El zombi y el cyborg son dos garras de una misma ala
¿Qué ocurre cuando el zombi habla? Lo posthumano en Malas hierbas de Pedro Cabiya. Dafne Duchesne Sotomayor. Cabo Rojo. Editorial Educación Emergente, 2020.
A José Rafael Hernández
Me imagino que todos recordamos la primera vez que vimos una película de zombis. Les invito a regresar a esa escena. La mía fue en la adolescencia en el cine Campo Rico de la Urbanización Country Club en Carolina. Posteriormente vería de vampiros, hombres lobos y la criatura de Frankenstein. Incluso la versión mexicana de Santo, el Enmascarado de Plata, contra los zombis de 1962 y Santo y Blue Demon contra los muertos del 1970 en el ritual de cine mexicano del Canal 2. Sin embargo, y a pesar de que no guardo memoria de su título, ninguna otra imagen fílmica recuperó aquel terror de tarde sabatina ante la breve aparición de esos condenados de la tierra: desarrapados, boquiabiertos y con las cuencas vacías avanzando con las manos extendidas hacia el espectador. Mudos, con apenas el grito gutural que asociamos a un estado previo al lenguaje o posterior al apocalipsis. Demás está decir que me hundí en la butaca y volaron por el aire las pepitas de Fireball tan de gusto en esos años. Décadas después vería varias versiones de aquella iniciación, en rendiciones seudo antropológicas de Hollywood y tras el giro que George Romero operó sobre el género en Night of the Living Dead de 1968 considerado alegoría del consumismo prefigurando la condición zombi, aletargada, del sujeto contemporáneo robado de la experiencia del shock o en asociación al narcómano.[i] También he visto parodias y su conversión a comedias light que domestican su asedio ominoso. (Santa Clarita es mi preferida). Lo cierto es que es de pocos predicados el zombi. Menos aún son los actos que se le atribuyen, a diferencia de otros monstruos más prestigiosos. Descarnado y desencajado, exhibe sus vísceras; harapiento, arrastra tirones enfangados; deformado, no es reconocible; nómada e intercambiable en otras masas que se cruzan a su paso, no tiene pertenencia y su única pertinencia es proveerse de sustento –crudo y sangriento– sin recompensa alguna. Y, sobre todo, es mudo (cuidado que en Males hierbas hablan. Demasiado).A beneficio de los que no han leído la novela resumo brevemente su trama. Inicia con un interrogatorio policial sobre la muerte de un químico, gerente de la farmacéutica norteamericana Eli Lily y termina con un tratado de etnobotánica. Mientras, intercaladas en las sesiones de interrogatorios aparecen intervenciones de sus personajes principales: un químico (un zombi pulcro y discreto a quienes sus padres pudientes inician para prolongarle la vida y quien disimula su putrefacción a base de unguentos); sus tres colaboradoras (Isidora, Matilde y Patricia Julia: tres Gracias/ tres donantes de El Mago de Oz); Dionisio (un zombi que regentea un club clandestino y quien, supuestamente, ha asesinado a su hija y esposa, esta última cómplice de un negocio de venta de empleadas domésticas zombis al estilo Amazon y un portero zombi resentido (sospechoso del asesinato). Entre la resolución del crimen, la búsqueda del quaglia como la sustancia donante de humanidad y el relato de la cultura zombi que emerge en transmisión oral por Isidore, el texto se presenta en cruce y estratificación heteroglósica imantando género, clase, raza e islas.
