El primer tercio del 2016: Villas de Boquerón
He oído decir que los primeros 12 días del mes de enero predicen los sucesos de los 12 meses del año. Es probable que se trate de una superstición, pero se me ocurrió comenzar el año en el Centro Vacacional de Boquerón de la Compañía de Parques Nacionales con el propósito de invertir en una compañía local del gobierno de Puerto Rico para colaborar un poquito con su escaso presupuesto. Esta zona vacacional, construida inicialmente en 1966 bajo el gobierno de Roberto Sánchez Vilella y cuyas últimas “villas” se construyeron en el 2003, durante el gobierno de Sila María Calderón, tiene la gran virtud de estar frente a playas del mar Caribe y proveer precios accesibles para la clase trabajadora puertorriqueña.
Se suponía que hubiese visitado esta zona vacacional en el 2001 con varios colegas y familiares (Malena Rodríguez, Rubén Ríos y Mara Negrón) pero mi esposo sufrió un problema del corazón cuya hospitalización nos llevó a suspender la estadía. En lugar de visitar Boquerón con mis colegas terminamos visitando con la familia Reyes (de Canóvanas y Nueva York) el Centro Vacacional Villas de Añasco, construido en 1990 bajo el gobierno de Hernández Colón. En esa ocasión tuve una buena impresión de lo que hoy se llama Compañía de Parques Nacionales de Puerto Rico. Dichas “villas” ofrecían los apartamentos con camas para seis personas, estufas y neveras para la alimentación de la familia, y escobas, mapos y cubos para mantener la limpieza del lugar. Era responsabilidad de cada visitante devolver cada lugar de estancia impecable, lo cual era supervisado por los empleados.
Esta vez me quedé en Boquerón con mi hijo, Danilo Giordano, quien acababa de llegar el 31 de diciembre de Israel (estudia arqueología del Medio Oriente), mi hija Carla (estudiante de COPU y Lenguas de la UPRRP), Enid Álvarez (colega de ESHI) y su hija Irene Wassner, especialista en diseño gráfico que acababa de llegar de visita desde la Ciudad de México. Pasar estos primeros cuatro días del año frente al Mar Caribe en Boquerón quizás nos diga algo de lo que nos espera durante la primera tercera parte del año 2016.
Al llegar el 1ro de enero, había solo dos empleadas a cargo de entregar las llaves y firmar los contratos para la entrega de las “cabañas” o “villas”. Había pagado por la Villa de Boquerón II, VB2-D6. Se encontraba justo frente a la playa, por lo cual los apartamentos comenzaban en el segundo piso; supongo que por el peligro de que llegara la marea y pudiera ocupar un apartamento que hubiese sido construido en el primer nivel. Ese primer piso vacío estaba ocupado por una fiesta familiar que todavía tenía colgados adornos de Santa Claus y continuaba la celebración con altísimas bocinas de reguetón. Tenían un equipo técnico típico de una presentación para miles de reguetoneros. Quien puede comprar ese equipo podría pagar la estadía en el hotel más caro de la isla. En esos hoteles, sin embargo, no les hubiesen permitido celebrar la Navidad con altoparlantes que impidieran la conversación y descanso de todos los demás huéspedes.
Volví a hablar con las dos encargadas de la entrega de llaves y firma de contratos. Les pregunté si había alguna hora específica en que las personas estaban obligadas a terminar cualquier pachanga o si tenían control alguno sobre el nivel de sonido que podían emplear sin arruinar los oídos de los huéspedes de todos los edificios a su alrededor. La contestación fue precisa: “somos dos empleadas a cargo de la entrega de llaves y firma de contratos y dos guardias de seguridad para asegurar que solo entren los autos de quienes han firmado sus contratos”. Esa familia, de bocinas más altas que cualquier bar o iglesia alborotosa no tendría el límite de parar su música a las 12:00 a.m. porque los guardias disponibles no podían abandonar la entrada sin que se corriera el riesgo de que se metieran malhechores a las supuestas “villas”.
Con tal falta de control decidí pedir que cambiaran mi contrato por una “cabaña” donde no había tantos habitantes y, por lo tanto, no correría el riesgo de ningún bullicio de altoparlantes diurnos, nocturnos y de madrugada. Las “villas” cercanas a la playa estaban llenas de amantes de la batahola para quienes conversar, leer o escuchar música con un sonido aceptable, o empleando audífonos, era inconcebible. Sin embargo, peor estaban las “cabañas” medio vacías que poseían apartamentos en el primer piso para huéspedes con impedimentos; asquerosas, llenas de cucarachas, mosquitos y todo tipo de insectos. Pareciera que insectos y humanos estuvieran intentando sobrevivir sin galimatías de huéspedes con altoparlantes.
Volví a solicitar un tercer cambio de contrato (con las únicas dos empleadas disponibles). Exigí una “villa” limpia, habitable y, sobre todo, sin un primer piso ocupado por un club nocturno al “aire libre” y abierto desde la tarde hasta la madrugada. Me dijeron que las villas más alejadas a la playa estaban bastante vacías pero se encontraban justo frente a los manglares. Ese fue el último lugar de elección: podíamos leer, hablar, escribir y pensar sin alborotos en una “villa” frente al mangle. Para mí era interesante. En mis clases de escuela superior había aprendido que el mangle negro, el rojo y el blanco son indispensables; sin ellos, la tierra sería tragada por el mar. Por suerte, los huéspedes amantes de la algarabía detestan el manglar.
