla el dueño del lujoso cabaret, Edgard “el Armenio”(Mišel Matičević), quien es el jefe de la mafia berlinesa. Mas, la verdadera violencia es la trata de personas, principalmente mujeres, que tiene lugar en sus sótano, donde la corrupción de todo refleja lo que se sabe históricamente de la época, incluyendo las orgías perpetradas por los “camisas pardas”, o SA, de Ernst Röhm, que patrullan las calles y atacan a los que no piensan como ellos. Eventualmente serían asimilados y suplantados por la SS. La corrupción, implícita en la SA, sirve de fulcro a la trama y nos conduce inevitablemente a la política. Con esto la serie, que es más neonoir que musical, se aleja de Cabaret, aunque, como en ella, el comienzo de un antisemitismo acentuado va moviéndose al centro de la historia.
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Se acerca a Berlín un tren que esconde dos cosas: oro; y gas fosgeno, que es letal, y que fue el principal que se usó como arma mortífera en la Gran Guerra, tanto por los Alemanes como por los aliados.[1] La guerra es causante de los problemas que persiguen a un nuevo miembro del escuadrón del vicio de la policía en la ciudad. De Colonia llega Gareon Rath (Volker Bruch) quien sufre de desorden postraumático y está, por ello, adicto a morfina. Lo trae un mandato de su padre: descubrir una red de extorsionistas de la cual es víctima su amigo, el alcalde de la ciudad. Casi inexorablemente eso lo conduce a la red de intrigas que se teje alrededor del Armenio y lo acerca, sin que se de cuenta, al complot que representa el tren. Los secretos de la ciudad que están relacionados al tren incluyen los intríngulis políticos de los meses antes de la caída de la bolsa en Wall Street. Los comunistas, divididos en dos grandes facciones: los estalinistas y los trotskistas, no solo pelean y se matan entre sí, sino que son acechados por las derechas extremas, incluyendo los antisemitas que favorecen la monarquía, y de centro: los antisemitas “demócratas” (Socialistas Demócratas). Como se imaginan, las traiciones y los complots son la comidilla de la ciudad.
Los guionistas Henk Handloegten, Achim von Borries y Tom Tykwer crean situaciones que se acercan a la historia, y, como debe de ser, usan personajes de la historia (la familia de Rath, el ficticio personaje central, es amiga de Konrad Adenauer, quien eventualmente sería canciller de Alemania) para enfatizar la atmósfera de un país que aceptó a Hitler como su salvador. Como es de esperarse, von Hindenburg, el presidente de la república y más tarde responsable por la llegada de Hitler al poder, hace su aparición, y hay un industrialista que fabrica armas llamado Alfred Nyssen (Lars Eidinger) que nos recuerda a los muy reales Thyssen. En la serie, este tiene lazos con la Reichswehr, precursor del Wehrmacht, o ejército de defensa nazi, que invadió casi toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y con los Freikorps, que eran grupos voluntarios de unidades paramilitares, para tratar de derrocar la república y preparar la nación para el regreso del Káiser. Su contraparte es Augusto Benda (Matthias Brand) el jefe de la policía de Berlín quien sospecha que el grupo que hizo el famoso atentado de Munich en 1923, el Black Reichswehr, y que ha sido proscrito desde entonces, está involucrado en un complot para derrocar la república y lanzar al país en una “guerra horrible”. Benda es judío y, por eso detestado por los que defienden la monarquía, los comunistas y los Socialistas Nacionales (Nazis).
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Dos personajes que caminan la cuerda floja entre lo legal y lo que no lo es, parecen haber saltado a la serie de Berlin Alexanderplatz (BA desde ahora) , la novela de Albert Döblin. Me refiero más bien a sus situaciones que a una imitación de los personajes novelísticos. Muchas de la escenas en la serie han sido filmadas en los alrededores de esa plaza y las partes de los ’20, que ya no existen, fueron recreados por simuladores computarizados. A pesar del evidente maltrato y desprecio por el valor de la mujer en la época, Charlotte Ritter (Liv Lisa Fries) busca emerger de la pobreza abyecta en que vive con su familia. Aspira a llegar a ser la primera detective de homicidios en la historia de la policía berlinesa. Para mantener a sus parientes se prostituye ocasionalmente en el Moka Efti. Su presencia allí la hace testigo de muchas cosas y de conversaciones que le proveen información única que usa como efectivo para ganar puntos en su empeño de unirse a la policía. Rodeada de la corrupción personal y política, su presencia en la serie es un laudo a la inteligencia femenina y a la capacidad de sobrevivencia de la mujer. Simultáneamente, su ambición la liga con ese otro personaje, Bruno Wolter (Peter Kurth), que tiene rasgos de Reinhold Hoffman en BA. Bruno es el detective, inspector jefe, quien usa a veces a Charlotte para saciar su apetito sexual y, a cambio, le hace favores para conseguir que trabaje como secretaria en el cuartel de la policía. Es en realidad, el único interés que ella tiene en él. Wolter es, más o menos (lo deja tener iniciativa en muchas cosas), el jefe de Rath, y lo está ayudando en su pesquisa sobre la red de extorsionistas. Muchas cosas de Wolter comienzan a flotar a una superficie llena de mentiras y traiciones.
