Dignidad y violencia escolar (sin la A)
Me parece que dar explicación de la violencia en las escuelas no es tan sólo complicadísimo sino imposible en estos momentos. Imposible porque no tenemos las investigaciones necesarias para poder empezar a intentar esbozar esa explicación, y complicadísimo porque, a pesar de fáciles definiciones de funcionarios y legisladores la violencia nunca es fácil. La violencia siempre es difícil.
Lo que puedo compartir aquí son algunas reflexiones que en mis años de maestro y de tallerista de mediación de conflictos escolares he ido apuntando en varias libretitas.
No comparto la impresión generalizada periódicamente de que vivimos una crisis de violencia en el sistema público de enseñanza. Las investigaciones de la abogada María Díaz demuestran estadísticamente que la ocurrencia de incidentes de agresión agravada es menos de 1%, ubicándonos así como una de las regiones escolares con menos incidentes violentos de los Estados Unidos. A su vez, las investigaciones de la profesora María Judith Oliveras muestran cómo la histeria de la crisis de violencia en las escuelas ha sido manufacturada por los medios noticiosos.
Lo primero no quiere decir que no necesitamos intervención positiva y pro paz en nuestras escuelas. Al contrario, la experiencia vista y vivida tanto de estudiantes como de maestros y administradores en las escuelas es una donde predomina el abuso (el “bullying”), la intolerancia, las humillaciones, la búsqueda de satisfacciones inmediatas, la incapacidad de verbalizar los sentimientos y un importante y muy pocas veces reconocido reclamo de dignidad propia. Es una lástima estadística la inexistencia del récord de estas experiencias porque, aunque no llegan a convertirse en actos de violencia notables o graves, sí son el caldo de cultivo de una cultura de violencia.
Lo que quiero decir es que la subestimación o invisibilidad de estas experiencias, ocasionadas muchas veces por la ampliación y manufactura de grandes crisis de violencia, nos alejan de propuestas sensatas para desarrollar una cultura de paz en nuestras escuelas y en el resto del país. Vamos de CRISIS en CRISIS con letras mayúsculas y no vemos ni consideramos la crisis permanente de la convivencia diaria.
Examinemos la dignidad. Uno de los asuntos más importantes para nuestros estudiantes, y que explica mucho de las peleas en las escuelas, es el reclamo de dignidad. El reclamo de que se les respete, de que no se les humille. Muchas, muchas veces los estudiantes pelean sin querer pelear porque tienen que defender su dignidad.
Un ejemplo. Recuerdan aquella muchacha que le cortó la cara a otra en una escuela superior y que ocupó las primeras planas de periódicos y noticieros. Aparecía ella como un ejemplo de la decadencia de nuestras escuelas, como ejemplo de una violencia injustificada, que no tenía explicación. Pues, semanas después del incidente y como noticia de seguimiento en la página cincuenta y tantos de El Nuevo Día salió un parrafito donde se narraba que la muchacha antes de cortarle la cara a la otra había ido donde la trabajadora social o alguna otra funcionaria, no recuerdo específicamente, a advertirle que la parara porque si no, le iba a cortar la cara a la otra.
No traigo esto para señalar negligencia de parte de las autoridades, sino para destacar que la muchacha estaba dispuesta a no cortar a la otra si la detenían, si se lo impedían. ¿Por qué? Porque de esa manera ella no perdía el respeto de los demás, no aparecía como una cobarde sin corazón, sin valentía, en otras palabras no perdía su dignidad. Y uno puede ser y hacer muchas cosas, menos perder la dignidad y el respeto de los demás porque si no ¿qué pasa?… “lo cogen a uno de mangó bajito” aunque ya esta sea una frase antigua y fuera de uso.
Todos y todas saben eso y por eso ante un desafío no hay otra salida que echar pa’lante. Entienden que si no hacen nada, si se dejan humillar lo pierden todo, se vuelven nada. O sea, que pelean por miedo a que los cojan de abuso. O sea, que son valientes y echan pa’lante porque no tienen a su disposición otro mecanismo de brega que les permita resolver sin pelear y sin, lo más importante, perder su dignidad.
Esto sale siempre en los talleres de mediación escolar que imparto. Todas y todos están de acuerdo de que por defender el respeto propio muchas veces van a pelear aunque no quieran.
Me parece excelente que la dignidad, el respeto propio sea uno de los valores más estimados por nuestros jóvenes. Esto es un peldaño importantísimo en el reconocimiento del respeto por el otro, por la otra. Sin respeto propio no puede haber respeto por los demás. Sin reconocer y reclamar la dignidad propia no se puede reconocer ni reclamar la ajena.
La pregunta para nosotros, los adultos, es cómo crear un espacio de reafirmación personal, de respeto, de dignidad que no se base en la humillación del otro, de la otra. Cómo crear instancias culturales tan atractivas y productoras de orgullo personal como las peleas.
