El Caribe gris: alegato por una escritura caribe
«non»
–Bartolomé de las Casas, nota marginal en el
manuscrito de su edición del Diario del Primer Viaje a las Indias.
«El mundo es poco; el enjuto de ello es seis partes, la séptima solamente es cubierta de agua; la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y un adornamiento de la Sacra Escritura, con el sitio del Paraíso Terrenal”. 1
Como es sabido, Colón estaba errado con respecto al tamaño del orbe, que suponía mucho más pequeño de lo que era en realidad, y a la ubicación de sus tierras. Su mente, intervenida por las carencias de la Edad Media europea, parecía no albergar espacio para las dimensiones y la diversidad del mundo. En lugar de que este fuera poco, era su mente la que no bastaba, la que era pequeña.
En el Diario del Primer Viaje a las Indias, a partir de esta mente refractaria al entendimiento, se nombra el espacio geográfico y se construyen las imágenes humanas de una región que han probado ser más duraderas. Estas, desde su primera inscripción y sus primeras lecturas y reiteraciones en otros textos occidentales, resultan ser los productos de equivocaciones que se originaron de las insuficiencias conceptuales de los europeos de fines del siglo XV. La inscripción colombina, «el mundo es poco», se transformará perniciosamente hasta el presente en otra formulación aberrante: «el Caribe es poco». Así quedarán inscritas las figuras de la mansedumbre, la inferioridad, el canibalismo, la pobreza, la pequeñez, asociadas a la región de las llamadas «islas inútiles».
Como escribiera el poeta martiniqués Aimé Césaire en su Discour sur le colonialisme: «Europa es indefendible […] Los colonizados saben ya que tienen una ventaja sobre los colonialistas. Saben que sus ‘amos’ provisionales mienten”.2
El «non», que Bartolomé de Las Casas escribe una y otra vez en los márgenes de su edición del Diario de Colón, es la inauguración de este gesto y de esta conciencia.
Unos 250 años más tarde, encontramos en uno de los monumentos textuales del racionalismo de la Ilustración, el pasaje que recoge Silvio Torres–Saillant en su imprescindible An Intellectual History of the Caribbean. Las imágenes y concepciones aquí recogidas son poderosas y terribles y merecen nuestra atención:
«En el Volumen II de la legendaria Enciclopedia, editada por Denis Diderot y Jean Le Rond d´Alembert, se encuentra un cuarto de página que lleva por título Caribes, o Caníbales. El breve artículo está dedicado a informar al lector sobre «los salvajes insulares de América, señores de una región de las Antillas», y expresa la ligereza con que Occidente imagina al Caribe como una zona en que impera lo ominoso. Los caribes, según el texto, «no emplean envolturas de tela con sus recién nacidos», los cuales «desde la edad de cuatro meses caminan en cuatro patas», llegando a lograr una agilidad tal en esta práctica, que al crecer, se mueven «tan ligeramente como un europeo lo hace sobre sus dos piernas» (Enciclopédie II, pág. 669). La tendencia a gatear —añade Torres–Saillant— que los enciclopedistas imputaban a los caribes no deja de sorprender. Hoy, cuando los estudiosos del desarrollo evolutivo del ser humano, trazan las etapas que ha debido superar la especie, están de acuerdo por lo general que para llegar al nivel de Cromañón, al homínido volverse un sapiens, luego de llegar a ser habilis, el homo a quien retrotraemos nuestro origen, tuvo primero que establecer sus credenciales como erectus. No puedo sino quedar fascinado cuando los enciclopedistas parecen atribuirle a la población caribe una descendencia biológica ajena al árbol genealógico de una humanidad que desde tiempos inmemoriales luchó por erguirse y caminar”.3
En el Diario del Primer Viaje a las Indias, texto fundador de una tradición y fundamental para ella, tenemos ya manifiestas o en latencia, formulaciones y prácticas discursivas que caracterizarán a la escritura caribe. Como es sabido, Colón escribió la bitácora de su viaje desde su partida del Puerto de Palos, en agosto de 1492, hasta su regreso a la península ibérica, en marzo de 1493. Se sabe, además, que en su reencuentro con los Reyes Católicos, ocurrido en Barcelona poco después, entregó su manuscrito a estos. Los Reyes mandaron a hacer dos copias, de las cuales una quedó en la corte y la segunda llegó en algún momento posterior a la biblioteca de Hernando Colón, uno de los hijos del Almirante, donde a mediados del siglo XVI, Bartolomé de Las Casas pudo examinarla, glosarla y comentarla. La copia utilizada por el fraile y la de la biblioteca real desaparecieron. Por tanto, el texto redactado por este será lo que conocemos como el Diario del Primer Viaje a las Indias. Este manuscrito permanecerá oculto por dos siglos y medio, y no será hasta 1791 que Martín Fernández de Navarrete, haga la primera transcripción del original que no sería publicada hasta 1925. Toda la documentación directa del Segundo y Tercer viaje de Colón, también se ha perdido. Confrontamos, por tanto, desde los comienzos mismos del contacto de Occidente con la región caribeña, lo que será una tendencia constante y terrible: la pérdida y la ocultación de una memoria ya de por sí rota.
