El cuento pleneao de Bumbún
Uno podría pensar que investigar para aportar al esclarecimiento de la historia de los pleneros pioneros y su gente plenera y transformarla en un cuento de media hora centrado en la persona de Joselino Bumbún Oppenheimer y narrarlo en un plenazo de sábado por la tarde frente a un grupo de gente seducida al silencio sonreído sería una manera de establecer ordenadamente la manera en que la plena se hacía en sus tiempos fundacionales y una indicación de cómo era la original plena genuina de manera que lxs plenerxs actuales tengan un fundamento normativo para ejercer la tradición correctamente o para innovarla con responsabilidad. Lo cierto es que –pese a la voluntad educadora de lxs folcloristas autoritarixs- mi tránsito por la investigación rumbo al cuento me ha convencido de que rotulaciones como identidad puertorriqueña tradición auténtica ritmo nacional periódico del pueblo música folclórica y otras tienen poco que ver con la cotidianidad vivida por los pleneros pioneros y su gente plenera. Apertrechado de oralidades y literaturas sobre el tema y enfrascado con los datos documentados y a la vez escurridizos de los censos y registros gubernamentales de las primeras décadas del siglo 20 encuentro que son otras las verbalizaciones que mejor me conectan con el tiempo pasado plenero.
Desposesión desorden desobediencia desvergüenza desnutrición desempleo descrédito desahogo descubrimiento desacomodo desconfianza desafuero desagrado desafío desamparo descortesía desarreglo desarticulación desastre desalojo desacuerdo desgracia desprestigio desesperación desenfado deshumanización desmesura desdicha desvalorización desprecio destrucción desventaja: los cuerpos de los pleneros y la gente plenera como puntos de encuentro y contestación de las relaciones de poder que estas situaciones implican constituyen la localización histórica de la plena como género musical que se originó tras la invasión norteamericana y que en sus primeros tiempos fue placer amistoso para los desposeídos y basura peligrosa para los poderosos. Para empezar a acercarme a esos cuerpos de esos tiempos voy a contarles de la maraca que me hizo Alberto Galarza un humilde trabajador creativo mayagüezano y de ahí voy a ubicarme en la indispensable representatividad del cuerpo de Bumbún.
El arte popular trascendente es desobediente y desordenado. Para hacer la maraca que aquí tengo Galarza se apropió sin permiso de la imagen fotográfica de unos pleneros de barro que ilustran la portada de mi libro Los bembeteos de la plena puertorriqueña y pintó esos pleneros sobre la esférica superficie de una ancha maraca de bomba pero decidió que el conjunto musical de barro no era suficiente y le añadió dos músicos a su versión del grupo en pintura: uno que toca un bombo y otro que toca una sinfonía de mano –ambos sentados- y así con tres pandereteros y un güirero que tocan de pie completa su ventetú plenero de los tiempos de antes. Con estas desobediencias y su talento pictórico crea un paisaje que transcurre por toda la esfera de la maraca según le doy vuelta al palo y termina en su comienzo de manera que está contenido en sí mismo y es infinito a la vez. La ubicación de los seis cuerpos pleneros vestidos de blanco es la centralidad de la imagen que se completa con una alejada hacienda azucarera de dos chimeneas muy pocos mogotes unos cuantos árboles y todos estos componentes forman parte de una extensa llanura de ardiente plenitud solar acaparadora: se trata de una composición en que predominan los tonos amarillos en una armonía estremecedora que recrea un terreno de cañaveral que todavía no ha sido sembrado y que emana el intenso calor de tierra desnuda. Aquí está la transgresión del desorden: la imagen es imposible porque los pleneros no aguantarían estar tocando sin sombra bajo el sol candente en medio del cañaveral. La plena pionera histórica se tocaba cantaba bailaba en cafetines de arrabal esquinas de barrio sombras de árbol. Al crear este desubicado desorden Galarza es el cuerpo pintor que expresa un deseo de imaginación obrera: que en vez de territorio de explotadora agricultura el cañaveral sea espacio de convidadora musicalidad. Hubo al menos un lugar en aquel tiempo donde el deseo se aproximó a la realidad: en la Hacienda Estrella de Ponce trabajaba como arador Joselino Bumbún Oppenheimer y arando bajo el sol se inspiraba y cantaba plenas mientras los bueyes halaban abriendo el suelo según el corte que atendían dos muchachos denominados cuarteros que también repetían los coros de las plenas que Bumbún luego llevaría a los espacios comunitarios de la diversión.
