El problema de los trópicos: un problema anglo-sajón
El sociólogo británico Benjamin Kidd describió el dominio de los trópicos como el asunto que a finales del siglo diecinueve más les preocupaba a los estadounidenses. Era también una preocupación suya. Kidd escribió sobre los trópicos, particularmente en sus libros Social Evolution (1894) y The Control of the Tropics (1898). Él y otros intelectuales estudiaron los trópicos, particularmente el manejo de sus recursos, como un problema a superar. La American Academy of Political and Social Science celebró el 18 de diciembre de 1900 una sesión científica titulada precisamente “The Problem of the Tropics”. En la sesión participaron John F. Finley de la Universidad de Princeton, el General Roy Stone, miembro del equipo de trabajo del General Miles en Puerto Rico, y Federico Degetau, Comisionado de Puerto Rico en Estados Unidos. Y ocho años más tarde, el geógrafo climatólogo Robert Dec. Ward, de la Universidad de Harvard, publicó “Some Problems of the Tropics” en Bulletin of the American Geographical Society. Esa tropicalidad intelectual, claramente imperialista, euro centrista y racista, resaltó copiosamente la formidable fortuna natural de la región. Por ejemplo, para Ward:
Within the tropics, under the equatorial sun, and where there is abundance of moisture, animal and plant life reach their fullest development. Here are the lands which are the most valuable to the white man because of the wealth of their products. Here are the tropical «spheres of influence» or «colonies» which are among his most coveted possessions. It is in this belt that food is provided for man throughout the year without labor on his part; in which frost and drought need not be feared; where shelter and clothing are so easily provided and often so unnecessary, that life becomes too easy. Nature does too much: there is little left for man to do.
Ward y otros destacaron el formidable capital natural de los trópicos y convirtieron su manejo en un fin vital para los anglosajones. Para Kidd, lo objetivamente importante ya no era la antigua rivalidad por el control de Europa sino la ocupación y control anglo-sajón de los trópicos. Kidd pronosticaba que la pretérita contención entre las potencias mundiales sería, en un futuro muy cercano, la lucha por el control de los trópicos. Anunciaba conflictos por el dominio del comercio con estos, un asunto que para él había recibido muy poca atención, pese a que Europa y Estados Unidos ya dependían grandemente de ese comercio. Esa atadura, notó el sociólogo, ya afectaba inclusive la producción industrial en ambos lugares. Para Kidd, la dependencia prometía acrecentarse, y con ella el interés de los occidentales por la región, los que ya casi terminaban la ocupación y control de las regiones templadas. Para él, que estos dirigieran su atención a los trópicos, era natural, producto de su evolución.
Para los intelectuales como Kidd y Ward, la exuberancia natural de los trópicos era signo del subdesarrollo de los recursos naturales de la apetecida región. Para ellos, eso se debía en parte a la inferioridad racial que les atribuyeron a los habitantes de los trópicos. No obstante, estos estudiosos brindaron dos razones adicionales para la falta de progreso: la indolencia causada por el caliente y húmedo clima tropical y la carencia de gobiernos adecuados para el usufructo efectivo y lucrativo de los recursos naturales de la región. Para estos, la abundancia natural de los trópicos era tal que incitaba la pereza, una imagen reminiscente del estado natural detallado por Jacques Rousseau. Desde esa perspectiva, la vida era desmedidamente fácil en los copiosos trópicos. Para Ward, la renuencia de los nativos a trabajar impedía el desarrollo de los recursos tropicales. Para él, el reto era cómo conseguir que los nativos, tan mimados por la generosa y espléndida naturaleza, trabajaran. Ward, un determinista climático, lo creía casi imposible, por lo que propuso que el desarrollo de los recursos tropicales requería importar trabajadores de otros lugares, particularmente de China. Ward notó además que forzar a los nativos a trabajar era contrario al clima intelectual y moral de la época. Propuso, a pesar de las desigualdades que eso envolvía, que fuesen los blancos quienes dirigieran y supervisaran a los trabajadores locales o extranjeros. Según el climatólogo, era improbable que los anglo-sajones dominaran numéricamente la fuerza laboral en los trópicos. El calor y la humedad, además de la gran cantidad de trabajadores ya disponibles allí, se lo impedían.
Para Kidd, como para Ward, el trópico estaba caracterizado por el desgobierno o por el salvajismo primitivo, por lo que era inadmisible proyectar el desarrollo de sus recursos naturales y humanos sin la intervención anglo-sajona. Para Kidd, las condiciones adversas en las que se encontraban los trópicos, en bancarrota, develaban el desgobierno que imperaba en la región. El buen manejo de los mismos requería de la intervención anglosajona. Kidd citó además a Richard Harding Davis, reportero y corresponsal de la Guerra Hispanoamericana, para justificar la intervención anglo-sajona en los trópicos. Para Harding, la naturaleza tropical era tan generosa que había poco que los nativos tuviesen que hacer para sobrevivir. Fue el mismo argumento que más tarde usaría Ward. El desarrollo de la zona tórrida les correspondía entonces a otros, a los anglosajones, no a los nativos. Desde la tropicalidad imperialista, los anglo-sajones eran los únicos capaces de desarrollar la riqueza natural de los trópicos, hasta entonces tremendamente subdesarrollada y pobremente gobernada. Para Kidd, era insólito que el mundo civilizado y moderno dependiera de una región con la que tenía relaciones indefinidas o enteramente casuales, de una región sin gobiernos exitosos en el “sentido europeo.” Para Ward, como ya señalé, los nativos, de una raza inferior y sometidos a los caprichos del clima, eran incapaces de gobernarse a sí mismos o a sus recursos. Además, para Ward la poca presencia en los trópicos de residentes blancos permanentes y la presencia de marcadas diferencias de clase evitaban el buen gobierno, incluyendo la administración efectiva de los recursos.
