Educación: lógica y análisis
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Mi educación formal se llevó a cabo, desde el kindergarten hasta la universidad, en Puerto Rico. Comenzó en Yauco (kínder y primero), pasó a San Germán (segundo y tercero), después al viejo San Juan (cuarto) y, luego, a Hato Rey (quinto y sexto). Hasta ese momento, estuvo a cargo de monjas y una que otra maestra puertorriqueña que no había estado en convento. En el Colegio Espíritu Santo, eran las que nos enseñaban español, pues todas las mojas eran americanas. En séptimo grado, estuve en la Matienzo Cintrón en Santurce, porque mi madre enseñaba inglés allí, y, cuando consiguió que mudaran su plaza a la recién construida Juan José Osuna (antes de ser de radio y TV) en Baldrich, me mudé con ella: podíamos caminar desde nuestra casa en el Vedado a la escuela. Cuando terminé el noveno grado me aceptaron en la escuela superior de la universidad de Puerto Rico, la UHS, así llamada como evidencia de la colonización. Ir de ahí a la UPR fue como una extensión un poco más complicada de la “high”. Muchos de mis amigos estaban en mis clases del “básico” o estudios generales, y los muchachos y muchachas que venían de otras escuelas del resto de Puerto Rico no me eran foráneos porque los había “conocido” en el viejo San Juan, la Matienzo, la Osuna, y en una clase de historia de Puerto Rico que tomé un verano en la “Central High” en Santurce.
La variedad de experiencias escolares fue fundamental en el proceso de convertirme en la persona educada que pienso que soy, pero un elemento informal que influyó igual o más en mi desarrollo transicional de niño a adolescente fue lo que ocurría en mi hogar. Vivía con mi madre divorciada y mi abuela pero convivía, por largos intervalos con mis tías abuelas, el hermano de mi madre, y la familia —marido e hijo— de su hermana. Las tías abuelas me contaban de sus antepasados y de cómo era la vida cuando eran más jóvenes (ahora sé que me ocultaron muchas cosas); todos los demás leían vorazmente en español y, los que sabían el idioma (mamá, su hermano y su hermana y su marido), en inglés. Mi tía era maestra; mi tío, científico (entomólogo). Las conversaciones eran un flujo de datos y de apreciaciones e, importantemente, de ideas. Todo se retaba y se discutía. Podía ser alguna acción política o la última película de Ernst Lubitsch; el más reciente “best seller” o algo de Galdós. Avances de los aliados en las batallas del Pacífico, los bombardeos de Londres o las hazañas de la guardia civil durante “los tiempos de España”; la creación vs. la evolución. Muchas de las cosas que oí, luego las estudié en la escuela. Al llegar a la universidad, como fue el caso en la UHS, las conversaciones fueron ganando en profundidad y en significado (cada año era más maduro), y, ahora, incluían las de compañeros de clase, chicos y chicas, que traían a colación puntos de vista variados y, a veces, contrarios a los que tenían los adultos. Además, había juego, diversión, deportes, jaranas, bailes, enamoramientos y desencantos, y, muertes en familia o en las de amistades. Nada que sorprenda a nadie que está vivo.
¿Qué hubiera pasado si no hubiese ido a la escuela? Por supuesto, no habría podido estudiar medicina en Filadelfia, como lo hice. ¿Qué si hubiera desertado al terminar el octavo grado?; ¿o el cuarto año de escuela superior? Lo mismo: cero educación universitaria y posgrado. Desafortunadamente esas fugas son comunes en Puerto Rico.