A las dificultades causadas por la desaparición de documentos relativos a los momentos iniciales de la Conquista, se une la particular naturaleza textual de lo preservado. Lo que conocemos como el Diario del Primer Viaje a las Indias es un texto híbrido cuya autoría dual (Colón–Las Casas) presenta acuciantes problemas de enunciación e interpretación.
Ante el manuscrito original, Bartolomé de Las Casas opta por la posición del investigador histórico, pero a esta función añade la del testigo. El fraile dominico lee el original, resume partes farragosas y cita de manera profusa y directa del texto de Colón. Sin embargo, hace algo más. En los márgenes de su manuscrito (que como ya indicara, es lo único que se conserva) comenta, añade precisiones, suple datos, corrige otros y, sobre todo, niega una y otra vez lo afirmado, lo concluido y lo contado por Colón.
El Diario, por tanto, presentará problemas de autoría. Será un texto de dos plumas y dos mentes, compuesto por dos narradores. Colón será el narrador protagonista y Las Casas fungirá como el narrador–editor. Décadas antes de la aparición del Quijote, hallamos aquí ya un modo cervantino. Valeria Añón y Vanina Teglia, estudiosas argentinas del texto, describen estas circunstancias:
«Con su profusión de narradores (el narrador–protagonista y el narrador–editor en el primer viaje), la escritura del desplazamiento se complejiza, convoca diversos locus de enunciación y acorrala incluso la noción de autoría. En tanto fundacional, el corpus colombino funda la polémica, la interpolación y también la elipsis que constituyen el archivo americano”.4
El asunto, sin embargo, no se constriñe a estos problemas literarios. El Diario ha sido por décadas, desde su primera impresión en 1925 hasta las múltiples que se han realizado en tiempos recientes, un texto mutilado. He podido consultar una docena de ediciones en español, varias en inglés y francés, y en ninguna de ellas aparecen las notas marginales de Bartolomé de Las Casas. En estas ediciones que se encuentran en bibliotecas, cuyas páginas han sido examinadas por muchos millares de lectores, se establece una jerarquía de narradores que equivale a un desmembramiento del texto. El narrador–protagonista raya la existencia misma del narrador–editor, haciendo que Las Casas quede invisibilizado. Sus copiosas e insoslayables notas han desaparecido del archivo americano. La vulgarización de las imágenes del Caribe y de los primeros encuentros americanos, fueron «editadas» mediante una extirpación despotenciadora de lo que ya era, a mi entender, la primera manifestación de una escritura caribe. En su momento, ya Las Casas efectúa una escritura de márgenes, un texto que ocupa equívocamente la subalternidad en las páginas, compuesto por epigramas históricos, anotaciones fragmentarias y lacónicas, que a pesar de su humildad, ponen en entredicho lo alegado y repetido por siglos en relación a la fundación de América.
