De fantasmas y monstruos: de Mary Shelley a Guillermo del Toro
Palidori, basándose en el bosquejo que Byron escribió para su historia de fantasmas aquella noche, y alimentándose de cuentos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, ideó un ser guapo, irresistible a las mujeres y aristocrático que, fácilmente, se podía identificar como Byron mismo. La palabra vampir ya existía en alemán en el siglo XVIII, y en serbio existía wampira: Wam, sangre; pir, monstruo (hay referencias al vampiro tan tempranas como el siglo XI dec). El término vampiro apareció en el diccionario inglés en el 1734 y en el de la real academia en 1843. Existía ya en el folclor vampírico la gula de esos seres por ese líquido vital, y sus rostros se ponían morados por beberla. Mas fue el médico Palidori quien creó el vampiro moderno en su “Historia del vampiro” (“The Vampyre”, 1819). Incluyó, entre las obsesiones del personaje, el deseo de chuparles la sangre a vírgenes para él vivir mientras ellas morían. Más tarde, en el romanticismo, se le añadió la capa de ópera de cuello alto (era necesario para que pudiera desaparecer en un escenario) y el esmoquin, y su procedencia de Transilvania, Rumanía. En 1897, con el “Drácula” de Briam Stoker, el monstruo tomó vuelo en la forma transformacional de un murciélago hematófago. Además de que el conde Drácula chupa sangre, su maldad y depravación son evidentes en las esclavas sexuales y en los muertos en vida que crea, en su fobia a los crucifijos y las cruces, el hecho de que el agua bendita lo quema y la luz del sol lo puede matar. Como no tienen alma, los espejos no lo reflejan. Son estas características las que lo hacen un monstruo. Que el nacimiento del vampiro que mejor conocemos sea contemporáneo —casi simultáneo—con el de Frankenstein, a quien conocemos tanto o mejor, es cosa de cuentos de fantasmas.
Mary Wollstonecraft Goodwin conoció al gran poeta Percy Bysshe Shelley cuando tenía quince años y, pronto, estaba en cinta con su primer hijo. Sorprende que nunca le puso nombre, como es el caso del monstruo, que tampoco tiene nombre propio, si no el de su creador, y que el bebé apareciera muerto una mañana. Ella pensó que se había “envenenado” con la leche que chupó de su seno. Abatida por la pesadumbre y la pena, soñó que el bebé solo tenía frío y que frotándolo junto al fuego de la chimenea lo había resucitado. De ahí hasta la publicación de su novela estuvo rodeada de muerte. Durante el 1817 su media hermana Claire se suicidó con una dosis exagerada de opio; y Harriet, la mujer legal de Shelley, abandonada por este, se lanzó a las aguas del lago Serpentine en Hyde Park. No debe sorprender la idea de que el monstruo, en la historia que completó Mary Shelley en 1818, haya sido creado de partes de muertos y traído a la vida por “el calor” de la electricidad. Los tres volúmenes de la novela se vendieron poco y no fue hasta el montaje teatral de una versión titulada Presumption: The Fate of Frankenstein, en 1823, que el monstruo se hizo famoso. Múltiples representaciones le siguieron a esta y, entre 1823 y 1825 el monstruo se internacionalizó con representaciones en Londres, Paris, Berlin y Nueva York. Mary Shelley se hizo más famosa que su marido, el gran poeta con quien leía libros sobre las tumbas de sus padres.
Como si fueran hermanos gemelos unidos por la contemporaneidad de su creación Frankenstein y Drácula llegaron casi juntos al cine. En 1922 F. W. Murnau filmó su clásico “Nosferatu”, quizás la mejor y ciertamente la más horrífica de las películas de Drácula jamás. Por haber sido filmada sin la autorización de Stoker el conde se llama Orlok, no Drácula. El nombre Nosferatu, en múltiples variables en rumano, puede significar repugnante, diabólico y espíritu maldito. Sin embargo, también puede significar inmundo o portador de enfermedad (del griego nosphoros), lo que parece estar más cerca de la versión expresionista de Murnau en la que la tripulación del barco sucumbe a la mordida del vampiro, pero al llegar a puerto se le atribuyen las muertes a la plaga. Importa que el filme no fue exhibido en los Estados Unidos hasta 1929 porque eso lo acerca a la magnífica versión del director James Whale de “Frankenstein” de 1931 con el gran Boris Karloff en el papel del monstruo. Ese mismo año los estudios Universal lanzaron al mercado otros clásicos del cine de horror (fantasmas y monstruos, sin duda), incluyendo “Dracula” dirigida por Tod Browning y basada en la obra teatral de Hamilton Deane y John L. Balderston en la que Bela Lugosi había sido, con gran éxito, el conde en 1927. Nadie en realidad ha sobrepasado al austro-húngaro Lugosi en el papel, pero hay que hacer un nicho especial para Frank Langella quien representó el conde Drácula en la versión dirigida por John Badam en 1979. La recuerdo como una producción exuberante en la que los platós se convirtieron en personajes que ayudaban a hacernos sentir sofocados por el ambiente. Está, además, la escena de la celebración de la noche de bodas de Drácula y Lucy, diseñada y filmada por el famoso creador de las secuencias de los títulos para filmes de James Bond, Maurice Binder, que es un tour-de-force de gran impacto fílmico.
