El denso tejido urbano de los barrios Marina Meridional y Marina Septentrional
Memorias de la costa III
Dando pasos inseguros por el litoral mayagüezano
Me da vergüenza decirlo, pero ahí va: conozco muy poco de Mayagüez, a pesar de haber trabajado en esta ciudad por más de 34 años. Para mi siempre fue el lugar de trabajo, desde donde llegaba en las comunidades dormitorio donde residía. En los últimos años he recorrido la ciudad y la voy conociendo con mucho cuidado. Amigos entrañables, como Ruperto Chaparro, ocasionalmente me dan un tour del Mayagüez de su infancia y voy, a retazos, armando mi propio mapa mental de ese entorno. Sé muy bien que—adrede–(y por razones inexplicables), evité meterme de lleno a conocer ese entorno costero. Tal vez porque tenía las manos llenas con el resto del país y una buena parte del archipiélago caribeño. En retrospectiva, me apena mucho no haber explorado ese mundo del litoral, con los asentamientos conocidos como Mejiquito, La Rasqueta y La Cócora que fueron el objeto de la borradura producida por la construcción del Paseo del Litoral, Israel “Shorty” Castro. No obstante, los tengo en la mira y lentamente voy dando pasos para visitarlos en la gran máquina del tiempo que tengo en las manos.
Hace unos cuatro años, entusiasmado por el buen amigo Pedro Roig del Archivo General, nos dimos a la tarea en el CIEL de curar, inventariar y preparar para consulta varios libros de novedades de La Policía de Puerto Rico, entre ellos el libro de Mayagüez Playa, que incluye los barrios Marina Meridional y Marina Septentrional y porciones de la carretera de Guanajibo. Abrir sus páginas era internarse en el mundo costero del puerto de la ciudad, sus calles, barriadas y sectores, con su gente y su cotidianidad. Era una invitación a la etnografía histórica, a ese proceso de transitar por los documentos con la mirada atenta y tomando notas en detalle de su gente, las cosas, las estructuras, sin perder de vista que se trata de una mirada por carambola. Es decir, atisbando una realidad a través de unos hombres preparados y entrenados formalmente para ver el delito, la falta, las palabras soeces y los gestos obscenos de los habitantes en tránsito por el mundo frenético del puerto. Sospecho que los más alertas y capaces eran enviados a los mítines políticos para poder tomar notas sobre los discursos y sus referencias al trabajo y al capital, literalmente. Ha sido un ejercicio de hacer etnografía, de las notas tomadas por otros observadores y de ahí, el efecto carambola.
El paisaje urbano
Nos hemos tomado un selfie en el estilizado espacio frente al mar del restaurante Costas, al lado de la terraza de las banderas, un día cualquiera. La foto revela la ubicación: ¡Buenos Aires! Estamos donde antes estuvo esa barriada de la Marina Meridional, justo frente a la Aduana y al lado de donde una vez estuvo un alumbrado construido en una torre de metal, al que le llamaban El Faro (hoy el bar El Faro de Pedro). Mayagüez ha tenido innumerables transformaciones, sobre todo en la costa donde las haciendas azucareras y los fuegos reconfiguraron el paisaje. El plano de la ciudad de 1888 nos presenta un entorno límpido sin las posibles casas y bohíos que pululaban en La Playa.
