Donnie, el prestidigitador
Donnie encontró una melena anaranjada, abandonada en una calle de Queens después de una juerga, y decidió agregarla a sus shows. Con tal look entró al reality tv, a los tabloides, y a los tribunales donde, de cuando en vez, tenía que responder por sus depredaciones. Un talento, uno solo, poseía: podía pasar horas y horas frente a un mismo canal escuchando a las mismas personas y luego, exprimir en su cerebro la información y convertirla, de nuevo, en sonidos cortos con repeticiones interminables: “no collusion,” “fake news,” “Mexicans are rapists,” “journalists are enemies of the people,” “no collusion,” “fake news,” etc..
Aburrido del set de su reality tv, quiso tener fun en un ámbito más amplio y fue ahí que descubrió su destino: él representaba the forgotten man (never the forgotten woman).
Donnie llegó a la presidencia y, fiel a su promesa, reclutó “the best talent” que él podía identificar. Omarosa Manigault Newman, participante en su tv show, se convirtió en “senior adviser.” Y un tal Anthony Scaramucci, cuyos méritos se reducían a que hablaba en el pintoresco lenguaje de Donnie y salía en televisión, fue nombrado jefe de comunicaciones de la presidencia. Ronny Jackson, un médico sin experiencia administrativa, fue escogido para dirigir la Administración de Veteranos, y todo porque a Donnie le gustó que hablara bien de su salud.
Para su sorpresa, Omarosa fue corrida de los predios de la Casa Blanca a los pocos meses. No ayudó que ella usara los terrenos de la mansión ejecutiva para fotografiar parte de su boda. Scaramucci no duró, literalmente, dos días. Con su vasta experiencia en comunicaciones (unas cuantas entrevistas televisivas), llamó a un reportero, usó su conocido lenguaje, and that was it. Gone.
Naturalmente, todo esto era parte del circo. Menos lo era la selección de todo un general como principal consejero en seguridad nacional. El escogido fue Michael Flynn, quien ya tenía extraños enredos con los rusos y estaba en la nómina de los turcos. Como Flynn fue tan tarado que le mintió al vicepresidente ignorando que los profesionales de la seguridad lo grababan, tuvo que renunciar en desgracia.
Otro profesional de las truculencias, Sean Spicer, tuvo mejor suerte. Estuvo en su puesto por seis meses. Su primera tarea fue explicar, con cara tiesa y palabras embalsamadas, por qué las muchedumbres de Donnie desaparecieron para su inauguración y por qué el acto estuvo más esmirriado que el Plan Temeofrecí. Faltando explicación, Sean declaró que Donnie había tenido la más grande asistencia en la historia de las inauguraciones desde que César regresaba a Roma, Nerón llegaba al Coliseo y los Beattles tocaban en público.
Ahora Omarosa dice que Donnie es un con-man y un racista. Y que tiene grabaciones para probarlo. Donnie riposta que ella es a “crying lowlife” y que nunca ha sido inteligente. Omarosa alega que Donnie usó un “derogatory term” sobre los puertorriqueños. Donnie dice que ella es un “dog.” Scaramucci anda desaparecido por los bares neoyorkinos. Flynn confesó crímenes y aguarda sentencia. Spicer “escribió” un libro sobre sus andanzas y dice estar arrepentido de su conteo.
Donnie no ha cumplido la mayoría de sus promesas. No hay un nuevo plan de salud. Su prometida muralla es una fantasía. El personal de la Casa Blanca es un listado de non entities. La reforma contributiva aprobada por su partido solo beneficia a un puñado de ricos. Lo de limpiar la ciénaga corrupta fue siempre una broma. Y en lo de retornar a América a una imaginada “grandeza”, Donnie resultó ser un choker tan pronto tuvo a Putin de frente.
Esta semana el circo trastabilló en los tribunales. El hombre de confianza de Donnie, su exabogado Michael Cohen, hizo alegación de culpabilidad y delató al presidente en sus fechorías. Los pagos a Daniela la Tormentosa y a una exmodelo fueron instrucciones explícitas del entonces candidato Trump. Fueron contribuciones ilegales a una campaña presidencial. Las negaciones de Donnie han sido encubrimientos. El principal responsable de aquella campaña, Paul Manafort, resultó culpable por esconder cuentas bancarias en el extranjero para evadir impuestos.
No todo es pirueta ni cumbres inanes, esas fugas que Donnie ha inventado para combatir el hastío en Washington. El circo es homicida. Ha dado licencia para que guardias de frontera asesinen a inmigrantes pobres. Y Donnie SÍ ha cumplido una de sus promesas, aunque esta nunca fue verbalizada de forma coherente. Donnie le ha otorgado un sentido de poder, una sensación de que ya pueden salir de los márgenes donde se pudrían y de las esquinas digitales donde cocinaban su miasma, a los blancos de la supremacía racial y a otros blancos ciertamente olvidados por las prioridades del capitalismo oligárquico que define a Estados Unidos. Para estos, el prestidigitador entiende sus desorientaciones, insatisfacciones y rabia. Cuando ellos marchan y gritan “¡Jews will not replace us!” saben que Donnie no los repudiará. Cuando Donnie inventa una crisis migratoria como excusa para separar, ilegalmente, a hijas e hijos de sus madres, los blancos concluyen que la “pureza” anglosajona está en buenas manos. Cuando Donnie indulta a unos rancheros facinerosos que ocuparon y vandalizaron un edificio federal, y cuando hace lo mismo con Joe Arpaio, un alguacil racista de Arizona, los mensajes de apoyo no pueden ser más preclaros.
Estamos en ese mundo cavernoso y convulso de lo emocional, en fisuras que hasta del mismo inconsciente se esconden y que no siempre responden a un entorno material. Esa lobreguez quizás explique la fidelidad de los seguidores de Donnie.
Estamos en una coyuntura de vértigo: hay peligros, prisión y muerte para minorías y hay principios de una cultura constitucional que están en riesgo.
Donnie Con, Donnie Fraud. This will not end well.