Diez preciadas músicas
Para Ricardo
De la musique avant toute chose…
-Paul Verlaine
Los idiomas distinguen entre oír y escuchar. Escuchar es, contrario a oír, una acción deliberada. Como el observar, gustar, oler, palpar, escuchar exige educación para su desarrollo pleno, pues no nacemos con el conocimiento que nos permita seguir melodías o ritmos intrincados. Exige, además, concentración. Sobre todo, el silencio. Escuchar no parece una actividad muy disciplinada entre nosotros. Rodeados como estamos de mercancía sonora que no exige esfuerzo alguno para ser consumida, nuestras capacidades para lo complejo se atrofian. Puesto que la música es una de las formas que tiene cada ser humano para asediar y criticar nuestro mundo, generar y cuestionar conceptos, la deficiencia de nuestra escucha resulta en deficiencia de nuestro pensamiento. De ahí la importancia de la educación musical temprana y permanente. De ahí la necesidad del poder de que no adquiramos ninguna.
Una buena parte de la siguiente selección incluye textos, lo cual complica su discusión. Nos preguntamos qué es lo que realmente escuchamos, si la palabra o la música o esa irresistible mezcla de ambos. Nada de lo cual al fin y al cabo importa pues, como dijimos, la razón de este listado es un insustancial antojo personal. Escuchemos:
John Cage: Song Books: Solos for Voice 67, 72
“…so that it becomes American Indian again.” Dos solos relacionados entre sí, ambos recogen los extremos de registro –grave y agudo– que Cage percibe en el Yei-bi-chi de los Navajos. Sin embargo, tras la conquista y la revolución industrial, ¿tiene alguna posibilidad de retorno esa “América indígena”? Hombre blanco ajeno a tradiciones milenarias, Cage realiza unos cambios que afincan sus canciones en pleno siglo XX. La grabación de un estruendoso martillo hidráulico reemplaza al tambor navajo a la vez que produce el necesario ritmo constante para acompañar a la voz. La propuesta es ecológica: el texto del Solo 67 consiste de términos geográficos en varios idiomas, “kafr, channel, hafen, gamla, cerro, jima…”; en el Solo 72, nombres de constelaciones para los sonidos agudos y nombres de centros urbanos para los sonidos graves: “Mensa, Aquarius, Osaka, Tehran, Serpens, Philadelphia…”. Sin espacios intermedios, alternamos entre los celestes astros y las terrenales metrópolis como ejercicio poético para congraciar diferencias irreductibles. Nada de esto, sin embargo, es percibido por quien no tiene ocasión de examinar la partitura. Las instrucciones de Cage al/la cantante son las de oscurecer el texto mediante la amplificación y ecualización de la voz con micrófonos de garganta. El resultado es incoherente, exagerado, incomprensible. Hermoso.
Luciano Berio: Sinfonia
Esta composición está atada a las circunstancias históricas de su fecha de estreno, 1968. Hoy, como ayer, suena exhausta. Claude Lévi-Strauss, Martin Luther King, Gustav Mahler y Samuel Beckett se enredan con un abultado elenco de tantos otros músicos y escritores que arrastran la obra casi al borde de un ingenuo pop. Y, sin embargo, todo ello se obvia ante lo ambicioso de su programa: dar cuenta del malestar ante la imposibilidad de alcanzar esa radiante resolución “universal” que se nos prometía desde el siglo de las luces. Pocas músicas revuelven tantos asuntos como esta, todo en menos de treinta y cinco minutos. Como al comienzo del cuarto movimiento de la Novena de Beethoven, la composición titubea, tropieza, se desenvuelve sobre la duda, delibera abiertamente su trastabillado proceso, gestándose en lucha consigo misma. Berio hace a sus oyentes partícipes activos de esta odisea, conscientes de su responsabilidad creativa en ese tan alienado espacio que es la gran sala de conciertos. Mi angustia es tu angustia: “keep going…”
Dementium: Beyond the Claws of Death
Metaleros unidos jamás serán vencidos, y los del pueblo de Las Piedras resultan modélicos. (Como que provienen del lugar que dio al mundo a un inmenso artista, el maestro ceramista Tomás Díaz.) Intensos, ni hablar. Como en todo buen cuarteto, el trabajo individual, concentrado y comprometido, queda en función de la totalidad. La intensidad de esta música aumenta con los inesperados cambios de ritmo que caracterizan el pulcro trabajo de la banda. Si bien las alusiones a la muerte rondan la composición, su potente y enérgica ejecución sugiere la imparable victoria de la vida sobre todo aquello que ose negarla. Sangre para el espíritu, sangre por los oídos.
Ludwig van Beethoven: Cuarteto núm. 15 en la menor, opus 132
Un artista maduro y en pleno dominio de su arte se balancea con gran humildad sobre el filo de la certeza y la duda. Pese a las muestras de certidumbre –el cuarteto termina en tono mayor– la incertidumbre domina. El tercer movimiento constituye uno de esos luminosos prodigios del arte occidental. En éste, Beethoven ofrece sus gracias por su milagrosa cura tras estar al borde de la muerte. Su contemporáneo Francisco Goya, igualmente genio, igualmente sordo, también expresó este agradecimiento cinco años antes en su pintura Goya a su médico Arrieta (1820). Ni el uno ni el otro se refrenan a la hora de expresar el espanto de haber enfrentado la muerte. Y pese a la gratitud, ni el uno ni el otro se entregan a finales felices: el dolor siempre queda. Su único paliativo, reconocerlo, declararlo, aspirar a la quietud. Decía Luciano Berio que “la música es indivisible de sus gestos” y, en un cuarteto de cuerdas, estos gestos incluyen las muy sonoras respiraciones de los ejecutantes antes de acometer una frase. El tercer movimiento, en particular, gana intensidad con esas respiraciones, pues se perciben como suspiros de aflicción, de aquiescencia. ¿Alguna otra música que se le acerque a esta? Four, de John Cage.