Existe todo un ritual en las peleas. Desde los avisos de que se va a pelear, el radio bemba veloz que esparce el rumor, el sitio escogido, el círculo de agitadores de un bando y otro, el insulto, la tiraera, los golpes, la resistencia al golpe, el golpe devuelto, la escalada a la agresión grave, el espectáculo que sigue atrayendo más curiosos y agitadores, la intervención de los adultos, la separación, los insultos y la tiraera de nuevo, la sangre, la ayuda médica y la Policía hasta la desaparición del corillo y la invención del cuento de cómo fue la pelea. Estos son pasos que más o menos siguen el mismo patrón. Se cree que se está haciendo algo nuevo pero sólo se sigue una tradición.
¿Por qué persiste esa tradición? ¿Por qué no hemos podido superarla? Hemos fracasado en crear una instancia que ofrezca la reivindicación de respeto y la oportunidad de mostrar la valentía con la misma efectividad que la pelea. Por eso, claro, ya en los casos extremos de violencia como la de los puntos de drogas, nuestros jóvenes están dispuestos a matar y a morir.
Es insuficiente pedirles a nuestros jóvenes que ignoren el desafío, que no hagan caso a los macharranes que buscan bulla todo el tiempo, si no les ofrecemos un sitio, una ocasión de afirmar su dignidad y demostrar su valentía. Y no olvidemos que todos los días nuestros jóvenes se enfrentan a ese desafío. No es fácil. Lo maravilloso es que no hayan miles de peleas graves diariamente en nuestras escuelas. Es sorprendente cómo cientos de miles de jóvenes sobreviven sin pelear. Sí, cientos de miles porque sólo en el sistema público hay 650,000 estudiantes. ¿Cómo lo hacen? Tenemos la responsabilidad de investigarlo y una vez investigado, utilizarlo como guía para nuestras intervenciones.
Engañarnos con la creencia de que en las escuelas existe un problema de orden y seguridad pública que requiere una intervención cuasi policial es perder tiempo, energías y dinero persiguiendo pajaritos preñaos que muy bien pueden servirle de relaciones públicas a algún político inescrupuloso, pero que le ofrece un flaco servicio a nuestros jóvenes.
En un taller de mediación en la escuela vocacional Carlos Daniels de Carolina ocurrió algo muy interesante y muy pertinente con el asunto en cuestión. Estaban los estudiantes divididos en varios grupos simulando mediaciones. Usualmente los conflictos que simulan son ficticios aunque representativos de los que les ocurren a ellos y ellas. Ese día, por primera vez, el conflicto era real. Los disputantes simulados eran disputantes reales.
El caso era aparentemente uno sencillo. A acusaba a B de haberle robado un CD de su bulto. B lo negaba rotundamente. A y B eran muy buenos amigos pero después de ese incidente se habían distanciado. Cuando, en la discusión general, le pido a ese grupo que explique el conflicto y cómo se solucionó, nos dicen que no hubo solución. Yo pregunté el porqué para así discutirlo entre todos. Los mediadores dijeron que no hubo solución porque el conflicto era real. Se me ocurre entonces pasar a mediadores y disputantes al frente de todos para que rehicieran la mediación a ver si podía resolverse. El ánimo y la atención fueron absolutos.
Comienzan y todo va muy bien hasta que en el momento de buscar soluciones los disputantes están de acuerdo en no ponerse de acuerdo. Yo sustituyo a uno de los mediadores y para hacer el cuento largo corto, luego de llegar a estar de acuerdo en que pedirse disculpas podría ser una opción de solución, B dice que aunque eso es así él no puede hacerlo porque en la otra escuela van a entender la reconciliación como una debilidad y sometimiento (humillación) de su parte a A.
Debo explicar algo antes de seguir. La escuela vocacional no tiene programa académico. Así que lo académico lo toman en otra escuela y luego vienen a la vocacional. Estos jóvenes viven en dos contextos escolares y sociales distintos. En la vocacional se les exige un compromiso más formal y a ellos les interesa más esa escuela. En la escuela académica el ambiente es más relajado pero las presiones de los pares son mayores.
La preocupación de B era que en la escuela académica interpretasen la reconciliación como pérdida de su dignidad, de su respeto y eso lo obligaba a no aceptar disculpas mutuas. Discutimos diversas opciones para poder afirmar su dignidad reconciliándose con A. Al final acordaron hacerlo y decirle a los demás en la escuela académica que habían resuelto el problema entre ellos hablando como hombres y que ambos estaban satisfechos con el resultado.
Dos asunto surgen claramente de este ejemplo: cómo el asunto del respeto propio y la dignidad siempre están presentes aunque sea de manera subterránea, y cómo el proceso de mediación facilitó una instancia donde ese respeto propio y dignidad pudieron hablarse y lograr una solución satisfactoria para ambas partes.
De nuevo, me parece que dar explicación de la violencia en las escuelas no es tan sólo complicadísimo sino imposible en estos momentos, sin embargo, no podemos dejar de querer hacer lo imposible. La vida, la calidad de vida de nuestros jóvenes y, por tanto, del país lo necesita.
20 de octubre del 2005
Colegio de Abogados
San Juan, Puerto Rico