El cuentero necesita plena en su relato. Coro: Abre el corazón vida mía/ abre el corazón/ Bumbún saca plena y el viento/ lleva su canción.// Hay mucho que arar/ mucho trabajar/ Bumbún saca plena y la tierra/ lo escucha cantar.// Se mezcla el dolor/ con mucho sudor/ Bumbún saca plena es poeta/ un inspirador.// Él lo sabe hacer/ con maña y placer/ Bumbún saca plena estribillo/ y hay que responder.// Cuarteros ahí/ responden así/ Bumbún saca plena y la letra/ pica como ají.
Con los nombres y apellidos de músicos pioneros que se juntaron en agrupaciones pleneras entre 1910 y 1920 según Don Félix Echevarría Alvarado los recogió de la tradición oral en su libro pionero sobre los orígenes de la plena y con la inmensa asistencia insistente de Rossana Duchesne pude ubicar a esos pleneros en los censos y registros gubernamentales de esos años y así se constituye la evidencia documental necesaria para especificar una pertenencia: la plena fue el género musical creado como respuesta popular a la invasión norteamericana por los cuerpos de los obreros negros de los cañaverales de Ponce. Se trata entonces de detallar los contextos histórico-culturales de la gente que hizo de la plena –en las situaciones listadas arriba- un legado vital y vigente que –en movimientos desordenados lúdicos y súbitos folclóricos o inéditos- nos acompaña cien años después. En este trabajo preparatorio hacia el cuento pleneao de Bumbún este primer texto está centrado en la vida laboral de los obreros cañeros de los cuales es emblemático el cuerpo de Joselino Oppenheimer.
Así aparecen los trozos-huesos de materia prima documental. Source Citation: Year: 1910 United States Federal Census. About Lino Oppenheimer. 1910; Census Place: San Antón, Ponce, Puerto Rico; Roll T6241775; Page 21B; Enumeration District: 0655; Microfilm: 1375788. 1920 United States Federal Census. About Berger (Vargas) José Oppenheimer. Source Citation: Year 1920; Census Place: Machuelo Abajo. Ponce. Puerto Rico; Roll T625; Page 19B; Enumeration District: 657; Image: 1633. Puerto Rico, Registro Civil Puerto Rico, Civil Registrations, 1885-2001. About José Lino Oppenheimer. Digital Images. Departamento de Salud de Puerto Rico. San Juan. Puerto Rico. La muestra preparatoria del cuento pleneao de Bumbún consta de 262 fichas de pleneros y sus familiares.
La plena es música de la discontinuidad portátil del empleo y desempleo de las gentes pleneras cuyos días laborables comunidades habitables penurias insoportables estaban ligadas al cañaveral. Bumbún la ejecutaba con el pandero sujeto muy cerca del corazón y el pulso del corazón y el repique del tambor se fundían en su cuerpo y desde ahí expresaban los desórdenes vivenciales de su tiempo. Para hacer bien el cuento pleneao de Bumbún hay que ir a buscar a los pleneros pioneros en la imaginación temporal y reconocerlos en el desorden corporal de la miseria. Hay que advertir ruidos y regueros que subyacen en los registros coloniales y las memorias orales y los discursos intelectuales que recogen representaciones de habitantes costumbres historias cuya desarticulación y desarreglo es una coherencia encarnada en cuerpos que pusieron mente músculo sudor en la ejecución de la plena.
Las gentes pleneras de 1910 a 1920 no pudieron dejar un legado material de imágenes para ver y músicas para oír. Dejaron respuestas escuetas e insuficientes en enumerados censos y registros de administraciones gubernamentales y dejaron memorias incompletas y persistentes en denominadas anécdotas y leyendas de oralizaciones corporales. Los cuerpos de lxs portadorxs del recuerdo imaginado abrieron sus mentes esporádicamente durante el siglo 20 para sus descendientes cuerpos allegados y para que algunxs letradxs interesadxs colocaran la plena en sus escrituras abultadas de intenciones ordenadoras. Los custodios institucionales de los censos y registros del orden estatal simplificaron el acceso a los documentos en años recientes. Así tenemos iniciales rudimentos para empezar a configurar el cuento pleneao de Bumbún por medio de la lectura. La fotografía de la gente plenera no existe o permanece escasa y oculta en desconocidos depósitos: no aparece ninguna foto de cuerpos sonando panderos en aquellos tiempos pioneros.
