Downton Abbey: a New Era
Es un año (en la película) desde el episodio previo y la familia, en particular, el patriarca Robert Crawley (Hugh Bonneville), séptimo conde de Grantham se ha acostumbrado al matrimonio de su yerno viudo Tom (Allen Leech) con la hija ilegítima de Maud, Lady Bagshaw (Imelda Staunton) una gran amiga (y rica). Este tipo de conexión era la comidilla entre los terratenientes adinerados y los ricos de ciudad y venía dese el siglo XVIII y XIX, tan bien relatados por Jane Austen y John Galsworthy. Lo mejor, sin embargo, es que la gran condesa de Grantham, la viuda Violet Crawley (Maggie Smith) anuncia que le han legado una villa en el sur de Francia y que, a su vez se la dejará a su nieta, la hija de Tom.
Las cosas se complican porque nadie entiende de dónde sale el gesto del recién muerto Marqués de Montmirail de reglarle una villa a la abuela y, cuando se prestan a averiguarlo, reciben la noticia, sorprendente, insultante y, simultáneamente económicamente estupenda (necesitan la plata para arreglar el techo del castillo) de que una compañía de cine quiere filmar en el castillo. La presencia de los actores y los técnicos de la película crea situaciones que incrementan las tensiones que ya existen entre los empleados del castillo, los vecinos y la familia Grantham.
Como suele suceder en los castillos, se desarrollan varias pequeñas tramas cuyo decoro solo se espera en una cinta sobre los ingleses cuando aún, aunque tambaleándose, existía el imperio. Incluye —me parece que a propósito— la re-invasión de las tierras de la Aquitania de parte de los ingleses en una toma en la que se ven los acantilados blancos de Dover que contrastan con la hermosura azul añil del canal. El cinematógrafo Andrew Dunn le imparte al filme su sello único en el que vamos de cuartos iluminados a lugares en penumbra y, de ahí, a las bellezas de los campos verdes e inmaculados de las campiñas de Hampshire. Para poner la cereza al tope, las escenas de la villa en Francia hacen que uno quiera marcharse a veranear allí lo más pronto posible.
El elenco enorme de la película incluye a todos los que estuvieron en la última y a muchos de la serie de TV. Además, añade a uno de mis actores favoritos, Dominic West, (a quien conocí en la serie The Wire) como Guy Dexter, el actor principal de la película que se está rodando en Downton. Ese truco de la película en la película viene por supuesto del drama dentro del drama en Hamlet, pero aquí en vez de muertos hay renacimientos. Para saber cuáles hay que verla.
Otra influencia en el guion de Fellowes es Singing in the Rain. Es el momento de la transición del cine mudo al hablado y hay problemas con las voces de las estrellas del cine mudo. No solo eso, ahora los estudios quieren actores (de ambos sexos) no tan solo caras bonitas. En Myrna Dalgleish (Laura Haddock) tenemos la reencarnación la Lina Lamont de aquella joya musical de MGM.
Volviendo a la Aquitania y a los franceses, hay que reconocer que las debilidades del filme son su tendencia a que todo encaje sin hacer mucho ruido ni mucho daño. Es como un suflé francés con pedacitos de perdiz o un volován inglés con riñones. Es, después de todo, una de esas películas para hacer sentir bien al espectador. Además, ha de ocurrir algo que es triste de modo que hay que allanar el camino. En ese trayecto, según vamos a la conclusión, hay chistes llenos de la ironía y la sátira típica de los ingleses, enmarcados en los escenarios exquisitos. ¿Quién se puede resistir?