Nosotros, bajo la dirección de Irene Wassner, hicimos excursiones por el mangle y fuimos a la playa muy temprano en la mañana, cuando los alborotosos de las otras villas estaban todavía descansando de la borrachera nocturna. Vimos la más bella salida y puesta del sol frente a un mangle; algo más lejos del “mundanal ruido” (Fray Luis de León), pero todavía demasiado cerca de fuegos artificiales y petardos de despedida de año. Los borrachos pachangueros hospedados en las villas más cercanas a la playa parecían ignorar que ya estábamos en el primer día de enero de 2016. Sin embargo, quejarnos de los ruidos tardíos de despedida de año hubiese sido exagerado. Ese mismo día recibió mi hijo un mensaje del consejero de la universidad de Tel Aviv para saber si estaba a salvo; había ocurrido un tiroteo cerca del edificio de hospedaje de los alumnos. A mi hijo, como a la tierra, lo había protegido un manglar.
El segundo día se nos tapó el inodoro. Por suerte era agua limpia porque parecía que nos hubiese atacado un tsunami. Cerré la tubería, pero como nuestra “villa” no tenía escoba y las dos encargadas de llaves y contratos no nos contestaron el teléfono, salí corriendo en mi auto a pedir una escoba y solicitar que acudiera un empleado de mantenimiento a destapar el inodoro. Con una de las dos empleadas logramos robar una escoba de las “cabañas” hospedadas por personas con impedimentos e insectos escapados de la algarabía. Según los empleados, la Compañía de Parques Nacionales de Puerto Rico no solo ha disminuido la cantidad de trabajadores sino que no provee el presupuesto para la compra de escobas, mapos, cubos, destapadores e instrumentos esenciales para proveer el mantenimiento de las cabañas y villas. Donde se rompe y arregla un tubo de agua, queda un hueco en la pared, consecuencia de la falta de presupuesto. Los edificios menos desmantelados son los que quedan frente al manglar probablemente porque los más alborotosos huyen de los recuperadores naturales de terrenos.
La playa de Boquerón es estupenda, el manglar un hermoso y útil recuperador de terrenos que un hotel privado hubiese probablemente destruido. Durante nuestra segunda noche, bajo la recomendación de Sarita e Ismael (nuestros amigos de Cabo Rojo), decidimos cruzar el puente para ir a los bares del área. Había música, baile, venta de mariscos y pescados de todo tipo. Un buen lugar para divertirse con buena bebida, comida y música sin la cantidad estrepitosa de alborotosos de las descontroladas Villas del Boquerón.
El tercer día disfrutamos de la playa en la mañana y volvimos a hacer caminatas por la playa y los mangles. En la noche nos dirigimos hacia Mayagüez, el lugar donde podíamos ir al cine para ver la más reciente película de Star Wars. El cuarto día nos levantamos muy temprano para devolver el apartamento de la “villa” totalmente pulcro. Al entregar la llave de la “villa” a las dos empleadas, nos dimos cuenta que la insuficiencia de trabajadores les imposibilita revisar si cada una de las “villas” o “cabañas” son devueltas con la limpieza requerida. Cerrado el contrato, decidimos volver a San Juan con parada de almuerzo en Ponce, donde dicen que “lo demás es parking”. La colega Enid Álvarez y su hija, Irene Wassner, conocieron el lugar donde siempre llevamos a amigos chilenos y argentinos a comer con vista al mar: el Pito’s.
El escaso presupuesto, falta de empleados, guardias de seguridad, instrumentos de mantenimiento y limpieza han convertido el Centro Vacacional de Boquerón en un lugar a punto de extinción, atractivo para cucarachas, mosquitos y seres humanos adoradores de la eterna batahola. Lo único que sigue valiendo la pena es ese mar Caribe que saluda y despide el sol para recibir en la noche constelaciones imposibles de mirar desde la ciudad o cualquier “film” de Star Wars. El mangle sigue protegiendo nuestra tierra pero un gobierno de escasos recursos, pocos empleados y guardias de seguridad solo redunda en desorden y falta de mantenimiento.
De vuelta a San Juan vía Ponce, y habiendo visto Star Wars en un cine mayagüezano, estos primeros cuatro días del año parecen augurar un tercio del año 2016 lleno de peligros de inundación, desorden alborotador, llaves que entran y salen, contratos inconstantes y falta de empleados gubernamentales, pero con el gran consuelo de buenos restaurantes, bares locales y acceso al cine. Todavía más importante, nuestros verdaderos protectores serán los defensores de los mangles: bienhechores de la tierra, salvoconducto de exiliados del bullicio y lo suficientemente lejos de tiroteos inclementes vengan de donde vengan: de una fiesta navideña que no tiene fin o un tiroteo en pleno Tel Aviv.