De este modo, por la lectura de textos pero además por la desfiguración y mutilación de estos, (por la visión enceguecida del «ojo maculado» que he desarrollado en Los países invisibles), se construyeron las imágenes de lo caribeño. Tenaces representaciones que en variantes casi predecibles arriban al día de hoy y perviven en las conciencias de millones de personas. Sin ellas no es posible explicar el duradero colonialismo, la miseria, la puesta en periferia de la zona o lo que podríamos llamar la «condición turística» de la geografía y el paisaje. ¿Qué persistente discurso inaugura Colón? He aquí las palabras que más que dar cuenta del primer encuentro entre europeos y americanos, lo imaginan y lo fabulan:
«Más me pareció que era gente muy pobre en todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza […] Dellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y dellos se pintan de blanco y dellos de colorado, y dellos de lo que fallan, y dellos se pintan las caras, y dellos todo el cuerpo, y dellos sólo los ojos y dellos sólo la nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les amostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro […]Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron como allí venían gente de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que creo que muy presto […] se harían cristianos […] Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que deprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta isla´. Todas son palabras del almirante”.5
Este pasaje del Diario pertenece a la entrada correspondiente al viernes, 12 de octubre de 1492. Es el día del «Descubrimiento de América». Sorprendentemente, el discurso colombino emplea aquí una forma de narración que acostumbramos a asociar a la modernidad literaria. Colón se nos presenta como un informante neutral, alguien que reporta lo que ve y elabora listados de fenómenos, pero esto es solamente una apariencia y, en realidad, asistimos a la invención de un personaje que es el narrador mismo, el autor de la bitácora del «Descubrimiento». El narrador colombino nada tiene de inocente y es a la manera de Kafka, (recordemos, por ejemplo, los últimos párrafos de La metamorfosis), un narrador no confiable. Ante lo que cuenta nos vemos continuamente obligados a preguntar ¿qué es lo que verdaderamente está ocurriendo?
El Diario de Colón tiene destinatarios muy precisos: los Reyes Católicos y Luis de Santángel, que adelantó dinero para la expedición. El navegante busca la imposible vía marítima a Asia, oro y especias. Contrario a los tópicos sobre el tema y a elaboraciones hispánicas posteriores, para Colón, descubrir lo desconocido, equivale a esforzarse en un fracaso. La novedad de las tierras y las gentes era una mala noticia. En la primera descripción (y en las muchas otras que aparecen en el Diario y que reproducen en diferentes islas y playas el «primer encuentro»), opera una intención de domesticar lo que se confronta. Lo nuevo, lo nunca visto, debe caber, debe restringirse, a los moldes de lo conocido.
Por ello, en el pasaje citado, recurrirá a las figuraciones medievales de la humanidad inocente, de hombres y mujeres que habitan desnudos un bosque similar al Jardín del Edén, que desconocen metales y armas. Simultáneamente, sin embargo, corre otro discurso, el del kafkiano narrador no fiable. Al hombre «natural» del Paraíso se le enseñan las armas por el filo para que se corte. Esta intimidación de los primeros contactos será una estrategia repetida a lo largo de la Conquista de América. Su aparición en el primer contacto, sugiere una práctica que antecede este momento y que pudo haberse dado en África décadas antes, cuando los portugueses se expandían por su costa occidental.
La diversidad de cuerpos pintados no se percibe como una manifestación cultural (y mucho menos como una forma de notación o, incluso, de «escritura»), sino que el color de mayor importancia en el pasaje, en realidad el único que cuenta para Colón, es el «de los canarios», que como afirma, no es ni negro ni blanco y, por tanto, no es blanco. En esa época estos eran los guanches, el pueblo originario de las Islas Canarias. Su conquista por España, que no sería definitiva hasta 1495, había comenzado en la primera década del siglo XV. Era, por tanto, un evento contemporáneo a la llegada de europeos a América y no se debe olvidar que hubo una escala en el primer viaje a las Indias en estas islas. De igual manera, años antes, cuando pugnaba por abrirse camino como navegante entre los portugueses, es sabido que Colón participó de expediciones a Guinea, donde ya se establecía el tráfico esclavista. Tanto Canarias como la costa africana serían ensayos para la Conquista de América. En el archipiélago atlántico el resultado sería un veloz genocidio.
