El camino de Rubén, el camino nuestro
Sobre Viajes al Camino de Santiago, Alaska e Islas Galápagos
Viajar es leer con todos los sentidos. El buen viajero alerta su cuerpo y su mente para asimilar las nuevas realidades a las que se enfrenta. Viaja con los ojos, los oídos, el olfato, el tacto, el gusto y con todos los otros sentidos que tenemos y que el viejo y sabio Aristóteles no reconoció ni nombró. El mal viajero, por el contrario, no quiere cambios; quiere que todo sea como lo que ya conoce. Por eso no ve nada o lo que ve lo compara negativamente con lo que conoce; es que no le interesa lo nuevo porque, en el fondo, solo quiere ver lo que ya ha visto. Esos viajeros no debían viajar. Hay también viajeros generosos que comparten sus experiencias y, por ello, hacen apuntes y hasta escriben libros sobre sus viajes. Leer esos libros es una forma de viajar por extensión, por reciprocidad, por empatía. Ello explica la popularidad de los libros de viajes: nos permiten viajar sin movernos. Es que se lee al viajar y se viaja al leer.
Rubén Nazario, sociólogo y profesor universitario, es un buen viajero y uno muy generoso. Por ello comparte con nosotros sus experiencias de tres viajes a lugares muy conocidos y sobre los cuales ya se ha escrito mucho. ¿Qué sentido tiene, pues, su nuevo libro, Viajes al Camino de Santiago, Alaska e Islas Galápagos (San Juan, Ediciones Callejón, 2016)? Trataré de explicar su función, por qué me deleité leyendo este libro y, por ello, quiero recomendarles a otros que lo lean.
Hay que comenzar preguntándose por qué leer un libro que esencialmente versa sobre el Camino de Santiago si desde el siglo XII hay múltiples guías y libros de viaje que nos llevan de Roncesvalles a Compostela. Ahí está, primerísimo, el Códex Calixtino, la antigua guía para peregrinos del siglo XII, libro que fue noticia hace unos años cuando un electricista que allí trabajaba se lo robó de la Catedral de Compostela. Siempre me pregunto quién y cómo consultarían originalmente este libro de tan limitado acceso. ¿Qué sentido tiene una guía de viaje que solo se encuentra al final del camino? Por otro lado, mucha tinta también se ha empleado escribiendo sobre Alaska y sobre las Islas Galápago. No podemos olvidarnos de Charles Darwin ni de Jack London.
¿Por qué, en fin, hay que leer este libro de Nazario? Hay que leerlo o recomiendo que se lea por varias razones. La principal es porque es un placer hacerlo. ¡Ya! Eso basta y sobra y no tengo que ofrecer ninguna otra razón, pues esa es más que suficiente. Pero hay otras que pueden servir para llevar a más lectores al libro. Quizás y sobre todo, debemos leerlo porque, en el fondo, dice mucho sobre nosotros los puertorriqueños y sobre su autor. Me explico.
Viaje… –así llamaré el libro para abreviar y para evitar el título poco imaginativo que tiene– consta de tres ensayos, uno por cada destino. El dedicado al Camino de Santiago es el más largo. El Camino, aclaro, transforma al viajero en peregrino, un tipo de viajero muy especial. Aclaro también que no he sido conchero, como se conocen desde la Edad Media los peregrinos a Santiago, para diferenciarlos de los romeros que peregrinaban a Roma y de los palmeros quienes iban a Jerusalén. Pero conozco relativamente bien esa ruta, especialmente la parte de Navarra y La Rioja. Como Nazario, he ido –yo en auto, él a pie– a Puente de la Reina y a Nájera y, como él, he quedado deslumbrado por su belleza arquitectónica –románico uno, gótico el otro– y su aura medieval. Conozco otros pueblos en el Camino que el autor no menciona –Carrión de los Condes: ¡Qué maravilla!– porque él tomó una ruta para llegar a Compostela que no lo llevó por ese pueblito de donde venían los perversos esposos de las hijas del Cid, los Condes de Carrión. Recordemos que hay varias rutas de peregrinación para llegar a Compostela, unas doce, como Nazario mismo explica. Pero puedo dar constancia, a pesar de no haber sido peregrino, de que su descripción del Camino es fiel y exacta, al menos la de las partes que conozco.
Pero esa descripción no es lo que en verdad nos lleva a leer Viajes….: leemos este libro para saber más del autor y de nosotros mismos. Es que este pequeño volumen usa el proceso del viaje para explorar la visión interna del viajero o peregrino y para pensar detenidamente sobre la relación del mundo que se descubre en el trayecto y la base social e histórica de la que parten el viajero y también su lector. El libro de Nazario está tan marcado por su puertorriqueñidad y la de sus lectores que no sé qué podrá opinar de este un lector que no sea boricua.
