El robo del siglo: pillerías
Fernando Araujo (Diego Peretti), es el cerebro y ejecutor del golpe. Fernando es un artista plástico con algunas influencias de De Chirico y un pensador libre con aderezo de Sartre. Su psicoanalista lo escucha sin enjuiciar y, simultáneamente, con sorpresa por su filosofía de la vida en la que la pasión por lo que se hace, es más importante que lo que se hace. Su planificación del atraco tiene la complejidad que podría traerle a un plan una colaboración entre Pitágoras y un espeleólogo con conocimiento técnico del siglo XXI, y es lo que lo motiva. Según dice, el dinero es totalmente irrelevante. La idea del robo y cómo se le ocurre, es divertida. Así mismo lo es cómo Fernando va escogiendo sus cómplices, aunque esa parte es un cliché del género del filme de robo-atraco. El más divertido de los compinches es Mario “El hombre del traje gris” (Guillermo Francella), quien es un timador de altos vuelos y un padre mentiroso. Las relaciones entre la ganga son tan a fines como los “The Lavander Hill Mob” (1951), aunque esos andaban en otros asuntos. Sin embargo, entre las cosas que se roban la ganga de porteños, hay barras de oro (que son un mensaje para el espectador).
Tal y como es el caso en esa película, hay muchos momentos graciosos, muy bien traídos y que no se desvían de la tensión que a veces genera el guion de Alex Zito y Fernando Araujo. Me gustó la edición del filme por Pablo Barbieri que presenta el cuento más o menos en forma lineal, pero con breves flashbacks que explican cómo se concibieron cierta ideas y soluciones a los problemas que se esperan que puedan surgir durante el robo. El elenco interactúa con agilidad y gracia y es fácil aceptar el conocimiento y carisma de Peretti. Con su perfil de halcón y su gracia innata deja ver porqué los otros lo siguen.
La parte intermedia de la cinta es engorrosa y predecible. La relación de los atracadores con los rehenes es un poco tonta y se usa como un arma para congraciarnos con los “malos que son buenos”. Uno de los rehenes se orina en los pantalones (¡por favor!), y, una vez que sacan el botín del banco, se puede predecir todo lo que ha de suceder. Por suerte el fin guarda una verdadera sorpresa. Se nos cuenta que pasó en la vida real con los que perpetraron el robo, lo que les sucedió y las cosas extrañas que sucedieron alrededor del suceso. Tal parece que aún hay misterios sobre qué se llevaron y por qué las condenas fueron livianas. En el filme de Spike Lee que mencioné arriba, hay gato encerrado, metafórica y literalmente, en el banco y en las cajas de seguridad que tiene que ver con un hombre poderoso.
¿Qué guardan en esas cajas los que las usan? Sabemos que dinero, joyas y documentos. Y el dinero ¿es legítimo o es sucio? ¿Se ha declarado a hacienda? ¿Hay drogas en esas cajas? ¿Qué secretos de gente poderosa y/o famosa, esconden las cajas? ¿De dónde salieron esas barras de oro? ¿Oro nazi que se ha vuelto a fundir? En un país como Argentina donde durante la dictadura de las infames juntas se vendieron niños y mujeres, ¿habría evidencia de esos crímenes en las cajas?
Parte del final me insultó: los pillos se salen con las suyas y están risueños, contentos, y es evidente que se han quedado con parte de lo robado. ¿No es eso demasiado parecido a lo que pasó aquí cuando el padre y el hijo de la misma familia gobernaron y con el partido que está en el poder? Sabemos que eso pasa en muchos países, pero no por eso se debe de sancionar. Celebrarlo como un chiste es deleznable y execrable. Estamos hartos de pillerías.