Ante los hombres y las mujeres del color de los canarios que acaba de conocer, Colón establece la subalternidad. El encuentro de poblaciones de siervos desconocidas es el verdadero significado de este pasaje, la respuesta a la pregunta que impone la presencia de un narrador no fiable: ¿qué es verdaderamente lo que acontece? Esto es lo que Colón ve y transmite a sus superiores y socios comerciales, sin tener que explicitárselos.
En el Diario hay además otro factor primordial que se manifiesta de principio a fin de su estancia en las Antillas: la incomunicación. El Almirante se empecina en que ha llegado a Asia y se encuentra cerca de Cipango (Japón): «…entre otros lugares que nombraban donde se cogía el oro dijeron de Cipango, al cual ellos llaman Cibao…»6 La homofonía de la región del norte dominicano, asociada a una referencia oscura y deformada del Libro de las Maravillas de Marco Polo, bastaba para saltar a conclusiones. En otro momento, el Almirante enviará a tierra a Luis de Torres que «…había sido judío, y sabía diz que hebraico y caldeo y aun algo de arábico…»7
Las instancias de incomprensión resultan casi innumerables. Colón buscará infructuosamente una isla llamada «Bohío», pensará que los caribes deben ser soldados del Gran Kan, luego de haber ido deformando y escribiendo el gentilicio de maneras diferentes a lo largo de páginas. Al final, recurrirá a Herodoto y la tradición clásica, para imaginarlos como antropófagos y cíclopes inclinados al consumo de carne humana. Esta deformación será particularmente dramática, ya que asocia a toda la región con la monstruosidad y esta adquirirá su nombre «Caribe» a partir de la incomprensión y la fabulación.
A la larga, en su Diario, el Almirante acabará reconociendo que no entiende y que las circunstancias lo sobrepasan:
«Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho; mas yo no me detengo en ningún puerto […] también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario…»8
Ante estas circunstancias, será Bartolomé de Las Casas el que continuamente, en sus notas marginales, aclarará las equivocaciones, falsedades y oscuridades. Sin descanso, animado por el rigor, exhibiendo así su condición de primer letrado caribeño, escribirá múltiples veces en los márgenes de los folios «non», no en latín, en una constante corrección del texto colombino. No solamente negará lo afirmado por Colón, sino que en otras muchas ocasiones dejará anotados juicios e indignaciones que componen un texto alterno que queda imbricado con la glosa o la cita directa.
Las 144 notas de Bartolomé de Las Casas constituyen, a mi parecer, el primer texto caribe. El clérigo es el primer escritor antillano. No solamente es destacable lo que escribe en los márgenes del diario colombino (y en otros muchos de sus textos), sino que también resulta fundamental el gesto que lo lleva a hacerlo. La tinta que Las Casas asienta en el papel, contiene la voluntad de la reescritura. Las notas lascasianas son un retexto: en ellas se fija en la sombra lo no dicho por otros, que aprovecharon los beneficios de una escritura asociada al poder para imponer una versión de las historias.
Las notas al Diario hechas por Las Casas hacen parte de un cuerpo textual proscrito. Así lo demuestra su tardía transcripción y publicación, así como el hecho de que su monumental Historia de las Indias permaneciera sin publicarse por más de tres siglos. El entorpecido castellano del Almirante se convirtió en dogma y canon, en nombre de plaza, avenida, universidad y república. La historia ubicará a Las Casas en otra trama histórica: la temprana defensa de los indígenas y el acto de desesperación e impotencia que lo lleva a recomendar la importación de esclavos africanos a las Antillas. Su función crítica se verá limitada a este ámbito y, luego de la amplia difusión por Europa de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, caerá sobre él el rencor español por la Leyenda negra.
