El problema universitario de Vicente Géigel Polanco
En la década espinosa de los treinta fue la élite intelectual la que con más insistencia afirmó y defendió el nacionalismo. Fue esa élite, descrita como una intelligentsia por Luis Ángel Ferrao, la más empeñada en promover debates sobre el contenido de la nacionalidad, sobre las características esenciales de la identidad nacional puertorriqueña. Vicente Géigel Polanco, parte de aquella élite, participó de la revisión de la identidad nacional fruto de los debates de su generación intelectual. A éste, como a otros miembros de su generación, le afanaba descubrir y revelar los atributos determinantes y constitutivos de nuestra identidad nacional. Pero a éste, y he aquí la tesis que planteo, le inquietaba no sólo el “qué somos” y “cómo somos” sino también la conservación y continuación de eso que somos. Y entendía que la Universidad de Puerto Rico (UPR), una institución de educación superior, debía desempeñar un papel significativo no sólo en la afirmación sino además en la preservación de la identidad nacional.
La universidad como productora y reproductora de cultura fue efectivamente de gran interés para Géigel, un tema desarrollado en El problema universitario. Me interesa destacar, a continuación, algunos aspectos de ese texto, en particular su articulación de la relación entre la universidad y la cultura. Esa relación fue elemento central de la exposición del problema universitario registrado por Géigel en aquel texto. Partamos, antes de exponer el problema universitario, de la descripción geigeliana de la UPR al inicio de El problema universitario. Para Géigel la UPR era un acontecer, un universo en un viaje por un rumbo incierto:
La Universidad es un mundo en marcha. Y al que avanza en pos de altas realizaciones de orden espiritual, sólo debe preocuparle la certidumbre de que elige el camino mejor orientado a su propósito. En caso de desvío, la más provechosa ayuda será siempre la de quien advierta el falso derrotero y estimule la vuelta al camino real.
Dejo a un lado la cuestión de los órdenes espirituales y la posibilidad de certezas en la elección de un camino para subrayar la meta de Géigel: determinar si el rumbo de la UPR era o no un “falso derrotero”. Y en caso de que lo fuera Géigel proponía estimular una “vuelta al camino real”. Así, interesado en el “destino de la casa”, Géigel indagaba lo siguiente:
Solemos llamar a la Universidad nuestra Alma Mater. Encaremos la frase: ¡Alma Mater! Pero ¿es cierto que la Universidad—esta amada Universidad de Puerto Rico—es nuestra Alma Mater, madre de nuestra alma en el sentido simbólico de forjadora de nuestra mente, de afinadora de nuestra sensibilidad, de templadora de nuestra voluntad? La pregunta duele. Duele en carne y espíritu. Su simple formulación es un estilete que se nos hunde en las entrañas. La sensación de vacío, ante la posibilidad de una contestación negativa, nos hace pensar en una vida frustrada, o en la probabilidad de otros asideros anímicos.
El problema universitario era entonces para Géigel la ausencia de un “verdadero espíritu universitario”.
La verdad, amigos míos, es que la Universidad de Puerto Rico ha estado promoviendo juventudes sin color, juventudes sin aliento, juventudes sin bríos, juventudes sin fe, juventudes sin superioridades. Juventudes sin espíritu. Juventudes que han ido al campo de las distintas profesiones a asegurarse una posición económica, no a ennoblecer la vida, no a contribuir al fomento del acervo cultural, no a estimular el progreso colectivo, no a servir los intereses vitales de la comunidad. Si abogado, más abogado de pleitos, que defensor de causas; si ingeniero, más preocupado por los contratos, que por la estética y el fomento urbano; si contable, más inquieto por los iguales de la industria, que por los graves problemas de la hacienda pública; si maestro, más atento al horario y al texto de rutina, que a la formación moral e intelectual de las nuevas generaciones. Juventudes en derrota moral, escépticas, frías, indiferentes al dolor circundante, apocadas ante la vida, malogradas para las grandes empresas de espíritu, temerosas de perder el mendrugo de bienestar que les depara la profesión si se arriesgan a abrazar una causa de justicia social o a defender un ideal de cultura, de libertad o de reivindicación humana (10).
