De la visita federal a la insanidad
Durante la semana del nueve al catorce de julio, una delegación de funcionarios federales, adscrita a la oficina de Homeland Security, visitó Puerto Rico para discutir con las autoridades locales el llamado problema de criminalidad y la violencia que vive la Isla.
Al leer y escuchar las reacciones de estos funcionarios y burócratas tras la reunión, vino a mi mente un libro que leí hace más de diez años titulado: Once upon a distant war, del reportero estadounidense William W. Prochnau.
En esta publicación de sobre 500 páginas, Prochnau recoge y narra las experiencias de tres jóvenes periodistas: David Halberstam, Neil Sheehan y Peter Arnett, que documentaron el conflicto surasiático. Al terminar la lectura del libro me quedó claro dos elementos básicos.
Primero, que durante ese conflicto se generó una cultura entre los generales estadounidenses de cada quién cuidar su espacio y probar que ellos podían hacer el trabajo aun cuando la realidad demostrara que era una empresa fracasada desde el comienzo.
Una empresa fracasada, pues el objetivo de la intervención no era controlar el territorio, sino que como bien expresó don Juan Bosch, la intención era gastar dinero que alimentara al recién desarrollado complejo militar industrial. De esta manera, en Vietnam se libró una guerra que estadísticamente ganó Estados Unidos, pero que en la práctica terminó con el embajador americano, bandera en mano, abordando un helicóptero en la azotea de la embajada para escapar del país.
Lo segundo que aprendí del maravilloso relato de Prochnau es que, aun cuando se acusaban a los medios de ser muy críticos y poco patrióticos en la cobertura del conflicto, en realidad, como bien apunta el autor, las preguntas fundamentales nunca se hicieron.
“¿Por qué estamos peleando esta guerra? ¿Por qué insistir en mantener una lucha que estaba claro no se podía ganar?”, eran solo dos de esas interrogantes que nadie planteó en medio de aquel conflicto que costó la vida a sobre tres millones de vietnamitas y a sobre 150 mil estadounidenses.
Hoy, al leer las expresiones de los funcionarios federales sobre el manejo del narcotráfico, solo puedo pensar en que al igual que en el sur de Asia hace cuatro décadas, aquí hoy, tampoco preguntamos las verdaderas interrogantes.
Por más de cuarenta años Estados Unidos ha mantenido, e impone al mundo, una política prohibicionista con la intención de bajar al mínimo los cultivos de plantas psicoativadoras, eliminar el uso de las sustancias derivadas de esas plantas y rehabilitar a los que caen en dependencia de las mismas.
Hasta el momento, la prohibición y la guerra, no han producido un solo logro en alguna de esas instancias. Al contrario, parece que al igual que en Vietnam, los encargados de esta empresa fracasada que es la guerra contra las drogas, se limitan a pedir más recursos para mantener su espacio de influencias y a demostrar estadísticamente que están siendo efectivos.
Es decir, como sus homólogos en Vietnam se limitaron a cuantificar muertes para demostrar que mataban más personas que los comunistas de Vietnam del Norte, los funcionarios encargados de esta lucha contra las drogas se limitan a celebrar arrestos e incautaciones que ellos mismos saben no hacen mella al poderoso mercado ilegalizado.
De igual manera, las expresiones de estos funcionarios al finalizar una semana de reunión, traen a mi mente las ya mencionadas advertencias de Juan Bosch, así como las del presidente Dwight Eisenhower.
Ambos, desde sus tribunas y realidades, nos señalaron el peligro que para el mundo representa el complejo industrial militar y cómo este conglomerado de empresas impone al mundo la ideología de que todo se resuelve mediante el uso de las armas y la guerra.
Más armas, más barcos, más helicópteros, más tecnología militar, son los pilares de la política que por más de una década Estados Unidos mantiene contra las drogas y que hoy algunos piden ampliar en el Caribe. Es una política cuyo principal logro es enriquecer los fabricantes de las armas, los barcos, los helicópteros y la tecnología militar y por el otro aumentar los márgenes de ganancias que producen estas sustancias.
Es una política que como resultado no intencionado, también logró fortalecer el narcotráfico aumentando sus ganancias, al tiempo que disparó la violencia tanto a nivel regional en los países productores y los distribuidores, como en las comunidades consumidoras.
En fin, que al leer sobre los resultados de esta cumbre, sólo puedo pensar en aquella definición que el genial Albert Einstein dio a la palabra “insanidad”.
Honestamente, espero equivocarme.