Mary Shelley le dio el subtítulo de “Prometeo moderno” a su novela aludiendo a la frase de Kant, quien acuñó el término en referencia a Benjamin Franklin. Fue “el robo” de la “electricidad de los dioses” lo que llevó al filósofo a semejar el experimento de la chiringa de uno de los fundadores de la nación norteamericana con el hurto del fuego a Zeus. Pensaba que desafiar la naturaleza iba a causar estragos que iban más allá de la imaginación de la humanidad. Como se imaginan, hoy en día cuando se piensa en Frankenstein entran en la conversación la ingeniería genética, la manipulación del ADN, y el uso de células madre para construir seres perfectos. La posibilidad de crear monstruos si se cometen errores en estos experimentos que muchos consideran un reto de la naturaleza, pesa sobre la cabeza de los que proponen estos procedimientos.
El monstruo asesinó a los seres que Frankenstein más quería, y era miserable porque era perseguido e incomprendido, por lo tanto, era un ser solitario. Por eso le pidió a su creador que le construyera una compañera. En el otro filme clásico de James Whale, “Bride of Frankenstein” (1935), Karloff vuelve a representar al monstruo, pero el filme tiene la presencia estupenda de Elsa Lanchaster que hace el papel de Mary Shelley y, al final de la película, de la mujer creada para el monstruo. Encantado por la creación que se le ha brindado, el monstruo le pregunta a la nueva compañera que si han de ser amigos, pero la mujer lo rechaza. La decepción y toda la persecución de que ha sido objeto antes le hace decidir que ambos merecen mejor la muerte, y quema, con ellos dos adentro, la torre-laboratorio de Frankenstein, según suelta lágrima.
Esa evidencia de ternura inducida por el desespero del rechazo por su fealdad (la cara tiene tonos verdes y están los fusibles del cuello, por donde la electricidad entró a su cuerpo, y sus cicatrices) contrasta con las acciones criminales del monstruo, pero nos permite por un instante ver sus sentimientos. El público, sin embargo, no había olvidado que ahogó a la hija del granjero en el filme anterior y se unió con sus reclamos a la muchedumbre que quiso lincharlo para destruirlo.
El monstruo de Frankenstein ha sido creado de los muertos, al igual que el vampiro es un producto de la copulación entre los no-muertos (“un-dead”), pero Drácula no es creado. Uno alude al creacionismo, mientras el otro alude más a la evolución. Ese desarrollo que permite la manifestación de un ser que vive en tinieblas y es demoniaco, y la capacidad de crear un ser de partes muertas a quien la electricidad la da aliento, remiten a las creencias de muchas religiones de Asia y el Mediano Oriente que han permeado el cristianismo.
Por contraste, el monstruo de “The Shape of Water” es natural de las profundidades del Amazonas y, aunque no se especifica de qué parte del curso del gran río viene, inevitablemente, procede de tierras de indígenas que, para la época en que se desarrolla el filme (los tempranos años 60 del siglo pasado), aún tenían poco contacto con el mundo moderno. Además, es un ser que vive y respira, habla su propio lenguaje, y tiene sentimientos, y reconoce perfectamente quiénes lo protegen y quiénes le quieren hacer daño. No ataca a menos que no se sienta amenazado. Es el primer monstruo de este hemisferio que tiene seguidores y protectores humanos, que lo ayudan a escapar de las garras de monstruos humanos. No solo eso, porque es una especie de dios, es capaz de convertir a Elisa (no perdamos la referencia estupenda y sutil a la Eliza Doolittle del “Pygmalion” de Shaw y de “My Fair Lady” de Lerner and Lowe, que aprende un nuevo idioma, tal y como le enseñó el profesor Higgins, y que, en sus fantasías, pudo haber “danced all night”) en una de su estirpe (como hace Drácula con las que muerde).
Hace unos años del Toro le pidió al diseñador —junto a Shane Mahan— del Hombre Anfibio, que le hiciera un “traje-escultura” del monstruo de Frankenstein. Además, el director-guionista ha mostrado interés en filmar nuevamente “The Bride of Frankenstein” y otros filmes del monstruo. “Shape…”, que costó menos de $20 millones, ha recaudado $75 a través del mundo hasta ahora, ganancias que pueden permitir que las propuestas de del Toro sean complacidas. ¿Desvirtuaría al monstruo? ¿Lo haría más “humano”? Yo espero que tome otras rutas y busque otro tema. Del Torro ha demostrado que su imaginación es lo suficientemente fértil para darnos cosas noveles como han sido “El laberinto del fauno” (2006) y “El espinazo del diablo” (2001). Que nos ofrezca las cosas nuevas que esperamos de él. Ya Mary Wollstonecraft Shelley nos iluminó y nos ha dado que pensar bastante con el fuego y la electricidad de su monstruo, que empezó como un fantasma.