De la domesticidad: Jugar, un vídeo de Quintín Rivera Toro
Para Violeta.
Ningún ser existente podría satisfacerse con un papel inesencial.
– Simone de Beauvoir
Un padre recoge del piso juguetes, piezas de ropa y artículos misceláneos. El padre siempre trabaja solo aunque, en un momento breve, aparece en la imagen un(a) bebé de unos dos años. La acción del padre de recoger se repite un inacabable número de veces, siempre vista desde el nivel del piso. Ante un vídeo (de 5.07 minutos) que comienza, continúa y termina con la misma acción sin que observemos algún desarrollo o cambio, a los espectadores no nos queda más remedio que presumir que hemos observado sólo un fragmento de una acción —recoger el reguero casero— inmutable, eterna. A esta acción Rivera Toro la titula Jugar.
El arte de Quintín Rivera Toro documenta la forma de vida de una clase social específica, la pequeña burguesía puertorriqueña a comienzos del siglo veintiuno. Los protagonistas de este espacio social se mueven con naturalidad y holgura, no empece su reconocimiento de su precariedad existencial. Al filo de la catástrofe, conscientes de que su mundo puede desplomarse fácilmente, los personajes de Rivera Toro viven obviando su precariedad, pero acusando el miedo que la misma les causa.
Esta precariedad y su consecuencia, el miedo, tienen un origen: el estado colonial. Hijos del “estado libre asociado” ahora en crisis aguda, los protagonistas de Rivera Toro —de buen gusto, educados— observan quietamente los signos de su malestar, sentados en espacios interiores perturbadoramente inacabados, instalados en la simulación de una modernidad prometida pero no cumplida. Estos personajes, con su campo visual en posición similar a la de nosotros, los espectadores de las obras, colocan su frágil confianza en los accesos controlados a sus genéricos espacios interiores, engañosamente protegidos de las calamidades del mundo exterior.
Un ángulo distinto en la visión de la sociedad actual nos lo ofrece la serie de tres vídeos De la domesticidad: Trabajar; Amar; Jugar (2011). Doméstico — “perteneciente o relativo a la casa u hogar”— tradicionalmente sugiere el mundo femenino. De la domesticidad: Jugar, en particular, convierte en imagen las palabras escritas por Simone de Beauvoir acerca de la mujer y las tareas domésticas:
Es fácil comprender por qué es rutinaria; el tiempo no tiene para ella una dimensión de novedad, no es un brotar creador; como está destinada a la repetición, no ve en el porvenir más que un duplicado del pasado….es natural que repita y recomience, sin jamás inventar nada, que el tiempo le parezca que gira en redondo, sin llevar a ninguna parte; está siempre ocupada, pero nunca hace nada… [El segundo sexo, vol. 2, cap. 6]
Esta descripción, exacta y terrorífica por demás, es avalada por los vídeos de Rivera Toro, con las pilas de ropa que monstruosamente se multiplican sobre una cama (De la domesticidad: Trabajar), o el padre que, con su bebé en un columpio, intenta convencerlo(a) y de paso convencerse a sí mismo de que “estamos gozando” (De la domesticidad: Amar) aun cuando la imagen lo desmienta. Forzoso es reconocerlo: la domesticidad pesa.
Estos vídeos, empero, no tendrían mayor resonancia en el arte contemporáneo (el tema ha sido tratado hasta la saciedad) si no fuera por un detalle crucial: están hechos por un hombre. Aquí el hombre asume el arcaico rol doméstico femenino y cuestiona la “domesticación/degradación” que ello supuestamente implica. Su gesto, lejos de ser degradante, anula ambos roles para generar uno nuevo. Atrás quedan aquellos hombres que en el filme Modesta (DIVEDCO, 1955) accedían a ayudar a sus esposas siempre y cuando no tuvieran que “cambiar culeros”.
El título Jugar podría verse como irónico ante la monótona acción “opresiva” que observamos. No obstante, es el título preciso, aquel que reconoce que recoger los juguetes de un hijo, como cualquier otra tarea doméstica, es un acto de amor, al ser asumido libre y felizmente. En el vídeo —como en la vida— levantar una bola del piso es celebrar la responsabilidad alegre de la pater/maternidad, muy distante del “revolcarse en la inmanencia” denunciado por Beauvoir. Rivera Toro nos revela, contrario a la situación descrita por la escritora, que de “limpiar deyecciones” sí se podría “extraer el sentido de la grandeza”.
De la domesticidad pone en jaque la —todavía imperante- identidad social asignada a la mujer como “Madre”. En las imágenes de Rivera Toro la transformación de un rol social supone necesariamente la transformación de su significación. Si nuestra sociedad estúpidamente insiste en la maternidad como prueba suprema de la consecución de la plena identidad femenina, Rivera Toro destroza esa construcción al demostrar que un hombre puede hacer exactamente aquello que supuestamente identifica a la mujer. Ante tal demostración, resulta impostergable cuestionar y transformar aquellos signos que otrora identificaban negativamente la “esencia femenina”. Si el hoy ya no es igual al ayer, el porvenir exige, por tanto, no ser una copia del hoy.
Un padre recoge del piso juguetes, piezas de ropa y artículos misceláneos…y hace un vídeo.