La historiadora Ramonita Vega Lugo ha descrito ese entramado urbano mayagüezano en su obra Urbanismo y sociedad (1836-1877). En ese trabajo Vega Lugo documenta cómo las autoridades gubernamentales evitaron por todos los medios a que la zona de La Playa fuese invadida por particulares, a pesar de que el Ayuntamiento tenía interés en ceder propiedades y solares en la playa (2009: 250). La ciudad y el gobierno batallaban contra diversas fuerzas: los incendios, los terremotos y la prevalencia de las fincas de caña que servían a modo de una muralla de la expansión urbana hacia La Playa. El camino hacia el puerto no era el mejor (era “tortuoso”) y atravesaba humedales (“pantanos”) que debieron ser parte del entorno de estuario del Río Yagüez, la Quebrada de Oro, el Caño de Boca Morena, al oeste del río, y la Quebrada Mangual, al este. No obstante, hacia finales del siglo XIX la ciudad se expandió hacia la costa por los ejes viales de la calle Méndez Vigo y el Boulevard Balboa (2009: 282). Vega Lugo (2009: 350-353), Aguiló Ramos (Sin fecha, 1992) y Nieves Méndez (2010) han destacado la importancia del puerto y las casas comerciales que tenían una relación con la altura y la producción cafetalera y que desde la costa mantenían importantes relaciones comerciales con el extranjero. Esa actividad comercial y económica sentó las bases para el desarrollo de un animado entorno urbano, poblado con sectores populares que sirvieron a la transportación marítima y ferroviaria y a la industria de la aguja, que comenzó con la venta de manualidades y bordados hechos por mujeres a los turistas en los puertos y que tomó vuelo a partir de 1911, como una industria importante.
La Marina Meridional
No cuento con un buen mapa de las calles y barriadas de la Marina Meridional en la década de 1930. El Censo de los Estados Unidos justo para ese año enumera los siguientes sectores y calles: Camino a Guanajibo, Fundición, Punta Brava, Quintana, Quintita, San Juan, Echagüe, Callejón de las Flores, Buenos Aires, Callejón Dulces Labios, Callejón Rabo de Ratón, Callejón Cangrejo, Calle Comercio, Calle Nueva (la principal) y las calles 1, 2, 3, 4, 5, 6, 11, 12. Cerca de 6,000 personas vivían en esta parte de la ciudad, dedicándose a una variopinta cantidad de oficios y labores. Esos datos del Censo y lo observado en la foto aérea de esa fecha, sugieren que esa área había crecido al sur de la calle Méndez Vigo y el Boulevard Balboa, en los predios de la Central Cristy y lo que hoy se conoce como Dulces Labios. Al compararlo con el plano de 1888, me sorprende que el Censo no haya indicado las calles Fomento, Industria y Unión, que todavía hoy persisten en esa zona, asunto que se entiende por estar ubicadas ahí los almacenes de las firmas comerciales (Aguiló Ramos, Sin fecha).
Esta gente de la Playa tenía una gran cantidad de oficios, muchos de ellos de carácter técnico y artesanal: albañiles, carpinteros, tipógrafos, taquígrafos, barberos, hojalateros, maquinistas del ferrocarril (el barrio Trastalleres, homónimo del de Santurce, estaba–y aun está—al otro lado del Río Yagüez en la Marina Septentrional), mecánicos, tabaqueros (había en la zona una fábrica de cigarros), choferes, pintores, panaderos, fundidores (en la Simón Carlo, en el Boulevard Balboa, hoy La Candelaria), zapateros y obreros de una fábrica de pastas (operarios, cortadores). Había varios profesionales también, profesoras y profesores (en una casa residían varios de los Estados Unidos que laboraban en una escuela privada), gente de la banca, oficinistas, ebanistas, operador del cinematógrafo (del Teatro Carmen y el Dos Marinas), tenedores de libros y un arquitecto. Los comerciantes eran muchos, así como personas ligadas a este sector, de una manera o de otra: dueños de negocios, vendedores y revendones de frutas, viandas y tabaco hilado, lecheros (había una vaquería cerca), quincalleros, dependientes de tiendas, pulperías y almacenes. Un puñado de hombres se dedicaban a la agricultura como labradores u hortelanos, dueños de sus predios. Un buen número de mujeres se dedicaban al servicio doméstico, como sirvientas.