A una literatura saturada por la obsesión de localizar entender valorizar mensajes verbales en la plena quiero añadir mi insistencia en la ejecución física de la música pero necesito ejercitarme mucho en la imaginación de los cuerpos movilizados por los desórdenes de la desobediencia desvergüenza desposesión ordenándose en agrupaciones que articularon un placer comunitario que fue considerado inútil desvergonzado peligroso delictivo y sobre todo carente de mérito alguno para ser incluido en las figuraciones intelectuales y políticas de las debatidas identidades puertorriqueñas de su tiempo. En un libro anterior di cuenta de mi digestión intelectual de escrituras grabaciones oralidades de la plena pero eso no me permitió completar el cuento pleneao de Bumbún. Para eso tengo que reconocer e inyectar corporeidad a la imaginación histórica y eso lo quiero hacer con los óseos datos muertos de reabiertos documentos y con la palabra poética que enlaza significados.
Mi meta no es la verdad autoritaria de esmero universitario sino la sinceridad solidaria del cuentero extraordinario: el que seduce por media hora el atento silencio sonreído de la gente de hoy en un receso del alborotoso memorioso desordenado plenazo de un sábado por la tarde. Empecemos entonces trasladándonos a un sábado por la tarde de 1915 en Ponce y veamos cómo la plena transita y enlaza el arrabal el cañaveral la central provocando los designios divertidos del receso laboral y los escrutinios punitivos de la policía municipal. Lo primero claro es preguntar por Bumbún.
A Bumbún lo encontramos en la Hacienda Estrella tras completar el agotamiento obrero semanal de un empleo que para muchos de sus contemporáneos es una buena suerte. Bumbún no tiene que esperar que finalice el tiempo muerto que desemplea a los braceros cañeros y los entrega sin pena a la miseria enfermedad hambre muerte que conocen tan de cerca en los explotados cuerpos suyos y los desnutridos cuerpos de los suyos que se desviven en las domésticas desesperaciones de las familias del arrabal. Bumbún no es un técnico en las industrializadas instalaciones de una central que recibe los cargamentos cortados y encarretados de la caña dulce que se corta con amargo desagrado pero al ser arador en una plantación tiene trabajo en las épocas de preparación y siembra de los terrenos cañeros. En tiempo de zafra su destreza en el manejo de los bueyes puede ser útil como carretero o quizás lo empleen para abrir terrenos nuevos que se añaden a la creciente cañaveralización del país. El cuerpo de Bumbún consigue algún aprecio de los propietarios pero los cuerpos de los bueyes son menos maltratados que el suyo. En el cañaveral los bueyes comen y descansan más que los hombres. No hay bueyes hambrientos ni desnutridos. Su alimento es abundante y su valor productivo está protegido mientras los cuerpos de los braceros son dispensables porque siempre hay muchos más disponibles para trabajar de los que la producción cañera necesita reclutar.
De todas maneras Bumbún trabaja más rodeado del silencio de los animales y la atención de los cuarteros que rodeado del frenético ajoro de los braceros que son cuerpos en acelerado desgaste bajo amenazante vigilancia de capataces y mayordomos. Los brazos tensos que sujetan el arado no impiden que la garganta sedienta traduzca a plenas las imaginaciones de la mente alerta: “No canto porque me oigan/ ni porque mi dicha es buena./ Yo canto por divertirme/ y darle alivio a mis penas”. En el cuerpo de Bumbún se alojan y asoman las penosas diversiones de mucha gente que lo quiere mucho porque él sabe ordenar en palabra cantada el desordenado desahogo del bembeteo de la vida diaria. Bumbún también fue bracero y sabe que los entrecruzados sonidos de los machetazos de los picadores desalojan la invención de canciones durante el día laboral. No sabemos si Bumbún participó en las militancias huelgarias y las resistencias destructivas que los obreros desvalorizados organizaron contra los propietarios en busca de mejores salarios y contra la deshumanización de sus cuerpos sometidos a las injusticias del cañaveral pero su canto pandereteado fue un esfuerzo de alivio esperanzado en la sanación de las penas.
