De la “bipolaridad sistémica” a la “bulimia social”
Reflexiones sobre la criminalidad y el neoliberalismo
Mientras me siento a escribir esta colaboración, la lluvia cae sobre Ponce y la radio me trae las noticias de la tarde.
Por supuesto, en medio de las usuales boberías sin relevancias pero entretenidas que nos traen los medios de comunicación comerciales, se destacan las crónicas policiacas.
Como si fueran cronistas deportivos, los reporteros asignados a La Policía nos narran las incidencias y llevan una tabla de anotaciones donde a veces ganan los buenos –los policías-, pero donde también los malos –los criminales- en ocasiones llevan la ventaja. Es un sistema simplista que aparenta ser más para entretener que para informar, que sirve para que el País construya la idea de que vive en una crisis criminal que, real o ilusoriamente, lo condena a sobrevivir en el miedo y al peligro.
La realidad construida por esos medios de comunicación, es la de una sociedad con una violencia callejera sin precedente donde cada quien campea por su respeto, mientras los administradores del País reproducen inefectivas y gastadas alternativas para supuestamente manejar la crisis. Por una parte, el gobernador Luis Fortuño y La Policía con su política de “valores”, abrazan el pensamiento conservador cristiano de principio del siglo XX en los Estados Unidos, y aseguran que solo la represión y el castigo lograrán imponer la llamada “ley y orden”. No se puede esperar otra cosa de un gobernador republicano que hace campaña junto a gente como Sara Palin.
Para esos conservadores, los sectores marginados del País son pobres y desviados porque ellos quieren. Es decir, que no tuvieron la fortaleza de espíritu para hacerle frente a su naturaleza pecaminosa, criminal. Por tanto el Estado, tiene la obligación de someter a ese desviado y obligarlo cumplir con las reglas sociales que definen el orden social.
Claro, no importa que estas leyes fueran construidas por las élites económicas y políticamente poderosas para mantenerse ellos en control de esa sociedad –y que otros pierdan derechos y libertades.
Esa simplista visión que reduce el crimen a una crisis de valores contrasta con el fundamento teórico que da vida a los tribunales de la Isla. La judicatura de Puerto Rico basa su visión del desviado en el pensamiento clasicista que define a esos “criminales” como seres racionales quienes deciden delinquir tras un análisis racional de costo efectividad de sus acciones. Por tanto, la teoría imperante en el sistema de justicia es que tiene que imponer fuertes penas para que a la gente no le haga costo efectivo delinquir.
Así que, tanto la Policía como los tribunales parten de la premisa, que ante lo criminal, “mano dura” y “castigo seguro”.
Finalmente, tras los debidos rituales legales, “el criminal” llega al sistema de corrección donde, basados en los principios teóricos del positivismos, milagrosamente deja de ser un endemoniado, pecaminoso o frío calculador, y se convierte en una víctima de la sociedad que lo mal educó. El sistema de corrección cree que el criminal es producto de errores de socialización, razón por lo que merece ser rehabilitado y no castigado.
En fin, la política para hacer frente al crimen en Puerto Rico se caracteriza por una especie de bipolaridad sistémica, producto de una amalgama de visiones teóricas fracasadas.
Situación similar se reproduce en muchos otros sistemas de justicia en occidente, según nos explica el italiano Alejandro Baratta, quien entiende que estos aparatos de la justicia criminal se basan en pensamientos con cien años de atraso en relación a las nuevas teorías sociológicas sobre la desviación y el crimen.
Estas fracasadas visiones no contemplan que en nuestro caso, el crimen es producto de la propia cultura donde la ganancia, la competencia y la acumulación de capital son los principales valores sociales. No ven que el sistema colonial, organizado en una economía neoliberal que necesita ejércitos de desempleados, es el caldo de cultivo para esa desviación social y criminal.
En sus trabajos más recientes, el británico Jock Young explica cómo la organización social neoliberal termina produciendo un sistema que condena a grandes sectores sociales a anhelar desde su pobreza los símbolos de éxito de las élites. Al mismo tiempo, esos sectores que el sistema incluye en las aspiraciones de consumo, son excluidos de espacios legales de trabajo que les permitan suficiente ingreso para llenar unas expectativas básicas. A este proceso, Young le llama “bulimia social”.
Según los sectores, marginados por este proceso de inclusión y exclusión, se dan cuenta de las pocas posibilidades que el sistema les ofrece para romper el ciclo “bulímico”, la actividad criminal se convierta en una alternativa viable para llenar las impuestas necesidades de consumo.
Así las cosas, cabe preguntarse si los acólitos del neoliberalismo que hoy administran la colonia, realmente quieren reducir la criminalidad.
Para cualquiera que estudie la dogmática implementación de estas políticas neoliberales en los Estados Unidos de América de Reagan, en el Chile de Pinochet, en la Inglaterra de Thatcher o en la Rusia de Yeltsin, notará que en todas esas instancias se disparó la criminalidad.
Por tanto, o son unos ignorantes de la historia o saben perfectamente que sus políticas van a generar altos niveles de criminalidad y no tienen problema con eso, pues una sociedad con altos niveles de criminalidad es más vulnerable al control y la manipulación por parte de los poderosos como bien explica Neomi Klein en su libro La Doctrina del shock.
En el caso de los que administran el Puerto Rico del siglo XXI, puede que haya de ambas.