Convendría contextualizar dicha trama en el Caribe hispanoparlante. En relevo del realismo mágico y la literatura fantástica que sostuvieron la ficción de lo extraordinario en el siglo XX, en este milenio ha habido una explosión de ciencia ficción en la cual han figurado desde zombis y vampiros hasta robots y cyborgs, a menudo con un humor insolente y descreído y una filiación al creciente campo de indagación sobre lo afroantillano, particularmente sus creencias. Entre los más conocidos están los cubanos Yosz y Erik Motta, inclinados a un cyber punk; los dominicanos Odilius Vlack fusionando mitos clásicos y referencias telúricas y Rita Indiana en un juego constante de tránsitos y transacciones, sobre todo en La mucama de Omenculé. En Puerto Rico Cadáver exquisito de Rafael Acevedo alterna lo prosaico y lo poético y Othoniel Rosa ensaya en Caja de fractales una distopía donde los viejos van al moridero, algunos sobreviven en el nomadismo y otros se refugian (los muy jóvenes) en un mundo organizado por redes virtuales.[ii]
Sin embargo, Duchesne Sotomayor opta por no inscribir Malas hierbas a tiempo completo en la literatura fantástica y en la de ciencia ficción. ¿Qué ocurre cuando el zombi habla? Lo posthumano en Malas hierbas de Pedro Cabiya da cuenta de esas genealogías, y de otras más, en rigurosa lectura. Las subscribe, incluso, para adelantar otra posible figuración del que podría considerarse el menos complejo de la galería de muertos/vivos que apadrina el pensamiento ilustrado en sus procesos de racionalización, progreso, modernidad y conversión al capitalismo industrial (Drácula y Frankenstein son textos vectores) y en la dualidad capitalista/proletariado de la fase industrial (el robot y los replicantes fordistas y posfordistas de Metropolis/ los héroes de Marvel de la Guerra Fría, por ejemplo).[iii] Excepción hecha del hombre lobo, de larga estirpe y antepasado del chupacabras, de quien invito a hacerlo hablar en otro ensayo. Duchesne Sotomayor traza los orígenes míticos religiosos del zombi en la cultura vudú afro haitiana, en la cual el candidato es aquel que, tras haber cometido una violación condenable en su comunidad, se le secuestra alma y voluntad reduciéndolo a un cuerpo esclavizado al trabajo y a la producción en la sombra y el anonimato. Desarticulado y desmembrado, sin conciencia ni autonomía, su redención está sujeta a que otro bokor igualmente poderoso le restituya su ti ange. Puntualiza, también, que paralelo a su apropiación por Hollywood, la literatura caribeña lo incorporará, en influencia del gótico británico, y en los paradigmas abyectos de la racialización y el exotismo, a la representación del antiguo esclavo de la plantación, tanto en las aristas de su explotación como en el miedo al otro colonizado, a la horda que, en su revuelta contra el padre (ya fuera el imperio, el amo, o la ley). empañe la homogeneidad racial y desestabilice la jerarquía social mediante el contagio o la antropofagia. Otra lectura posible, aunque menos explorada, es la que enhebran las tres mujeres en su entorno. La misma ha sido atendida críticamente por Julio Ramos en “Pharmacological Fictions in Cardena’s Ornamento, Cabiya’s Malas hierbas and Cardona’s ‘Datsun 1982’ y entabla un diálogo interesante con la de Duchesne Sotomayor. [iv] Ramos propone un nuevo humanismo en el cual la potencia crítica de la ficción se enfrente al impacto del poder tanto en su distribución de los cuerpos como en las sensibilidades de los sujetos y en las dimensiones virtuales de la vida, incluso la de los muertos vivos. En Malas hierbas, vinculado a la distribución y roles de género asignados a la energía afectiva y libidinal que desatan las tres Gracias, opera como respuesta orgánica regenerativa al desafecto inicial del químico roído por un sentido de pérdida y melancolía por el quaglia, un estado que Ramos relaciona a los efectos del régimen farmaceútico y sus modulaciones.[v] Filtrada en los esfuerzos performativos del protagonista en emular lo humano como máscara de protección (voz, gestos, apariencia, sociabilidad) indiciaría la aspiración por marcadores estables de género y sexualidad. Para Ramos ese nuevo humanismo se manifiesta al menos en dos aspectos de la novela. El primero es el deseo gradual del zombi por sus colegas quienes lo inician a los placeres del olor, el tacto y los sentidos menores en la superficie de la piel y en el vaciamiento de sus órganos internos. El segundo sería el glosario y la farmacopeia zombi al final del texto, otra mimesis, esta vez de las malas hierbas, que compilan un fármaco alterno (cura y veneno) que transita entre un saber arcano y comunitario y el de las nuevas ciencias sujeto a controles internacionales de producción y circulación de sustancias de alteración del cuerpo y de la mente. De ese modo, la ficción se posiciona como agente insumiso frente a mutaciones industriales y técnicas de la vida que enrarecen los límites entre naturaleza y artificio, lo corpóreo y lo virtual.
