Del nacionalismo y la escritura
Debe discutirse la expresión de Nelson A. Denis de que el escritor José Luis González “odiaba” a Pedro Albizu Campos. El autor del libro War Against All Puerto Ricans (Nation Books, Nueva York, 2015) hizo las declaraciones en un escrito reciente que divulgó el portal Latino Rebels, como parte de la controversia que ha provocado su publicación.
Dado este supuesto odio, dice Denis, del intercambio entre González y el profesor Luis A. Ferrao, cuando éste hacía su tesis doctoral en México, “nació ‘Albizu el fascista’”, es decir el libro de Ferrao de 1990, Pedro Albizu Campos y el nacionalismo puertorriqueño, según el cual Albizu tenía devaneos con el fascismo y falta de vocación democrática, y el Partido Nacionalista era una organización de derecha admiradora del Partido Fascista de Italia.
Sin embargo, de lo que he leído en la obra política y narrativa de José Luis González, y de las referencias que tengo de él, no se desprende que odiara a Albizu. En El país de cuatro pisos (1979) González se refiere a Albizu como un hombre inteligente y honrado. Añade que Albizu fue el portavoz más consecuente y coherente de la ideología conservadora de la clase propietaria puertorriqueña, económicamente agredida por el imperialismo norteamericano desde 1898. Dice que la ideología de Albizu era conservadora en su contenido pero radical en su forma, pues daba expresión al sector más desesperado de dicha clase.
No hay que recurrir a la explicación del odio, tan común al chisme y las telenovelas, sino apreciar visiones de mundo contradictorias entre sí. Reducir las relaciones sociales e ideológicas a hechos psicológicos o a un sentimiento —como hace Denis— es una simplificación cruda, e insinúa un déficit de recursos para explicar las corrientes políticas y culturales. Es similar a quienes, al criticar el libro de Denis, alegan que éste es un mentiroso o busca dinero y publicidad.
La ausencia de categorías de análisis social se ve también cuando, en su comunicación en Latino Rebels, Denis dice que el gobierno de Puerto Rico recompensó a Ferrao por haber hecho el libro, como si se tratara de un soborno. Es una alegación banal, que recuerda cierta suposición primitiva de que la gente tiene determinadas ideas porque “se vendió”, como si no hubiese ideologías ni culturas y la sociedad consistiera en conspiraciones y chanchullos.
La versión del odio evade la crítica política que hacía el Partido Comunista Puertorriqueño, del que González había sido miembro, al Partido Nacionalista. Esta crítica sostenía, en principio, que la clase obrera y las clases populares debían encabezar la lucha por la independencia de Puerto Rico, en lugar de los sectores de clase media ideológicamente pequeño-burgueses, generalmente nostálgicos y románticos, que prevalecían en la directiva y doctrina del Partido Nacionalista. Para los comunistas, para que la lucha anticolonial avanzara debía fundirse con las luchas salariales, democráticas y por una sociedad dirigida por las clases trabajadoras; sólo así podría tener posibilidades de éxito, agrupar sectores mayoritarios, y evitar aislarse y ser blanco fácil de la represión.
Los comunistas admiraban la valentía y verticalidad de Albizu, a la vez que resentirían que muchos sectores obreros y populares se alejaban de la causa independentista por el conservadurismo de los nacionalistas en varios temas sociales.
Los nacionalistas querían defender a los obreros, pero colocando hombres de clase media y “de talla” para dirigirlos. El programa nacionalista era incierto sobre cuáles clases y conceptos orientarían la sociedad puertorriqueña en la independencia. La expresión de Albizu de que primero había que construir la casa y después pintarla, o sea lograr primero la independencia y después abordar su organización social, era un razonamiento insuficiente para que muchos sectores populares se identificaran o entusiasmaran con el nacionalismo. Ante la guerra civil en España el Partido Nacionalista se abstuvo de asumir bando y por tanto de respaldar la república de trabajadores —agredida por las fuerzas de Franco, la aristocracia, la iglesia, Hitler y Mussolini—, y se limitó a pedir la reconciliación de los campos en lucha.