Se trataba de la ausencia de un principio generador de cultura puertorriqueña. La UPR era para él simplemente incapaz de reproducir, transformar o impartir la cultura puertorriqueña:
Cultura, los estudiantes, propiamente, no reciben ninguna; únicamente instrucción, e instrucción profesional, estática, utilitaria; sin noción de su responsabilidad social, de la psicología humana, del dinamismo y el ritmo evolutivo de los pueblos; de los valores morales, filosóficos y religiosos, de los ideales sociales, de las obras maestras del espíritu humano.
Géigel prescribía el fracaso de la UPR como agente socializador y reproductor social; los estudiantes no adquirían la competencia cultural necesaria para su mejor desarrollo. La UPR era para él, igual que para Antonio S. Pedreira, una fábrica de credenciales, más interesada en el orden y el dictamen que en promover entre los estudiantes “la pasión por la cultura” o la “búsqueda afanosa de la verdad”. Desde esa perspectiva la UPR sólo engendraba graduandos con “el alma a medio hacer”. Es por ello que Géigel la describía como una “universidad anodina, sin color, sin vibración, sin ideales; que no enciende esperanzas ni prende inquietudes; que más bien trata de mecanizar la vida espiritual—todo lo contrario del genuino espíritu universitario, que liberta almas para las gestas fecundas de la cultura”. A su pregunta inicial Géigel respondió con un no. La amada UPR no era un alma máter forjadora de mentes, afinadora de sensibilidades o templadora de voluntades.
La “pobreza espiritual,” la falta de cultura nacional, era el fruto de esa Universidad insubstancial descrita por el intelectual isabelino. Invitaba entonces a dotarla de un espíritu universitario auténtico, uno orientado a la reproducción y transformación de la cultura puertorriqueña, sin que esto significara, por supuesto, dejar a un lado la cultura liberal, científica y moderna. Para Géigel la UPR precisaba signos más dinámicos que el de la disciplina, la instrucción y las credenciales. Requería de “vida, creación, inquietud, forzamiento de problemas, quebranto, ‘santo dolor de alumbramiento’ como dice la Mistral”. Era necesario para Géigel contribuir a la “cabal realización” de los “objetivos espirituales” de la Universidad. Había que “dotarla de nobles preocupaciones”, las cuales eran, en términos generales, orientar la vida y cultura puertorriqueña.
El diagnóstico y prescripción geigelianos del problema universitario eran similares a los de Pedreira. Efectivamente, lo que planteó José Juan Rodríguez Vázquez sobre este último aplica también a Géigel. Para ambos era evidente que sin la reconstrucción cultural, concebida como recuperación moral, era simplemente imposible iniciar la marcha hacia el futuro. Ambos subrayaban la tarea pedagógica de reconstrucción cultural, lo que para ellos era anterior a la renovación de la dimensión material de la sociedad puertorriqueña. Para ambos la crisis de la época operaba en su discurso—cultural-nacionalista—como un estimulo que ocasionaba la repartición de culpas y encargos, la proposición de alternativas y la identificación de aquellos actores sociales capaces de movilizar la masa popular y desatar una nueva voluntad política orientada a la afirmación y defensa de lo nacional. En el discurso de Géigel, como en el de Pedreira, la visión de la educación universitaria era indudablemente estratégica. En su imaginario la reconstrucción de la cultura nacional, lo que Géigel llamaba la “obra de renovación puertorriqueña” debía ser la misión fundamental de la UPR. Ésta, imaginada como una institución moderna y dueña de un verdadero espíritu universitario, debía dirigir sus esfuerzos a fabricar y reproducir la cultura nacional. La UPR debía ser una institución de avanzada en la renovación de la vida puertorriqueña: “La Universidad de Puerto Rico debe de encuadrarse dentro del plan de servicio y de responsabilidad que conlleva este moderno concepto de las universidades. Faltaría a su deber si se quedara en estos momentos al margen del espíritu de su época y no llenara las funciones vitales que le corresponden en esta obra de renovación de la vida puertorriqueña”. Efectivamente, el diagnóstico y prescripción del problema universitario según Géigel sólo es perceptible en el contexto de su proyecto nacionalista-culturalista y populista-independentista de renovación. El proyecto pretendía la realización de la nación mediante la regeneración y transformación del quehacer social puertorriqueño, de su cultura. La educación universitaria, vista desde el discurso geigeliano, debía constituirse como una institución social útil y auténtica, lo que significaba convertirse en una institución orientada a la reproducción de la cultura nacional para el beneficio del pueblo.
