Dialogando con Antonio Benítez Rojo más allá de La isla que se repite*
¿Cuál sería, entonces, la isla que se repite, Jamaica, Aruba, Puerto Rico, Guadalupe,
Miami, Haití, Recife?
Ciertamente ninguna de las que conocemos. […] Esto es así porque el Caribe
no es un archipiélago común, sino un meta-archipiélago (jerarquía que tuvo
la Hélade y también el gran archipiélago malayo), y como tal tiene la virtud de carecer
de límites y de centro. Así, el Caribe desborda con creces su propio mar, y su última Tule
puede hallarse a la vez en Cádiz o en Sevilla, en un suburbio en Bombay,
en las bajas y rumorosas riberas del Gambia, en una fonda cantonesa hacia 1850,
en un templo de Bali, en un ennegrecido muelle de Bristol, en un Molino de viento junto
al Zuyder Zee, en un almacén de Burdeos en los tiempos de Colbert, en una discoteca
de Manhattan y en la saudade existencial de una vieja canción portuguesa.” (v)
— Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite.
Empiezo con esta cita conocida de Antonio Benítez Rojo porque la misma invoca un término central en el pensamiento del conocido caribeñista, que al mismo tiempo apunta a una invitación a pensar más allá del del concepto de “la isla que se repite”. En mi intervención de hoy propongo una lectura del pensamiento de Benítez Rojo que rebase el texto que se ha convertido en canónico para muchos caribeñistas. No hago esto para cuestionar sus importantes aportes de Benítez Rojo a los estudios caribeños; me interesa argüir que en su formulación final, el texto que tantos de nosotros hemos usado para pensar el Caribe no se escribió para los caribeñistas específicamente, sino que se articuló para un público lector de la academia estadounidense, y en diálogo con teorías posmodernas que silenciaban o desplazaban el fundamento histórico, colonial y postcolonial (por no decir decolonial o político) del pensamiento caribeñista de Benítez Rojo. Para ilustrar mi argumento comento dos ensayos recopilados por Rita Molinero en un volumen titulado Archivo de los pueblos del mar, provenientes de una antología que Benítez Rojo estaba preparando para publicar, pero que dejó inconclusa (Rita Molinero, “Al lector”, 7-9) . En los dos ensayos que voy a comentar brevemente aparecen, me parece, las pistas históricas obnubiladas en La isla que se repite por la teoría posmoderna y la teoría del caos, acercamientos que sabemos que el autor consideró necesarios para ser legible y conseguir permanencia en la academia estadounidense. En estos dos ensayos se plantea una teorización del Gran Caribe como meta archipiélago colonial, que se consolida cuando Benítez Rojo escribe para sus colegas caribeñistas dentro y fuera de los Estados Unidos.

Calce: Colección de ensayos de Benítez Rojo editada por Rita Molinero.
El primer ensayo que quiero comentar se titula “Reflexiones sobre un archipiélago posible” y fue originalmente publicado en 1997 bajo el título: “Nueva Atlántida: Reflexiones sobre un archipiélago posible.” Este texto utiliza un formato muy similar al que desarrolla Alejo Carpentier en su ensayo “De lo real maravilloso americano” y en el que el autor traza un viaje a China, Irán, la Unión Soviética, Praga, para llegar a Latinoamérica y Haití y formular su noción de “lo real maravilloso”. De manera similar, Benítez Rojo viaja a Puerto Rico por un año y medio en 1944 (cuando tiene apenas 13 años) y dice que se siente antillano:
Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta de que Cuba y Puerto Rico tenían muchas cosas en común. San Juan, como la Habana, tenía un Castillo del Morro, viejos cañones, plazas e Iglesias coloniales, balcones barrocos y playas y palmas. El interior de ambas islas también era muy parecido. (87)