Para los comunistas, pues, el nacionalismo sin querer limitaba la causa independentista, a la vez que era objeto de gran represión norteamericana por lo que, a su vez, merecía apoyo moral. Esta relación abigarrada y tensa entre comunistas y nacionalistas les llevó a encontronazos e, irónicamente, a sufrir en común la represión y ser compañeros de cárcel.
Sería razonable suponer que González estaba prejuiciado por los encontronazos pasados entre comunistas y nacionalistas y por su aspiración frustrada de que la lucha independentista fuese de otra forma. En consecuencia exageraría elementos del nacionalismo que sugerían o podían sugerir empatía con el hispanismo y el fascismo (conservadurismo social, diseño gráfico de hojas sueltas, la camisa negra, la cruz), y obviaría diversas inspiraciones que tuvo el Partido Nacionalista, como el movimiento de Sandino en Nicaragua y el Ejército Republicano Irlandés. Enfatizaría el hispanismo de Albizu y subestimaría la significación de su negritud y de su trasfondo pobre. El líder nacionalista denunciaba el colonialismo capitalista de forma convincente, directa y vibrante, por lo que sus mítines atraían masas populares de la ciudad y del campo. En efecto, el gobierno norteamericano se dio a la tarea de destruir a Albizu después de su intervención en la huelga obrera de la caña de 1934. Cierto que el nacionalismo asignaba a sus mujeres el rol de enfermeras y madres, lo cual en su forma se parecía a muchas corrientes conservadoras y patriarcales, incluidos el nazismo y el fascismo; pero también hubo mujeres nacionalistas dirigentes y combatientes. Sobre todo, el nacionalismo puertorriqueño correspondía a un país oprimido, mientras el de Hitler y Mussolini correspondía a estados opresores y expansionistas.
Hubo, en fin, apariencias y detalles con que podría asociarse el nacionalismo puertorriqueño al fascismo, pero eran eso, apariencias y detalles. Eran más bien signos de eclecticismo del nacionalismo, o sea una amalgama de ideas diferentes e inclinaciones conflictivas dentro de un movimiento que apenas tuvo tiempo de despegar.
La acusación de fascismo, y sus refutaciones, suelen perder de vista que en la década de 1930 la palabra fascismo no tenía la connotación que tuvo a partir de 1945, cuando los Aliados ganaron la guerra y fueron expuestos los horrendos campos de exterminio y otras aberraciones del nazifascismo.
En los años 30 —especialmente al inicio de esta década— el fascismo resultaba confusamente atractivo, en grados diversos, a mucha gente de inclinación antimperialista en América Latina y otros sitios. El Partido Fascista de Italia proponía superar el corporativismo estrecho de capitalistas y sindicatos obreros mediante un concepto mayor. Según éste las empresas productivas del país serían “corporaciones” reguladas por el estado para el desarrollo nacional. El gobierno regularía tanto al capital como al trabajo, poniendo límites a sus reclamos particulares, para que la economía nacional progresara (y se enfrentara al capital anglo-americano, que dominaba el mundo). Este nacionalismo encontró variados simpatizantes —por ejemplo Perón en Argentina— y atrajo la mirada de clases medias ansiosas por edificar naciones a partir de sus predisposiciones e inseguridades. No sería extraño que atrajera también nacionalistas de una isla cuya economía estaba siendo destruida.
En realidad en Italia el corporativismo fascista apenas pasó de la retórica. La modernidad industrial que quería Mussolini se cancelaba por el peso de viejas clases terratenientes y rentistas improductivas, cuyo apoyo el fascismo necesitaba. Era falsa su pretendida neutralidad de clases, pues representaba los intereses de la clase capitalista en respuesta al avance y radicalización del movimiento obrero, algo que dramatizó la represión brutal que lanzó contra sindicatos, comunistas, socialistas, liberales y campesinos. Así, “fascismo” empezó a ser sinónimo de régimen que apalea y asesina gente en función del capital y de ideologías conservadoras extremas, con apoyo entre clases populares y medias.
