El cambio inevitable
Cientos de miles, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, profesionales y desempleados, de niveles económicos diversos, de credos distintos, en fin, todos y todas, se lanzaron a las calles, ocuparon el espacio usurpado, lo mantuvieron y obligaron al cambio o, al menos, abrieron la puerta del mismo. Presenciamos algo inédito. Pueblos enteros movilizados al margen de cualquier vaticinio, análisis, encuesta, pronóstico, teoría…
Túnez y Egipto estremecen al mundo, tal vez otros seguirán la crecida impetuosa del río rebelde y popular. ¿Cómo comenzó? ¿Por qué? ¿Quién o quiénes convocaron? ¿Quién dirige? ¿Qué pasará?
Los sabihondos buscan y rebuscan. Los politólogos sorprendidos temen, fracasaron en su sabiduría tuerta y en su jerga tartamuda.
Tomará un tiempo la explicación y la respuesta teórica. Sin embargo, para aquellos que insistimos en la necesidad de actuar en el presente –porque no hay otra acción ni opción temporal– es menester interpretar los sucesos con las limitaciones lógicas que impone la cercanía de los mismos para incorporarlos en el necesario ajuste o cambio de mira.
Ciertamente fueron treinta años de un régimen déspota que contó con el apoyo total de Estados Unidos, sus aliados europeos e Israel. Pero, sobre todo, fueron tres décadas de políticas económicas en el marco de la ofensiva neoliberal del gran capital y sus consecuentes resultados de mayor pobreza, inequidad, injusticia y marginación social. La olla de presión se quedó sin válvula de escape y explotó. ¡Cuánta ira acumulada! ¡Cuánto coraje y rabia en estado de hacinamiento!
Uno de los aspectos que merece reflexión, y que resulta ser característica destacada de lo acontecido, es el aparente accionar espontáneo. Hasta donde llegan las informaciones, en Túnez como en Egipto, las organizaciones políticas de oposición llegaron después de iniciada la rebelión. Las masas se autoconvocaron, o una “mano invisible” lanzó el llamado, no esperaron por la vanguardia, ni por el líder, ni por el partido, ni por el frente, ni por la coalición, ni por la alianza, ni por la iglesia… Las condiciones maduraron y los eventos se manifestaron con mayor velocidad que la capacidad de los sectores organizados de interpretarlos y responder.
Probablemente, vivimos el momento en que la revolución en la tecnología de la información y las comunicaciones, la Internet, los teléfonos inteligentes, las redes sociales, los mensajes de texto, los e-mails, etc., encuentra su punto de cruce con las contradicciones y recovecos de los procesos sociales en todas sus expresiones. Sabido es que la tecnología que el ser humano crea y desarrolla tiene, también, su efecto en él y, por consiguiente, lo transforma. Este fenómeno lo analizó, entre otros, Federico Engels en su ensayo “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”.
Y si ha ocurrido el encuentro, entonces, es lógico que no todos vayan a la par. Aquellas prácticas e instituciones ancladas y formadas en la tecnología anterior, pierden velocidad, agilidad y queda enrarecida su pertinencia. Su mensaje no llega o, en el mejor de los casos, llega tarde. Se convierten en actores invisibles en el nuevo escenario.
Claramente, la transformación que las nuevas tecnologías parecen motivar ha hecho acto de presencia democratizando y ampliado los espacios que tradicionalmente ocupaban los pasados diseños organizacionales. El cambio es dramático y revolucionario. A manera de ejemplo, ahora no es necesario asistir a una reunión en un lugar determinado, para informarse, enterarse, proponer, discutir y sugerir. El teléfono inteligente permite todo eso. El orador elocuente no es tan necesario: ¿qué distinto podrá decir a lo que de forma permanente e instantánea aparece y puede ser accedido en la red?
Las implicaciones son grandes y profundas. Se acabó el monopolio de la convocatoria, de la respuesta y del discurso. Es imperativo incorporar las nuevas tecnologías y las relaciones e interacciones que socialmente se atan a ellas para así transformar los esfuerzos y espacios organizados o darle paso al nacimiento de los nuevos, esos que aun no parecen muy claros o definidos y que, al igual que las movilizaciones recientes, pueden sorprendernos. Pero si algo está claro es que el colectivo y la organización son inherentes al ser humano.