Sin embargo, en el texto que ha ocupado nuestra atención se encuentra un momento de verdadera grandeza. Este, a mi juicio, apenas ha sido tomado en cuenta aun por los especialistas, y no ha sido señalado con la emoción y grave dignidad que merece. Las Casas escribirá «non» en el curso de una frase de Colón. Será la única vez que anote el Diario en el texto mismo y no en sus márgenes. Ese «non» deviene la primera inscripción de la escritura caribe.
El pasaje se encuentra en la misma entrada que citamos al principio: la que corresponde al viernes, 12 de octubre de 1492, día en que la expedición desembarca en una pequeña isla perteneciente al archipiélago de las Bahamas. El emplazamiento de la negación es importante, pues es la última frase de la glosa, antes de citar directamente del manuscrito. La oración es esta: «Esto que sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias”.9 Es la primera vez en el texto que se usa el concepto «descubrimiento». Las Casas escribe «non» junto a esta palabra.
La osadía del acto resulta alucinante y la irradiación de estas tres letras tiene el poder de reescribir la historia. Nada es igual después de leer ese «non» escrito a continuación de «descubrimiento». En los albores de la colonización de América, hacia la mitad del siglo XVI, el aparato conceptual que desde entonces ha explicado y justificado estos hechos ha sido puesto en entredicho. No es un acto posterior, perteneciente a otro tiempo, sino algo que se da contemporáneamente con los acontecimientos. En el susurro de este hilo de tinta, que compone una de las palabras más básicas de la lengua, comienza otra escritura. Quisiera pensar que en ese «non» de Las Casas palpita la memoria redimida de los indígenas, de los africanos, de los mestizos del Caribe y de toda América. Aquí se encuentra el comienzo de la descolonización.
De Colón a los Enciclopedistas, de los empresarios a los turistas de hoy, existe una continuidad de imágenes. Con estas se ha construido la subalternidad caribeña. Los tópicos conocidos se repiten sin pausa y sin entendimiento: la playa y la fiesta, la alegría y el baile, la indolencia y la desorganización, pero también la corrupción, la violencia y la pobreza. Nos hemos acostumbrado a decir América Latina y el Caribe. Es una política de inclusión, pero también una lista: la América continental como la verdadera y preponderante y, luego, el reguerete de islas mulatas del calor tropical y los colores intensos.
Sin embargo, todo comenzó en el Caribe. Dice bien Antonio Benítez Rojo en su memorable ensayo La isla que se repite: existe un a.C. y un d.C., que no es antes y después de Cristo, sino un antes y después del Caribe. La región fue el gran laboratorio español para la Conquista de América. Como hemos visto, Colón daba las espadas a los indígenas por el filo, para que quedaran aterrorizados por armas cuyos materiales desconocían. También en el Diario muestra saber cuándo utilizar el cañón para avasallar psicológicamente. En el Caribe, se usarán como armas de guerra, mastines y caballos y se experimentará con el poder debilitador de las epidemias, se explorará el hacerse pasar por deidades, se pondrán en práctica políticas de genocidio. Cortés y Pizarro sabrán qué hacer cuando enfrenten a los imperios continentales.
El Caribe será también el territorio de la Plantación, esa intensificación de la explotación agraria, que enlazará a la región con África y Europa en una política de desiguales intercambios. Sin este entramado comercial resulta impensable la acumulación de capital necesaria para posteriores desarrollos europeos, que culminarían en la Revolución Industrial y el comienzo de la Modernidad.
Pero ese Caribe en que todo comenzó ha sido relegado a las sombras. Olvidado, ninguneado, hipercolonizado, es una amplia y constante zona de desastre. Las miradas que le son dirigidas son variaciones de los procedimientos de Colón en su Diario. El que se acerca al Caribe ve la preponderancia de los colores. Es el tópico más extendido e insidioso. No en balde, en el momento del primer encuentro, Colón hace el profuso listado de los colores con que los amerindios pintaban sus cuerpos. Como los turistas, inversionistas y lectores de hoy, parecería que esto es todo lo que pueden ver: la superficie pura. Lo demás se deja a la imaginación, a la fábula, al deseo de hallar, como Colón en su Primer Viaje, lo que ya se trae en la cabeza.
