Desde Ramonita Tirado hasta casi, casi Ricky Martin: en torno a un libro de Javier E. Laureano
Hace años, una querida amiga que me conoce muy bien me envió una fotocopia de una fotocopia de otra fotocopia de un artículo de una vieja revista sanjuanera que había sido transferida a micro-film. Obviamente la calidad de las dos páginas que con tanta gentileza mi amiga me envió era pésima, pero, a pesar de ello, las leí con premura y avidez. Se trataba de un texto publicado en 1913 sobre un hombre, Ramón Tirado, de Bayamón y quien había vivido en un campo de este pueblo por 25 años como mujer, como Ramonita, una empleada doméstica poco atractiva pero muy hacendosa y respetada por los vecinos. Ramón fue Ramonita hasta que la denunciaron y fue arrestada por la policía. Entonces se convirtió en pieza de escarnio público: le cortaron la melena, su mayor orgullo físico, y la vistieron de hombre obligándola a volver ser Ramón Tirado.
La lectura de ese artículo me impresionó enormemente. Quería saber más sobre Ramonita, quería saberlo todo sobre ella. ¿Cómo había sido su infancia? Era obvio que venía de una familia pobre. Pero, ¿cómo era la relación con su padre? ¿Con su madre? ¿Llegaron estos a conocer a Ramonita o solo conocieron a Ramón? ¿Cuándo y cómo tomó la decisión de ser mujer? ¿Qué pasó con Ramón tras la destrucción de Ramonita? ¿Cómo fueron sus últimos días? Esas y muchas otras preguntas me acosaron por días tras leer el artículo. Y como no tenía fuentes ni herramientas para investigar el caso, me inventé un cuento donde, usando los datos que tenía, traté de responder a las múltiples preguntas que no me dejaban en paz. Tuve la osadía de publicarlo con el título de “El pelo de Ramonita” y con la esperanza de que alguien se interesara en el personaje y pudiera investigar el tema en detalle para tratar de responder a las múltiples preguntas que el viejo artículo me suscitaba.
Estoy seguro que Javier Laureano no ha leído mi cuento. Pero, en cambio, sé que conoce muy bien el caso de Ramonita Tirado, el cual trata en su contribución a la historia puertorriqueña: San Juan gay: Conquista de un espacio urbano de 1948-1991 (San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2016). Aunque el centro de atención es la segunda mitad del siglo XX, como apunta claramente el subtítulo del libro, Laureano comienza el mismo haciendo referencia a algunos casos notorios en nuestra historia que apuntan a la existencia de personas que violaron la heteronormatividad. Así, aunque sea tímidamente, tenemos evidencia de seres y hechos que sirven para ir construyendo una historia de una sexualidad subalterna entre nosotros. Además del caso de Ramonita, sobre quien Laureano no añade más datos de los que ya se incluyen en el mencionado artículo, pero sí ofrece una interesante interpretación de su historia, nos ofrece también los de otras personas que también violaron esas normas: Esmeralda Berríos, Mario Sacristán y Emelina Troche. María del Carmen Baerga, quien dirigió la tesis doctoral de Laureano que sirvió de base a este libro, ya había explorado el caso de Pedro González, un soldado español a quien se le acusó de actos de sodomía perpetrados en la mismísima residencia del gobernador de la Isla en 1670 (http://www.80grados.net/
Al leer San Juan gay… y ver cómo Laureano trata el caso de Ramonita Tirado pensé en las diferencias de su acercamiento y del mío. Por supuesto, yo, emotivo y fantasioso, no me acerqué al personaje desde la perspectiva de la historia; fue mi incapacidad de así hacerlo lo que me empujó a escribir el susodicho cuento. Por ello mismo, mi interés ahora se centra en la labor de Laureano como historiador y va más allá de este caso en específico; me interesa entender su libro como un ejercicio de creación de una historia gay y boricua. En otras palabras, mi lectura se centra en su metodología. ¿Cómo se escribe una historia gay? Más aun, ¿cómo se escribe una historia gay puertorriqueña? El problema es central a su proyecto y Laureano mismo es consciente de esto y, por ello, en muchas páginas discute estas cuestiones.