¿Humanismo radical, transhumanismo, poshumanismo? Duchesne Sotomayor interpela estas interpretaciones como ingredientes de lo que denomina una escritura zombi. Le interesa arriesgar una lectura que, en deuda con lo anterior, suplemente asociar lo zombi a etapas o lecturas previas de la cultura caribeña desde su materialidad hasta el dominio de los sentidos y los afectos. Se pregunta la ensayista:
¿Qué ocurre cuando el zombi, no solo aparenta ser humano, sino que encarna a un sujeto colonial que oprime a otros semejantes a él? ¿Se puede leer al zombi fuera del binario, entre lo humano (la civilización) y lo inhumano (la barbarie)? ¿Es posible ver en el zombi algo que trascienda el síntoma de la desaparición de un sujeto soberano y autónomo y los modos de su restitución? (9)
Preguntas que lo vincula con una figura contemporánea que percibimos, de entrada, como su antípoda: el cyborg, en tanto ambos “representan la transgresión de los límites entre lo humano, lo maquínico y lo animal” (recordemos que, a diferencia del robot, en el cyborg la tecnología se integra a lo humano generando una nueva especie). (10) En tanto entes fragmentados retan una definición humanista que es, en sí misma, excluyente de lo otro, respondiendo a lógicas y demandas que transbordan lo orgánico y lo inorgánico, la cultura y la naturaleza. En canibalización de teóricas como Donna Haraway y Cathy Wolfe, lo sustantivo debe ser, y cito: ¿…en qué sentido la hibridez y la diferencia inasimilable del cyborg o el zombi con respecto al humano redefine conceptos tales como el de la subjetividad, la comunidad y el parentesco?”(21) Acaso, a diferencia de identidades duras o esenciales, la confluencia híbrida que habilita a ambos a participar en distintos grados de propiedades humanas y androides puede forjar otra manera del estar y el actuar, aquella que emerge en intervalos e intersticio, –en los contagios–, capaz, no solo de denunciar al amo –sea este la plantación, el centro comercial, la farmacolonialidad, lo nacional, incluso el deseo–, o de rarificar espacios, temporalidades y enunciaciones, sino de anticipar que, ante la comunidad interrumpida, podemos imaginar otra que vendrá entre lo ancestral zombi y el futuro tecnológico postergado?[vi] Tras su análisis de Malas Yerbas se concluye:
En la medida que nunca atestiguamos la recuperación de la identidad “humana” del zombi como tampoco atestiguamos la creación de una comunidad alterna en la cual todos devendrían zombis, queda por imaginar nuevas formas de leer la colonialidad que ya no estén basadas en una falta ontológica que se habría de colmar con la recuperación del ser nacional, sino en la reproducción de la “ilegitimidad” creativa de todos los seres caribeños que habitan esas islas nunca del todo nombradas. (61–62)
Escribir lo zombi a lo cyborg
Uno de los aspectos más estudiados de Malas Hierbas es su disposición narrativa. Las secuencias se distribuyen con cambios de formato y tipografía, transitando y borrando las distinciones y límites entre diversas voces, géneros y versiones de lo ocurrido. Incluso, al interior de los relatos, se imbrican y contradicen otros, remendados como los harapos zombis o el ensamblaje de lo humano y la nanotecnología en el cyborg. Desde la sala de interrogatorio como epicentro oscilan entre el siniestro pasado de una plantación de cahuil en la frontera dominico/haitiana y el relato de transmisión oral que afilia a Isadora a una cultura en la cual la zombificación y los pactos y conflictos entre bokores no era un entendido sobrenatural a un presente de sociedades clandestinas como el bar zombi (de los otros excluidos incluso de la exclusión misma, lo no humano), a instituciones disciplinarias (la policía, la cárcel, el hospital, el manicomio, la fábrica y la industria del fármaco). Es en esa lengua intervenida que Duchesne Sotomayor ausculta la demanda de una sociedad en la cual el paradigma del zombi y el cyborg, reclamando su porción de humano y de manufactura, no meramente pregunte o aspire a una humanidad perdida sino que reinscriba otros cuerpos y subjetividades. Desde esa conflictividad híbrida se propone una escritura zombi que sea, a su vez, una propuesta ética y política. Por ello, si hay un tenue hilo conductor es Isidora, un composte de varias facturas: hija de inmigrantes haitianos, doctora en farmacología, especialista en filmes y literatura zombi, testigo de la servidumbre de Gracieusse, depositaria del testimonio oral, custodia del tratado de botánica y una de las tres Gracias que seducen al químico.