Por el número de páginas que dedica a ese viaje podemos decir que el centro o hasta el cuerpo del libro es el Camino de Santiago. Nazario anduvo treinta y cinco días para ir de Roncesvalles a Compostela y de ahí, un paso más, a Finisterre, el fin de la Tierra, la punta noroeste de la Península Ibérica, donde el mundo terminaba para los antiguos. Por cada día hay una entrada en el libro, algunas más largas que otras, algunas aparentemente escritas durante el viaje, aunque obviamente los apuntes que entonces tomó los elaboró más tarde, como lo prueban las citas eruditas y poéticas que se incluyen en el texto. Pero todas las páginas parten de la experiencia del viaje –gente con quien se encuentra, dificultades de la peregrinación, observaciones sobre los lugares por los que transita– para hacer una meditación que a veces es muy personal y otras colectiva. La presencia de Mark, guía espiritual del peregrino y punto de referencia para muchos detalles que se nos ofrecen, es central para entender el libro. Mark es para Nazario una especie de Virgilio en el Camino de Santiago, pero un Virgilio que no guía sino que sirve de punto de partida y de apoyo para la meditación, especialmente para pensar sobre la mortalidad, ya que es la muerte de Mark lo que parece haber llevado al autor a emprender su peregrinación. Nazario nos dice directamente muy poco sobre Mark, pero cuando habla de él lo hace como si ya lo conociéramos. Terminamos conociéndolo y encariñándonos de él.
El texto también se llena de comparaciones entre España y Puerto Rico, el Puerto Rico de hoy y el de la infancia del autor en su Yauco de la década de 1950. Hay también hasta alusiones a estudios académicos previos sobre la Isla escritos por el propio Nazario. Por ello aparecen múltiples y pequeños datos eruditos que transforman el texto de un mero recuento de una peregrinación a una meditación sobre diversos temas.
El paisaje que observa mientras camina lo lleva a pensar constantemente en Puerto Rico, hasta el punto en que hay momentos en los que un lector avisado puede darse cuenta que el peregrino, al comparar uno con otro, está pensando en las interpretaciones del paisaje puertorriqueño que ya se han propuesto. En este sentido, Antonio S. Pedreira está presente en estas meditaciones, pero desde una perspectiva crítica y sofisticadamente posmoderna.
Por otro lado, el recuento del viaje a Alaska tiene cierto interés porque se apunta en el mismo una seria observaciones sobre problemas ambientalistas y ecológicos. Pero este texto es el menos interesante de los tres que componen el libro. En cambio, el más breve, el texto sobre las Islas Galápagos, es el mejor logrado. Así es porque en unas pocas páginas el autor logra crear imágenes y tropos a partir de la realidad biológica que observa y que son de relevancia para nuestros tiempos. Además y sobre todo, Nazario da al texto un profundo sentido poético. En el del Camino la poesía aparece directamente a través de citas: Alberti, Unamuno, Machado, entre otros. Pero en el tercero, el de las Galápagos, en cambio, la estructura del texto mismo es poética y ese rasgo se logra muy ingeniosamente. Los animales y las plantas que el autor observa en esas islas, de tanta importancia para el desarrollo de la ciencia y el pensamiento modernos, le sirven de base para inventarse imágenes y tropos que le valen de vehículo para pensar en la sexualidad. Este es un tema constante en todo el libro, tema que conforma una meditación sobre género, sexualidad e identidad. Esa meditación se hace más directa y está más hermosamente lograda en ese tercer texto que se puede leer en su totalidad como una gran metáfora sobre la identidad sexual. La brevedad del texto sirve para crear ese sentido poético que no se consigue plenamente en los otros.
Lo que las islas Galápagos fueron en el siglo XIX para Darwin, en términos del desarrollo de la teoría de la evolución, lo son el en XXI para Nazario, en términos del tema de la identidad sexual. Y no es por casualidad que esa meditación se da en las Galápagos, cuna del pensamiento evolucionista, ya que gran parte de la reflexión se centra en el conflicto entre natura y cultura, específicamente con respecto a la sexualidad. ¿Se es homosexual porque se nace o porque se hace? Más apropiado no puede ser el lugar que escoge Nazario para meditar sobre el tema. Pero lo mejor del texto no es el lugar que se describe sino la capacidad del autor para crear imágenes sobre el conflicto de cultura versus natura a partir de la observación biológica. Esta concentración de figuras poéticas no se halla en el texto sobre el Camino de Santiago ni, mucho menos, en el de su viaje a Alaska. El más breve de los tres textos es definitivamente el más logrado desde el punto de vista literario.
Todo Viaje… se lee con gran placer por el hábil manejo de la lengua. Por ello mismo sorprenden ciertas expresiones que son calcos del inglés: saber de corazón (“to know by heart”) en vez de saber de memoria; jornal (“journal”) en vez de diario. En el contexto de un libro tan elegante y tan bien escrito parece que son “errores” hechos a propósito. ¿O serán pequeños homenajes secretos a Mark?
Sea como sea y a pesar de este puñado de fallas lingüísticas, recomiendo la lectura de este hermoso texto, especialmente a aquellos que, como yo, jamás irán a las Galápagos, nunca visitarán los glaciares de Alaska y tampoco serán peregrinos en el Camino de Santiago. Este libro será nuestra forma de rastrear los pasos de Darwin, de acercarnos al Polo Norte y, sobre todo, de peregrinar por el Camino hasta llegar a Compostela, una ciudad que Nazario sabe muy bien que es como la Ítaca de Cavafis: importa más como camino que como meta.