Es curioso, si comparamos esos datos con lo observado en otros censos, que muy pocas personas en Mayagüez Playa estaban desocupadas, ya que la participación laboral era casi absoluta. La inmensa mayoría de las mujeres y los hombres estaban empleadas en las dos industrias más importantes del municipio y las que contribuían a la formación y circulación del capital: la industria de la aguja y la transportación marítima, ambas bajo formas extraordinarias de explotación de la mano de obra y problemas de salud, como la tuberculosis. Las mujeres trabajaban en los talleres como costureras, bordadoras, planchadoras y lavanderas, o lo hacían desde su casa a destajo para los talleres de familias como Brígida Román, William Mamery, Gloria Domenech, John Vidal, Toñita Ricomini y María Luisa Arcelay (véase a Bayron Toro 2013), en procesos documentados por Lydia Milagros González en su importante obra Una puntada en el tiempo (1990); sin duda, un trabajo esencial para conocer a Mayagüez y su entramado urbano. Estas fueron familias que quedaron fijadas en la memoria colectiva a través de las plenas del viejo Mon Rivera (Monserrate Rivera Alers), uno de los signos culturales, musicales, políticos, comerciales (era un plenero publicitario, se ganaba la vida cantando anuncios para firmas comerciales) y sindicales de estos barrios.
Por su parte, la inmensa mayoría de los hombres estaban empleados como cargadores y estibadores (palabra que solo aparece una vez en el Censo) en los barcos y en los almacenes y comercios de La Playa, en las grandes casas comerciales como Esmoris, Carreras y otros. Estos hombres se declaraban en el Censo con esas tareas, pero las mismas padecían de cierta precariedad, pues muchos eran temporeros y dependían de los avatares del flujo variable de las mercancías y el arribo de las embarcaciones. A estos trabajadores le podemos sumar los que estaban empleados como dependientes de los almacenes, enumerados arriba. Junto a ellos otros hombres laboraban moviendo la mercancía como carreteros, despachadores de goletas, maquinistas, y marinos en barcos de vapor y en goletas. Probablemente algunos carpinteros estaban contratados en labores relacionadas con las goletas y los muelles. Ese era, probablemente, el caso de Juan María Piccini [sic, por Juan María Pizzini] a quien le he seguido el rastro ya que llevó una vida sindical intensa con los trabajadores de los muelles, contra los almacenes y navieros y reclamando participación democrática de las uniones de Mayagüez, Aguadilla y Ponce en las decisiones sobre los paros y las huelgas, acciones documentadas en el Libro de Novedades de La Policía y en el libro No estamos pidiendo el cielo (Taller de Formación Política 1988: 31).
En una casa de ese barrio había varios hombres dedicados a la navegación como contramaestres y marinos y su apellido—Barber—nos lleva al gremio de la gente de mar en el siglo XIX en Puerto Real de Cabo Rojo, donde ese apellido es sinónimo de una intensa y persistente tradición en la pesca y en la navegación.
¿Y la pesca? Curiosamente no hubo una sola persona dedicada al oficio de pescar, excepto por un hombre que se identificó como vendedor de pescado. ¿Cómo explicarlo? Probablemente los hombres dedicados a la carga de mercancía, los estibadores, se ocupaban también en la pesca, en el tiempo muerto del puerto, cuando no había vapores o cuando arreciaban los conflictos laborales con los paros y las huelgas. Es un detalle de sus vidas que hemos documentado en las negociaciones laborales. Es por ello que ese oficio no aparece como tal, pero está ahí, presente en sus vidas playeras.
Sabemos bien que al Censo se le escapan muchas cosas y sutilezas de la vida social a las que los funcionarios no tienen porqué prestarle atención. Para parear las estructuras ocupadas con las calles se remiten al plano oficial y a las calles según trazadas y nombradas. Y nada más. Quedan fuera también los pequeños negocios, los bares, los cafetines, los alambiques de ron cañita, las casas de citas, la salas de bailes, las casas furtivas de juegos ilegales como topos y monte y los vendedores de bolita o bolipool con libretas de nombres sugerentes: Honradez, Libertad y Quisqueyana, y la fábrica de ron cañita. Es en esos lugares y en una toponimia urbana muy peculiar donde la vida de La Playa se torna frenética, violenta, excitante, y candente; una que llama la atención de los oficiales policiacos que usualmente son testigos de atropellos, improperios y epítetos lanzados a troche y moche. Como sugiere Fernando Picó, esa era la vida cotidiana de nuestro país en esos años, o tal vez todos los puertos del mundo son una réplica del puerto de Brest, descrito por Jean Genet.
