El Chapo Talks y el discurso espectacular periodístico
*Ponencia presentada en el panel “De Filiberto al Chapo: Ética periodística con entes al margen de la ley”, organizado por la Asociación de Periodistas de Puerto Rico el 27 de enero de 2016.
La reciente entrevista que el actor de Hollywood Sean Penn condujo a uno de los más influyentes y poderosos narcotraficantes en el mundo entero, Joaquín Guzmán Loera, alias el Chapo, y que fue publicada en la revista Rolling Stone, ha sido objeto de grandes polémicas por diversos sectores, particularmente aquellos del ámbito periodístico. A la luz de los debates que ha suscitado el trabajo del actor, me interesa elaborar, en esta intervención, cómo la entrevista de Penn se construye al interior del discurso espectacular periodístico y cómo esa construcción adolece de unos quiebres estructurales. Asimismo, y como un objetivo secundario, cómo las fracturas que se identifican en ese trabajo se manifiestan en el periodismo nacional.Iniciaré estableciendo algunas coordenadas sobre la arquitectura periodística del escrito El Chapo Talks. Si bien la entrevista de Penn se perfila con elementos de crónica y de periodismo interpretativo, este escrito responde a lo que el periodista Hunter S. Thomson, en la década de los setenta, llamó el periodismo gonzo, tal y como escribe el analista de noticias Andrew Tyndall. El periodismo gonzo se define como una narrativa en primera persona, en la que el autor no guarda distancia con el contenido y se desempeña como el protagonista de la historia. Para comunicar, echa mano de sus experiencias, del sarcasmo, de las emociones y de las palabras soeces. Todas estas características definen el escrito de Penn, y, en reconocimiento a su lugar en el relato, el mismo actor identificó su trabajo como “periodismo vivencial”.
El contenido del periodismo gonzo se define por el sujeto que narra, en este caso, un actor y productor de Hollywood de gran renombre. Penn funge como la voz de autoridad periodística, a quien se le unen otros dos actantes igualmente espectaculares y que integran la receta perfecta para el melodrama y para vender la historia: el narcotraficante más poderoso sobre la tierra en estos momentos y una actriz mexicana, Kate del Castillo, protagonista de una telenovela en la que personifica el papel de una narca.
La entrevista, además de adoptar el estilo del periodismo gonzo, se configura como un seudoevento. En el libro The Image: A Guide to Pseudo-Events in America (1961), el historiador social Daniel Boorstin define los seudoeventos como aquellos eventos que han sido creados principalmente, mas no exclusivamente, con el fin de que sean reportados por los medios de comunicación. El encuentro y la entrevista de Penn con el Chapo acontecieron con el objetivo de que fueran publicados en la revista Rolling Stone. También, se identifican como seudoeventos todos los escritos y las coberturas que se crearon posterior a la publicación de la entrevista: desde los trabajos que exploran la posibilidad de que atraparon al Chapo por los contactos que estableció con Del Castillo o los que tratan sobre las obsesiones entre el Chapo y la actriz, hasta la entrevista de Penn en 60 Minutes. Precisamente, los seudoeventos tienden a generar más seudoeventos, y, en la medida en que integren con mayor fuerza el discurso espectacular, más posibilidades tienen de reproducirse y de convertirse en algo “importante”.