Estas preguntas me hicieron pensar en un texto, breve pero fundamental, de Andrés Bello (1781-1865). “Modo de escribir la historia” (1848), el texto al que aludo, ha sido muchas veces ignorado, pero es un ensayo importante para entender el momento fundacional latinoamericano, cuando hubo que inventarse todo: las leyes, la gramática, la universidad y también la historia, entre otros, campos estos en los que se destacó Bello. Originalmente este texto fue parte de una polémica que el autor mantuvo entre 1844 y 1848 con dos jóvenes intelectuales chilenos: José Victoriano Lastarria (1817-1888) y Jacinto Chacón (1820-1893). Aunque parezca raro – sino francamente absurdo – este viejo texto de Bello me sirvió para entender el problema de la creación de una nueva historia gay puertorriqueña porque hallo muchos paralelismos entre los dos esfuerzos historiográficos, el decimonónico y el contemporáneo.
Bello discute un tema importante para todo historiador: ¿dónde comenzar? Recordemos que en el momento los intelectuales latinoamericano se tenían que inventar toda la realidad nacional; tenían que inventarse a América Latina completa. Por ello, al tratar de escribir su historia se preguntan cuándo debe comenzar la misma. ¿Con la llegada de los españoles? ¿Con las culturas indígenas? ¿Con el comienzo de los movimientos de independencia política? Bello quiere comenzar con las culturas prehispánicas, pero plantea un problema importantísimo: la ausencia de documentos. Recordemos que la concepción de la historia en el siglo XIX se fundamentaba en pruebas escritas y que entonces el conocimiento de la cultura de esos pueblos, sobre todo de su historia, era muy limitado o casi inexistente. Por otro lado, Bello está dispuesto a ver el largo periodo colonial español como parte de nuestra historia. Al contrario, el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), entonces exiliado en Chile, descartaba todo ese periodo dado su odio hacia España que, para él, representaba mero oscurantismo. Más aún, descartaba por completo y de manera profundamente racista las culturas indígenas. Directamente le aconseja a los intelectuales a no “principiar la historia de nuestra existencia por la historia de los indígenas que nada tienen de común con nosotros”. Y añade más directamente: “…quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos sin poder remediarlo, una invencible repugnancia…”. (“El sistema colonial”, 1844).
Al final del siglo XIX, José Martí responde a estos insultos y prejuicios de Sarmiento en otro texto fundacional que subvierte los paradigmas históricos aceptados desde la publicación de su Facundo (1845): civilización versus barbarie. Para Martí “[l]a historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. “Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra” (“Nuestra América”, 1891). Múltiples citas del mismo ensayo servirían para ver cómo Martí ataca las ideas de Sarmiento, pero con esta basta.
Vuelvo al texto de Bello porque ahí además de plantear el problema del punto de partida para escribir la historia trataba también los modos de escribirla. Bello dice que hay dos: el narrativo y el filosófico. El primero cuenta los hechos lo más detalladamente posible y el segundo, los interpreta. ¿Cuál debemos seguir? Como intelectual mesurado y pragmático que era, Bello ve las ventajas y desventajas de ambos métodos y apunta también cómo son interdependientes, especialmente cómo el segundo solo se pueda dar cuando el primero ya está establecido firmemente.
La meditación de Bello sobre el “modo de escribir la historia” es por muchas razones un texto fundacional y fundamental en la historiografía latinoamericana. Y no debe sorprender que yo pensara en el mismo al leer San Juan gay…, porque, en el fondo, Laureano se enfrenta a los mismos problemas que Bello y sus compañeros, aunque desde otra perspectiva: ¿dónde empezar y cómo narrar esa historia gay puertorriqueña?
A la primera pregunta Laureano responde muy claramente al apuntar en el subtítulo del libro el periodo que le interesa. Comienza a explorar nuestra historia gay tras la Segunda Guerra Mundial porque en este momento la población boricua es esencialmente urbana y la cultura gay, como sabemos, nace en las ciudades. El crecimiento de San Juan hace posible su aparición. A pesar de ello, y como ya se ha apuntado, Laureano se refiere al comienzo del libro a casos anteriores que sirven de antecedentes.
De inmediato hay que señalar lo difícil que se hace la investigación de nuestra historia gay y de la sexualidad en general dada la falta de documentos y dados ciertos prejuicios que dominan aún en el campo de la historiografía. Pocos investigadores han intentado explorar el tema en nuestro contexto. Uno de los pocos que tempranamente se acercaron al mismo y que Laureano no recoge en su estudio fue el español Enrique Rodríguez-Solís (1843-1925) en su Historia de la prostitución en España y América, libro publicado en el siglo XIX (¿1888?) y que tuvo una reedición en la primera mitad del XX (¿1931?). El libro tuvo una circulación limitada – por ello las dudas sobre las fechas de publicación – y es todavía de difícil acceso, pero sirve para retratar el vacío que existe en el estudio de la sexualidad en Puerto Rico ya que en las dos páginas que el autor dedica a la Isla – dos páginas en un volumen de 335 – declara que sus esfuerzos por explorar el tema “han sido infructuosos” (257). Pero copia una carta recibida de “un distinguido escritor de San Juan” (¿Salvador Brau?) donde se dice que en San Juan se repiten patrones de conducta sexual hallados en La Habana. Hay que apuntar que Rodríguez-Solís confirmaba la existencia de prostíbulos masculinos en la otra Antilla.