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Salirse de la escuela a cualquier nivel educativo que no concluya en otorgación de un diploma, por rígida y arbitraria que sea esa meta tradicional, puede decidir la vida futura de quien así lo decide. Una alternativa, la educación en el hogar, tiene una larga historia y sabemos de muchos triunfos de los que la han recibido. El caso de las tutorías en la Inglaterra imperial de los siglos XVIII, XIX y el XX, son harto conocidas. Que a los así educados no les faltara una posición después de asistir a Oxford y Cambridge, no debe sorprender: eran de la clase dominante en un amplio imperio y sus familias podían conseguirles empleos desde Londres hasta Australia, desde Canadá a sus posesiones en Mezo América, Sudamérica o en el Caribe. Las tutorías privadas, también eran el caso en Estados Unidos y, hoy día sabemos, son de rigor en la carrera desenfrenada de los ricos en que sus hijos asistan a universidades prestigiosas, particularmente la llamadas Ivy League. Los escándalos relacionados a esta obsesión han ocupado los titulares periodísticos y los medios noticiosos en los últimos años y alcanzaron un pico en el 2019.[1]
El talento, sin embargo, desafía clase, raza y lugar, y no hay que ser el vástago de un inglés rico o el hijo de un rico inescrupuloso estadounidense para mostrarlo. Un colega mío, cuyos padres, judíos iraquís, iban en caravanas por el mediano oriente, fue educado por su madre. Fue por primera vez a la escuela formal cuando entró al décimo grado en Bagdad. Fue primero en la clase, no solo al completar el equivalente al cuarto año, sino también en la universidad y, además, cuando obtuvo su diploma de médico en Jerusalén, Israel. Decididamente un triunfo de la educación casera. Estoy seguro que ejemplos más modestos y algunos más extremos abundan. Lo que no se puede obviar es la inteligencia de los que se someten a la educación alejada de la formal porque, ahí, está el detalle. Es algo que, a lo mejor, se descubre más tarde de la niña o el niño que es alumno casero.
Lo que sí se sabe es que en las dos décadas que van de este siglo la educación en el hogar ha ido aumentando. Se calcula que hay 49 millones de estudiantes en Estados Unidos que están siendo educados en el hogar. De estos, algunos están siendo desescolarizados. Ese término, acuñado por Ivan Illich (Deschooling Society, Harper and Row, New York, 1970), se refiere a que el estudiante escoge cómo aprender y cuáles actividades son las primarias para conseguirlo. El niño no tiene a sus padres como maestros, sino que sigue sus propios instintos para alcanzar sus conocimientos. Aunque la idea fue aceptada en su momento como novel y brillante por filósofos y educadores, ese aspecto de la educación fuera de la escuela, no ejerció la influencia que se esperaba. Que yo sepa, en Puerto Rico nunca se puso en uso esa práctica. En su manifestación más común, en nuestra isla, la deserción termina en un camino sin salida.
El Departamento de Educación Pública ha informado que, en el periodo de 2018-2019, la tasa de deserción anual de los grados desde kínder hasta duodécimo fue de 4.1% (13,680 estudiantes del total de estudiantes de la Isla). De ese total, 4,114 estudiantes abandonaron la escuela entre el noveno y el duodécimo año escolar (14.5%). Es obvio que ese total le resta candidatos a la universidad del país y a otras.
Son múltiples las razones por las cuales se retiraron de la enseñanza formal estos jóvenes. Algunos, aproximadamente 1,900, siguieron estudios de otra forma. Ninguno, que se pueda extraer del informe, procedió a estudiar en el hogar o en un programa desescolarizado. Es evidente que esas prácticas no influyen en la educación puertorriqueña. La pregunta inevitable: ¿mis experiencias en el hogar y sus facetas extendidas, en los años entre 1941 y 1954, es una que ha terminado para siempre? ¿Tienen tiempo los padres que viven en urbanizaciones distantes de las escuelas de sus hijos y de sus trabajos para enseñarles en el hogar? Y esos padres, ¿reciben su información de sus lecturas o de lo que escuchan de otros, o de mala información en la televisión y, hoy en día, en la red? Además, ¿tienen estas personas la educación que se requiere para educar bien?
No cabe duda que la propagación urbana ha afectado seriamente la sociedad puertorriqueña desde muchos puntos de vista, particularmente el económico, pero, inevitablemente, incluye la educación. Según el Apéndice Estadístico del Informe Económico del Gobernador de 2018, el salario promedio anual de un hogar en Puerto Rico, desde 2009 a 2018, fluctuó entre $23,000 y $25,500, pero de 2014 a 2018 descendió $1,000. Este nivel de ingresos es poco más de la mitad del estado más pobre de Estados Unidos, Misisipí. Para una familia vivir donde no hay transporte urbano ni escuelas, significa que, probablemente—en particular si los dos jefes de familia trabajan— se requieren dos vehículos en el hogar y los gastos que ello conlleva (gasolina, mantenimiento del vehículo y pago de su deuda, pago de seguros y marbetes). Dependiendo de cuán lejos la familia vive, esto también implica tiempo consumido en atascos de tránsito y la ansiedad y tensión de ir y venir del trabajo a diario. Nada que propicie llegar a casa a enseñar.