La Marina Septentrional
Este barrio, justo al norte del Río Yagüez (en la banda allá) tenía su propia configuración física y urbana en los siguientes lugares: Concordia, el Ensanche Boca Morena, Palmarito, Vista Alegre, Calle San Pedro, el Callejón del Fósforo (zona muy animada en los reportes policiacos), Trastalleres, Calle y Callejón Sultana, Boca del Río, y la Calle San Pablo. Allí vivían cerca de 3,900 almas en 1930. La Marina Septentrional también una amplia variedad de personas empleadas en diversos oficios, trabajos y profesiones, muy parecidos a los que he descrito para la Marina Meridional. Tal vez con un poco menos de personas empleadas, pero con una fuerte participación en la industria de la aguja como bordadoras, caladoras, costureras, cortadoras, deshiladoras, lavanderas, planchadoras, comisionistas de bordados, cortadoras, revisadoras y agentes de los talleres. Al igual que en la Marina Meridional, había muchos hombres empleados como cargadores en los vapores, pero no tantos como en aquel barrio. También había personas en labores gerenciales que no vemos en el otro barrio: dependientes, supervisoras, tenedoras de libros y agentes de los talleres, conocidos como “los vampiros de la industria” al extraer comisiones de las trabajadoras.
Comparándolo con la Marina Meridional, las diferencias más significativas en la composición laboral eran las siguientes: (1) sirvientas, cocineras, planchadoras y choferes para casas privadas; (2) personal contratado en el ferrocarril: fogoneros, maquinistas, herreros, mecánicos, despachadores, engrasadores, guardafrenos (hacían de todo), guardianes, despachadores, guarda almacén, electromecánicos, jefe de la estación e ingeniero del tren (un “madamo” de St. Thomas); (3) artesanos del tabaco: torcedores, tabaqueros, cigarreros y capataces; (4) carpinteros de toda índole, con su propio taller, desde sus casas o en los almacenes (por ejemplo, Esmoris Maderas) y talleres privados; (5) comerciantes y dependientes de los comercios; (6) cerca de 10 pescadores (uno de ellos de apellido Barber), dueños de botes de pesca y un vendedor de pescado; y (7) lancheros, boteros, y marinos en las lanchas y en los ancones.
El azúcar, las mercancías (el puerto), el comercio y la industria de la aguja estaban servidas laboralmente por la gente de las dos Marinas. En ambos barrios había una presencia extraordinaria de mujeres y algunos hombres en la aguja, con mujeres que trabajaban en talleres o lo hacían desde sus casas. En ambos, pero sobre todo en la Meridional, había hombres empelados como estibadores, cargando y descargando las mercancías. La Marina Septentrional proveía la fuerza de trabajo al ferrocarril (desde Trastalleres y Concordia), suplían pescado fresco, y servían a las clases acomodadas mayagüezanas con choferes, planchadoras, lavanderas, cocineras y sirvientas. Desde allí el trajín de la carga se servía de los lancheros. El puerto de Mayagüez dependía, más que otras instalaciones similares en el país, del lanchaje: el proceso de descargar las goletas y los vapores desde los costados de las embarcaciones y pasarlas a lanchas y ancones para entonces llevarlas a tierra (a la playa) y estibarla en el almacén. Por ello este grupo de navegantes era de vital importancia y parece que estaban un poco distanciados de los unionados, quienes eran en su mayoría estibadores. El número de marinos y lancheros en la Marina Septentrional era altísimo y marca de manera prominente a este barrio, junto con los empleados del ferrocarril y los otros sectores indicados.