Apunto la existencia de este texto de Rodríguez-Solís para recalcar la dificultad de estudiar el tema de la homosexualidad en Puerto Rico, y en toda Hispanoamérica, antes de la segunda mitad del siglo XX. Se hace evidente, pues, por qué Laureano escoge acertadamente el marco cronológico para su estudio, aunque, a pesar de ello, no se puede decir que tampoco se haga fácil en el periodo seleccionado hallar documentación o fuentes para escribir esa historia. Por ello, en las conclusiones del libro el autor menciona el grave problema de crear lo que llama “el archivo gay”, uno de los problemas centrales de su labor.
En cuanto a la segunda pregunta que se hacía Bello al comentar el problema de la creación de la nueva historia hispanoamericana creo que se hace evidente que Laureano se inclina por el enfoque filosófico más que por el narrativo. Dos elementos, para mí, determinan esta decisión. El primero es la dificultad de construir una narración por la ausencia o la limitación de fuentes que sirvan de base, problema al que ya he apuntado. El segundo es la inserción del autor en un ámbito intelectual puertorriqueño fuertemente influido por teorías sobre la sexualidad y la cultura. En el libro son muy frecuentes las citas a teóricos importantes que han construido una base para el estudio de estos temas: Foucault, Sontag, De Certeau y Rubin, entre muchas otras y otros.
Pero creo que Laureano, en el fondo, prefiere lo que Bello llama el método filosófico por la oportunidad que el mismo le ofrece para estructurar su libro. En este no se narran los acontecimientos linealmente sino que se seleccionan hechos que se discuten en orden cronológico, pero que sirven de base para una meditación sobre los mismos. Este es un acercamiento completamente válido que responde, recalco, al problema de la ausencia de fuentes y, sobre todo, a las preferencias intelectuales del autor quien se siente muy cómodo con la discusión del tema desde este enfoque.
Al comienzo del libro Laureano reconoce con gran humildad que, como trabaja un campo nuevo, de seguro en el futuro otros investigadores corregirán sus planteamientos:
Me gustaría pensar que aquí hay un semillero de propuestas e ideas que estimulen la imaginación de otros historiadores e historiadoras. Incluso espero que algunos y algunas sientan indignación por omisiones que cometí, errores posibles, lecturas que faltan, archivos que no encontré y se sientan a pensar estos temas, a entrevistar personas, investigar y escribir historias queer que mejoren el presente libro. (27)
Aunque obviamente podemos hallar en el libro fallas o problemas – demasiadas repeticiones de algunas fuentes, ausencia de una contextualización social de ciertos personajes, contradicción entre un mensaje optimista y la selección del último núcleo temático: ¿Por qué terminar el libro con la historia de asesinatos en serie y no con el fenómeno cultural positivo de Ricky Martin? – no cabe duda de que Laureano nos ofrece una importante contribución al estudio de la cultura gay puertorriqueña.
Aclaro y resumo: al libro me acerqué pensando en la metodología empleada, aunque definitivamente hay muchas otras maneras de acercarse a este, acercamientos necesarios y quizás más relevantes que el que adopté, pero que, por el momento, queda en las manos de otros. Serán bienvenidos – estoy seguro de ello – por Laureano y por los lectores de su libro. Pero mi acercamiento se debió a que lo que más me sorprendió al leer San Juan gay… fue cómo un joven investigador de la primera mitad del siglo XXI se enfrenta a los mismos problemas a los que se enfrentaban Bello y los fundadores de nuestra historiografía en la primera mitad del XIX. Es que ambos son historiadores que se enfrentan a un nuevo campo intonso, desconocido; son historiadores que parecen partir de cero, que tienen conciencia de que ellos abren puertas y fundan posibilidades. Pero es también que, en el fondo y como podemos aseverar parodiando a una gran escritora lesbiana, la historia es la historia es la historia es la historia.