Debe quedar claro que entrevistar a un capo como el Chapo se sostiene periodísticamente, al igual que la creación del seudoevento. El valor del Chapo como sujeto periodístico es innegable. Es insostenible y cuestionable, sin embargo, que se haya desperdiciado la oportunidad en términos informativos e interpretativos, particularmente cuando fue un evento planificado (no espontáneo), una característica esencial del seudoevento. La entrevista no logra el objetivo que Penn había esbozado: traer a la discusión pública las políticas de la guerra contra las drogas. El concepto en sí mismo solo se menciona en tres ocasiones, tal y como menciona Winslow. Las preguntas formuladas no guardan relación con el objetivo, y esas políticas no se discuten en el escrito. No debe extrañar que hasta el mismo Penn reconozca que fracasó en su misión, aunque él atribuye el fracaso a que la audiencia no entendió su escrito, o lo que él quiso hacer, y no a su trabajo. Incluso, dijo: “Mi único interés era hacer preguntas y presentar sus respuestas, para que fueran sopesadas por los lectores”. Penn, a todas luces, no percibe que su deber al ejercer como periodista es hacer que las cosas hablen, hacerlas inteligibles, brindar el contexto y poner en crisis las nociones que adelantan los intereses de solo unos pocos. Su lugar no reside en convertirse en un simple difusor, sino ayudar a interpretar. El fracaso, incluso, se identifica desde el título, El Chapo Talks, cuando debió llamarse Sean Penn Talks about Himself… and Some about El Chapo. Esto no quita que, en un porcentaje muy bajo, el escrito revele algunos asuntos que pueden ser interesantes, como por ejemplo, que el Chapo asegura que él NUNCA genera violencia, sino que se defiende; que suple más heroína, metanfetaminas, cocaína y marihuana que cualquier otra persona en el mundo, y que, para ello, tiene una flota de submarinos, aviones, camiones y botes.
Más allá de esto, el contenido del escrito fue víctima de varias fallas en su proceso de producción, que interactuaron entre sí: unas de tipo logístico, otras de tipo ético y otras de seguridad.
Las fallas de tipo logístico que impactaron el contenido se centran en una realidad operacional. Penn no hizo la entrevista directamente, sino que, luego de conocer al Chapo, acordó que regresaría a entrevistarlo. Se especula que algunos asuntos relacionados con la seguridad del capo no permitieron que se concretara la entrevista en persona. Entonces, Penn negoció enviarle las preguntas por escrito y que la entrevista fuera grabada con el equipo televisivo del narco. El propio Penn reconoce que no pudo producir la entrevista a profundidad que él deseaba. Entonces, en este contexto, las preguntas enviadas debían ser contestables. El resultado: preguntas deficientes que no guardan relación con la meta que Penn dijo perseguir.
Las fallas de logística conectan con unas de orden ético que han sido identificadas por varios/as periodistas en diversos foros: enviar las preguntas con anticipación y permitir que la fuente grabara la entrevista con su equipo mientras uno de sus secuaces del Cartel de Sinaloa le formulaba las preguntas. También, que el actor-periodista haya aceptado la condición de que la fuente informativa aprobara el texto final. Aunque el Chapo no hizo ningún cambio al escrito, el periodista-actor se preparó para que la entrevista no generara contenido censurable, según ha dicho el periodista de Reuters Andrew M. Seaman. Con esta condición, el periodista se conduce de una forma más suave y delicada con el que tendrá la última palabra. Penn perdió el control de su seudoevento y de su entrevista. Esta se contestó y se proyectó al antojo del Chapo. La entrevista no generó suficiente carne para escribir. Esto podría explicar, en parte, por qué el periodista se volcó en su narcicismo hollywoodense y acudió al estilo del periodismo gonzo.
La preparación de la entrevista y los elementos a negociar son responsabilidad de los editores de la revista, tal y como elabora la periodista Kelly McBride en la página electrónica del Poynter Institute. Además, en estas situaciones en las que se persigue entrevistar sujetos que están al margen de la ley, siempre se negocia algo, como asegura el periodista Peter Bergen de CNN al recordar cuando entrevistó a Bin Laden en 1997, la primera entrevista que otorgó a un medio televisivo. Mas, los editores de Rolling Stone debieron guiar a Penn para garantizar que la entrevista no sirviera como megáfono de un criminal, sino que fuera de beneficio para el público. No obstante, la revista apostó a un espectáculo que garantizaría una buena audiencia y que mejoraría la imagen de la publicación, luego de pasar por una crisis de confiabilidad con el reportaje A Rape On Campus, divulgado en noviembre de 2014. Este reportaje estuvo basado en un testimonio de una estudiante que contó que fue violada por miembros de una fraternidad en la Universidad de Virginia, recuento que luego resultó ser falso. En el caso de la entrevista al Chapo, el editor, posiblemente, estaba tan deslumbrado con el periodista-artista como con la posibilidad de dar un gol periodístico, un gol espectacular: tener la primera entrevista en décadas con el narcotraficante más narcotraficante. Y, con ello, resarcir la imagen de la revista y posicionarla en un mejor lugar comercialmente. Sin embargo, el brillo ciega tanto a los/as reporteros/as como a los/as editores. Mas, la responsabilidad del editor/a es primordial e indelegable, lo que reafirma algo que les digo con frecuencia a mis estudiantes: lo mejor que le puede pasar a un periodista es tener un buen editor/a, y lo peor, tener un mal editor/a. Un/a editor/a te puede salvar la historia, ya sea desde la planificación hasta cuando se convierte en una pieza periodística, pero, si es un mal editor/a, puede estropearla o empujar al periodista al precipicio.