Pesa sobre la sociedad puertorriqueña, además de las tribulaciones de la clase media baja y la media, la pobreza en que vive el futuro del país: ¡los de menos de 20 años! En un simposio auspiciado por la Pontificia Universidad Católica en abril del año pasado, se presentaron datos que indican que en el 57% de los jóvenes de 17 años o menos, está bajo los niveles de pobreza. Peor aún, en el grupo de los jóvenes adultos entre los 18 y 24 años, el 55 % de las mujeres y el 50 % de los hombres están bajo esos niveles.
Quedó, también claro, que la pobreza infantil aumenta con la separación de los progenitores. En el informe anual de estadísticas vitales del Departamento de Salud para 2015-2016, se revela que en ese periodo el total de matrimonios celebrados en Puerto Rico, no solo disminuyó de 17,012 a 15,906, sino que el índice de divorcios para los años 2015 y 2016 fue de: 69.8 y 69.1. En otras palabras, en los años 2015 y 2016, por cada 100 matrimonios celebrados, alrededor de 70 y 69 divorcios fueron concedidos respectivamente. El impacto económico, directo o indirecto, sobre el potencial de educación de los hijos de estas separaciones, queda claro cuando consideramos que en las familias de dos progenitores el nivel de pobreza de los niños era el 34%, aún demasiado alto. Por contraste, con un padre soltero el nivel de pobreza alcanza 62%; y un aterrante 77% si los menores viven solos con la madre. El contraste, entre ese cuadro tétrico que las estadísticas recientes pintan, y mí experiencia, tal parece indicar una excepción o, tal vez, como también ya he sugerido, que las condiciones de respaldo familiar durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra hasta los años 50, han desaparecido para siempre.
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Alguien me llamará la atención que salirse de la escuela, ser un “drop out” o desertor, poco importa, después de todo, Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg, dejaron la escuela. Sí, Gates y Zuckerberg se salieron de Harvard cuando estaban en segundo año, pero habían sido estudiantes excepcionales en la escuela superior y sus talentos eran descomunales. Jobs se salió de Reed College en Oregón, en su segundo año de universidad, pero era un genio programador y hombre de negocios. Los tres son únicos y hay muy pocos de esos tres en el mundo. Para la gran mayoría, es mucho mejor ir a la escuela, a la universidad y, de quererlo así, a escuela graduada.
Lo importante de ir a la universidad, como corroboré cuando lo hice, es que se abre ante uno un panorama intelectual e informativo que es una plétora de sapiencia. No es solo lo que está en los libros que uno lee, sino los que dirigen la enseñanza en el salón de clases –que se convierten en modelos de cómo pensar–, el resultado de la interacción con los otros estudiantes y, al llegar a casa, con la familia, enriquecen la educación. Mis maestros estaban interesados en un educación liberal, una que le permitiera al estudiante pensar por sí solo, teniendo en mente los valores que hacen a una mujer o un hombre pensantes, lógicos y justos. Proponían que todos los que emergieran de la casa del saber supieran que ser partidario del bien común y de la justicia estuvieran preparados para funcionar en el mundo en la defensa de las minorías y del pensamiento libre. Que el universitario usara la lógica y el análisis antes de emitir opiniones o tomar decisiones. Era la universidad que legó al país Jaime Benítez, discípulo como era de Ortega, y partidario de las ideas socialdemócratas de los que verdaderamente creen en la igualdad de todos.
Esa universidad, que evolucionó a través de los años hasta encallar en las orillas oscuras y rocosas del neoliberalismo, también parece haber desparecido. Advierto que, una cosa es cambiar evolucionando, otra es que el cambio desemboque en la mediocridad y la desaparición. Peor aún, que surjan mutaciones que provengan de genes letales, como parece ser el caso de nuestra máxima institución de enseñanza. En este momento, en que el país, como los pobres que he señalado arriba, está endeudado y con un pie en las arenas movedizas de la ruina por bancarrota, la Universidad, mi alma máter y la de tantos, el alma del desarrollo espectacular de los años 40 a los 70 de este país, se ve transformada en un campo de batalla ideológico. Ocupada por el gobierno anexionista cada vez que toma el poder, se le considera un antro de formación de “socialistas” y “comunistas” por personas que, aunque supuestamente educadas, no saben lo que son ninguna de esas dos cosas. Pero piensan que esas vertientes del pensamiento alejan y evitan la incorporación del país a la unión estadounidense.