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Los valores cinematográficos de la serie están inmediatamente visibles en la autenticidad de los platós y el vestuario. La recreación, en los estudios donde se filmó la mayoría de la serie, de los vecindarios del Berlín de los años 20, y las suntuosidades de los edificios públicos y los palacetes es impresionante. Muchas escenas tienen la dureza y la crueldad de BA, tanto del libro como de la famosa serie de televisión (1980), concebida por Rainer Werner Fassbinder. Un gran logro es que el tono de la serie, las actitudes de los personajes, y los colores que predominan, transmiten que Weimar era una circunstancia además de una época: sabemos por ellos que se avecina la catástrofe. Es algo que tiene poca presencia en Cabaret o Goodbye to Berlin. En la primera, eso solo se percibe dentro del Kit Kat Klub, que después de todo, sabemos que sus iniciales, KKK (Klu Klux Klan), son tan racistas como las canciones que entona el maestro de ceremonias. En la segunda, la catástrofe vive en la frivolidad de Sally Bowles y en sus fantasías de llegar a ser algo —una gran actriz de cine—que es imposible dado su talento y el futuro que no percibe. Por contraste, Charlotte sabe exactamente lo que quiere e intuye parcialmente las nubes de un futuro incierto. Todo está muy cerca de “la nube de gas mortífero” que se acerca a Berlín en el tren, y que es una metáfora de lo que se avecina para el país, una vez se desate la guerra. Como viene de Rusia, eso agudiza la premonición de lo que llegará al país, desde el este, después de la guerra. Incluyendo, como decían de ellos los arios: “los salvajes”.
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Los guionistas se turnan como directores de los distintos capítulos y nos dan un compendio brillante de estilos pictóricos y cinemáticos. La influencia del expresionismo y de las obras maestras de los estudios de cine UFA están a la vista. Max Beckmann pudo haber diseñado algunas de las puestas en escena; otras parecen estar inspiradas en Kirchner o en el Munch de fines del siglo XX. No faltan grupos o parejas que parecen haber posado para las caricaturas de George Grosz. Una escena que tiene lugar en casa de Nyssen recuerda en su composición el genial cuadro del artista “El eclipse del sol”. Aunque, por supuesto, los realistas que están negociando en BB tienen cabezas, lo que hablan es evidencia del prejuicio y la falta de análisis, y, por lo tanto, equivale a los descabezados en el cuadro. Una secuela en la que un policía que está de encubierto huye de alguien que no vemos en un laberinto de pasillos, escaleras, y recovecos oscuros, semeja una puesta en escena de M (1931) de Fritz Lang. Curiosamente, algunos de los encontronazos físicos o intelectuales entre comunistas y derechistas, y el desarrollo de nuevas tecnologías de control social, recuerdan las bases de la distopía en Metrópolis (1927), también de Lang.
Además del guiño a Bob Fosse y su Cabaret, también hay un homenaje a The Man Who Knew Too Much de Hitchcok, durante una puesta en escena de The Three Penny Opera en la que se pretende asesinar a Gustav Ernst Stresemann y Aristide Pierre Henri Briand, quienes compartieron el premio Nobel de la Paz en 1926 por sus contribuciones a mantener la relación pacífica entre Francia y Alemania después de la Gran Guerra. El uso de la opereta de Kurt Weill y Bertolt Brecht es, culturalmente hablando, un símbolo de la época de Weimar, y, por eso muy atinado. Una secuela de acción, en la que un grupo de trotskistas es asesinado, termina con un reconocimiento a Schindler’s List de Spielberg. Hay también unas referencias a All Quiet on the Western Front (1930) que encierran parte del secreto que abacora a Rath, el personaje principal de BB.
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La brillantez de la serie está a veces empañada por algunas cosas inverosímiles que tienen que ver con banalizar el trauma físico. Alguien es herido de bala y cae de un quinto piso y sigue moviéndose después como si se hubiera comido un wiener schnitzel. Otro grita debajo del agua y revive a alguien ahogado con agua dulce después de estar sumergido varios minutos. La heroína, que pesa unas 120 libras, es inmune a la hipotermia. Todo esto lo atribuí (con guiño) a momentos de ciencia ficción influidos por Metrópolis, que ya mencioné más arriba. Hay también algunas fallas de continuidad en la narrativa, pero la serie nos captura desde el principio por su trama, sus actuaciones y su capacidad para hacernos conscientes de las situaciones que anteceden las acciones dictatoriales en los países. Con episodios que duran 45 minutos, se presta para ver 4 horas por tres días en un fin de semana largo, y deleitarse.
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[1] Es interesante que el régimen zarista se tambaleaba en marzo de 1917 y, en abril, los alemanes enviaron en un tren sellado a Vladimir Lenin a Rusia para iniciar la revolución bolchevique. La llegada de un tren ruso a Berlín que contiene material que va a usar los rusos “blancos” contra Lenin, es claramente una venganza, por inventada que sea.