De distopías y utopías
Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares.
—J.L. Borges, “La lotería de Babilonia”
Por otro lado, en algún lugar del inconsciente se ha ido borrando la separación entre lo que es realidad y lo que es discurso. Es interesante para mí que este auge sucediera en el momento en que la filosofía estaba entregada al juego de negar la realidad, puesto que los más listos —ya que quien defendiera la existencia de la realidad se presumía tonto— sostenían que todo, absolutamente todo, es ficción. No es mi interés entrar en los debates típicos de la posmodernidad para defender la existencia de una realidad más allá del discurso (“todo puede que esté determinado por el discurso, pero ello tiene también consecuencias reales”, puntualiza Slavoj Žižek en El sublime objeto de la ideología). Lo que me interesa desmenuzar un poco es que esta realidad virtual en la que nos sumergimos de repente y con total entrega (precursora del ciborg que somos hoy en día con la conexión continua mediante los teléfonos inteligentes) implica una ruptura definitiva con la razón como medio para intentar crear una utopía o sociedad perfecta y el comienzo de otro tipo de ficción muy cercano a las narrativas distópicas de la ciencia ficción.
A ver, la teoría de la modernidad planteaba el acceso universal a los conocimientos objetivos que producen la ciencia y la filosofía desde el imperativo categórico de la ética para poder crear sociedades justas. Claro que objeto con usted, querido lector, la noción de lo universal desde el punto de vista de los oprimidos que cuando exigieron masivamente participar en el debate público objetando su exclusión (pienso en los gloriosos años sesenta con sus feminismos, protestas a favor de derechos civiles y la descolonización, por ejemplo) se encontraron con la retórica de que no hay verdad. Lo universal ha sido una pretensión falsa que ha impuesto una noción de lo humano a imagen y semejanza de la cultura burguesa blanca a todos los terrícolas. Pero tampoco quiero seguir debatiendo por ese camino en esta ocasión. Lo que me interesa es pensar en los mecanismos que tenemos a disposición los humanos para ejercer la memoria, la imaginación y el debate de modo que podamos ir desechando realidades y creando realidades nuevas en las que quepa el bienestar de más personas. Lo que me interesa es entender cómo hemos ido desechando el esfuerzo colectivo y la ética necesarios para mejorar lo común a favor del azar y cómo nos hemos convencido de que seremos ganadores, todos, de manera individual.
Incluso el mundo del trabajo se está transformando, con las nociones del empresarismo y las “start-ups” que no son más que la idea de que todos y cada uno de los que se meten en ese mundo encontrarán inversores para su genial idea y que se harán millonarios de un día al siguiente, como quien se gana la lotería, solo porque son bellos, llevan barbas hípsters y además son creativos e inteligentes. Del lado de los trabajadores, queda la oferta a la manera de los Airbnb y Uber, el medio laboral se libera del pago de las vacaciones y de planes médicos (cuando la medicina también está privatizada) e incluso de salarios porque lo que hace es quedarse con una comisión del servicio que brindan otros sin ser el dueño de los medios de producción. Así cada persona se emplea a sí misma ofreciendo paseos de perros, transportación de comida a domicilio, convertirse en redactor a consignación e incluso intérprete médico por vía telefónica, mientras regalamos nuestras tierras agrícolas a Monsanto y ofrecemos “ayudas humanitarias” a favor de la próxima guerra mediática que surja para los intereses de quienes acaparan recursos que deberían ser de todos y terminamos de matar el planeta.
Hace unos años pretendía analizar en voz alta con mis estudiantes la cultura del reggaetón y de la música tecno. Me parecía que ambas estaban estructuradas a partir de la entrega hipnótica a un ritmo, a una pulsión en el sentido de latidos intermitentes en el tiempo que se procesan más con el cuerpo que con la mente, pero también en el sentido sicoanalítico de abandono a algo más fuerte que la razón que empuja o hala. Cada cual abandonado a su perreo, no pasamos por un discurso, por una letra, por una poesía (los usuarios que entrevisté me decían que ellos no escuchaban la letra sino que solo sentían el ritmo); tan contrario a la música de protesta de los años 60 y 70, montada en la retórica hasta llegar en ocasiones al panfleto para la tribuna. No digo que esto sea mejor que aquello. Estoy señalando un hito, un cambio, una ruptura que nos trae a los Hunger Games. Esto es, a ser todos partícipes de un espectáculo en el cual echamos porras por un jugador u otro o, si queremos pasar al lado de allá, donde hay higiene, servicios médicos, seguridad y educación, ofrecernos en sacrificio ritual por si acaso la suerte nos premia y nos salva.
Mientras todo eso sucede, hay una máquina antigua de realidad, como una reliquia que crea mundos. Los libros.
Tal vez escribo este artículo para mi hijo, para explicarle por qué me he dedicado a leer libros, a debatir sobre libros, a explicar libros sin siquiera sospechar que me estaba entregando a un mundo que estaba en vías de desaparecer. Los libros son memorias de ancestros que quedan grabadas y no es sino en diálogo con ellos que recordaremos que todo es perecedero y sagrado. ¿Serán palabras que se entiendan todavía o estarán obsoletas ya? Los libros son razón, pero también con ellos se piensa desde la intuición y en ellos la belleza está en lo que descubren de inefable sobre la vida humana. O sea, que mi relación con ellos excede el iluminismo y me regresa al animismo. Los libros van en el altar de los muertos.