Géigel, como miembro de la élite-intelligentsia de los 30, y por su énfasis en la relación entre la universidad y la cultura puertorriqueña, fue partícipe de la producción de una Universidad Nacional que se desencadenó, como demuestra Mario R. Cancel, en el contexto de la Depresión Económica y el Nuevo Trato. En la construcción de la misma, los hispanistas de la Generación del 30 y otros intelectuales, entre ellos Géigel, cumplieron una función decisiva. La Universidad no sólo resurgió en medio de una crisis, sino que los hizo como dijera Cancel, citando a Carlos Gil, sobre los escombros de la problemática Universidad Territorial. Este proceso, indica Cancel fue inmemorial y todo un caso de desdoblamiento de personalidad, uno consonante al alegorizado en The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr Hyde, la célebre novela de Robert Louis Stevenson:
La multiplicación de las transferencias del Nuevo Trato, sentó las bases de un drama maniqueo en el estilo del clásico caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Aquellos dineros ofrecidos por el Otro, se usaron para construir un signo de resistencia a la americanización y de afirmación de la Identidad Nacional más o menos coherente. En gran medida, se trató de algo así como una suerte de Venganza de los Intelectuales por el desprecio evidente en las actitudes del Otro. Y nos recuerda Cancel que aquel no sólo fue un proyecto “pueril y poco épico” sino que estuvo marcado por un nacionalismo-cultural hispanófilo y nostálgico, un proyecto fundamentado en los recuerdos de dichas pérdidas, en la invención de un pasado falso, fantástico e inexistente. Más aún, la supuesta Universidad Nacional ideada por la generación del 30, esparció y destiló sus “insubordinaciones” en un Nacionalismo Cultural inofensivo y paternal.
Dejando a un lado cuán cerca estaba Géigel a ese nacionalismo-cultural hispanófilo y nostálgico quiero subrayar que éste proponía una transformación abarcadora de la UPR. Construirla como una figura de resistencia a la americanización, como una fuerza de afirmación de la identidad nacional, y como institución forjadora de un nuevo orden nacional, requería para Géigel la transformación total del quehacer universitario. Su plan, presentado como un proyecto de ley ante el Gobierno de Puerto Rico, procuraba garantizar la autonomía universitaria, imponer rentas para su sostenimiento, y derogar la Ley de la Universidad de Puerto Rico. Este proyecto de ley establecía “la Universidad de Puerto Rico como una institución de cultura al servicio del pueblo, dotada de completa capacidad jurídica y de plena autonomía técnica, económica y administrativa”. Garantizaba además, y entre otras cosas, la libre investigación y la libertad de cátedra. En fin, las “nobles preocupaciones” propuestas por el proyecto de ley respaldado por Géigel eran las siguientes: impartir la enseñanza superior, formar técnicos y profesionales, realizar investigaciones científicas en los distintos campos del saber, estudiar las condiciones y los problemas fundamentales del Puerto Rico, y extender con la mayor amplitud los beneficios de la cultura.
