El agridulce bálsamo del Mundial en la frontera de los horrores
(El Paso, Texas, 26 de junio)
Son las ocho de la mañana en el lado estadounidense del desierto de Chihuahua, en El Paso, y una docena de mujeres y algunos hombres beben cerveza en la cantina The Tap, donde hoy han llegado temprano para ver el partido del Mundial de fútbol entre México y Suecia.«¿Qué te sirvo, hermosura?», pregunta Mariana en español. Pido unos huevos rancheros y café. Un gringo octogenario con un gorro de los colores de la bandera mexicana en la cabeza sentado cerca de mí da un trago a su cerveza y eructa sin complejos.
«Habló la rana», dice Mariana, esta vez en inglés, y todos los que estamos sentados en la barra reimos a carcajadas. Acabo de llegar y ya me siento como uno más, disfrutando como nadie de las expresiones de los locales.
Un jugador sueco cae en un lance del partido. «Ya cállese güey, no me llores. No mames», exclama una joven. El preferido de las mexicanas es Javier Hernández Balcázar, el número 14, Chicharito. Cuando Chicharito toca el balón, Mariana saca las maracas.
«Quisiera ser chicharita para entrar por tu ventana, Chicharito», canta una señora al final de la barra.
Me llega un mensaje. Es la carta que una mujer inmigrante detenida actualmente en el centro de detención T. Don Hutton en Taylor, cerca de Austin, envió manuscrita y en anonimato a la organización de derechos humanos Grassroots Leadership el pasado fin de semana. En la carta, la mujer narra el horror de cómo fue detenida por el ICE (Servicio de Inmigración y Fronteras) y separada de sus hijos tras pasar sin permiso la frontera estadounidense. En la carta se describe cómo a ella y otras mujeres las metieron en «la perrera» sin poder hablar con sus hijos y amenazándolas con entregarlos en adopción.
«Yo estuve ocho días en la perrera», escribe la mujer de un periodo en el que, asegura, no la dejaron asearse y las «castigaban y no nos daban agua ni comida. Dormíamos tirados en el suelo y nos daban papel de aluminio para taparnos».
«Mi hijo dice que le pegaron donde lo tuvieron 3 días» y «a la nena la jalaron del pelo solo porque no se levantaba», se lee en la carta en la que la mujer explica que tardó 21 días en poder hablar con sus hijos.
En la misiva se describe también cómo en el centro de detención hay mujeres con «bebés de tres meses que lloran por hambre y frío», embarazadas que se desmayan y «hay madres que no aguantan el dolor de no saber de sus hijos».
El juez federal de California Dana M. Sabraw de la corte del distrito de San Diego emitió ayer una orden a nivel nacional que ordena que todas las familias de inmigrantes separados en la frontera sean reunificados antes de 30 días. La orden establece que los niños menores de 5 años deben ser entregados a sus padres en 14 días y que todos los menores deben poder hablar con sus progenitores en 10 días.
«La desafortunada realidad es que bajo el sistema actual, los niños migrantes no son contabilizados con la misma eficiencia y precisión que la propiedad», escribió el juez en su orden.
Durante el partido de hoy, la cerveza en The Tap cuesta solo un dólar y regalan tacos y shots de tequila. Pero el segundo tiempo empezó mal, los mexicanos «como que se hicieron chiquitos» y rápidamente llegó el primer «gol de pinche madre», lamenta mi vecina en la barra. Cuando los suecos marcan el segundo gol, un señor en la esquina bromea: «yo me voy a trabajar»; pero se pide otra cerveza.
El Mundial de Fútbol que se celebra en Rusia se deja sentir en la frontera de Texas.
La semana pasada, en una marcha de protesta en El Paso por la política de «cero tolerancia» a la inmigración irregular de la administración de Donald Trump por la que se ha separado a miles de menores de sus padres, abundaban las camisetas de las selecciones nacionales latinas, especialmente las verdes mexicanas.
El lunes de esta semana las autoridades permitieron a la prensa entrar al centro de detención de Tornillo, a 39 millas de El Paso, donde permanecen bajo custodia 326 menores a los que se les permite jugar al fútbol y ver los partidos del Mundial como principales actividades recreativas, según los reportes.
María está sentada a mi lado vistiendo orgullosa los colores de su país. Hace cinco años que no ve a sus tres hijos, que viven a un tiro de piedra, en la colindante Ciudad Juárez. Ya son mayores, tienen 31, 28 y 19 años. Los crió trabajando con visa en El Paso durante 20 años, pero hace 5 la perdió. Se la quitaron porque no pudo con el papeleo, me cuenta. Cuando le quitaron la visa debía 12,000 dólares de la casa que había comprado en Ciudad Juárez y para no perderla volvió a El Paso a seguir trabajando, esta vez ilegal. «Me cobraron solo 500 dólares para cruzar» la frontera. Quería haber pagado lo que le faltaba de la casa en un año, pero las cosas se complicaron. Tiene dos nietos a los que no conoce en persona. Tiene grabadas sus voces en el celular. Llora. Trabaja de lunes a sábado limpiando casas por 50 dólares al día. Llega a su casa y trata de mantener una rutina. «Hago ejercicio, me baño, pero llega una a su casa y la soledad es horrible… me refugio en esto», dice mirando alrededor, «pero no en las drogas».
«Yo vine aquí para sacar a mis hijos adelante. No quiero a un hombre por los papeles. Nunca me he prostituido», sostiene orgullosa. Cuenta la historia de dos amigas que se casaron con ciudadanos por los papeles. Una acabó en un refugio para mujeres maltratadas y la otra en un cuartucho en la parte de atrás de la casa del marido.
Su hija mayor es criminóloga y la menor acaba de entrar en la Universidad. El varón no le estudió.
Ya ha pagado su casa. «Pero eso es material. Sentimentalmente, nada me va a recompensar todo lo que yo he pasado. Te podría contar y contar».
Suecia marca el tercer gol. «No mames, no mames, no mames», lamenta una joven junto a María. «Chicharito quedó chichareao», dice Mariana. «¿Me pones un galón de cerveza para llevar, por favor, para irme a llorar y estar llórale que llórale?», exclama otra mujer.
«Mi marido piensa que estoy lava que lava y cocinando», ríe otra mexicana. La concurrencia canta el Cielito Lindo.
Aurora fue una niña ilegal. Ahora es ciudadana y maestra. Me cuenta que pudo regularizar su situación durante la administración de Bill Clinton. Confiesa que siente que podría haber sido uno de esos miles de niños que hoy permanecen encerrados en circunstancias dudosas, variables, según los centros en los que se encuentren, siempre horribles. «Es inhumano separar a los niños de sus padres» y está injustificado porque los niños no han hecho nada.
Muchos de esos niños que están pasando por esa experiencia traumática ya vienen traumatizados de sus países. Entre sus alumnos tiene niños inmigrantes que han visto asesinar a su padre o a un hermano o a otro familiar. «Muchos no hablan por miedo a que los deporten».
A pesar de la derrota de la selección mexicana contra Suecia, en The Tap sigue la fiesta porque como Alemania no ganó a Corea, México sigue en el Mundial.
[Iñaki se adentra en territorio mexicano, llega a la Ciudad Juárez y ya tiene en camino su próxima crónica. La serie será publicada por 80grados como parte de un acuerdo con el autor.]