De regreso al mercado
“ya no hay quién salga loco de contento”
–Catalino Curet Alonso
Diálogo uno: el ‘six pack’
En La charca1 —novela que junto a La carreta forman la biblia de la literatura puertorriqueña— Manuel Zeno Gandía enmarca melodramáticamente el estado de miseria y podredumbre en que vivían los jornaleros dentro del paisaje de poesía y producción de los cafetales donde trabajaban. Como si fuera una tragedia griega a modo de teatro de lo absurdo, en este mundo encharcado mueren una adolescente maltratada y un infante desnutrido, además, hay un fratricidio, dos asesinatos, y muchos otros abusos. Sin embargo, casi al final de la novela —en su capítulo 9— el narrador nos informa que “pasado un año”, “En la granja de Juan del Salto la labor era incesante. ¡Gran cosecha había sido aquella!” (206).Juan del Salto es el “caballero en mula” que se nos ha presentado como el buen patrono, legítimamente preocupado por su finca, y genuinamente compadecido de la miseria en que viven sus trabajadores. Al menos, así se le presenta mientras reflexiona sobre las teorías sociológicas, teológicas y científicas en boga a finales del siglo 19, entre las que Juan saltaba “como una pelota de uno a otro sistema” sin llegar nunca a ninguna decisión ni tomar acción. Ninguna acción al respecto se debe decir, pues Juan tenía claro que de las buenas cosechas y del incesante laburo dependían los estudios de Jacobo, su hijo que estudiaba en París. Y ese día laborioso de plena vendimia termina así:
Y Juan sumó mentalmente las partidas de café recolectadas aquel día; calculó las que aún le faltaba recoger; pensó en las probabilidades de buenos precios. Luego pensó en Jacobo. (230-1)
Pero creo recordarán que Juan no es el malo de la novela sino los tramposos de Andújar y Galante, a quienes Zeno presenta en las trampas de El negocio en los puertos: los almacenes de importación y exportación.
Diálogo dos: la playa
Como si un siglo después aún continuara esta conversación, Rubén Nazario Velasco relata2 que tras el manto de la guerra económica e ideológica entre los intereses azucareros y el capital criollo agrícola de inicios del siglo 20, “los negociantes lograron re-articular su modelo” con los que “hicieron fortuna varios” de ellos. Ejemplos de este “Destino geográfico de Antila” —como se titula el capítulo— son Antonio Ferré, quien “fabricaba y reparaba mazas… y otros equipos” para la central de Ponce y que matrimonialmente se “entroncó” “con importantes capitales azucareros”; y “La familia Carrión —que hizo fortuna en la importación y distribución de piezas para el ferrocarril cañero”, que a partir de los años 20 controló el Banco Popular (41).
En El paisaje del poder Nazario Velasco se adentra, como Zeno en el cafetal, por la intricada batalla de capital a lo largo de la primera mitad del siglo pasado: batalla de poder político, económico y cultural entre inversionistas extranjeros y agricultores del patio. Nazario Velasco presenta el mito de la pérdida de la tierra que tanto ha alentado el sentimiento nacionalista como parte ese negocio. El valor de la tierra que era disputado entre esos intereses económicos, después de la Gran Depresión asentó la identificación de las centrales como enemigos del pueblo y los responsables de la pérdida de la tierra y la miseria del jíbaro. Y el partido que asumió el poder en defensa de la tierra abrió los puentes y las carreteras que trasladaron a otros negocios su valor.
“¿Cuál es el negocio?”, pregunta Frankie Ruiz. Cuánto negocio hicieron esos comerciantes durante el resto del medio siglo, me pregunto yo. Tras ese otro medio siglo los puertorriqueños habíamos entrado gozosos en la recuperación económica de fin de siglo, que gracias a las computadoras y la cibernética vivía Estados Unidos. Un súper tubo remediaría la sed de los ciudadanos y turistas del área metropolitana, un súper tren —con telas costosísimas, estaciones de show y con lo mejor del arte contemporáneo— transportaría estudiantes y empleados, aliviando el guarachoso tapón y en el nuevo súper estadio —por maldades del destino bautizado con el jíbaro legendario, Don Cholito— se presentarían los mejores espectáculos del mundo. Gracias a esta obra, no a la del proyecto anterior —la de hospitales y educación pública y el nacionalismo cultural— Puerto Rico parecía asegurar su camino al progreso.
