El Tornillo
La caracterización que hace Vicente Palés de la máquina simple que es el tornillo, lo que primero consiguió fue hacerme pensar en locos, pues todo el mundo sabe que a los locos les falta un tornillo. La locura es irracional y lo irracional antagoniza con la ciencia pero no deja de usarse como conocimiento. Una forma de “aprender” que ilustra muy bien la irracionalidad de algunas formas de conocimiento es la fe. Para tener fe solo se requiere aceptar. Por eso, cada vez que asumimos que todo gira a nuestro alrededor estamos partiendo de una premisa irracional, porque si algo, todo advierte que es un ambiente muy hostil para el humano, el universo.
Probar la creación del mundo usando la Biblia, es otro ejemplo irracional, por no decir que es la locura. La Biblia, (el Génesis) como cualquier otro mito de origen, sólo ilustra lo vieja que es la idea de nuestro “antroponarcisismo”. Pero por viejo no es mejor y debo añadir que la inmensa mayoría del conocimiento asociado a la cultura de donde salió la Biblia ha sido descartado. Usted no se atendería hoy el cáncer con un chamán neolítico o algún contemporáneo de Moisés, pero sin embargo, decide regirse por la moral que estos tenían.
Sin la idea del dios creador quizás usted no sería el rey y señor de todo sobre la tierra, pero que exista la idea de una fuerza todopoderosa, y las versiones que generan las primeras entidades divinas, no hace que nuestra existencia sea menos o más real. Aún así aceptémoslo: lo peor que tiene dios es que sin existir, existe; porque no hay nada más difícil de matar que algo que no exista. Sin dioses hemos vivido siempre, pero aún así la idea de este tipo de personaje de ficción parece moldear toda la historia. Creer en la eternidad del alma, por poder pensar en el futuro, de alguna forma pudo y puede alargarnos la vida, pero también nos la extendió el deseo de poder.
No fuimos creados por dioses, ni viviremos para siempre, pero no somos cualquier cosa tampoco. Tenemos que admitir que somos el lugar en donde la naturaleza se piensa, se estudia y se admira. Desde nosotros el universo toma conciencia de sí, porque somos una forma de organización de materia que es capaz de reconocerse. Somos átomos mirándose a un espejo; moléculas asumiéndose como sujeto y como objeto a la vez. Claro, esa cualidad del universo que encarnamos es bonita pero no indispensable, porque la materia no necesita de pensarse ni admirarse para ser. Nosotros sí. La habilidad de crear y de creer, que tenemos como humanos y que nos permite mirarnos hasta el punto de terminar enamorados de nosotros mismos, tanto como para crear a un dios a nuestra “imagen y semejanza”, apunta a que es y será todavía por un tiempo, un prerrequisito para la supervivencia de la inmensa mayoría. Creer que el universo es valioso porque nos tiene, en cierta forma, nos ha mantenido vivos y es como ir de la punta a la cabeza de un tornillo. ¿Si nunca ha habido dioses, cómo sería un mundo sin dios?
De todas formas, El Canto al Tornillo es total fruto de sus tiempos porque el modernismo y sus réplicas se montaron sobre la ola de grandes desarrollos del conocimiento, y sus protagonistas testificaron saltos dramáticos de nuestro poder. Vicente Palés en su celebración del tornillo se remonta a los componentes del éxito “incuestionable” de nuestra capacidad, y desde allí adquieren identidad histórica no solo las personas, sino que también todo aquello que se inventen. El poeta vio en el tornillo una partícula elemental del progreso, producto del pensamiento en espiral y desde esa posición se dedicó a identificar los átomos de nuestras propias creaciones y le hace una semblanza a la máquina como si fuera responsable de su propia historia. De alguna manera nos proyectamos en esa idea, pues en la tradición occidental ha sido común compararnos con máquinas. Somos una máquina que es capaz de reconocerse y hasta de cambiarse, dicen muchos. Eso nos recuerda a Descartes y su autómata, pero también al determinismo que parece despuntar con la capacidad de predicción que nos da el mapa de los genes. Pero llamarnos máquina, sin más, sugiere a un creador, así que irse por ahí sería un problema.