Es precisamente en la escena del trance y el sueño, en la transferencia de los órganos vitales que lo reclamarían para la vida –vía el afecto y la sensualidad– que asoma otra lectura que incide en la indeterminación interpretativa y en la apertura a otra comunidad posible. En esta secuencia se soslaya la conciencia y la voluntad, y se privilegia la inducción –el corazón, el cerebro, el espinazo–a un cuerpo hueco “mediante flujos e intensidades sensoriales, procesos en el cuerpo que se resiste al proceso de totalización, estratificación y jerarquización que caracterizan a todo organismo” (46). Me pregunto si ese punto de inflexión del contacto es un modo no articulado de la empatía. ¿De aquello que pasa y nos afecta y nos permite que afectemos a otros, quizás?
‘Tengo miedo”, se cita de Hal, el personaje de Odisea del espacio 2001. Sin embargo, a diferencia del robot humanizado, el químico no teme a la muerte ni aspira a la epifanía, la redención o la restitución que lo reclamarían para la vida como otros personajes zombis: Isidora, Dionisio o el conserje. Embriagarse con el qualia implica para Dionisio salir de sí en búsqueda del otro de sí mismo: “…el qualia es la capacidad que tienen los seres vivientes de establecer una conexión entre su experiencia y el mundo y el yo…” (31). Pero, al don de las Gracias no hay retribución, el deseo del químico es otro: abismarse en el cuerpo sin órganos, del que no se reconoce en las coordenadas de lo humano. Argumenta Duchesne Sotomayor que la ausencia de qualia en el narrador obedece a la falta de conciencia respecto a su propia sujeción y la de otros, incluyendo otros zombis. Como el cyborg: sin padre, sexo, lengua, dogma ni nombre propio. Pero su muerte, a manos de otro zombi, no supone un cierre sino un umbral. No se trata de recuperar una humanidad perdida sino de forjar otras entidades y agencias no binarias ni localizables, de lanzarse a un mundo de posibilidades, porosidades e intercambios. Ese sería el gesto ético radical de empatía poshumana: la corporalización de una comunidad al estilo zombi/cyborg – fronteriza, inestable– no en la filiación sino en la afinidad; no en la premisa de una identidad natural sino en el desembalaje y la negociación. No como continuidad histórica ni biológica, ni en lógicas binarias sino contextual a un lugar, tiempo, fisiología y cultura.
Comencé este comentario con una anécdota personal: el momento en que la lectura de ¿Qué ocurre cuando el zombi habla? Lo posthumano en Malas hierbas de Pedro Cabiya me regresó a un momento de terror primordial. Me pregunto si el mismo tenía que ver con la demanda que aquellos brazos quebrados y extendidos me hace, aún hoy, en la era del antropoceno y la hipertecnología. ¿Pueden el zombi, el cyborg; esto es, lo transhumano, lo poshumano hablar? ¿Desde su alteridad radical o desde su hibridez contagiosa? ¿En qué lengua? ¿Puedo escucharlo? ¿En qué tono? ¿Cuánto puedo o debo pretender entender? ¿Es posible acceder al momento ético que se propone, al intercambio, incluso, con lo que no es, con aquello que no respeta los dominios que la modernidad impuso como cartografía de la identidad: un territorio, un cuerpo, una materia: el habla, la voluntad? ¿Puede transformarme/nos? ¿Pensarse el Caribe, actuar sobre el más temible de sus monstruos, el neoconialismo y su secuela de racialización, explotación y diferimiento de la diferencia en el control sobre la vida y la muerte?
Lo cierto es que Dafne Duchesne Sotomayor gestiona un archivo alterno de modos de la escritura y de la reflexión transformando el corpus más reconocible y circulado de nuestras pequeñas comunidades de lectores e interventores de la cultura. A lo zombi. Con voces y palabras de más. Voces y palabras de menos.
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[i] Sobre este tema ver la “Introducción” y los ensayos incluidos en Herrera, Lizardo y Julio Ramos, editores. Droga, cultura y farmacolonialidad: la alteración narcográfica. Universidad de Chile, 2018, particularmente los de Avita Ronell, “Hacia un narcoanálisis” y Eve Kosofski Sedwick, “Epidemias de la voluntad”. Ver, también, de Malena Rodríguez Castro, “De fantasmas y presentaciones: Fantasmas de Rima Brusi de la Madrid, Revista Cruce, 2020.