Hace unos años escribí donde, que es tanto un ensayo literario y filosófico como uno fotográfico, y que es un libro absolutamente gris. Aun en su diseño, cada una de las páginas de texto, está cubierta por una tenue capa de tinta. No existe en él un solo espacio blanco.
No es este el lugar para explicar en qué consiste el libro. Basta decir que en él intenté expresar y entender la región a la que pertenezco. Prescindir del color era prescindir de Occidente. En el capítulo «La escritura rayada», hago referencia al Diario del Primer Viaje a las Indias y llamo la atención a la primera palabra americana escrita por Occidente. Se trata de canoa. Digo que en el momento en que es escrita, simultáneamente es rayada.
Las fotografías en blanco y negro representan otro Caribe, uno sin color que quisiera pensar conceptualmente más denso. Siempre he estimado la frase del fotógrafo suizo–estadounidense Robert Frank: «Black and white is the color of hope and dispair.» Entre la esperanza y el dolor se encuentra todo lo humano, y esta humanidad de caudal amplio y profundo, es la que he reivindicado al proponerme representar y pensar mi región.
El Caribe gris no está solo compuesto por estas imágenes fotográficas, sino que el blanco y negro se encuentra también en sus textos. La escritura prescinde del color al igual que una foto monocromática, haciendo que la mirada penetre en la página y descubra lo que no conoce. Esta es la voluntad de la escritura caribe, a lo que no quiero llamar caribeña, porque este término presupone una domesticación: la obrada por su ubicación subalterna en los mapas conceptuales de Occidente, y a la que, siguiendo el gesto lascasiano, me empeño en inscribir, desde los márgenes, un «non» que la ponga en duda.
La escritura caribe ejerce una función iconoclasta ante la historia y anticanónica ante el cuerpo textual de Occidente. Reitera el acto de negación y, al hacerlo, reescribe, retexta, saca de la sombra a la sombra.
Quisiera concluir citando dos estrofas de «Aires bucaneros», un poema majestuoso del puertorriqueño Luis Palés Matos. Quizá estos, los bucaneros de la Banda Norte de La Española, de la Isla de la Tortuga, de los fondeaderos ocultos y lejanos de San Juan o La Habana, fueron los primeros caribeños. Amerindios y negros arrancados de África, blancos de cualquier parte, mestizos de todos los colores, gente sin rey y sin secta, que sufriendo perennemente amenazas, ganaba y gozaba la libertad. Ahora leo estos versos sabiendo que el poema de Palés ya no se refiere solamente a España, sino a Occidente, que ya no se refiere a una isla, sino a todas las islas y zonas continentales que componen la región, que empecinadamente reitera el «non» de Las Casas y que al arrebatar riquezas, arrebata también el color de lo falseado, reducido y despreciado.
La guardia altiva de los virreyes
cubre los flancos y al fondo cierra.
¡Ay, caravana que se confía
a la española lanza guerrera!
Contra ella irrumpen los bucaneros
machete al aire, bala certera,
y el botín pasa del león hispano
al tigre astuto de las Américas”.
*Una primera versión de esta conferencia fue leída en la Universidad de Texas, Austin, en octubre de 2016. La presente versión fue presentada en La Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez, en marzo de 2017.
- Cristóbal Colón, Diario, cartas y relaciones. Antología esencial. Selección, prólogo y notas de Valeria Añón y Vanina Teglia, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2012. [↩]
- Aimé Césaire, Discour sur le colonialisme, Presence Africaine, Paris, 1955. [↩]
- Silvio Torres–Saillant, An Intellectual History of the Caribbean, pág. 107. [↩]
- Op. cit., pág. 46. [↩]
- Diario, pags. 122–123. [↩]
- Op.cit., pág. 229. [↩]
- pág. 155. [↩]
- pág. 184. [↩]
- Pág. 121. [↩]