Breve recorrido por el laberinto de las Marinas
Los oficiales policiacos nos llevan de la mano en el Libro de Novedades de Mayagüez Playa, por los intersticios urbanos de los barrios Marina Meridional y Marina Septentrional, dejándonos ver la rica toponimia del área, con algunos nombres que aparecen en el Censo y otros que son parte de la vivencia cotidiana y la necesidad de nombrar los sitios. Hay en esas páginas referencias a hitos del paisaje, empresas, muelles, cafetines, bares, estructuras, calles, callejones y sectores o barriadas internas. He aquí una muestra de ellos: El Sector Los Patos (en Palmarito), La Puntilla (Calle La Quebrada), Mayagüez Dock and Shipping, American Rail Road Co. (almacén), el malecón de la Bull (compañía naviera), el Coconut Hut, el Hotel Coco, el Callejón Nuevo Bélgica, Callejón Las Feas (por Quintita), Sal Si Puedes, el Teatro Carmen, el Teatro Dos Marinas, el Murallón (en Dulces Labios), el Callejón de la Juntita, el callejón Nuevo Bélgica (Playa), el Callejón Venecia (por la calle San Pedro), La casa del Alemán y el Muelle de los Franceses, el Callejón Tejón, el Puerto de las Selvas, La Puntilla, Puerto Arturo (probablemente un establecimiento en la calle Concordia y la esquina San Pablo), la Escuela del Carmen, La Iglesia de la Virgen del Carmen (patrona de la Marina Meridional), la Sultana de la Playa, la Escuela Santiago Riera Palmer (lugar de celebración de mítines políticos y sindicales), el muelle de la Mayagüez Dock, la Calle del Tablón (donde se celebraban las fiestas patronales de la Virgen del Carmen), Carrera y Hermanos, Esmoris Maderas, y la Mayagüez Lumber Yard, entre otros.
La foto aérea de 1930 sugiere que esos barrios crecieron dramáticamente en dirección al norte, hacia La Puntilla (todo el tejido de Concordia, Trastalleres y zonas aledañas) y en dirección al casco urbano del pueblo (al este) y al sur de los ejes viales la Avenida Méndez Vigo y el Boulevard Balboa (el sector Dulces Labios). Sospecho que esa expansión urbana, promovida por la intensa actividad comercial de importaciones y exportaciones fuertemente afianzada en el siglo XIX, y la intensa actividad productiva de la industria de la aguja en el siglo XX, pobló ese entorno—en ocasiones rescatando tierras al mar, los humedales costeros y las fincas de caña y cocales—con una masa crítica de gente convertida en una reserva de mano de obra dispuesta a mover los engranajes de la economía colonial en esa fase (véase también a González García, 1990: 31).
A esa actividad le acompañó la necesidad de una inmensa variedad de obreras y obreros, de oficios y profesiones, así como de comerciantes dispuestos a proveer las provisiones básicas (pan, pescados, leche, viandas, frutas, dulces en la pulpería, refrescos, implementos de metal y otros artefactos provistos en la quincalla y mercerías, por ejemplo) y los servicios esenciales de la época como: zapaterías, carpintería y mecánica. Sin duda, la gente visitaba la extraordinaria Plaza del Mercado donde conseguían de todo, pero localmente las Marinas parecían estar muy bien surtidas con sus negocios.
La vida según el Libro de Novedades de La Policía
Una cosa es la cotidianidad mayagüezana (o la de cualquier lugar) y otra es lo que fue visto, escuchado y reportado por los guardias del Cuartel de Mayagüez Playa, atentos a la actividad delictiva, la actividad política y sindical y el movimiento de la mercancía en el puerto y las acciones de los marinos y estibadores relacionados con el salario ofrecido por los almacenes y las compañías navieras. En su mirada, este era un mundo violento. Era también un entorno marcado por una extraordinaria pobreza, de salarios miserables, de grandes carencias y de una gran cantidad de desocupados y hasta desamparados que transitaban por estos barrios buscándoselas de cualquier manera, llevando recados, vendiendo cosas, robando, en juegos ilegales, o en la prostitución. Gente que ocupaba furtivamente los espacios privados y públicos (lanchones, aceras, encerados, muelles) para pasar la noche y que eran denunciados a la Policía. El Partido Comunista, el Comité de Desempleados y La Liga de la Defensa de Mayagüez, entre otras, declaraban en sus mítines por las calles de La Playa su preocupación con el desempleo, los desocupados y aquellas y aquellos que bajo ese renglón caían en el bandolerismo. Son gente—al igual que muchos que ocupan casas y empleos—que han llegado a La Playa desde Ponce, Las Marías, Añasco, Maricao, San Germán, Lajas y otros municipios, en busca de empleos y un techo donde vivir.
