Después del después: comentario sobre el documental After María
A Miguel, en su exilio
a 15 horas de distancia
I
Se debe comenzar por distinguir la política de lo político. La primera se ocupa de las formas concretas (institucionales) por medio de las cuales se organiza la coexistencia humana; la segunda se refiere a «la dimensión ontológica de los antagonismos» constitutivos de la sociedad (Mouffe, 2014: 16). La definición de Mouffe permite distinguir las instancias institucionales concretas (como lo sería el Estado, pero también los “aparatos ideológicos de estado” de Althusser) de lo que sería la parte constituyente de la sociedad. De igual manera permite entender la verdadera composición de esas instituciones, al remitirles de vuelta a la configuración de la sociedad. En Mouffe la sociedad queda conformada por medio de una relación de fuerzas. Su tesis no es muy diferente a la expuesta por Marx en El Capital. Pero si bien para éste los antagonismos quedan “fijados” a partir de la posición de cada trabajadores y capitalistas con respecto a la producción (Negri, 1991), Mouffe prefiere tomar la forma antagónica en su carácter general. Es decir, para ella lo que vale es el rol fundacional que juegan los antagonismos en la constitución de la sociedad. Entonces, este proceso es un hecho político.Lo que no especifica Mouffe es en qué consisten estos antagonismos; o sea, de dónde provienen y cómo terminan articulando lo social como algo político. A esta interrogante, Rancière 1999) propone entender los antagonismos desde lo que considera como el error fundamental de cálculo: el acto de subsumir la igualdad aritmética, basada en el intercambio comercial, a la igualdad geométrica de la proporción a nombre de la armonía común. Es decir, que, en su interior, esta concepción de lo común termina por equiparar valor con derecho a pesar de que ni una cosa ni la otra son equivalentes. A segundo término (y suponiendo la equivalencia) la diferencia queda oculta bajo el manto que provee la “igualdad de derechos.” Entonces, allí donde, por decirlo de algún modo (y a la luz del derecho), existe el “todos son iguales,” las diferencias se echan a tierra, son camufladas. Es en esta articulación de los antagonismos que aparece lo político para Rancière: en el error que conlleva el cálculo de la comunidad, pues esta comprende tanto a quienes poseen una parte (medida a través del valor) como los que no poseen nada.
Esta es la operación básica por medio del cual el puebloqueda constituido como comunidad política fundamental. En principio éste no deja de ser una masa indiferente formada de aquellos que nada poseen. Sin embargo, la comunidad produce lo político (y precisamente a partir de ello) cuando el pueblo comienza a cuestionar el cálculo que fundamenta su existencia como comunidad. Es un hecho al margen del discurso de los derechos. En la base de la comunidad política se encuentra la operación por medio de la cual aquellos que nada poseen comienzan a formar parte del todo. En este sentido, el pueblo es la clase que constantemente amenaza la comunidad, y la convierte en una comunidad de “lo justo y lo injusto” (es decir, la divide) (1999: 9).
Lo político, entonces, se arroga el lugar de una disrupción: interrumpe los efectos de verdad de la dominación. Entiéndase ésta como acto de apropiación de lo común, y sobre el cual descansa el error de cálculo constitutivo de la común/unidad; o sea, de la comunidad. Lo político es la puesta en escena de la disputa sobre lo común. Es el lugar donde el mundo-apariencia de la multitud-como-multiplicidad se opone (antagoniza) a la igualdad geométrica en tanto igualdad; o sea, unidad. Por tanto, lo político es el ámbito donde esta unidad, esta noción de totalidad, es constantemente asediada. Dicho de otro modo: lo político es la contienda entre partes que nunca suman un todo (Rancière, 1999).
Dado el extraordinario poder que tiene la igualdad, es de suponerse que aquellos que ordenan traten poner en suspenso la activación de lo político. Para ello resulta esencial el establecimiento de un orden social. El fundamento del este es la orden, y toda orden parte de dos premisas: entendimiento de la orden y de que se debe seguir la orden. Sobre esto descansa la constitución del concepto de política que manejaron los modernos. Cuando Agamben intenta rastrear la formación del discurso económico neoliberal, se topa con una cita de Linneo (de finales del siglo XVIII) donde la política, al ser escrita en latín, aparece semánticamente similar a la policía: “En un Estado, llamamos politia a la dirección y la justa administración del todo: y esta concepción no puede dejar de confirmarse si se sigue hasta donde es posible la cadena de la naturaleza” (en Agamben, 2008: 303). De aquí que Rancière opte por llamar policía a lo que comúnmente se conoce como política:
Politics is generally seen as the set of procedures whereby the aggregation and consent of collectivities is achieved, the organization of powers, the distribution of places and roles, and the systems for legitimizing this distribution. I propose to give this system of distribution and legitimization another name. I propose to call it the police. (1999: 28)
Es decir: la política (cuya verdadera naturaleza es policial) se dedica a distribuir cuerpos dentro del espacio, y a prescribir formas particulares de hacer, de ser y de habla, entre otras cosas. La política como policía es, entonces, el orden que profiere aquel que ordena. Se trata de ordenanzas en la medida en que estas condensan mandato, método, disposición y concierto.