Luego en 1979 dice que se siente caribeño al participar en el festival de CARIFESTA e identificar que el denominador común de las culturas caribeñas es el ritmo:“Y no sólo eso, el ritmo suponía una actuación, una representación, es decir, un performance, el cual era extraordinariamente semejante al cubano.” (88). Por último, Benítez Rojo describe su visita a las Canarias, específicamente a Tenerife, en donde su identificación con la cultura canaria le hace pensar en un marco archipelágico:
Pero al recorrer Tenerife y otras islas y conocer su gente dentro de su propio medio, me ocurrió lo mismo que me había ocurrido en Puerto Rico y en CARIFESTA. Para empezar, el español que se hablaba era muy parecido al de Cuba; incluso había giros lingüísticos y palabras como guagua que se usaban en Cuba y Puerto Rico, pero no en España ni en el resto de Hispanoamérica. (89)
Lo interesante de este momento del pensamiento de Benítez Rojo es que está fundamentado en una serie de desarrollos políticos mundiales vinculados al proceso de descolonización del tercer mundo (momentos también claves en la formación del pensamiento postcolonial y decolonial):
La etapa de formación del discurso caribeño, es decir, cuando el discurso antillano expande sus referentes territoriales y desmantela el binarismo Europa-África para incluir otros components etnológicos, se corresponde con el proceso de descolonización ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial con la noción de la existencia de un Tercer Mundo, idea lanzada en la conferencia de Bandung en 1955. (93)
La propuesta de Benítez Rojo de un discurso novoatlántico conecta la zona del Caribe con toda una serie de otras localizaciones en el Atlántico que comparten una serie de rasgos en común, a partir de procesos políticos comunes de expansión imperial:
Mis ideas al respecto son simples y complejas a la vez; para estudiar dichas sociedades es preciso tomar tomar en cuenta, simultáneamente, estos tres paradigmas de conocimiento, esto es, el moderno, el posmoderno y el narrativo, que yo prefiero llamar el de los Pueblos del Mar Es aquí, precisamente, donde entra a jugar mi proposición de que el discurso del Caribe cese de llamarse así para integrarse a un discurso de referentes más amplios que, a falta de mejor nombre, he llamado discurso novoatlántico.” (97)
Esta propuesta nos recuerda el libro de Paul Gilroy de The Black Atlantic (1993). Resulta curioso en este pasaje que los Pueblos del Mar se equiparan con un conocimiento narrativo que no se define del todo en este ensayo de Benítez Rojo. A diferencia del marco moderno y posmoderno, el “marco narrativo” de los Pueblos del Mar se fundamenta en la experiencia vital de la vida insular y costeña que se reactiva desde el exilio. No es hasta el final de este ensayo que aparece el tema que será la formulación predominante en La isla que se repite: “Concretamente, ¿cuál es mi proposición? En primer término, a partir de la experiencia ya ganada en el estudio de lo caribeño, ir observando los patrones de diferencias que se repiten en las islas del Atlántico.” (98). En esta formulación, resulta claro que el concepto de “repetición” en Benítez Rojo se refiere a una serie de patrones históricos y políticos vinculados muy de cerca con diseños coloniales en las islas del Atlántico.
El segundo ensayo que me interesa comentar —»El último de los archipiélagos”— reflexiona sobre el concepto del Caribe como archipiélago global al menos en dos definiciones complementarias: 1. en la medida reúne una multiplicidad de razas, etnias, lenguas y culturas proveniente de casi todos los otros continentes del orbe como resultado del proceso translocal imperial/colonial; y 2. por sus conexiones culturales, políticas e históricas con una red de ciudades, puertos y estados.
