El Mundo como retrato
Pero el mundo ha pasado de ser uno que comunica con las palabras a uno que habla con las imágenes, y lo que manda es una mirada desde el cielo a la tierra, la mirada de hombres blancos que nos retratan a nosotros, el blanco. Por el privilegio, pagarán $1500 por un par de lentes equipados con una computadora miniatura llamada Google Glass. No es solamente el hecho que Sergey Brin, el co-fundador de Google, comentó que usar un mero smartphone es algo que priva a uno de su masculinadad (“emasculating” fue la palabra que usó). Aunque el Glass es otro truco de marketing global, la lógica de esta visión es como una nueva conquista. La mirada masculina, proyectada por aparatos de tecnología, nos está colonizando como si fuéramos taínos desaparecidos.
Con los espejuelos de Google Glass, o las copias inevitables que luego surgirán si este producto tiene éxito, tendremos la habilidad de recibir una corriente de información constante, incluso mapas del terreno que enfrentamos, la temperatura, Facebook status updates, Twitter feeds, llamadas de teléfono con imágenes de nuestros seres queridos, un timeline en real time, un espejo en donde nada se ve al revés. Y, lo que pone nervioso a negocios y ex-jefes de Homeland Security, la capacidad de grabar video de cualquier objeto o situación que estás observando simultáneamente con tus vivencias real-time. Vigilancia para llevar (to go), es decir.
Sería posible la integración de esta tecnología con los propios ojos a traves de cirugía, algo que nos puede hacer imaginar situaciones como las que se ven en este corte experimental llamado Sight. El protagonista se ve proyectándose en fantasías de video juegos, una cita en un restaurante en donde todo se puede escoger del menú digital y pagar con movimientos de los ojos, y por supuesto, la tecnología le ayuda a conquistar su objeto femenino. Me imagino que sería útil también el Google Glass para evitar que los atletas gay te coquetean en el vestuario del gimnasio debido a la amenaza de poder grabar todito de este tipo de interacción.
Ya pasó hace unas semanas atrás el momento de inscribirse como un Glass Explorer que es el nombre dado a socios que podrían pagar los $1,500. Esta oportunidad fue diseñada para desarrolladores de software apps para el sistema, o quizás los privilegiados interesados en probar este nueva avance, y de alguna manera “sentirlo.” Pero mirando el video How It Feels, es aparente que esta tecnología existe para capturar momentos en una manera que aumenta la distancia entre el observador y la otra, para poder pintarla como obra de arte. Es un proceso que al principio debe de provocar mareos mucho más serios que la televisión de tres dimensiones, o una distorsión que los surrealistas nunca podrían imaginar.
A la misma vez se está desarrollando una resistencia sobre el potencial existente de que un día estaremos caminando por las calles con estos aparatos puestos, totalmente absorbidos en el mundo “Yo y Mi Glass.” Estas personas, ya reconocidas como “glassholes,” se pueden denunciar como una versión nueva de los más asquerosos que caminan por la Ashford, sorbiendo un Starbucks y hablando a todo volumen en su celular. Lo que me preocupa es que la teoría –que los glassholes se van a perder en mareos o van a ser rechazados por gente de consciencia– se podría evaporar como el humo de un cigarrillo eléctrico, y que al pasar el tiempo nos acostumbraremos a navegar las calles robóticas del futuro como si fueran la tierra del edén.
Lamentablemente, ya se puede imaginar que el galán globalizado, al conocer a alguien nuevo, podría ver su perfil de Facebook y Linked In, el reporte de crédito, sus libros favoritos y la ubicación de todos sus tatuajes en el cuerpo mientras ve el episodio de The Office que se perdió la noche anterior en una esquinita de su Glass. ¿No puedes escuchar la música que suena cuando la mira a los ojos? Y si por casualidad era el presidente del país, ¿podría percibir todo esto, y mandar otro ataque de drones a una región aislada por las montañas en Pakistán con solo un parpadeo?.
Con el Glass nos enfrentamos al espejo del libre comercio, y se ve cómo el mundo se pone cada vez más y más pequeño. En el proceso, hacemos del mundo un retrato, pero estar “en el retrato” requiere prepararse con más y más información, y llegarán las nubes de una tormenta inesperada. Alguien más claro que yo dijo que el hombre bueno no teme a la oscuridad. El problema es que en este mundo la visión está cada vez más empañada, y cuando vienes a ver ya no hay fronteras ni lágrimas, solo el sonido de otra explosión.