El cuentero necesita más plena para acercarse al relato. Coro: Los cañaverales/ los cañaverales/ esto no es aguaje/ ya me huele a caña quemada.// El jacho en la mano/ la cara tiznada/ en la noche oscura/ ya me huele a caña quemada.// Yo no tengo miedo/ yo no tengo nada/ la llama y el humo/ ya me huele a caña quemada.// Mi mujer mis hijos/ en casa me aguardan/ parezco una sombra/ ya me huele a caña quemada.// Ya empezó la huelga/ que fue declarada/ hay que echar palante/ ya me huele a caña quemada.
En 1915 –y muchos años antes y muchos después- el tránsito de la claridad del amanecer a la oscuridad del atardecer era el reloj del corte de caña. La jornada laboral de ocho horas que el gobierno norteamericano implantó en la colonia no existía en el cañaveral. Según el Negociado del Trabajo del gobierno insular durante la huelga cañera de 1915 los braceros se quejaban de que “… se les hacía trabajar 11 y 12 horas diarias, bajo la vigilancia de capataces o mayordomos inhumanos quienes no concedían una hora siquiera en la mitad del día para tomar sus alimentos y descansar algo las fatigas y el cansancio del trabajo rendido durante la mañana”. El salario diario documentado para 1914 era de 54 centavos.
En muchas plantaciones haciendas centrales los braceros que trabajaban de sol a sol eran solo aquellos capaces de rendir una productividad constante durante el día. Los capataces y mayordomos los conocían y escogían otorgándoles la buena suerte de trabajar la jornada completa. La extracción de ganancia era más efectiva si el día se dividía en cuartos y los cuerpos braceros eran suspendidos según disminuía su energía y eficacia. Por consiguiente el salario era diariamente fluctuante para la mayoría y el día de cobro unos recibían las correspondientes fracciones salariales de lo que recibían otros. A esto se le añadía el frecuente fraude en el pago que dejaba a muchos cobrando menos horas de las que habían trabajado. Sus protestas eran ignoradas por pagadores listeros capataces mayordomos y cualquier insistencia era silenciada con amenazas de despido. Era común que los obreros fueran obligados a gastar su salario en el pago de deudas acumuladas y la compra de alimentos deteriorados en la tienda de la hacienda o la central y para eso recibían fichas en vez de dinero. Y toda esa gente obrera tenía buena suerte porque la mayoría de los que llegaban cada mañana buscando pegar a trabajar no eran contratados. Esa suerte de conseguir empleo en la zafra incluía la batata o el sorullo de almuerzo o chupar caña de almuerzo. Incluía la silenciada protesta angustiosa la ansiedad de la posible suspensión temprana el agua contaminada que repartían los aguadores la sed insaciable del cuerpo sudado la plaga de mosquitos portadores de contagios el paludismo en el cuerpo debilitado la herida del machetazo inesperado el calentón del sol asfixiante las picadas de avispas ciempiés alacranes los enfrentamientos competitivos con compañeros trabajadores el pensamiento turbado por el agotamiento el conocido acecho de la muerte: “… ni porque mi dicha es buena” cantaba Bumbún.
Dado que – según constatamos en los censos y registros- gran parte de los pleneros pioneros fueron braceros –entre ellos colegas cercanos de Bumbún como Alfredo Rosaly/ Jacinto Salomón/ Toribio Laporte/ Timoteo Lauri/ Pablo Roque/ Esteban Sabater/ los hermanos Tanito Pepe Rafael Berdeguez- merece atención y respeto el trabajo musical físicamente exigente y agotador que ejecutaban los cuerpos pleneros en adición a sus jornadas cañeras. Ningún otro género musical de su tiempo movilizaba tan totalmente el cuerpo ejecutor como la plena. Hacer la plena pandereteando de pie cantando o haciendo coro activando cadencias musculares percutiendo un tambor que exige continuos golpes contundentes es significativo por su casi inexplicable capacidad de inspirar la entrega del amor musical y la sanación del dolor vivencial que el plenero realizaba. Esta atrevida y resistente fuerza física que podía convocar a cientos de personas desenfadadas en sus desafueros en los alrededores de un cafetín de arrabal era más peligrosa y contestataria para los ordenadores del poder colonial que los mensajes verbales de las canciones aunque estos mensajes también contribuían a la desfachatez de los cuerpos arrabaleros. Hacia esa fuerza corporal plenera que los músicos inyectaban en la gente cantora bailadora se enfiló la intolerante agresividad punitiva de policías propietarios y gobernantes.