Si el primer ensayo traza la evolución del pensamiento de Benítez Rojo a partir de su desplazamiento y meditación personal, este segundo ensayo articula la red archipelágica global del Caribe a partir de sus sustratos coloniales/imperiales:
A pesar de todo lo que se ha investigado y escrito sobre las islas del Atlántico subtropical y tropical, no conozco ninguna obra que las haya estudiado a fondo desde una perspectiva de conjunto; es decir, una perspectiva que, si bien reconozca un número de diferencias, busque acercamientos históricos, socioeconómicos o culturales dentro de este vasto y disperso territorio insular que, de este a oeste y de norte a sur, abarca las Azores, las Maderas, las Canarias, Cabo Verde, Bioko (la Antigua Fernando Po) Santo Tomás y Príncipe, Santa Helena y Ascención, las Bermudas, las Bahamas, las Turcas y Caicos, las Caymanes, Cuba, Haití, República Dominicana, Jamaica, Puerto Rico, las Vírgenes de Inglaterra, las Vírgenes de los Estados Unidos, las Antillas Holandesas, Anguilla y Montserrat, San Cristóbal y Nevis, Antigua y Barbuda, Guadalupe, Dominica, Martinica, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Barbados, Granada, Trinidad y Tobago, Aruba y San Andrés y Providencia. (101, mi énfasis)
En este ensayo, Benítez Rojo incluso proyecta la emergenca de un pensamiento archipelágico en el siglo XXI, y empieza a imaginar otras máquinas de articulación colonial y postcolonial a través del Turismo, tema que en efecto ha sido objeto de estudio de varios teóricos sobre el Caribe y sobre archipiélagos en general (Godfrey Baldacchino, por ejemplo): “Claro, he echado mi imaginación a navegar, pero aun cuando nada de esto ocurra durante el siglo XXI, cualquier forma de asociación archipelágica habrá de ser deseable. He mencionado el Turismo, una de las principales fuentes de riqueza en la inmensa mayoría de las islas. ¿Qué impide que se empiece por ahí?” (102)
Al final del ensayo Benítez Rojo propone la repetición de ciertos elementos culturales para definir una complejidad atlántica que reemplaza la asociación originaria con un estado nación, proponiendo un vínculo con una identificación archipelágica articulada alrededor de las experiencias coloniales y postcoloniales del Atlántico:
No obstante, me apresuro a decir que dentro del desorden de esta heterogeneidad, habría diferencias que se repetirían de una isla a otra, dándole una extraña coherencia cultural al archipiélago. Esta curiosa coherencia se haría evidente al constatar que en el territorio insular la cultura traída por los primeros colonizadores, quienes quieran que éstos hayan sido, experimentó cambios que la habrían de hacer única. Estos cambios ocurrieron gracias al encuentro de agentes culturales de distinta procedecia en cada una de las islas. (107)
Así, tanto Cuba como cada una de las islas del archipiélago, tiene su propia historia cultural que contar. Sin embargo, a pesar de esta fragmentación hay un aspecto común a todos los sistemas culturales isleños: su complejidad atlántica. (108)
En este sentido, ambos ensayos apuntan al concepto de la repetición con diferencias en las culturas insulares atlánticas como alternativa al relato nacional que en el Caribe interrumpe las conexiones y contiguidades estructurales y sistémicas en la historia, política y formación cultural de la región. Al mismo tiempo, al leer estos ensayos, pasajes como el siguiente de La isla que se repite nos comunican un pensamiento más allá del posmodernismo y el caos, que se puede vincular más explícitamente con lo que actualmente se define como el estudio de los archipiélagos coloniales:
El sistema de flotas era, además de los convoyes, una máquina de puertos, fondeaderos, muelles, atalayas, arsenales, astilleros, fortalezas, murallas, guarniciones, milicias, armas, almacenes, depósitos, oficinas, talleres, hospitales, hospedajes, fondas, plazas, Iglesias, palacios, calles y caminos, que se conectaba a los puertos mineros del Pacífico mediante un enchufe de trenes de mulas tendido a través del Istmo de Panamá. (La isla que se repite, x)
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A manera de conclusión, me gustaría recordar aquí un pasaje muy conocido de Édouard Glissant, otro pensador caribeño que se ha comparado o puesto en diálogo con Benítez Rojo (De la Campa):
El pensamiento archipielar encaja bien con la estampa de nuestros mundos. Le toma prestadas la ambigüedad, la fragilidad, la derivación. Admite la práctica del desvío, que no es ni huida ni renuncia. […]. Nos damos cuenta de qué lastre continental y agobiante, y que llevábamos a cuestas, había en esos suntuosos conceptos del sistema que hasta hoy han empuñado las riendas en la Historia de las humanidades y han dejado de ser adecuadas para nuestros desperdigamientos, nuestras historias y nuestros no menos suntuosos derroteros errabundos. La idea del archipiélago, de los archipiélagos, nos franquea esos mares. (33, mi énfasis)
Quiero usar esta cita de manera similar a la cita de Benítez Rojo con la que comencé esta presentación para compartir una serie de observaciones sobre lo que resulta de leer más allá de La isla que se repite de Benítez Rojo. Por un lado, al igual que Glissant, Benítez Rojo fue simultáneamente un escritor y un pensador caribeño. De manera similar, ambos pensadores insistieron en borrar las fronteras entre el trabajo creativo y la teorización sobre el Caribe. Benítez Rojo se manejaba más en el espacio narrativo (de ahí que para él los Pueblos del Mar sean una narrativa, un imaginario, un modo de percibir el mundo) mientras que Glissant pensaba más desde la poesía (su teoría de la opacidad es un ejemplo claro de esa genealogía). Román de la Campa se refiere a este estilo limítrofe de las teorías de Benítez Rojo y Glissant como “devaneos poéticos” a los cuales es mejor invitar en vez de tolerar (comunicación personal 29 de octubre 2022).