Junto a las fallas editoriales y al interior del ordenamiento ético, se identifica la falta de independencia. Pese a que el escrito se suscribe a la línea del periodismo gonzo, no significa que, con ello, el/la periodista renuncie a la independencia de criterio. Penn está muy apegado al sujeto del que habla. Luce enamorado y encantado con este personaje, y esto queda claro cuando se examina el vocabulario con el que describe y presenta al Chapo: mítico, folclórico, sencillo, humilde, familiar, objeto del afecto de su hijos y hasta creyente en Dios, etc. Ese enamoramiento lo llevó a aceptar cualquier condición, aunque se comprometiera el contenido. Esta falta de independencia es censurable no porque el sujeto de la entrevista sea un narcotraficante, sino porque, si se está muy apegado a la fuente informativa, se dejan de lado los matices, los grises, y se traiciona el interés ciudadano.
Además de las fallas de logística y de ética que afectan el contenido, en la entrevista de Penn se identifican unas faltas relativas al ordenamiento de seguridad: más de 80 periodistas han muerto o desaparecido en México en la última década, así como muchos otros/as han sido secuestrados/as y atacados/as de diversas formas, a raíz de la violencia que generan los carteles de drogas en dicho país. Según la organización Periodistas sin Fronteras, México figura entre uno de los países más peligrosos para ejercer periodismo en el mundo entero. El miedo lleva a la autocensura y a minar la libertad de la información. Los periodistas Alfredo Corchado y Dana Priest han denunciado, precisamente, los ataques y amenazas que sufren a diario las salas de redacción en México a manos de los carteles de droga. Incluso, Corchado asegura que nadie imprime nada sin la bendición de los carteles, y, al parecer, esto incluye a Penn. ¿Podría Penn haber formulado preguntas de mayor peso a un narcotraficante que se carga la vida de cualquiera que se percibe como un estorbo? Quizás, algunas sí, y, quizás, muchas no. Anteriormente, ya dos periodistas, el editor de El Universal en México y un reportero de Univisión habían rechazado entrevistar al Chapo: el primero porque temía por la seguridad de la periodista que conduciría la entrevista y el segundo porque rehusó la condición de que el Chapo tuviera control sobre el contenido.
Los conflictos éticos esbozados hasta el momento, dentro de una construcción espectacular, se manifiestan abiertamente en el escrito de Penn, pero lo desafortunado de esta situación se revela en que no son conductas nuevas ni poco comunes en la práctica periodística actual en Puerto Rico.
Si bien el periodismo gonzo tiene menos presencia en los medios informativos nacionales, sus secuelas se visibilizan en las redes sociales. La centralidad del periodista se evidencia, en muchas ocasiones, en ciertas narrativas, que van en busca del elemento espectacular y de índices de audiencia. Así se advierte en historias en que la reportera crea una serie televisiva sobre su embarazo y alumbramiento y en las intervenciones en medios informativos en las que se reza por la salud de una periodista. También, en historias en las que los/as periodistas ruedan por una ladera o lloran con la fuente, o periodistas que se hacen llamar la mujer noticia. Todas constituyen prácticas comunes en esta Isla.