No debe olvidarse el poder que tiene la igualdad para corroer el orden establecido. Si este se fundamenta en la división entre quien ordenan y quien obedece, obedecer implica, en primer lugar, conocimiento y reconocimiento del orden. No basta entonces con conocer las posiciones: es necesario aceptar la necesidad de obedecer. Requisito de todo este es suponer la igualdad entre las partes; es decir, entre quien ordena y quien obedece (Rancière, 1999). He aquí donde ocurre lo político: allí donde la división entre quien ordena y quien obedece se ve trastocada por la igualdad. Se produce así un nuevo cálculo, uno que de ningún modo logra representar la totalidad, y por el cual lo común entra en disputa.
II
La incomodidad que genera el documental After María surge a partir de la relación antagónica igualdad aritmética e igualdad geométrica. Un evento como el huracán María es capaz de sacudir los cimientos de cualquier orden social en la medida en que el hecho “natural” quede subsumido por el de lo simbólico. María no fue simplemente un desastre; fue una catástrofe, en la medida en que sus efectos desbordan lo natural y saturan el orden del discurso. Es decir: la verdadera tragedia radica en cómo el desastre trastocó el orden existente. Las consignas que se alzaron desde el principio (“Puerto Rico se levanta”), más que incitar a la acción, procuraron detener el empalago discursivo, evitando así que el orden fuese sobresaturado y perdiese su capacidad de distribuir los objetos y las personas en un espacio previamente definido. Por ello se regresó al trabajo, se levantó la ley seca, se suspendió el toque de queda con tal de que los fanáticos del beisbol pudieran disfrutar de la postemporada.
Al final (si es que una historia como esta posee uno) la política logró imponerse: los políticos volvieron a ser corruptos (Whitefish), la Junta recuperó su implacable poder de incidir sobre la vida diaria de los puertorriqueños, la catástrofe fue domesticada por el discurso de la recuperación, y los clientes de la Autoridad de Energía Eléctrica esperaron pacientemente que se reestableciera el servicio, al tiempo que celebraron la llegada de brigadas estadounidenses. Pero todo ello sucedió a costa de la violenta imposición de un nuevo conteo que ocultara precisamente aquellos y aquellas que quedaron sin nada a raíz de la catástrofe. ¡Qué mejor manera de entender la indignación de aquellos y aquellas que reclamaban que After María no los “representa”! No se trata de que los indignados sean aquellos que solo tienen acceso a Netflix (aunque mucho hay de ello); es la irrupción inesperada de la igualdad aritmética en una de tantas instancias distintiva de la igualdad geométrica.
La imposición de una igualdad geométrica implica tanto fijación de límites como de un conteo que los contabilice. La recuperación tuvo su conteo, al igual que la destrucción. Los desplazados sumaron un monto, también las relocalizaciones. No existe un número exacto de migrados, salvo la cifra de reducción poblacional. Lo que no figura en este conteo queda marginado del discurso de la recuperación. Pero los límites no se circunscriben estrictamente a conteos; igual designan exceso: aquello que no se puede o no se debe contar. Es así como se determina lo que es, vis-a-vis y lo que no es. Lo que distingue los cuerpos de After María es su exuberancia: es decir, su inconmensurabilidad. Exceden la economía de los cuerpos producidos por la igualdad geométrica: no existe justa proporción ni conteo que dé cuenta de ellos. Resulta imposible por tanto imaginarlos en el espacio de la fantasía (New York), manejando como cosa cotidiana los iconos (Louis Vuitton) que le otorgan valor al cuerpo bajo la igualdad geométrica. No existe posibilidad alguna de representación bajo estas condiciones cuando de entrada no se le permite ni siquiera ser. En todo caso, el exceso se revela como parte maldita de una economía de cuerpos que depende enteramente del conteo de sus partes.
El acto de preparar tostones con una lata de chili eleva el exceso calórico a pura alegoría. Se torna en exigencia oprobiar la precariedad existencial de las protagonistas. Es aquí donde se produce el quiebre en la representación: es aquí donde aflora la urgencia de restaurar el orden. Tanto el tostón como los cuerpos semidesnudos tienen su lugar: imposible pensar el trópico sin humedad y a 110 grados Fahrenheit; inconcebible consumir el exceso calórico puertorriqueño sin mesura. Ante tanto exceso no queda más que no sea desautorizar las voces de aquellos cuerpos, retirarles la capacidad de hablar. Un suspiro colectivo tacha de “cuponeras” a esos cuerpos exuberantes, imponiendo orden y sentido tanto a su discurso como a su praxis. Se revela entonces el “verdadero” sentido de sus acciones: buscan allá lo mismo aquí, el “mantengo-mío-de-todos-los-días.” Vil acto de desaparición forzada, de imposición de una igualdad geométrica que invisibiliza lo injusto. No queda de otra en el discurso de la recuperación, pues lo que se persigue recobrar no es otra cosa que el orden.
No debe pasar por alto ese momento donde After María imponen un nuevo cálculo. El exceso de las protagonistas violenta el derecho a tener un hogar (tal cual figura en la igualdad abstracta del derecho) dado el hecho de que María les arrebató lo poco que tenían. Su existencia tomó cariz de catástrofe cuando la necesidad de restaurar la igualdad geométrica solo pudo cumplirse por medio de su expulsión. Sin embargo, helas aquí: siendo esa parte que no tiene nada y que aun reclama lo suyo, su parte. No existe entonces la recuperación mientras ellas fuercen un nuevo conteo e insistan en figurar; es decir, en ser.
Referencias
Agamben, G. (2008). El reino y la gloria. Valencia: Pre-Textos.
Mouffe, C. (2014). Agonística. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Negri, A. (1991). Marx beyond Marx. New York: Autonomedia.
Rancière, J. (1999). Dis-agreement. Minneapolis: University of Minnesota Press.