Al mismo tiempo, ambos entraron al espacio académico estadounidense como sujetos diaspóricos caribeños, y por razones diferentes pero complementarias ambos se distanciaron del discurso y perspectivas nacionalistas que informan los orígenes de los estudios literarios y buena parte de los estudios históricos y culturales. Sin embargo, en mi lectura alrededor de La isla que se repite creo que he intentado demostrar que en Benítez Rojo el pensamiento histórico y la teoría colonial y postcolonial tuvieron el mismo o tanto peso que las teorizaciones posmodernas con las que trató de desdibujar las referencias más explícitas al contexto histórico y político de los archipiélagos coloniales. Mi meditación de hoy es una invitación a leer ese otro Benítez Rojo que conecta los archipiélagos coloniales con los diseños imperiales globales, el que se refiere sin tapujos a la colonización y conquista, al tercer mundo, a la conferencia de Bandung, en definitiva al Benítez Rojo que concibió el Caribe en sus contextos profundamente políticos. Mi lectura es una provocación a leer A Benítez Rojo más allá del posmodernismo y el caribeñismo de la academia estadounidense, para poner a sus islas que se repiten a dialogar con la teorías coloniales y decoloniales, y con el pensamiento archipelágico global, que parecían estar al centro de su última compilación de ensayos.
*Leí una versión de este texto en la conferencia “Antonio Benítez Rojo: La isla que se repite: 30 años aniversario” organizada por el Cuban Research Institute y el Departamento de Lenguas Modernas de Florida Atlantic University el 3 de noviembre de 2022. Agradezco a los colegas Medardo Rosario y Jorge Duany la invitación a este evento.
REFERENCIAS
Baldacchino, Godfrey. “More than Island Tourism: Branding, Marketing and Logistic in
Archipelago Tourist Destinations.” Ed. Godfrey Baldacchino. Archipelago Tourism:
Policies and Practices. London: Routledge, 2015. 1-18.
Benítez Rojo, Antonio. Archivo de los pueblos del mar. Ed. Rita Molinero. Ediciones Callejón, 2010.
Benítez Rojo, Antonio. La isla que se repite: El Caribe y la perspectiva posmoderna. Ediciones del Norte, 1989.
Benítez Rojo, Antonio. “Nueva Atlántida: Reflexiones sobre un archipiélago posible” Atlántica: Revista de arte y pensamiento, 18 (1997) 101-104.
Carpentier, Alejo. “De lo real maravilloso latinoamericano” Tientos y diferencias. Unión de Esscritores y Artistas de Cuba, 1974. 85-99.
De la Campa, Román. “El Caribe y su apuesta teórica.” Zama 4 (2012): 25-38.
Gilroy, Paul. The Black Atlantic. Harvard University Press, 1993.
Glissant, Édouard. Tratado del Todo-Mundo. Trad. María Teresa Gallego Urrutia. El Cobre Edici