La falta ética de pedirle a la fuente informativa que apruebe el contenido tampoco es ajena en este país. Sé de casos en que periodistas de renombre les han enviado sus reportajes a las fuentes para que los verifiquen. De esta forma, no es difícil ver cómo, a veces, el/la periodista le otorga un cheque en blanco a la fuente para que intervenga y determine el contenido que será divulgado.
Asimismo, constituye una práctica común en la Isla la falta de independencia del periodista con la fuente informativa, tal y como se evidenció en la entrevista de Penn. Esto se refleja al no formular preguntas difíciles o al presentar al sujeto bajo una luz positiva inmerecida, debido a simpatías personales, políticas o profesionales, o por conflictos de interés. Recuerdo el reciente montaje, a modo de seudoevento, para anunciar a David Bernier como candidato a la gobernación por el Partido Popular Democrático (diciembre 2015). En él, muchos periodistas reprodujeron acríticamente la escena creada por los relacionistas públicos para que el político se proyectara en el marco del discurso de una familia de clase media y humilde, “como tú y como yo”. Se enamoraron de la fuente, y olvidaron su papel. Precisamente, un estudio que publiqué en mi libro El espectáculo de lo real: noticia, actantes y (tele)periodismo en el siglo XXI (Ediciones Callejón, 2015) demuestra que siete de cada diez periodistas nacionales piensan que interpretar la noticia no forma parte de su rol fundamental. No estamos tan lejos de Penn cuando él dice que solo quería presentar lo que el capo dijo y que la gente interpretara a su modo.
La falta de independencia, igualmente, se pone en crisis cuando los/as periodistas piden favores especiales a ciertos políticos, cuando los/as invitan a sus fiestas familiares, cuando los/as periodistas auspician productos y servicios en anuncios comerciales, cuando les piden dinero a ciertas fuentes informativas para subvencionar proyectos o cuando el/la periodista trabaja también como relacionista público, no importa cuán simpática luzca la causa. Estas conductas son comunes en la Isla, y el arraigo de esta práctica es tal que, en el mismo estudio que publiqué en El espectáculo de lo real, ya aludido, se evidencia además que 6.5 de cada diez periodistas en la Isla entienden que no hay que establecer distancia de las fuentes periodísticas, y un 53 por ciento piensa que su lealtad principal NO es con la ciudadanía.
Con esto no quiero decir que el/la periodista no tenga posturas o simpatías particulares, sino que, cuando ejerce su labor, ninguna de ellas debe ir sobre el interés ciudadano.
Otras veces se compromete el contenido cuando prima el valor del espectáculo y del melodrama, como sucedió con el trabajo de Penn. Solo basta con exponerse a los noticiarios radiales o televisivos y leer las páginas de los impresos y de Internet de la Isla. Creo que la cobertura de la reciente muerte de la fiscal Francelis Ortiz Pagán (enero 2016) nos da unas pistas. Una de ellas se ejemplifica cuando un reportero televisivo incorpora, en su propio reportaje, un visual de él abrazando al viudo de la fiscal. Igualmente, cuando se usan citas sensacionalistas y fuera de contexto para titular y para tergiversar el contenido: “Yo no puedo hablar de perdón”, decía el titular, al implicar incorrectamente que el viudo, el licenciado Fermín Arraiza, podría traicionar su convicción en contra de la pena de muerte. O, en la cobertura diaria asignada al velatorio para reproducir, una y otra vez, el llanto de los familiares. Además, con ello, posicionar a la fiscal desde una óptica sexista. Tomo este ejemplo reciente como puedo tomar el asesinato del líder comunitario Miguel Cáceres (2007) a manos de la Policía, o mucho otros. Constituye una práctica común que se ha naturalizado y que tiene que ser cuestionada.
El seudoevento tiene su lugar, y los matices espectaculares forman parte de las herramientas disponibles para construir el relato periodístico. No obstante, constituye un problema cuando lo espectacular sustituye lo sustantivo y opaca lo importante, y cuando quiebra el pacto ético entre el periodismo y el interés ciudadano. Lo vemos en la entrevista al Chapo, y se ve todos los días en este país.
*La autora es catedrática de la Escuela de Comunicación de la UPR-Río Piedras.