[ii] En el caso cubano se ha destacado la influencia del modelo soviético de ciencia ficción en el siglo XX y su distanciamiento y parodia en ficciones del milenio. En el de Puerto Rico varios estudios han dado cuenta del rol de las farmaceúticas y las redes virtuales en la transición del fordismo al posfordismo vinculando ambas a la condición colonial de la Isla como laboratorio. La CORCO es hoy su monumento fantasmal y la bioisla su legado. Sobre este tema ver de Miriam Muñiz, “El Farmacón colonial: La Bioisla” en Droga, cultura y farmacolonialidad: la alteración narcográfica (269–282). Muñiz retoma el concepto de farmacón de “La farmacia de Platón” extrapolando los sentidos opuestos de cura en la relación entre logos y escritura, voz y verdad, al ámbito de remedio/veneno en la bioeconomía posfordista, específicamente en la producción y consumo de medicamentos. Otros teóricos del libro mencionado lo exploran respecto a las drogas duras y otros modos de la adicción del consumo capitalista y sus políticas neocoloniales: el porno, los deportes, entre otros. Así, por ejemplo, el ensayo de Paul Beatriz Preciado “La era farmacopornográfica” (245–268): y el capitalismo gore y sus estados liminales entre el goce y la muerte en el de Sayak Valencia, “El capitalismo como construcción cultural” (305–322). Lo gore sería el ejercicio sistemático y repetido de las violencias más explícitas para generar capital. El mismo incluye lo excitable para el cual la violencia no es ya un medio sino un fin.
[iii] Sobre la distinción entre vampiros y zombis y la dominancia del segundo en la literatura caribeña es imprescindible la lectura que hace Aurea María Sotomayor en “Sueño de zombis, ‘chanchullo de vampiros’. (Archipiélago Caribe 1929–1997)”. En Apalabrarse en la desposesión. Literatura, Arte y Multitud en el Caribe Insular, Fondo Editorial Casa Las Américas, 2020 (pp.55–130) Ambos, el memorioso y el desmemoriado, han sido “…desterrados de la vida, pero caminan sobre la tierra, aun cuando los zombis se destinan al trabajo y la servidumbre y los vampiros al placer, mas, ambos, son seres de frontera, extraños, nómadas, fronterizos.” (57–58) Sotomayor relaciona clase, erotismo, raza y oficio en narrativas de Haití, Jamaica, Cuba y La Guadalupe destacando las ambigüedades de lo zombi apoyándose, en parte, en las teorías de lo espectral de Jacques Derrida y de Julia Kristeva de lo abjecto para concluir que “Hay zombis y hay zombis.” (125) Extrapolado ese análisis a Malas hierbas permite entender mejor la complejidad e hibridez de los zombis representados en el texto desde el blanco burgués a la negra esclavizada Gracieusse, desde lo espectral que regresa en Isidora a su abyección en el químico y su renuencia a lo humano.
[iv] Conferencia dictada en 2020 Michaelmas Seminar Series, Department of Spanish and Portuguese, Cambridge University. PDF
[v] Afecto entendido como las capacidades relaciones que donan y reciben intensidades más allá de la razón y las emociones, lo humano y lo in/pos/transhumano. Un palimpsesto de alianzas e interrupciones cuya superficie son, sobre todo, los cuerpos y que afecta y es afectado por entes y colectividades. Sin referentes o constataciones los afectos se asocian a lo expresivo y diferencial. Sobre este tema ver los ensayos incluidos en T Gregg, Melissa y Gregory Seigworth, editores. The Affect Theory Reader. Duke University Press. 2010 sobre todo “Cruel Optimism” (93–117) de Laureen Berlant, “Writing Shame” de Elspeth Probyn (71–92) y “Modulating the Excess of Affect: Morale in a State of Total War” (161–185).
Comunidad interrumpida como lo ha propuesto Jean Luc Nancy en tanto en retirada de aquello que cimentaba el modelo de comunidad soberana, de su vida en común bajo los horizontes de la racionalidad y la democracia liberal (Dios, Historia, Nación, Hombre, Sujeto). Como argumenta Jacques Ranciére lo anterior opera sobre el principio de exclusión de aquellos que no participan en la distribución de la partición ni en las jerarquías de lugares y funciones.