Desenmascarar otras violencias
«We should strive to become such that we are able to be non-violent”.
–Simone Weil, “Violence”
“All violence as a means is either lawmaking or law-preserving. If it lays claim to neither of these predicates it forfeits all validity”.
–Walter Benjamin, “Critique of Violence”
Masacres. Asesinato político. Violencia de género. Uso excesivo de fuerza contra estudiantes. “Estudiantes” encapuchados intimidando a sus compañeras y compañeros.
Así abrió el nuevo año 2011 en nuestro país y en Estados Unidos. Estas son las imágenes que utilizamos para construir nuestra memoria sobre la violencia: las miradas “perdidas” de los asesinos, el dolor ajeno de quien sobrevive a sus queridos, los cuerpos inertes en el suelo, la sangre derramada, los batones en su tensa danza aérea entre hueso y hueso, los brazos torcidos de una estudiante mientras sobre su cuello cae el peso de una rodilla policial y “estudiantes” tirando/virando mesas por doquier.
Sin embargo, hay otras violencias que reciben menos primeras planas o que no son parte del fetiche de la primicia noticiosa. Son esas violencias que componen elementos fundamentales en el ordenamiento del Estado y de las relaciones de poder. ¿A qué violencias son las que me refiero? La violencia de la ley, de su creación y de su preservación. La violencia de silenciar e ignorar. La violencia del insulto.1
El derecho es violencia, así como la paz es violencia. Para que haya derecho y paz, tiene que haber un cuerpo, metafórico y real, que amenace con disciplinar, castigar y poner en su lugar a quien transgreda el “orden”. El estado de derecho se impone sobre el cuerpo de un transgresor no solamente porque viola la ley sino porque amenaza con generar una nueva “ley” o norma. Quien transgrede la ley, la rebasa, cruza el límite de lo permitido y crea uno nuevo.
Los y las estudiantes que protestan, por ejemplo, son castigados por la policía porque, más allá de posiblemente violar alguna ley o reglamento, amenazan con producir una nueva normalidad: el desafío permanente al poder del Estado y de los gobernantes/administradores. Que la desobediencia se riegue como pólvora en la sociedad, ese es el temor del gobierno. Si la desobediencia se torna ubicua se constituiría, entonces, en la nueva normalidad. Para evitar esa nueva norma es que el Estado utiliza a sus agentes policiales para que con su violencia preserven la ley (el estado de las cosas).
La violencia de silenciar e ignorar, por otro lado, se configura en un terreno simbólico pues no se requiere, necesariamente, de someter el cuerpo de alguien. Cuando se prohíbe la expresión libre y el disentimiento, se procede a invisibilizar al sujeto que realiza este tipo de acciones. “Área de expresión pública”, así leen, por ejemplo, los letreros colocados por la Policía de Puerto Rico en varias áreas alrededor de cada recinto. ¿Significa que no me puedo expresar públicamente en otro espacio que no sea el designado? ¿No tenemos “permiso” para disentir y expresarnos libremente en otro lugar? Si nos manifestamos fuera de esas áreas, ¿el gobierno se hará de oídos sordos a lo que se exprese?
Por aquí aparece la violencia simbólica a la que aludo. Popularmente se le conoce como el “derecho al pataleo”, a que nos podamos “quejar”. El problema con esta concepción de la libertad de expresión es que prescinde de un sujeto fundamental en la comunicación. Quien se “queja” busca que se le escuche y se le tome en consideración. La libertad de expresarnos no es obligatoriamente el derecho al soliloquio sino el principio ético de ser escuchados y comprendidos.
Tan pronto la expresión libre se rodea en una burbuja, como las áreas de expresión pública, en ese instante se culmina el proceso comunicativo y de comprensión. En ese momento se invisibiliza a quien se expresa y lo que comunica, ejerciendo así una violencia implacable y peligrosa contra quien disienta.
El grupo de estudiantes que solicitó y recibió el permiso de un profesor para interrumpir su clase, experiencia común en el escenario universitario, terminó siendo sometido a la violencia física y el uso desproporcionado de la fuerza de la Policía. Este acto de violencia física y simbólica contra estos estudiantes genera/preserva una nueva ley o un nuevo estado de cosas: el entendimiento, acto inherente de la no-violencia, está prohibido. Los agentes policiales han procedido a establecer un terrible precedente: ellos decidirán cuándo, quién y cómo podrá haber entendimiento (no-violencia).
Por último queda la violencia del insulto. Todos los días escuchamos o leemos expresiones de algún gobernante insultando a sus opositores o algún cibernauta arremetiendo contra otros cibernautas. ¿Logramos algo positivo con este tipo de acciones? ¿Adelantamos en el proceso de entendernos? El insulto es otra violencia simbólica que pretende desvalorar a quien recibe el insulto, rebajarlo y descalificarlo. Cuando se procede a insultar a alguien se cancela la posibilidad del debate, de la discusión y se aplasta simbólicamente el proceso y el insultado. Proceder a insultar a alguien con quien uno difiere constituye uno de los actos más antidemocráticos en el espacio de la palabra.
Bien lo propuso Simone Weil en su corto ensayo sobre violencia, debemos aspirar a transformarnos de tal manera que seamos no-violentos. ¿Cómo? Persiguiendo el entendimiento. Este objetivo es posible si en el proceso de la conferencia, el diálogo, se parte de la buena voluntad entre los envueltos. Como precondición para la no-violencia están los elementos de la cortesía, la simpatía, la confianza, la honestidad y el pacifismo (Walter Benjamin).
La no-violencia no es la paz de la que hablan algunos, pues esta última es el fruto de la violencia ejercida por el Estado para doblegar a los ciudadanos a seguir unas leyes. La no-violencia del entendimiento es libre, no requiere de cuerpos policiales que la pongan en vigor ni de contratos legales que la regulen. Esa no-violencia requiere, primero, de un cambio fundamental en nosotros para luego realizarse en conjunto. Pero, sobre todo, la no-violencia es un proceso continuo de nunca acabar, es la aspiración a un im-posible. Para ello debemos estar continuamente reflexionando y cuestionando nuestras formas de ser-actuar.
Quien no esté dispuesto a cumplir y a emplear estos elementos, abre el camino para la violencia. Quien pretenda mentir en búsqueda del entendimiento, ejerce violencia simbólica y se convierte en un escollo para la no-violencia. Atentar contra los elementos de la cortesía, la simpatía, la confianza, la honestidad y el pacifismo es reforzar/ejercer violencia contra el Otro.
Me abruma una profunda soledad, pero aún un destello de luz alumbra nuestras mentes. Aspiremos a la no-violencia, al diálogo y al entendimiento. Abandonemos las tácticas del sometimiento brusco y bruto del Otro. Puede que el actual gobierno no cumpla con (algunas de) las precondiciones de la no-violencia que he expresado. Sin embargo, eso no debe ser impedimento para aspirar a ella personalmente y entre nosotras y nosotros. Seamos la diferencia.
- Las violencias en esta columna no constituyen para nada las únicas que hay. [↩]