Erik Satie: Désespoir agréable
Satie, en guerra contra el exceso emocional romántico, de sobra sabe que la música es capaz de expresar las más excitadas pasiones. Decidido a despojarla de su innegable capacidad para la manipulación anímica, Satie no rechaza las emociones, sino que las coloca en el espacio del intelecto. Estimula la actitud crítica en sus oyentes con un trabajo afín al de Bertolt Brecht en el teatro. Desesperación agradable, una sola página para piano con catorce compases, en cuyo momento más desgarrador, Satie le indica al ejecutante que toque “délicieusement”. (Dudo que algún pianista pueda contener una sonrisa ante la ironía de este compás.) La música como instrumento crítico del sentimiento. La angustia presentada de la manera más “objetiva” y “fría” posible. La música, espacio para entregarse a la desesperanza: crítica y deliciosamente.
Justin Bieber: Love Yourself
Escasamente acompañado por acordes cortos, Bieber, con su vocecita de yo-no-fui, escasamente entona los cinco tonos contiguos usados en tan encantadora composición. Esa vocecita indolente hace más despreciable cada trozo nuevo de información sobre esa mujer-mala-y-bandolera que lo humilla y hace sufrir, belle dame sans merci. De manera concurrente, la inofensiva vocecita pulveriza a su torturadora y reafirma la agresión que puntualiza el equívoco del título, vocecita apoyada por un acompañamiento sosegado, de bajísimo perfil, que hace la canción más cautivadora por su muy bien disimulada virulencia. Así, da luz verde a la violencia misógina que nutre esta y tantas otras mercancías de la música de masas que hoy apasionan: “1,532,952,861 views”.
Claudio Monteverdi: Il Combattimento di Tancredi e Clorinda
Una de esas composiciones que representan un antes y un después en el arte. Monteverdi introduce recursos musicales inéditos hasta ese momento (1624) para pintar con sonidos las pulsiones de amor y muerte, la guerra y las alteradas emociones de los protagonistas. Esta música, si bien fue concebida para la escena, aún sin el teatro hace visibles los choques de espada, escudos, cuerpos y emociones de sus personajes, la imaginación al poder. Monteverdi no impone su música al poema de Torquato Tasso, sino que deja al texto guiar su composición. El resultado es una obra experimental, que tanto musical como dramáticamente se acomoda con facilidad al canon moderno pese a su milenaria ascendencia, la muerte de la guerrera del mito de Aquiles y Pentesilea tan popular en la plástica clásica griega. En la versión de Tasso/Monteverdi, la caída de la islámica Clorinda a manos del cristiano Tancredo se expresa en palabras y sonidos abiertamente eróticos. Con fruición se describe cómo Tancredo penetra con su “hierro” el “bello seno” de Clorinda y provoca que por su vestido corra la sangre como un “caliente río”. Agonizante, Clorinda pide el perdón y ser bautizada, para entonces morir mujer cristiana y su amado así conserve intacta su heroicidad. Todo lo cual manifiesta la autoridad del patriarcado occidental sobre aquello que declara ajeno y subalterno: la mujer, el islam, la paz, el amor. Prueba irrebatible de que el arte más refinado puede expresar la más grande de las puercadas.
Bessie Smith: ‘Tain’t Nobody’s Business If I Do
Duro resulta esto de escuchar a una mujer decir que prefiere que él la golpee a que la deje. Letra y música de hombres, lo cual ya levanta la sospecha. Añádase el asunto racial al de género, que ninguna mujer blanca cantará esta melodía, pues en una sociedad racista, la violencia se le adscribe únicamente a la gente negra. Pese a todo lo anterior, en voz de Smith –y de Alberta Hunter, Billie Holiday y Linda Hopkins– este texto musical adquiere otras sonoridades, otros significados. Una poderosa mujer negra proclama sin ambages: “resuelvo mis contradicciones a mi manera y cuando así lo desee”. Quien mejor lo describe es Amiri Baraka, en Dutchman: “…Bessie Smith is saying, ‘Kiss my ass, kiss my black unruly ass. Before love, suffering, desire, anything you can explain, she’s saying, and very plainly, ‘Kiss my black ass.’”. Liberador, ciertamente.
Davilita y Daniel Santos: Culebra
Ídolos de masas que se atreven a desafiar su estatus de ídolos, para aliarse a causas que en su nación colonizada son tabú y que le acarrearon tortura con radiación y eventual muerte a su máximo combatiente. De Daniel Santos no osaremos añadir nada a lo que ya tan magistralmente ha compuesto Luis Rafael Sánchez. De Davilita diremos que su voz, tan clara, segura y falta de pretensiones, carga consigo a toda la comunidad que lo apoya, particularmente aquella de Nueva York. Como de costumbre, es esa comunidad en el exilio la que con más lucidez entiende la brutalidad del coloniaje y la necesidad imperiosa de independencia. La amarga advertencia de Davilita de que “ya tienen a Culebra y no dudes que pronto nos saquen de aquí” resuena hoy más que nunca. Jamás encontraremos un bolero menos romántico que este. Ni más profundamente amoroso.
The Specials: You’re Wondering Now
“— Is everybody happy? —You cannot come in. You cannot come in.” Qué cosa tan genial.