La violencia—en las páginas del Libro de Novedades de la Policía—es, por la naturaleza del texto, una constante y en todas las direcciones: suicidios, intentos de asesinato, la llamada violencia machista, violencia contra los menores y una extraordinaria y rica violencia verbal disparada en todas las direcciones posibles, pero sobre todo entre contendientes ebrios y contra mujeres que parecían estar involucradas en la prostitución, ya por ser declaradas así por los guardias, o porque sus discursos (escuchados por los policías y otros testigos) así lo sugieren. No es urgente, pero sí necesario, comenzar a armar un inventario de nuestros epítetos, improperios y profanaciones, que me consta son tres asuntos distintos.
Era una violencia personal detonada—en muchas ocasiones—por el alcohol y por diferencias personales desatadas por asuntos de dinero o las afrentas de cada día. Era un entorno de puñetazos, patadas y empujones. La piedra era el “arma” de rigor, y las pedradas (a las personas o a las casas) la forma de agredir. A las piedras le seguían los fuetes, las navajas, las cuchillas, las navajitas de afeitar (la famosa Gem, documentada por Mayra Rosario Urrutia, 2013), las botellas y el incendio. En el Mayagüez urbano no aparece el machete, tan común en las zonas rurales, ya para cortar al otro o a la otra, o para dar dolorosos planazos por la espalda y extremidades. Muy pocas armas de fuego son registradas en el Libro, y son en su mayoría pistolas de calibre 9 milímetros y el revolver Smith, involucradas en asesinatos y suicidios. Es posible pensar que la revolución o el enfrentamiento con el imperio sería a navajazos, según un discurso del Partido Nacionalista en el sector Concordia, en octubre de 1934.
La invitación a la pelea era común, precedida de “amenazas”: “tírate pa’bajo” (es decir, baja de tu casa a la calle), “te voy a partir la cara”, y “te voy a dar en la cara”, entre otros. Puños, bofetadas, empujones, acompañados de guaperías (“aquí el guapo soy yo”, “ustedes son unos pendejos”, “me cago en la madre del guapo”) y otros improperios eran parte del ritual de la violencia en las calles de los barrios Marina.
A pesar de que la inmensa mayoría de las personas declararon tener trabajo en el Censo de 1930, la gente de estos barrios playeros vivían en una gran precariedad caracterizada por lo inseguro de sus trabajos, una precariedad que se desbordaba en las luchas sindicales contra las compañías navieras, los dueños de los almacenes y las talleristas (dueñas de los talleres de costura). No he visto en esas páginas animosidad laboral contra la compañía de ferrocarriles o contra otros sectores, pero sí en la industria de la aguja y en los muelles, contra los patronos, y entre ellos. La Policía, en su clásico rol de defensora de la paz y la integridad del capital, velaba porque la violencia fuese mínima y observaba de cerca las actividades de los grupos sindicales (Federación Libre de Trabajadores, La Unión de Trabajadores de los Muelles y su variantes), grupos cívicos, partidos políticos y organizaciones que velaban por el interés de las trabajadoras y los trabajadores. Los policías visitaban constantemente el puerto y reportaban sobre los vapores y embarcaciones que habían arribado, con los nombres y horas, y documentaban si los trabajos de descarga se hacían sin novedad y sin amenazas de paros e inclusive notificaban cuánto era el pago por hora a los obreros en ese momento y cuántos trabajadores había laborando en la carga y descarga. Es decir, le tomaban el pulso a la actividad productiva de todos los días, velando porque no hubiese violencia ni disrupción. Conocemos los nombres de los organizadores y de los participantes, las coordenadas precisas de los mítines (calles, esquinas, lugares) e inclusive los temas de los discursos. Sobre todo, sabemos si no se incitó a la violencia o si no se ofendió a nadie. No he registrado ningún informe donde el policía haya dicho lo contrario, a pesar de que el discurso haya invitado a derrocar el sistema capitalista y los expositores hayan lanzado dardos zahirientes a oficiales públicos y dueños de empresas.
