El momento exige una propuesta utópica
En el año 1501, Miguel Ángel recibió el encargo de realizar una escultura para ser colocada en la Plaza de la Señoría de Florencia. Esa escultura se convertiría en una de las más famosas y admiradas de la historia: el David.
Aunque David es un personaje de carácter religioso, en este caso, Miguel Ángel lo convierte en un símbolo político: David frente a Goliat. El pastor frente al gigante. Florencia frente a Roma.
Un hermoso joven se presenta en el centro de la ciudad (la civitas, espacio urbano, ciudadano, la plaza) adoptando la clásica postura del contrapposto: una pierna ligeramente flexionada y la otra apoyada. Esta postura le da a la figura elegancia, describiendo una ligera curva en la cadera, una postura que trasmite sensación de reposo, de tranquilidad. No hay miedo, ni esfuerzo. David tiene una enorme confianza en sí mismo, en su triunfo. Con su mirada cargada de fuerza, de terribilitá, se dirige al gigante: “estás vencido, estás muerto”. Así mira Florencia hacia Roma.
David está en reposo, no tiene que hacer nada para que todos sepamos que ha vencido antes de entrar en acción. No tiene que morderse los labios como el David de Bernini, ni concentrar todo su esfuerzo en ser certero en el tiro de la honda, ni tensar los músculos con toda su fuerza para matar con una piedra a Goliat. No, el David de Miguel Ángel sabe de su triunfo y nosotros también. Su triunfo está en la inteligencia, su triunfo está en la razón.
El triunfo de David es el triunfo de Florencia, continente de los mejores modelos del Renacimiento, del Humanismo. Florencia puede mirar así a Roma y presumir de su modernidad: ahí están para demostrarlo la cúpula de Santa María de las Flores, ese gran alarde técnico y conceptual de Brunelleschi. Ahí está la Trinidad de Masaccio superando la bidimensionalidad del muro y creando una tercera dimensión gracias a la perspectiva, un espacio infinito en el que se pierde la mirada. Allí se pintaron los primeros retratos y se reinterpretaron los mitos clásicos. En Florencia, Boticcelli orientó el arte hacia el ideal neoplatónico de belleza.
¿Es acaso David un demente que se enfrenta a un gigante sin hacer un esfuerzo físico? ¿Está loco por estar seguro de su victoria, aun antes de entrar en la batalla? Estamos todos locos por dejarnos convencer de ese triunfo sólo por ver la mirada de David, su seguridad y convencimiento?
No, no estamos locos, es que su victoria es segura y es segura porque la inteligencia, la razón, la estrategia, están de su lado. La fuerza y la brutalidad del gigante no podrán contra las armas de David. Lo sabían los florentinos del siglo XVI y lo sabemos nosotros, espectadores del siglo XXI.
Apliquemos esa certeza al mundo que nos rodea. Es tiempo de utopías, es tiempo de creer en otros mundos posibles, es tiempo de sabernos vencedores de la barbarie con las armas de la razón y de la cultura. Es tiempo de desear un porvenir más justo y más luminoso. Es tiempo de mirar con certeza, con convencimiento y con serenidad. No pasemos por alto las propuestas utópicas, no dejemos que la palabra utopía pase a significar imposibilidad. Las utopías tienen el poder de orientar, tienen el poder de enfocar el camino a seguir, tienen el valor de darnos esperanza y tienen el valor de darnos confianza. Tengamos el valor de mirarlas.