El fanatismo y el servilismo ciego del gobierno anexionista al actual presidente de Estados Unidos, bajo la impresión de que ser alzacolas contribuye a convencer al Congreso de la inclusión de Puerto Rico en la Federación, son bochornosos. Anteriormente, como han hecho otros, he discutido esta situación (80Grados.net; 8 de julio de 2018). Esto incluye tratar de suprimir el pensamiento libre en la UPR, y causando que el problema de la Universidad, tanto teórico como económico, se agudice.
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En el imprescindible tomo editado por Francisco Javier Rodríguez Suárez y Jorge Rodríguez Beruff, Alma Mater: Memorias y Perspectivas de la Universidad Posible (Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, 2013), se presentan una serie de artículos que proveen análisis de la situación de nuestro centro universitario más importante. Aún en algunas de estas contribuciones, que atañen a la función y el futuro universitario, hay influjos de ideas neoliberales que inciden sobre la universidad.
Alimentados por el thacherismo (Margaret Thatcher) y la reaganómica (Ronald Reagan), —ideas similares y fallidas de la economía—, se pueden trazar a sus mandatos políticos en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente, la debacle que ha afectado la educación universitaria (y todo en el mundo) desde entonces. El desprecio de la Thatcher por la educación liberal, que predominó en el siglo XIX y la primera mitad del XX, no solo en Cambridge sino en Oxford (donde estudió química la futura primer ministra, y fue influida por la lectura de “Camino de servidumbre” del padre del neoliberalismo, Friedrich von Hayek), ha puesto en jaque las dos mejores universidades de Inglaterra (ver NY Review of Books, 13 de enero de 2011, pag. 58). De haber sido ministra de ciencia y educación en el XIX, como lo fue en los años setenta del XX, ni la Escuela de Economía de Londres, ni el Laboratorio Cavendish, (ciencia: física, química, biología), dos gigantes en sus respectivos campos, hubieran sido posibles (The Universities in the NineteenthCentury, ed. Michael Sanderson; Routledge & Kagan Paul, London and Boston, 1975).
Estas políticas neoliberales fueron minando poco a poco las administraciones de las universidades e inyectando en ellas la idea de generar ingresos para reducir la “dependencia” de fondos estatales. Ni tontos ni perezosos, los burócratas de la Isla se alinearon con esas doctrinas y comenzaron a contemplar la privatización, no sólo de servicios gubernamentales, incluso los de educación, “para reducir gastos”. En esa sentencia, ya vemos la falta de lógica y análisis: la educación nunca es un gasto sino una inversión.
Como resultado de la recesión de 2007-09, que redujo drásticamente los ingresos estatales, los estados de Estados Unidos recortaron los fondos, no sólo para la educación de kínder al duodécimo grado, sino también a la educación superior (y a la atención médica y los servicios humanos). La ayuda fiscal de emergencia del gobierno federal evitó recortes aún más profundos, pero esos fondos se agotaron antes de que la economía se recuperara. Por ello, los estados optaron por abordar sus déficits presupuestarios de manera desproporcionada a través de recortes de gastos en lugar de una combinación más equilibrada de recortes de servicios y de aumentos de ingresos a través de los impuestos.
La situación de la Isla empeoró cuando en el 2014 se “descubrió” que el gobierno tenía una deuda externa de $73,000 millones, sin contar el déficit de los sistemas de seguros y otras, que incrementaban el total a casi $140,000 millones. El resultado fue la Ley PROMESA y, como castigo adicional, los dos años de gobernación del incompetente Ricardo Rosselló. En su primer trabajo legítimo, su inexperiencia causó estragos peores que los dejados por las tormentas Irma y María. En ese término de tiempo, él y su secretaria de educación cerraron 438 escuelas. Desde la década de 1990 hasta el 2012 se habían cerrado 480 debido a una combinación de éxodo de estudiantes por los cambios geográficos de vivienda y falta de fondos. También por la emigración de familias jóvenes de donde procedían los estudiantes, tanto para las escuelas como, obviamente, la Universidad.
He dado detalles de los ingresos de la UPR y sus problemas económicos anteriormente[2] y todos sabemos que su mayor fuente de ingresos es el gobierno central. En el presupuesto gubernamental para 2019, los dos recintos más importantes del sistema universitario, Río Piedras y Mayagüez, vieron sus asignaciones reducidas $71 millones y $50 millones, respectivamente, en comparación con el 2017. No tenemos evidencia que indique que estas reducciones se han de subsanar en los próximos años.
