El paisaje subjetivo: In-Situ
Visiones del paisaje en las Grandes Antillas
En el trópico nuestro paisaje es representado más que ninguno. Pero nuestras realidades son muchas y generalmente nuestro entorno no corresponde al de la playa de arena blanca y mar turquesa que tanto se repite en las imágenes que dan la vuelta al mundo. En esta exposición, más que el paisaje real, vemos el paisaje imaginado, en donde entran en vínculo lo que está, con lo que percibimos al observar nuestro territorio; lo que es y lo que representa para nosotros.
La muestra In-Situ: visiones del paisaje en las Grandes Antillas demuestra claramente el papel que ha jugado la pintura del paisaje en las artes visuales con contenido político en el Caribe. A diferencia de otros lugares del mundo, donde el paisajismo ha tomado un carácter apolítico, como hicieran los impresionistas a finales del siglo XIX, en el Caribe dicho género ha sido motivo de definición de una nacionalidad y una cultura propias. Además de ser elemento que representa quienes somos, el paisaje ha sido también terreno de debates políticos por la presentación que se hace ante el mundo de las islas caribeñas. La imagen de lo caribeño aparece en revistas dirigidas a la clase alta de las grandes ciudades en países imperialistas. Pero el paisaje que aparece en dichos espacios ha sido seleccionado, editado, y alterado para vender una imagen falsa que no representa la realidad que vivimos. Además, cuando los turistas de clase alta llegan a nuestras costas, son llevados a sus hoteles de lujo directamente, para que no tengan que ver la realidad de naciones empobrecidas a causa de la explotación.
Entre 1900 y 1950 fue también tendencia en el Caribe la representación de un paisaje hermoso, lleno de verdores o de azules, a menudo virgen. Solo se pueden mencionar casos excepcionales en donde se mostraba el trabajo duro, como el cubano Mario Carreño, que representa a Los cortadores de azúcar, en 1943; la dominicana Celeste Woss y Gil representa vendedores negros pobres en El vendedor de andullo (1938); y Oscar Colón Delgado representa al Jíbaro negro, en 1941. Estos ejemplos representan el trabajo de forma romántica, no expresan la explotación, sino que intentan mostrar a los personajes como personas respetables, porque se “fajan” y por ello son dignos. Esta forma de presentar el paisaje ha atraído un particular interés en el arte caribeño como uno hermoso, lleno de colores brillantes que se asemeja mucho a la idea turística del Caribe.
Nelson Rivera, en su ensayo Paisajes coloniales menciona que “todo paisaje puertorriqueño es colonial”, y además de eso podríamos aseverar: “todo paisaje caribeño es político”. Puede significar el sometimiento a unos estándares impuestos, o esperados por la metrópolis, como podría haber dicho Marta Traba o Gerardo Mosquera, o por otro lado, puede significar, como vemos en esta exposición, una apropiación de nuestro propio paisaje para hablar de nuestra realidad. Es por ello que muestras como In-Situ son importantes, porque reflejan otro discurso, otra perspectiva, que es quizás más real, aunque en ocasiones sea abstracta.
Una de las piezas que destaca es la de Armando Mariño, cubano que vive en Nueva York y que explora a través de Open Room (2007) una casa en ruinas que puede interpretarse desde un punto de vista figurativo como desde uno más abstracto. Por un lado, el paisaje caribeño está lleno de destrucción. En nuestras islas la migración es la norma, y las casas vacías son la huella arqueológica de ello. Por otro lado, la destrucción puede significar pobreza, malas condiciones de vida, incluso hasta la política de la corrupción y la enorme brecha entre ricos y pobres que existe en Haití, Puerto Rico y República Dominicana. El cuadro de Mariño no deja por ello de tener cierta belleza. El artista demuestra una habilidad en el uso del material y del color que aporta a una lectura de lugar desolado y triste, pero aun así, los colores brillantes dan una sensación de hermosura, típico del paisaje tropical costumbrista que tanto gusta ver y que ha servido para tapar nuestra realidad.
Justo a su lado vemos Tiempo de convergencias (2003) de Orlando Vallejo. En este caso, el atractivo inicial creado a través de colores puros y brillantes desaparece. Nos encontramos con una pila gris de carros, unos encima de los otros, que son también paisaje diario en la vida en las islas. Una montaña de carros que simulan un junker pero que también dan la sensación de construir una montaña, pero en este caso de basura. Al igual que lo mencionado sobre la obra de Armando Meriño, Orlando Vallejo traspasa la estética del paisaje costumbrista de montañas y campos a la realidad nuestra de todos los días en donde vivimos rodeadas y rodeados de basura. Otro elemento que el espectador puede recordar al ponerse frente a la obra de Vallejo son los tapones de Puerto Rico, también parte de nuestra cotidianeidad, que significan para unos progreso y para otros falta de planificación y de manejo de fondos públicos. Son también los tapones una forma de demostrar nuestra necesidad de consumo por un auto propio que va a terminar también como chatarra además del claro efecto que tiene en el ambiente el uso de un carro por persona.
Artistas como Anabel Vázquez y Jacqueline Bishop tratan la nostalgia del país que se deja con la migración, siendo un problema recurrente en la sociedad caribeña. Otros artistas rescatan la historia de un barrio y sus dificultades para sobrevivir como lo hace Rigoberto Quintana. En la exposición se exploran temas que incluso no se vinculan directamente al paisaje pero que, al tratarse de islas y países en donde el paisaje es parte de su emblema, de la imagen referencial, sirve como referente visual sobre otros aspectos políticos, sociales y cotidianos.
La exposición In-Situ: Visiones del paisaje en las Grandes Antillas, se exhibió en el Museo de la UPR en Cayey y fue curada por Mariel Quiñones.