En Puerto Rico, en medio de la crisis fiscal que cierra escuelas y amenaza con cerrar también la Universidad (si lo permitimos nos merecemos que nos coma el minotauro) hay un boom de pequeñas editoriales que están publicando libros excelentes y el librero y escritor Luis Negrón acaba de abrir una librería nueva en Santurce que llamó “La esquinita”. Yo que quisiera estar allá con él, con la familia de los libros que dejé por un rato, paso un viernes en la noche a la presentación de un libro que habla del diálogo con los muertos. La librería queda en el “Enterrado del agua muerta”, que así se llama la calle y su nombre es en español. Se llama Libre! Descubro allí que se trata de una cooperativa. Mis amigos en Puerto Rico querrán saber de este proyecto, por lo que decido volver a informarme más sobre sus maneras de funcionar.
Le pregunto a la gestora, Lía Arrigoni, sobre el nombre. ¿Por qué en español? Me responde: “Libre es la palabra librería recortada. Pero también implica que los libros son libres, o libertad, en el sentido de que, si se les quita lo sagrado, entonces se vuelven una forma de la convivencia”.
Hemos pautado la entrevista para las 4, al regreso del sagrado cierre para la siesta, pues la librería cierra a la 1 y reabre a esa hora. Llego unos minutos antes y ya hay personas esperando en la puerta a que abra. Me dice, Lía con una sonrisa cuando me ve… “Te puedo regalar 6000 segundos, pero no esperes que sean todos seguidos. Serán 10 allá, 20 acá, porque yo sola hago todo. Yo soy la socia-trabajadora, aunque hay muchos modos de ser socio. Somos muchos que cooperamos y trabajamos juntos.” Le respondo que me parece fantástico. Me quedo por ahí mirando libros mientras atiende a las señoras que han venido a hacerse socias. También quieren pautar una presentación de un libro de poesía. Lía les explica que las presentaciones están todas llenas hasta octubre. ¡Octubre!, me digo… sorprendida. Me explica cuando vuelve a tener tiempo que no es tanto, si se tiene en cuenta que en los meses del verano, de junio a agosto, no hay actividades.
Le pregunto qué implica el concepto de cooperativa y en su respuesta habla de colaboración. Los socios trabajan juntos. Hay un consejo de administración. Además, los socios organizan encuentros, tienen acceso a los libros a precios descontados. La cooperativa nace el 21 de septiembre de 2013. Se paga una cuota de 100 euros y se vuelve uno parte de una empresa colectiva. Aparte de presentaciones de libros, también presentan editoriales porque les parece importante que se conozca a la gente que se dedica a hacer libros. Libre! se salta los grandes distribuidores y conversa y cuida las relaciones directas con las casas editoriales, sobre todo si son pequeñas. Dice Lía que “Presentan libros, presentan editoriales, presentan ideas, cuentan historias, cuentan las historias dentro de las historias.” Se trata de cuidar la conversación, la memoria y el pensamiento crítico. Tienen un acuerdo de colaboración con la Universidad. Esto implica que la librería está presente en las conferencias que organiza la Universidad y también se traen eventos a la librería cuyos protagonistas son docentes universitarios. También se dan cursos, clases de yoga y actividades por el estilo.
Lía siempre trabajó como librera. Antes con su padre en la librería Rinascita que cerró. Se trata de un nombre histórico relacionado con el fundador del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci y con ese partido que ya no existe. Hay muchas librerías con ese nombre, Rinascita, por todo el país. Antes estaban todas conectadas, pero luego se hicieron autónomas. Es muy difícil mantener una librería. El margen de ganancias por la venta de libros no es muy alto. Lamentablemente, la venta de libros no es muy lucrativa. Se siguen abriendo cadenas de librerías. Hay mucha competencia y poco mercado.
También tiene un acuerdo con Universidades y escuelas secundarias para que algunos de sus estudiantes hagan el internado en la librería. Se interrumpe para hablar con un profesor que viene por un libro que ha quedado en presentar. Le dice Lía que está por salir un libro sobre la Comuna de París y que no ve la hora de tenerlo entre las manos. Cuando regresa a la conversación que seguía conmigo, me dice de los estudiantes que hacen el internado: “Con ellos nacen fuertes simpatías. Hacemos amistad. Son un recurso importante, pero lo más importante es la posibilidad de enseñar a hacer el trabajo del librero. Cada librería es un mundo porque el librero le da su impronta por la selección de libros que ofrece y por el modo de manejar el negocio que es siempre más que solo vender libros.”
La librería tiene un salón “Una stanza tutta per sé” o “Un cuarto propio” al que invitan al público para que se ocupe de ofrecer actividades culturales de diversa índole. Me cuenta Lía que en Italia hay diversas librerías cooperativas. En Nápoles, por ejemplo, hay una que se llama Io ci sto (Cuenten conmgio o Allí estoy) y que nació por la iniciativa de un librero anticuario que fue viendo cómo se cerraban todas las librerías históricas. Ellos son una asociación, no una cooperativa y funcionan con la ayuda de trabajo voluntario. Cuando se dice que quien es cliente es también socio se está hablando de otro modo de hacer empresa y economía. Es político. Se trata de otro modo de pensar/hacer el mundo.
Cuando le pregunto si hay algo más que debería escribir me responde: “Exhorta al público a hacerse socio de Libre!” (http://www.libreverona.it/stps/) Pero, el artículo es para publicar en Puerto Rico. “No importa, me responde. Tenemos socios de todo el mundo. Tenemos una socia mexicana, incluso”.
En conclusión, en Puerto Rico, como en Italia, en el contexto de la precarización del trabajo y la venta de lo común como si fuera un objeto de consumo, queda la utopía colectiva que es la cultura del libro, que es conversación, memoria y libertad.