Coda…por ahora
Esta ha sido una mirada a vuelo de pájaro del rico y denso mundo social de los barrios de Mayagüez Playa. Mi interés radica en seguir transitando esas calles a través de diversas fuentes (pero sobre todo, el Libro de Novedades de la Policía) con una perspectiva etnográfica, desguazando esos detalles de la vida cotidiana para hacer un ejercicio de nanohistoria y antropología de la costa. Hay mucho que decir, pensar e imaginar. Esta gente en la década de 1930 tenía una rica vida cultural, laboral, sindical y social. La antropología de los puertos está por hacerse y es tiempo de abordar ese complejo mundo social y técnico que ha hecho posible ciertas dimensiones de nuestra desarrollo económico. Con sus carencias, vicisitudes, precariedad, violencia, trashumancia, movimiento, beligerancia, imaginación y trabajo, esta gente hizo lo posible por ir hacia delante, en un momento crítico de nuestra vida como pueblo. Lo interesante es que lo hicieron reconstruyendo sus vidas y espacios luego de sufrir el embate del terremoto y maremoto de 1918, evento que arrasó con vidas y propiedades de La Playa. Doce años más tarde, esta gente hacía vida costera y contribuía a la formación del capital cañero, comercial e industrial al son de la plena urbana y de los aires festivos de los cafetines y las fiestas de la patrona de ese lugar: La Virgen del Carmen.
Nota
Este trabajo es parte del proyecto de investigación “De cara al mar”, subvencionado por el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. El autor es en estos momentos investigador afiliado del Centro Interdisciplinario de Estudios del Litoral (CIEL) de UPR-Mayagüez y del Instituto de Estudios del Caribe (IEC) de la UPR en Río Piedras.
Referencias
http://www.mayaguezsabeamango.com/archivos/historias-final/1506-la-marina-septentrional
http://www.mayaguezsabeamango.com/los-nuestros/mon-rivera
Aguiló Ramos, Silvia (directora). 1992. Estudio inventario tradicional de la zona portuaria de Mayagüez (Con Luis Pumarada, Fernando Plá, Luis Justiniano y Arnaldo Cruz).
Aguiló Ramos, Silvia. 1986. Mayagüez: Notas para su historia (Segunda edición). San Juan: Comité de Historia de los Pueblos.
Aguiló Ramos, Silvia. Sin fecha. Mayagüez desde su puerto. Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y Programa Sea Grant.
Bayrón Toro, Fernando. 2013. Mayagüez: Temas de su historia y geografía. Mayagüez: Edición especial de la Editorial del Museo Eugenio María de Hostos.
González García, Lydia Milagros.1990. Una puntada en el tiempo: La industria de la aguja en Puerto Rico (1900-1929). San Juan: Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP) y Centro de Investigación para la Acción Femenina (CIPAF).
Nieves Méndez, Antonio. 2010. Mayagüez ciudad portuaria: Siglo XIX. Aguada: Editorial Aymaco.
Rosario Urrutia, Mayra. 2013. “Al estilo comando”: Mutilaciones callejeras del cuerpo femenino en Puerto Rico, 1945-1956. Op. Cit., núm. 22, 2013-2014, pp. 141-172.
Taller de Formación Política. 1988. No estamos pidiendo el cielo. Huelga portuaria de 1938. San Juan: Ediciones Huracán.
Vega Lugo, Ramonita. 2009. Urbanismo y sociedad: Mayagüez de villa a ciudad, 1836-1877. San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia.