El placer de hacerlo bien
El sexo es uno de los principales placeres de la vida. De ello depende la supervivencia de nuestra especie. Pero igualmente es uno de los placeres que más ansiedad provoca. Se han derramado millones de drones de tinta abordando el tema. Cada cual sabe cuánto placer disfruta al hacer el amor, pero al ser una actividad que usualmente practicamos en pareja, siempre queda la incertidumbre de si lo estamos haciendo bien.
Hacer el sexo bien es sin duda una de las preocupaciones que más afecta a los hombres… y algunas mujeres también. Ganar fama de hacerlo bien les da mayores oportunidades de aparejarse. Les crea un cierto halo de superioridad y poder, pues la autoestima crece con la sensación de que reparten alegrías por doquier.
Hacerlo bien no tiene que ver necesariamente con cuán dotada esté su anatomía. Más bien significa gozárselo y hacer gozar al otro. Pero es de todos conocido, al menos de parte de las mujeres, cuan fácil puede ser simular el gozo sexual, en beneficio de la autoestima de su pareja o de tratar de sacársela de encima… literalmente.
Para complicar la evaluación, las consecuencias de hacerlo pueden tener diferentes interpretaciones de si estuvo bien o no. Preñar a la dama puede interpretarse de cualquiera de las dos formas, dependiendo de su paradigma personal o sus circunstancias sociales.
Pero ya que gané su atención, le advierto que mi intención no es hablar de sexo, sino de hacer las cosas bien. Los estudiosos del Kama Sutra saben que más que una guía para hacerlo bien con el cuerpo, era una guía para ser mejor con el alma. Y me pregunto, ¿cómo lograr que el deseo de hacer el sexo bien lo podamos aplicar al resto de las cosas que realizamos a diario?
¿Por qué no parece provocar la misma ansiedad hacer el trabajo bien? Tampoco parece que nos morimos por tratar al otro bien. ¿Por qué no buscar el climax en la calidad y el respeto? Veamos algunas cosas que hacemos a diario y no nos causa ansiedad saber si lo hacemos bien.
Nos bañamos, afeitamos, lavamos y fregamos desperdiciando miles de galones de agua potable al año. Pedimos comida para llevar y generamos una cantidad extraordinaria de basura. Hacemos compra y usamos no menos de ocho bolsas plásticas para transportarla. Mantenemos conectados los enseres y hasta a veces los dejamos prendidos aunque no los estemos usando.
Nos acostumbramos a comer raciones más grandes de lo que necesitamos para ser saludables y luego pagamos un gimnasio para bajar de peso. Usamos el automóvil para hacer gestiones a corta distancia en vez de caminar o usar la bicicleta. Botamos desperdicios que pueden ser reciclados o reutilizados. Compramos más ropa, zapatos y accesorios de los que realmente necesitamos. Queremos mudarnos a casas más grandes y costosas porque en la actual ya no nos cabe todo lo que hemos comprado.
Descartamos el celular y otros artefactos electrónicos aunque funcionen, simplemente porque hay un modelo más moderno en el mercado. Pagamos cientos de dólares por una mascota de raza cuando regalan hermosos animalitos en los refugios. Nos embrollamos hasta el tuétano en regalos de Navidad, Madres y Padres, pero no somos sensibles a las verdaderas necesidades de los familiares y amigos que los reciben.
Talamos los árboles para no tener que barrer las hojas pero ponemos acondicionador de aire central. Llenamos el patio de cemento y luego tenemos que comprar verduras a sobreprecio en el supermercado. Vamos a misa o al culto el domingo, pero pelamos al vecino porque es distinto. Nos quejamos de la política… pero votamos por los mismos cada cuatro años.
La lista puede ser interminable, pero nada de esto nos provoca ansiedad porque, para empezar, no nos damos cuenta de las consecuencias. Si haces el sexo mal, de seguro te das cuenta enseguida y las consecuencias pueden no agradarte. Pero hacer mal cualqueira de estas otras cosas no es lo mismo; lo vemos como lo normal, lo usual, lo cómodo… lo ¨sin consecuencia¨.
Si bien el sexo es necesario para garantizar la supervivencia de la especie, hacer todas las demás cosas bien, también lo es. Y ahora más que nunca. Hemos vivido por siglos ignorando las consecuencias de nuestro consumo desmedido y nuestra falta de respeto a la armonía del planeta.
Nos hemos convertido en descarados violadores de Gaia, inmisericordes e insensibles, abusando con nuestro gozo de lo que ella nos da. Y en esa orgía nos importa poco cuánto de ella queda para las futuras generaciones.
Ahora nos ha tocado a nosotros ser el futuro alcanzado de nuestros antepasados y no nos queda mucho tiempo para ser el presente de algún futuro. Estamos cosechando lo que décadas y siglos de depredadores nos han dejado y no nos damos cuenta que lo hicieron mal. Y seguimos destruyendo a quien debemos amar. Seguimos haciéndole mal el amor a la Tierra.
La crisis de combustibles y alimentos está a la vuelta de la esquina. La estabilidad geológica y climática de la que hemos disfrutado, al menos en esta Isla, ya no le queda mucho. Pronto la debacle política incrementará porque no habrá gobierno capaz de mantener una economía sostenida.
Necesitaremos cuerpos y mentes saludables para enfrentar lo que nos viene encima. No habrá píldora milagrosa o artefacto que nos salve de la impotencia. Y ya no podemos seguir fingiendo el gozo, aparentando que todo está bien, simplemente para ignorar las consecuencias.
La próxima vez que le hagas el amor a tu ser querido, piensa cuánto desearías que ese gozo climático se prolongara en una vida plena, con armonía en la sociedad y el ambiente. Es el momento de aprender a hacer el amor bien. No sólo el sexo. Es momento de aprender a disfrutar el placer que devengan las consecuencias de hacer las cosas simple y sencillamente… bien.