El niño y la rosa
En dieciocho meses su vida brotó y se apagó. Su vigor alimenta un vacío que baña todo de rojo. Por dieciocho meses yo hice algo que ya no recuerdo, porque no tengo por qué hacerlo. No puede tratarse de algo muy distinto a lo que hago hoy. Mi vida no ha cambiado durante ese periodo de tiempo en el cual a otros les toca nacer y morir. Del mundo no pudo ver mucho, durante su estadía en la Tierra. Pero le tocó ver algo que pocos solo atestiguaremos de lejos, protegidos por la distancia y el privilegio. Sin comprenderlo, presenció un exceso que se tragó su vida en el proceso. Sin comprenderlo, nosotros presenciamos otros excesos que invisibilizan la muerte, para hacerle mejor cabida al entretenimiento.
Por dieciocho meses ocupó un espacio que ahora, tampoco, tendrá cabida en nuestro mundo. Con suerte tendrá cabida en alguna de las pantallas con las cuales nos rodeamos, cobrando presencia por algunos segundos. Fueron fantasmas incluso estando vivos. Apariciones que no podrán cobrar substancia en este otro mundo. Vidas que ahora ocupan un lugar muy diferente. Que siempre confinamos en el reinado de lo distinto porque el suelo que pisan no es el mismo.
No duerme, no descansa. Tampoco vive, juega o se levanta.
10 de marzo de 2018.
*Aquí el enlace a la noticia del New York Times que inspiró este artículo sobre el niño asesinado en Siria.