Peor es la respuesta de universitarios y economistas al problema. La solución, según muchos, es que la UPR busque fondos alternos que no provengan del gobierno. Las alternativas que dan, principalmente la de “comercializar el nuevo conocimiento que se descubre en la institución”, son absurdas. He presentado anteriormente un análisis de porqué lo son[3]. En resumen, no se hace suficiente investigación en la isla para pretender que los frutos de la originalidad generen fondos que cubran el déficit anual. El éxito económico de una patente o una licencia de uso de un descubrimiento es incierto. Y una vez que algo es patentizado, su uso depende de factores incontrolables, por ejemplo, que no haya competencia o que sea verdaderamente novel y efectivo para que penetre el mercado con gran fuerza.
Los que han leído el estupendo libro, “Crisis: al borde de la quiebra”, de Juan Agosto Alicea, sabrán que ya, para 2011, él advirtió de la debacle que se aproximaba. Explica el ex Secretario de Hacienda que los déficits estructurales (los ingresos que se reciben anualmente en virtud de las leyes contributivas vigentes) se dan cuando estos no son suficientes para cubrir los gastos operacionales. De 2000 a 2010, ya se sabía de un déficit estructural de $16.3 mil millones. Con déficits anteriores, la cifra alcanzaba $30.5 mil millones, acumulados hasta el 10 de junio de 2010. En otras palabras y bastante obvio, el problema económico de la UPR, no es causado por ella, sino por el gobierno central que aparenta no saber que no se puede gastar más de lo que ingresa.
En vez de estar buscando alternativas que desvíen la principal función de la UPR, que es instruir y educar, para convertirse en un negocio para que sea “autosuficiente”, lo que hay que hacer es controlar los gastos del gobierno central. La universidad no es un negocio ni una agencia de empleos.
Para comenzar a recuperar lo que necesita la UPR, no se deben conceder contratos a compañías con menos de cinco años de existencia, y su ganancia no debe exceder el 5% del total del contrato. Esto después de recibir por lo menos tres propuestas legítimas. Puerto Rico recurrirá al viento y al sol como fuente de energía y le dirá adiós al petróleo y a los que se lucran de su manejo y venta. La UPR usará sus techos y terrenos para que no tenga que gastar en su electricidad. Reducir el tamaño de la legislatura y tener una sola cámara economizaría grandes cantidades de dinero que deben ser asignadas a la UPR. No se concederán pensiones vitalicias a alcaldes o a senadores, y se eliminará la concesión de escoltas a los gobernadores que cesen de su cargo. El gobierno usará todos sus edificios y disminuirá los gastos de alquiler que ahora tiene. El gobierno asignará dinero a los tres partidos tradicionales para las campañas políticas, que durarán cuatro meses hasta el día antes de la elección general. La Junta Estatal de Elecciones comenzará sus labores un año antes de las elecciones. No se establecerán oficinas del gobierno de Puerto Rico para cabildear por la estadidad. Todas las economías de estas acciones se deben usar para la educación pública, de kínder a cuarto año de escuela superior, y para los fondos adecuados para que la Universidad vuelva a ser, sin duda, la institución educativa más importante del país.
Una vez que la educación esté respaldada como se merece y que la UPR haya sido devuelta a su alto sitial en la educación del país, esta debe de ser gobernada por los universitarios –profesores, estudiantes, empleados– ayudados por los controles económicos necesarios en toda institución de la envergadura de la nuestra. Entonces, una vez formada una junta de síndicos que sepan de educación pre y posgrado, estos, todos los gobernantes y TODOS los partidos deben seguir el dictamen que debe regir en estos casos: Noses in, fingers out. En otras palabras, sepan lo que pasa y ayuden, pero no se inmiscuyan en el propósito de ser de la universidad: aprender a pensar, ser lógico y saber analizar.
Sin educación para todos y libertad de enseñanza, no hay país, ni perspectivas de progreso.
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[1] Ver el programa en CNN de Fareed Zakaria del 29 de diciembre de 2019, para un resumen de los escándalos de la toma de exámenes y la compra de entrada a universidades prestigiosas en Estados Unidos.
[2] Con la falta de dinero al cuello. 80Grados.net, 17 de febrero de 2017.
[3] La academia, la investigación y la economía de Puerto Rico, en Alma Mater: Memorias y Perspectivas de la Universidad Posible; Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, 2013; eds. Francisco Javier Rodríguez Suárez y Jorge Rodríguez Beruff.