Comparado con el orden calculado vigilado acaparado de las centrales de Guánica Aguirre Fajardo donde cada edificación máquina o habitante estaban localizados en funciones y espacios segregados según el racismo inapelable de los extranjeros propietarios y sus insulares asistentes el arrabal plenero era un desorden racial sexual musical de oscuridad biológica y propensión delictiva que se celebraba a sí mismo con pasión inagotable y confirmaba así ante los colonizadores la peligrosidad de una gente sometida a la inferioridad. La plena sonaba a pesar de los cuerpos enfermos y malnutridos hambrientos y explotados marcados por la violencia y la muerte. Y la plena era una función corporal: una oralidad muscular-mental que para los habitantes acomodados era una basura y para los habitantes desposeídos era un salvamento.
El cuerpo en oralidad plenera producía el bembeteo musicalizado con su riqueza verbal de contestación pero a la vez producía el movimiento físico del salvamento corporal de la sanación cuyo límite de insuficiencia histórica fue la persistente voluntad patriarcal del hombre plenero sobre el cuerpo de la mujer plenera. La plena no pudo curar las heridas del antagonismo sexual machista y todavía hoy no ha podido resolverlo. Los censos y registros contienen datos y provocan sugerencias de las evoluciones de Bumbún en el inestable manejo de cuerpos de mujer. Sus colegas pleneros y los demás hombres del ámbito barrial intentaron controlar la insubordinación frecuente de las mujeres que –móviles e informadas por la necesidad de trabajar para traer ingresos al hogar- se escurrían de las monogamias abusivas.
En la década de los años 20 lo mejor de la plena se reunía en los cuerpos de Bumbún y sus músicos y –mientras se les negaba inclusión en las debatidas identidades nacionales que forcejeaban por alcanzar consenso en aquel tiempo- se les concedió entrada ocasional a las fiestas de los ricos donde Bumbún y sus pleneros –separados de sus entornos arrabaleros y presentados en divertidos espectáculos pagados- no traían consigo el desorden oscuro y amenazante sino la simpatía salada y chispeante de un “negrito” que sabía desenvolverse en oficio de entretenimiento. El salvajismo imputado a la gente negra de las barriadas –como Elena Sánchez la prostituta negra que recibió un tajo en la cara por parte de una mujer celosa- quedaba fuera de la mansión iluminada y lejos de la moralizada gente de bien. En la fiesta blanca había espacio ocasional para el servilismo contratado por mísera paga de los músicos de plena.
Durante unos pocos años Bumbún vivió de los ingresos de su trabajo plenero a tiempo completo que le permitió alejarse del cañaveral pero no le permitió salir de la pobreza. Al igual que muchos de sus compañeros obreros cañeros su cuerpo envejeció temprano y –alojado por el mayordomo de la hacienda donde trabajó y cantó- sucumbió a las enfermedades acumuladas por la miseria y murió sin llegar a vivir medio siglo. Su genialidad musical como compositor cantante panderetero le consiguió el reconocimiento amoroso de colegas vecinos paisanos pero su vida corporal fue una continua colindancia con la muerte de sus allegados. “Tanta vanidad/ tanta hipocresía./ El cuerpo después de muerto/ pertenece a la tumba fría”. En 1929 –mientras Canario imponía a la plena el orden simplificado y comercializado de las exitosas grabaciones que hizo en Nueva York adjudicándose la autoría de plenas de Bumbún y sus colegas- Joselino Bumbún Oppenheimer murió en su casa a los 45 años sin que lo mataran en un baile de plena y sin que su legado fuera recogido íntegro y documentado. Su cuerpo ya ido se inmortalizó en la leyenda del Primer Rey de la Plena. El cuento pleneao de Bumbún necesita más preparaciones.