Aparte de una nueva misión el proyecto de ley proponía la reorganización estructural de la UPR. Afín con esa reorganización el proyecto de ley respaldado por Géigel proponía, y esta era probablemente su propuesta más radical, la derogación de la “Ley de la Universidad de Puerto Rico” y con ello la extinción de la Junta de Síndicos. Esta última, proponía Géigel, debía ser sustituida por un “Consejo Universitario” integrado por el Rector, el Comisionado de Instrucción Pública de Puerto Rico, el Comisionado de Agricultura y Comercio de Puerto Rico, y delegados de los profesores y de los estudiantes de cada uno de los colegios, un representante de los ex alumnos y un representante de los padres. Lo importante, y hasta seductor, de esta propuesta, además de su sustitución de la Junta de Síndicos, es que afirmaba la necesidad de que los miembros del Consejo, o de la alta jerarquía administrativa, estuviesen plenamente identificados con la Universidad de Puerto Rico, algo que desde su perspectiva no ocurría en la Junta de Síndicos. Para Géigel dicha Junta respondía a intereses externos, particularmente a intereses político-partidistas. La Junta de Síndicos amenazaba y comprometía la autonomía universitaria.
En fin, para Géigel la creación de un nuevo orden nacional requería de una UPR distinta. Proponía una UPR que con “nobles preocupaciones” debía desempeñar un papel fundamental en la reconstrucción nacional, lo que representaba a su vez, restaurar la moral de los puertorriqueños. El propósito era vencer la pobreza espiritual de un pueblo en crisis pero dispuesto a cambiar su rumbo:
Se ha iniciado amigos míos, una nueva era en la vida de Puerto Rico. Como dijera en la reciente asamblea de maestros, a mi juicio, lo ocurrido en la Isla en estos últimos meses es algo que cala hondo en la realidad puertorriqueña. Es la conciencia de un pueblo que despierta con decidido propósito de salvar su vida, de afirmar su personalidad, de propulsar el desarrollo de su cultura, de afianzar su economía, de implantar la justicia para todos, de establecer la confianza en el esfuerzo propio, de renovar anhelos, de avivar la fe en el destino histórico.
Pese a las limitaciones del proyecto nacionalista-culturalista de Géigel sus reflexiones con respecto al “problema universitario” hicieron constancia de un problema aún relevante para nosotros: la compleja relación entre la educación universitaria y nuestra cultura. Para Géigel era imperativo que la UPR produjera y reprodujera cultura nacional, que esta extendiera “con la mayor amplitud los beneficios de la cultura”. Pero hoy, es menos un problema de la relación entre la universidad y la cultura nacional que un problema entre la universidad y la cultura popular, esta última muy lejos de la homogeneidad cultural supuesta por Géigel. El problema de esa compleja relación sigue vigente y atenderlo es particularmente urgente hoy, en el contexto de cambios de rumbos y golpes de timón, que prometen, por su énfasis en la producción de trabajadores-científicos—generadores de productos, bienes y servicios rentables mediante la ciencia aplicada—hacer del aprender por el mero hecho de aprender irrelevante para nuestros futuros trabajadores y estudiantes. Más aún, en el contexto de la economía del conocimiento la educación liberal, tan defendida por Géigel, es amenazada. Es confinada al cosmos de lo irrelevante o exiliada al universo de la sospecha, esto último por ser supuestamente dominada por izquierdistas y postmodernistas.
REFERENCIAS:
Cancel, M. R. (2011, Enero 26). Puerto Rico entre Siglos: Historiografía y Cultura. Retrieved Febrero 26, 2012, from La Universidad y la Generación del 30:¿Una Historia del Presente? (segunda parte): http://puertoricoentresiglos.
wordpress.com/2011/01/26/la- universidad-y-la-generacion- del-30-%C2%BFuna-historia-del- presente-segunda-parte/ Ferrao, L. Á. (1993). Nacionalismo, Hispanismo y élite intelectual en el Puerto Rico de los Años Treinta. In S. Alvarez-Curbelo, & M. E. Rodríguez Castro (Eds.). Río Piedras: Ediciones Huracán.
Géigel Polanco, V. (1940). El Problema Universitario. San Juan: Imprenta Venezuela.
Rodríguez Vázquez, J. J. (2004). El Sueño que no Cesa. San Juan: Ediciones Callejón.