El tornillo como máquina simple, se conoce desde 300 años antes de nuestra era. Arquímedes parece ser el más antiguo entre los promotores de su diseño, y se le acredita el mecanismo de un tornillo enorme que se usaba para mover aguas de un nivel inferior, a otro más alto. Allí la idea del ascenso nacía con el giro del espiral. El tornillo como pieza de un objeto complejo, se remonta al renacimiento y era hecho a mano y en madera. La revolución industrial lo popularizó, cuando lo pudo fabricar en masa y en metal. El diseño de un tornillo está basado en la idea de un círculo que nunca se completa, porque no encuentra su inicio. El espiral, que es la base del diseño del tornillo, se proyecta en muchas cosas. Hegel en su dialéctica lo usa, y Marx le llama espiral al tiempo en su concepción revolucionaria de la historia. El espiral teórico propone por un lado, que nunca se puede volver al inicio, mientras por el otro, establece que no está claro el final. En la concepción materialista y dialéctica al parecer sí se repiten ciertas cosas, pero en niveles, contextos y circunstancias diferentes. Esta condición de cambio parece haberse concebido también con la idea de la ley en la ciencia, porque lo que se repite en diferentes momentos, sugiere que no depende de otra cosa que de las cualidades propias de la materia.
El humano es compuesto, es complejo. Nuestra complejidad casi siempre la medimos a partir de lo que producimos con ideas y manos, así como por nuestras habilidades para usar lo que entendemos que es ajeno a nosotros, y porque creemos que estamos hechos de átomos. Pero con la idea de dios nos sentimos también parte eterna del todo sin saber nada. Somos entes complejos e impredecibles, porque no podemos ver todo lo que nos afecta desde afuera o desde adentro, como para predecir y atajar problemas, y ante ese panorama incierto le llamamos a nuestra ignorancia dios o azar.
Cuando decimos adentro y afuera de nosotros, estamos aceptando que la última frontera del humano es la piel, o al menos así parecería. Visualmente nuestro modelo del mundo pone una raya en el espacio de la materia, ahí donde nuestros ojos ven los bordes. Somos hasta los pelos y quizás varias pulgadas más. Recuerdo un profesor que nos acercaba su cara a la nuestra hasta hacernos retroceder para probar que ocupábamos más espacio del que vemos. Claro, igual que podríamos decir que ocupamos más espacio del que define nuestro cuerpo, podríamos decir que pertenecemos de muchas maneras al todo grande que imaginamos como el dios o el universo; pero sería una metáfora, porque ninguno de nosotros tiene experiencias en donde perdamos el ego, pues eso sería el equivalente a un daño cerebral permanente o temporero (drogas), o a una posible definición poética de la muerte. Así que no es cierto totalmente que podamos sentirnos parte de todo (sin cuerpo / con alma / eternos), porque nuestra experiencia está condicionada a los límites de nuestro cuerpo y eso es una cualidad biológica, aunque podamos imaginar que no. Imaginar que no tenemos límites no es una experiencia real, así que al momento de enfrentarnos a experiencias reales, no podríamos considerarla como un hecho antecedente. Déjenme usar un ejemplo.
Podemos inventarnos una herramienta, digamos un martillo, y con él golpear más fuerte sobre plantas, piedras, comida viva, o cabezas de semejantes. Podemos idearlo a partir de otras cosas que ya usáramos: por ejemplo, una piedra es un martillo. Pero la idea del martillo, sin llevarla a cabo (“pun intended”), cuando está sola en la mente, no idearía un clavo. La conclusión lógica aquí sería que el martillo vino antes que el clavo y hasta que no existió el martillo no fue posible el clavo. Por la misma razón, tampoco podemos decir que dios nos dará la eternidad después de muertos, o cualquier otro cuento que lo tenga de sujeto, porque primero habría que probar que existe dios. Esto como dice Unamuno, deja claro que dios es fruto de nuestro terror a la muerte.
Cada vez que “aparece” una herramienta nueva, es porque se gestó envuelta en un sistema material y de pensamiento dado, que le sirvió de placenta. Cada herramienta, contando al lenguaje, cuando se complica es porque responde a un cambio externo, que requiere y permite, el desarrollo de la misma. El tornillo, se establece con su lógica del movimiento en el tiempo como una definición del modelo del cambio y refleja el pensamiento de sus diferentes momentos históricos y emblemáticos.