Diálogo tres: “loco de contento”
Pero el negocio falló y se calló el mercado. Como al jibarito de Rafael Hernández, al hombre y la mujer de la calle se les cayó el mercado y no solo no van a recibir más prestado —para comprar “la casita que tanto te prometí”— sino que no les van a pagar lo adeudado —las pensiones— porque hay una deuda pública que pagar. Y quiénes son los heraldos de este mensaje celestial: los herederos de aquellos negocios, asociados con las grandes familias, al mando de las finanzas y gran parte de la prensa del país.
A ellos se suma otro dueño de la tierra como si añadiera un recuerdo aristocrático. Desconozco por qué los gobiernos insulares le concedieron al Rey un hato afueras de la capital, que apenas servía para ganado y cómo llegó a manos privadas lo que hoy es una de las fracciones de tierra más cara del país. Solo sé que los intereses de esta Familia, la Fonalledas, rebasan los de la industria lechera, y algo tienen que ver con los del Partido Republicano, para el cual recaudan fondos en Puerto Rico y una de ellos, Zoraida, es miembro de su Comité Nacional desde 1995. Y algo también tendrán que ver con las decisiones congresionales sobre PROMESA, pues a lo largo de las discusiones de la ley invirtieron en lobbying $1,665,000. Dirán los mal pensados, que es porque Jaime Fonalledas tiene invertido $23 millones en bonos de Puerto Rico.3. Pero eso lo dicen gente como Nelson Denis, cuyo War Against All Puerto Ricans ha levantado gran controversia en los estudios puertorriqueños. Otros comprenden que los Fonalledas defiendan sus inversiones legítimamente4
Tras esas inversiones y la imposición de una junta de títeres banqueros late el pensamiento de que los puertorriqueños, en especial los trabajadores y beneficiarios del sector público, han cagado por encima del culo demasiado tiempo y les llegó la hora de ajustar correas. ¿Todos por igual? ¿Acaso esos generosos y desinteresados bonistas no pecaron del mismo mal? Sin embargo, a ellos hay que pagarles sus malas inversiones, mientras que el esfuerzo para que Puerto Rico regrese al mercado lo pagarán los ciudadanos, sobre todo esos vividores de la Universidad (a quienes el papá de Ricky les aumentó significativamente el salario hace 20 años) y de la salud pública.
¿A cuál mercado se quiere? ¿Al de ferias agrícolas y pequeñas empresas como el revendón y el piragüero o al de los inversionistas? ¿Pero no fue ese el que nos llevó a la quiebra? ¿O es que nuestra crisis fiscal no tiene nada que ver con la financiera del 2008, para la cual el Congreso norteamericano asignó cientos de millones de dólares, gracias a lo que se salvaron muchos bancos y se habrán salvado de la cárcel unos cuantos criminales? ¿No fue gracias a los intereses de ese mercado que se empeñaron las pensiones de miles de trabajadores y nuestra entrada al siglo 21?
Como al jibarito del “Lamento” nuestra ida al mercado fue un duro golpe con la realidad: ya no podemos soñar con comprar trajes y casitas, sino lamentarnos y bregar junto a la yegua o la jaquita baya. Sin embargo, los de la juntilla advierten que solo en el regreso al mercado está la salida. ¿Cómo balancean los cálculos y sus “sinceras” preocupaciones por la salud del país los Juan del Salto, Andújar y Galante contemporáneos? De las charcas de estos negocios del nuevo siglo, ¿habrá quien salga loco de contento?
- Manuel Zeno Gandía, La charca, San Juan, Ediciones Huracán, 1999 [1895]. [↩]
- Rubén Nazario Velasco, El paisaje y el poder: La tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín, San Juan, Ediciones Callejón, 2014. [↩]
- “All About the Benjamins”, https://
waragainstallpuertoricans.com/ 2016/08/09/all-about-the- benjamins-puerto-rican-spends- 1-million-to-make-sure-the- island-gets-a-financial- control-board/ [↩] - Leer los comentarios a “Al About the Benjamins”. [↩]