Para Ward, que los occidentales blancos controlaran los trópicos era simplemente natural, parte de las tendencias migratorias de la humanidad a lo largo de su historia: “Some of the greatest migratory movements in history have taken place from colder to warmer climates, as part of this general equatorward tendency in both temperate and tropical zones.” Para él, el expansionismo europeo, ahora lejos de promover asentamientos de colonos, y que tildó de mercenario, era parte de ese movimiento hacia el ecuador. Ward planteó que la difícil vida en las zonas templadas, repleta de retos, había preparado los anglosajones para el gobierno efectivo de los recursos tropicales. Pero, no sin problemas. Ward registró la gran dificultad que enfrentaban los anglo-sajones para gobernar los trópicos desde los trópicos mismos: un clima que obstaculizaba el manejo de los recursos naturales y humanos, que además podía corromperlos o llevarlos a la ociosidad. Para él, el futuro de las posesiones tropicales requería solucionar problemas muy complejos. Sus soluciones, insistía Ward, no podían perder de vista el rol protagónico del clima.
Para Kidd, los únicos capaces de administrar los recursos para beneficio de la civilización eran los anglosajones, ya que su evolución los había hecho benévolos. Para Kidd, eran las creencias y valores religiosos, como el desprendimiento altruista, y no la razón, las fuerzas detrás de la evolución social, con los anglosajones a la delantera. Desde su perspectiva, sólo el auspicio y tutelaje del hombre blanco podía efectuar el desarrollo de los recursos naturales y humanos de los trópicos; debían ser ellos, indisputablemente, los administradores de esos recursos. Así, el problema de los trópicos, un problema para el hombre blanco, era básicamente el control y manejo de los recursos de las regiones tropicales. Solucionarlo envolvía para Kidd divisar e instituir la mejor forma de relacionarse con los trópicos y sus habitantes: “The first step towards any successful solution of it is to look it fairly in the face and frankly recognize its nature. It is not a question of the relative merits of any form of government; it is not even a question of the relative merits of any race amongst civilized peoples; it is simply and purely the question of the ultimate relation of the white man to the tropics.”
Kidd rechazó cualquier intento para climatizar al “hombre blanco” a los trópicos. De hecho, objetó que el gobierno de las posesiones fuese dejado a una élite europea o estadounidense residente allí, así como a su trato como haciendas o plantaciones. Para él, el colonialismo clásico era contrario al zeitgeist. Pero, lo que para Ward era un asunto climatológico era para Kidd un problema evolutivo. La raza humana, afirmaba este, se desarrolló primero en lugares donde las condiciones de vida eran las más fáciles, los trópicos. Sin embargo, el desarrollo posterior de la raza humana, aseveraba Kidd, ocurrió desde los trópicos hacia fuera de ellos, característicamente hacia el norte. A finales del siglo diecinueve estos regresaban a los trópicos. Pero su poder sobre los trópicos requería para Kidd aceptar el estado de los habitantes de la región, que vivían en una etapa evolutiva ya superada por los occidentales. Vivían, según el sociólogo británico, en la etapa infantil de su evolución, lo que les impedía gobernarse a sí mismos. La tarea de gobernarlos le tocaba entonces a los anglo-sajones, a quienes los nativos, propuso Kidd, debían confiarles el manejo y desarrollo de sus recursos y de sí mismos. Y los anglo-sajones, altruistas y filántropos para él, lo harían para beneficio de la civilización. Para él, la solución no era las colonias clásicas sino la institución de gobiernos basados en los estándares e ideales europeos, gobiernos tutelados de los que también pudieran participar los nativos. La participación en el gobierno sólo requería pasar ciertos exámenes y haber estudiado en universidades europeas. Como explicó Kidd:
But in this, as in all matters, the one underlying principle of success in any future relationship to the tropics is to keep those who administer the government which represents our civilization in direct and intimate contact with the standards of that civilization at its best; and to keep the acts of the government itself within the closest range of that influence, often irksome, sometimes even misleading, but always absolutely vital, —the continual scrutiny of the public mind at home.
Según Kidd, los trópicos debían ser algo así como un fideicomiso de la civilización, y sus principales fiduciarios los anglosajones. Pero también debían participar los nativos asimilados a la cultura anglosajona. Kidd propuso como alternativa a las viejas prácticas imperialistas y colonialistas una relación más compleja con los trópicos, una inspirada en los patrones coloniales británicos. Proponía que el imperialismo estadounidense tomara formas indirectas o informales. Y así ocurrió. Si bien Estados Unidos adquirió un imperio directo como consecuencia de la Guerra Hispanoamericana se movió rápidamente a la construcción de imperios indirectos e informales. De hecho, a finales del siglo 19, la expansión económica mediante la expansión territorial apenas estaba disponible para los Estados Unidos. El imperialismo estadounidense posterior a la guerra con España, 1898, tomaría otras formas.