El tornillo es una infinidad de símiles y metáforas. Nos define la dialéctica con el espiral, y se podría ver fácilmente en Heráclito: “Nadie se baña en un río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña.” No es hasta siglos más tarde que el tornillo deja de ser usado en solitario para entrar a ser una parte de otras máquinas. Para eso se tuvo que encoger y se inventaron un destornillador. Así, podría decirles entonces que el primer tornillo nace porque se había entendido el espiral, pero cuando pasó a ser parte de máquinas complejas, fue cuando se asimiló su función más allá de su forma. Cuando se convierte en un poema o es parte de un dicho popular, ya se le ha dado un alma y se asimila socialmente su existencia.
La cultura popular asume en formas muy discretas pero claras, esa idea de que lo más eficiente y productivo, se compone como en una fórmula, de muchísimas partes simples. Esto indica que el concepto de la máquina compleja está asimilado en la cultura. Eso es porque mientras más partes contenga algo (más información, más títulos, más obra), más “inteligente” es. Los seres complejos se componen por definición de muchas partes; por lo tanto, la cantidad de elementos que componen a una cosa, es una condición medular para reconocer el tiempo en las mismas. Dios es la máquina más compleja que hayamos inventado, yo no digo nada nuevo. Está claro que lo más complejo es más joven que sus partes y que por lo tanto, somos más viejos que dios porque lo componemos. Dios ya no nos deja subir a otro nivel cultural, porque no nos deja ser libres. Si queremos libertad tenemos que hacerlo caer y eso sólo pasará cuando saquemos el último tornillo que “contra el infinito azul sujeta al cielo”. Cada uno de nosotros es un tornillo y dios nos tiene que perder.
Canto al Tornillo
Padre Tornillo,
Padre del audaz contrapunto en la Mecánica;
Para ti, gracia rítmica que acopla al Orbe entero,
Avaro de la curva que taladra y que muerde,
Tótem alucinante, gusano del silencio;
Padre Tornillo, escolopendra de la fiebre,
Para ti las columnas de mi oda levanto
Y te hago un templo donde vivas, liliputiense.
Padre Tornillo,
Quijada de metal, dentellada de duende,
A las formas imprimes el equilibrio estético;
Tuyo es el ojo bizco de la espiral; tú eres
quien contra el infinito azul sujeta al cielo.
¡Oh estrellas!… ¡ Oh tornillos de oros incandescentes!…
Padre tornillo,
Por ti las cosas viven su vigilia y su recuerdo,
Por ti la Humanidad se nutre de esperanza,
Pigmeo emperador de caudillaje neutro
Y los pueblos se avienen o se erizan de armas
Ungidos por tu hermano monocigótico: el pensamiento.
Padre Tornillo,
Tu andar es transformista: engañas en los vértigos
De tu hélice; terminas donde empiezas y vuelves
En tu palingenesia, confuso y temulento
¡pero a tu arranque se abre el Mundo estremecido,
barrena del trabajo como cede el cerebro
ante el pájaro carpintero de una idea!
Padre Tornillo,
¡benemérito!
Y generoso, tanto
Que el acero pregona que en ti enoja sus dientes,
Mientras va la voluta de tu aguijón patético
calando en el misterio del Tiempo y de la Muerte.
Padre Tornillo,
burbuja del pretérito… cicatriz del presente…
Neurona de lo eterno…puntuación, ritmo, eje;
Lidias, vences, atrapas, dominas… todo ello
Donde el esfuerzo másculo engendra sus engendros;
¡y tu boca hierática estereotipa su sonrisa,
en los aviones, esos zun-zunes del firmamento!
Padre Tornillo
Dedo de Dios entre nosotros; dedo
Que en la vena enfatiza su mensaje ecuménico.
Hablan del clavo, y el clavo es vana sombra
De lo que eres… ¡El clavo es sólo un sueño!,
Tú eres la Realidad: el cero retorcido,
Y tu espiral: nóumeno cabal del universo.