Aún con su celo católico y sus inclinaciones hispanistas, el nacionalismo nunca se pronunció a favor del fascismo italiano o del franquismo español. El discurso de Albizu apuntaba a la pobreza y explotación que sufría el pueblo, los reclamos de los obreros puertorriqueños, la violación de derechos, la politiquería colonial criolla, la represión contra los trabajadores de Estados Unidos, y el militarismo, guerrerismo, racismo y expansionismo del estado norteamericano.
Conviene leer los escritos de otro comunista, César Andreu Iglesias, quien trata el tema nacionalista con detenimiento y elaboración. Andreu destaca la fuerza moral de Albizu y la inspiración que su figura provee a la difícil formación de una conciencia nacional en Puerto Rico. A la vez observa la tendencia nacionalista a la nostalgia y a mirar al pasado, su culto a los muertos y cementerios y su misticismo religioso y sacrificial, distante de las condiciones materiales del pueblo.
En Puerto Rico el nacionalismo y el independentismo tuvieron serias dificultades para liberarse de sus inclinaciones conservadoras, se aislaron de las mayorías trabajadoras y se achicaron cada vez más. En cambio, entre los puertorriqueños de Estados Unidos —quizá más en las áreas de Nueva York, el noreste y Chicago— el nacionalismo ha sido ideología de autorreconocimiento y de resistencia al racismo y discrimen que la diáspora ha sufrido. Allá el nacionalismo anida entre clases populares y trabajadoras, pues de ellas está hecha la diáspora.
En la diáspora la imagen mítica de Albizu y el nacionalismo imparte sentido y estímulo moral. Representa el drama de resistencia de un país reprimido cuya modernidad precaria fue posible gracias a la diáspora misma, o sea a que miles de puertorriqueños fueron forzados a emigrar; sus familias rotas, su patria en la memoria, obligados al inglés y a la más dura competencia de mercado. Se necesita, sin embargo, más espacio que éste para discutir las limitaciones del nacionalismo y de los mitos.
Para que en la Isla clases medias educadas tengan salarios cómodos y haya supuesta paz social debieron ser expulsadas masas pobres, campesinas y trabajadoras, en un enorme fenómeno migratorio y étnico en que se han modelado otras experiencias transnacionales. En la Isla muchos ignoran o ningunean la represión que cayó sobre los nacionalistas y su relación con la emigración, pero en las comunidades puertorriqueñas en Estados Unidos la comprensión de estos temas brinda deseo de estudio, indignación, cohesión y vitalidad.
En todo caso, es necesario que quien escriba regule el impulso y conquiste la racionalización efectiva de su pensamiento: no sólo para que sus escritos ganen calidad, sino para dar ejemplo a nuevas generaciones de investigadores y escritores. Es necesario interrogar la apariencia para tener claro si es signo de algún código, y de cuál. Al hacerlo uno cuestiona su propia mirada. Ávidos de servir al presunto liberalismo norteamericano, que buscaba brillar frente al fascismo europeo y al comunismo estalinista, desde los años 30 líderes del Partido Popular aplicaron al nacionalismo el falso calificativo de fascista. Respondió a su ideología colonialista, a sus intereses de acomodarse al régimen, y a su necesidad de marginar el independentismo. En los ‘40 y ‘50 Luis Muñoz Marín convirtió ese calificativo en propaganda repetitiva, junto a otras difamaciones, mientras colaboraba con la represión norteamericana que terminó la vida de Albizu, bombardeó desde el aire a Jayuya y Utuado, y aplicó tortura, censura y cárcel a los independentistas durante décadas sucesivas.
Pero por más desgraciadas que sean las ideologías coloniales, su arraigo social no se esfuma con un golpe de mano; es un hecho complejo que hay que transformar en la esfera política. No habiendo medios organizativos efectivos, el debate de ideas resulta central y exige argumentos óptimos, o sea que representen una opción moral e intelectualmente superior a la que debe ser derrotada.
Publicado originalmente en Diálogo